El caso Galileo (4 y último)

Las avivadas de Galileo

Dada su amistad con el Papa, fue el mismo pontífice quien aprobaría el texto aconsejándole, sin embargo (¡y una vez más!) que hablase sobre los sistemas en forma hipotética. Galileo, abusando de su confianza, hizo caso omiso de ello; durante las discusiones científicas y ante la insistencia de su postura, se inició otro proceso durante el cual, discutiendo acerca de su “descubrimiento” solo presentó un argumento a favor de su teoría heliocéntrica, y era erróneo… Galileo decía que las mareas eran provocadas por la “sacudida” de las aguas, a causa del movimiento de la Tierra, una tesis risible a la que sus jueces-colegas oponían otra (que era la correcta); ante la refutación de sus contrarios, Galileo los tildó de “imbéciles”, en público. Decían aquellos que el flujo y reflujo del agua del mar se debía a la atracción de la Luna, como más tarde se comprobaría.

Aparte de su explicación errónea, Galileo no supo aportar otros argumentos experimentales a favor de la centralidad del sol y el movimiento de la tierra.

La reacción de la Iglesia se dio especialmente cuando el pisano quiso pasar de la hipótesis al dogma. Pero no solo eso. Para lograr el permiso de impresión del libro citado y valiéndose de la amistad del Papa, utilizó una treta, presentando a la censura solamente el prólogo (donde se disfrazaba de enemigo de Copérnico) y la conclusión del libro. Ello hizo que el Papa, más tarde, le confiase al embajador de Toscana en el Vaticano: “(a Galileo) lo he tratado mejor de lo que él me ha tratado a mí; él me ha engañado”.

Además, para comprender las ansias de popularidad que tenía, se abstuvo de publicar su libro en latín (la lengua de la ciencia en ese entonces), haciéndolo en italiano para que tuviera la mayor difusión posible. A pesar de todo ello y gracias a la amistad que lo unía con el Papa Barberini, se le evitó nuevamente la comparecencia ante el Santo Oficio, designando para ello una comisión que dictaminara al respecto. El dictamen fue terminante: “Galileo ha ido demasiado lejos y debe enfrentarse a un juicio”, que finalmente se daría en 1633.

Los cargos por los que se acusaría a Galileo, luego de varias admoniciones serían los siguientes:

– Haber transgredido la orden de 1616.

– Haber obtenido el imprimatur (permiso de impresión) con malicia y engaño.

Durante todo el proceso romano, lejos de pasar sus noches en una mazmorra, fue alojado a cargo de la Santa Sede en una vivienda de cinco habitaciones, con vistas a los jardines del Vaticano y con servidor personal.

Galileo, en lugar de aceptar lo que había hecho, sorprendió a los jueces diciendo bajo juramento que no creía en la teoría de Copérnico y que en su libro se demostraba la falsedad de la misma. Esto mismo (a todas luces falso) sostuvo delante del mismo Papa quien presidió una de las sesiones para mostrar el interés ante el planteo.

Contradiciéndose una y otra vez ante los cargos que se le imputaban por desobediencia y fraude fue condenado a lo siguiente:

– Recitar salmos de penitencia una vez a la semana durante tres años.

– Abjurar solemnemente de sus errores, planteando lo que era hipótesis simplemente como “hipótesis” y no como tesis comprobada.

– Reclusión en una cárcel escogida por el Santo Oficio.

– Inserción de su libro en el Index (índice de libros prohibidos).

Luego de escuchar la sentencia en el convento dominico de “Santa María sopra Minerva”, en Roma, Galileo agradeció por “una pena tan moderada”, dijo. Es falsa la anécdota que narra que, luego de ser “condenado” habría dicho“eppur si muove” (“y sin embargo se mueve”). La frase sería inventada solo cien años después por un periodista inglés (en 1757), e inmortalizada por el italiano Giuseppe Baretti.

Pero veamos qué sucedió con el cumplimiento de la pena:

Respecto de la recitación de los salmos se le concedió que fueran recitados por una de sus hijas religiosas.

La abjuración de los errores fue pronunciada en privado delante de los jueces y no ante la comunidad científica.

En cuanto a la cárcel, Galileo no pasó ni un solo día en ella, ni sufrió ningún tipo de violencia física. Es más: ni siquiera la sufrió durante el proceso judicial, como era la costumbre. Durante el proceso y hasta fines de 1633 se alojó primero en casa de Nicollini, su amigo embajador de Toscana, en la maravillosa Villa Medicien la colina Pincio, en el Vaticanoy más tarde, ya “condenado”, se trasladó en condición de huésped a la casa del Arzobispo de Siena, uno de los muchos eclesiásticos insignes que lo querían y apoyaban.

Volvió a Florencia y se radicó en Arcetri donde tenía su famosa casa con el nombre de “Il gioiello” (“la joya”); allí permanecería hasta su muerte. Ni perdió la estima de los obispos y científicos (en su gran mayoría religiosos) y hasta los siguió recibiendo en su residencia, que se convertiría con el tiempo en el lugar de discusión para los científicos y estudiosos de la época.

Nunca se le impidió proseguir con su trabajo; continuando así con sus estudios hasta publicaría un libro que es su obra maestra científica: “Discursos y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias”(1638). Por último, una vez comprobada la rotación terrestre en 1748, gracias a los estudios de Bradley, la Iglesia eliminó del Index su libro “Diálogos sobre los dos sistemas del mundo”.

