La restauración de la cultura cristiana: la Srta. Prim y John Senior

Hace apenas unos días, publicábamos aquí un comentario acerca del best-seller de Natalia Sanmartín, El despertar de la Señorita Prim. Se trataba, a nuestro juicio, de una vuelta al sentido común y al sentido católico de la vida.

Allí, “el Hombre del Sillón”, uno de sus protagonistas y antiguo profesor universitario, había logrado crear junto a un nonagenario monje benedictino, un ambiente extraordinario; un mundo distinto; un pueblo donde “la filosofía del Evangelio gobernaba los estados”, al decir de León XIII: una pequeña Cristiandad.

¿Cómo lo había hecho? Así lo narraba su madre:

“—Acababa de terminar de dar un ciclo de conferencias, así que se tomó un descanso para asistir a un seminario universitario en Kansas. Algo descubrió allí, no me pregunte qué. Ese verano viajó a Egipto; después visitó Simonos Petras, en Athos, y también estuvo en Barroux, con los benedictinos. Al regresar me dijo que había decidido vivir unos meses en la abadía de San Ireneo. Figúrese, en un monasterio de benedictinos tradicionalistas; él, que no había pisado una iglesia en veinte años. Creí que no aguantaría; pero un año después me pidió permiso para reabrir la casa, y así empezó esta larga historia. Pero no se extrañe, la vida es sorprendente”.

Luego de “asistir a un Seminario universitario en Kansas” y “benedictinos tradicionalistas”… leía.

Providencialmente y al mismo tiempo en que recorría las páginas de la Sra. Prim, llegó a mis manos la traducción del primer capítulo de un libro de John Senior:The Restoration of Christian Culture[1]. Sin saberlo y por ese prurito que tengo de no leer novelas sin un ensayo en mano, comencé con ambos textos a la vez hasta que, en un momento, ya no sabía en qué libro me encontraba: si en el de Senior o en el de Sanmartín. ¡Eran tan similares las ideas! ¡Tan puros los ejemplos!

No, no es que hubiese habido plagio. ¡Nada más lejos! sino que lo que uno planteaba de modo literal la otra lo hacía literariamente. Sólo al terminar pude corroborar mi intuición: la autora había leído la obra de Senior y se habría inspirado, en parte, en su pensamiento. Enhorabuena.

Presento aquí entonces, y como complemento de mi anterior entrada, una breve introducción acerca de John Senior y los pasajes más relevantes de ese primer capítulo que no debería existir sólo en los cuentos, sino especialmente en la realidad de nuestras almas y familias. Quizás algunas ideas suenen algo “chocantes” pero, como dice San Pablo, “examinemos todo y quedémonos con lo bueno” (1 Tes 5,21).

 

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi


LA RESTAURACIÓN DE LA CULTURA CRISTIANA

John Senior

Sobre el autor

Nacido en 1923, John Sénior realizó sus estudios en Columbia, donde obtuvo el doctorado en filosofía. Se convirtió y fue recibido en la Iglesia en 1960. Pronto que se dio cuenta que su trabajo como profesor en Cornell no daba los frutos que deseaba, por lo que decide trasladarse a la Universidad de Kansas donde un ocupa un cargo de literatura comparada.

A comienzo de los ’70 inicia con otros dos colegas, en la misma Universidad, un programa llamado Pearson Integrated Humanities Program, IHP, (Programa Integrado de Humanidades Pearson). Los profesores eran católicos, pero el programa no. Su trabajo consistía en enseñar los clásicos y transmitir a sus estudiantes el amor por el conocimiento y el aprecio por el legado de la civilización occidental.

Pero el IHP tuvo el efecto adicional de provocar un alarmante (para algunos) número de conversiones al catolicismo entre ateos, judíos, protestantes y católicos nominales, conversiones que produjeron frutos extraordinarios. Este programa, como era lógico, no era bien visto en ámbitos universitarios donde reinaba el relativismo cultural y un humanismo secularizado. Los tres profesores eran radicales en su doctrina: enseñaban a creer en lo real, a buscar la sabiduría más bien que el conocimiento, a buscar la Verdad, la Belleza y el Bien. “Éramos la generación de la televisión -dice uno de los alumnos. Nuestras vidas estaban fragmentadas, nuestros pensamientos interrumpidos cada diez minutos por los comerciales. Los profesores trataron de tomar todos os fragmentos y formar una pintura completa”.

Las conversiones fueron más de doscientas, y a ellas siguieron las de familiares y amigos. Varios de ellos ingresaron en la abadía benedictina Notre-Dame de Fontgombault, en Francia; otros, son sacerdotes religiosos o seculares; algunos se dedicaron a la enseñanza; un grupo se ha instalado en Gallup, un pequeño pueblo del desierto de Nuevo México, donde, alejados del espanto de la ciudad, viven manteniendo la fe de nuestros padres.