  *          *          *

 Galileo no fue condenado por lo que decía, sino por cómo lo decía. Mientras que Copérnico y sus seguidores –varios de ellos sacerdotes y hasta cardenales– sabían distinguir la hipótesis de la tesis, no existía problema alguno. La condena temporal (donec corrigatur, “hasta que sea corregida”, decía la fórmula) de la doctrina heliocéntrica se daba simplemente a modo de prevención para que una conjetura no fuese presentada como una verdad probada, salvaguardando así el principio fundamental según el cual las teorías científicas expresan verdades hipotéticas, ciertas ex suppositione, por conjeturas, y no en modo absoluto.

Galileo no murió en la hoguera, ni por torturas, sino apaciblemente a los 78 años de edad, en su cama, de muerte natural y con la bendición papal luego de haber recibido la indulgencia plenaria. Fue sepultado en la iglesia de la Santa Croce de Florencia. Era el 8 de enero de 1642, nueve años después de la “condena”.

Una de sus hijas monja, recogió su última palabra: “¡Jesús!”.

 Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi, IVE

6 comentarios sobre “El caso Galileo (4 y último)

  • el agosto 13, 2014 a las 5:33 pm
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    El único defecto que se le puede reprochar a La Iglesia en el caso Galileo es que el Derecho Canónico de aquel tiempo tenia efectos de ley civil para arrestar a cualquier ciudadano molesto a los dogmas católicos, no como ahora que el Derecho Canónico solo sirve como ley disciplinaria para sacramentos y para destituir clérigos. La Iglesia «mandaba» demasiado en temas que no le pertenecían. Es el problema de una Cristiandad mal entendida.

    • el agosto 15, 2014 a las 3:33 am
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      Que me corrija el Padre Javier Olivera si llego a equivocarme y de ser necesario. Pero no estoy de acuerdo con lo que usted dice. Hoy en día podemos ver el resultado de la ausencia de la Iglesia en cuanto a cuestiones civiles. Esa separación de Iglesia y Estado que tanto buscaron y lograron los ideólogos de la Revolución Francesa y sus herederos. Y que fue condenada por el Santo Padre Pío X.
      Esa ausencia que nos muestra como la justicia es injusta, es justicia sin misericordia y que no busca el bien de los que cometen errores y males (y ojo, porque hasta muchas veces esa misma «justicia» culpa y encarcela personas inocentes, no hace falta explicaciones). Esa idea de penitenciaria que tanto dista de lo que pensaron los franciscanos respecto a lo que actualmente es (en un principio el preso hacía «penitencia» y se buscaba su conversión, y se rehabilitaba la persona), uno mismo puede ver la condena que recibió Galileo Galilei, la primera era recitar Salmos.
      Entonces no es una cuestión de querer separar Iglesia de Estado y evitar así cualquier influencia de nuestra Santa Madre Iglesia en los países. Todo lo contrario. La Cristiandad tal como dice el Papa León XIII: «Hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados». Y estos Estados no estaba separados de la Iglesia.
      Si usted dice que la Iglesia podía llevar adelante un juicio ante cualquier ciudadano por alguna opinión u ofensa cometida, pues sepa que bueno sería para la salvación de tantas almas que hoy en la actualidad ocurriera lo mismo. Que recibieran esa amonestación, buscando su sincera conversión y lo más importante: la salvación de sus almas. Ese ciudadano, por más que no tenga una religión y solo ofenda por ofender, es una unidad de cuerpo y alma (no es un simple ciudadano o un «proletario») y como tal tiene un alma, la cual en su juicio particular deberá rendir cuentas a Dios. Pues que bueno recibir una amonestación con caridad y un llamado a la sincera conversión por parte de Nuestra Santa Madre Iglesia.
      Un saludo, espero haber sido claro, no soy muy conocedor de estos temas, pero tengo una pequeña afición por esos temas. Sin más que hacer una pequeñísima contribución, espero la corrección del Padre Javier Olivera de ser necesario y lo felicito por su blog que tanto me ha ayudado a entender temas de historia. En Cristo y María.

      • el agosto 15, 2014 a las 4:23 pm
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        En términos generales, es como ud. dice: la Iglesia debe velar por la sana doctrina de sus fieles y amonestar, corregir, exhortar. Pero la Iglesia y el Estado siempre deben sostenerse en un sano equilibro político.

  • el agosto 20, 2014 a las 7:32 pm
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    Por supuesto Padre Javier, muchas gracias por su aclaración. Que Dios lo bendiga.

  • el agosto 24, 2014 a las 4:50 pm
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    Estoy de acuerdo con Gabriel. Yo lo diría así: los Estados deberían ser confesionales católicos. Desafío a cualquiera a que me muestre una ética mejor que la que le legó Cristo a su Iglesia.
    El abusivo laicismo, que en teoría permite la libertad de cultos, pero en la práctica ataca al catolicismo, tiene este mundo patas arriba.
    El problema es que hoy no sería posible una justicia impartida por la Iglesia. La «Teología» de la Liberación (marxismo infiltrado hasta los tuétanos de la Iglesia), que hoy nos abruma, celebraría juicios al estilo comunista, es decir, injustos de principio a fin.
    Si a alguien le queda duda, lo invito a leer la historia de esta desgraciada infiltración comunista en el seno de la Santa Iglesia:
    http://archive.frontpagemag.com/readArticle.aspx?ARTID=35388

  • el septiembre 15, 2014 a las 7:35 pm
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    Hola Padre, podría citar las fuentes de su articulo. Muchas gracias.

Comentarios cerrados.

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