John Senior falleció en 1999.

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Un cristiano desorientado[2]

Como muchos católicos, me encuentro preocupado y desorientado por esta «noche oscura» de la Iglesia, que la aflige desde hace quince años[3]. Yo duermo, pero mi corazón vigila. Como un maestro de escuela a la antigua usanza, llevo el rumboso título de Profesor, pero no soy experto en teología. El enfoque de este libro es el de un aficionado, alguien que ama la religión sin ser muy religioso. Como un portero, abro la puerta a los demás, y los animo a entrar en habitaciones en las cuales nunca he estado (…).

Cultura cristiana como medio natural donde se da la verdad y la propuesta de Senior

“Como decía Chesterton, el loco no es el que ha perdido la razón, sino el que ha perdido todo excepto la razón. La restauración de la razón supone la restauración del amor, y nosotros no podemos amar sino aquello que hemos conocido porque antes lo hemos tocado, gustado, olido, escuchado y visto. Este encuentro con la realidad exterior engendra naturalmente respuestas interiores, que urgen, que motivan y liberan las energías de la inteligencia y la voluntad, infinitamente más poderosas que la de los átomos. Privados de estas motivaciones, el pensamiento y la acción son sin objeto, a veces ciegos, más frecuentemente mecánicos; son comandados tiránicamente, es decir, desde el exterior. La cultura cristiana es el medio natural de la verdad (…). Lo que yo propongo, no como respuesta a todos nuestros problemas, sino como condición de la respuesta, es algo a la vez simple y difícil: se trata de reinstalar en nuestros hogares “las caricias de una dulce armonía”, a fin de que nuestros hijos crezcan mejor que nosotros

Menos tecnología y más lectura

Como primera medida, destruyan vuestro aparato de televisión. La Iglesia Católica no se opone a la violencia, sino solamente a la violencia injusta. Entonces, destruyan vuestro televisor. Y con el tiempo y el dinero que ahorran en él compren un piano, y restauren en vuestros hogares el gusto por la música, la música cristiana corriente, ordinaria que, en su mayoría, es fácil de ejecutar (…). Por ejemplo, los aires irlandeses o italianos, luego de algunas horas de aprendizaje. De este modo, la familia se reunirá por la noche en el hogar; porque vivirá al unísono, el afecto y el amor renacerán sin pensarlo. No hay nada que desintegre más el amor que los intentos artificiales destinados a favorecerlo, como grupos de encuentro u otras “dinámicas” del mismo género. El amor nace y crece; no puede ser fabricado ni exigido; y, solamente crecerá con las dulces armonías de la música.

La clase más importante de música, en sentido amplio, entendiendo con esto toda expresión cultural, es, por supuesto, la música de las palabras: la poseía y la literatura. La música en sentido estricto, ya sea vocal o instrumental, juega un rol muy importante en la formación de la sensibilidad; y lo mismo ocurre con las artes plásticas. Pero lo que uno lee entra directamente en la inteligencia y por tanto, tiene un efecto mayor. Debemos poner nuestro mayor esfuerzo en restaurar la lectura en la casa y, sobre todo, la lectura en voz alta: junto al fuego del hogar en invierno, y en el porche, en las noches de verano.

Para los chicos más grandes y los adultos la lectura silenciosa, pero todos reunidos en la sala. No es necesario buscar las grandes obras maestras de la literatura que necesitan una lectura analítica y son útiles sobre todo a los especialistas, sino leer lo que podemos llamar los “mil buenos libros”, que tienen que estar en toda biblioteca (…)

¿Televisión sí o televisión no?

Pero, en primer lugar, no seríamos serios en nuestra intención de restaurar la Iglesia y la Ciudad si no tenemos el sentido común de destruir nuestro aparato de televisión. Se dice que la televisión no es buena ni mala. Que es un instrumento como podría ser un revolver: su moralidad depende del uso que se le dé. No es mala per se sino accidentalmente, como dicen los moralistas. Es verdad, pero las situaciones concretas son per se accidentales! La televisión no es mala sólo por accidente, es mala de modo general y determinante. No es cuestión de elegir los mejores programas, de influenciar sobre los productores o los anunciantes, o lanzar un canal propio. La televisión posee dos defectos: su radical pasividad, física e imaginativa, y la distorsión de la realidad. Sentados frente a la pantalla, no ejercitamos nuestra mirada para fijar y seleccionar los detalles, aquello que los poetas llaman “remarcar” las cosas. Ni tampoco ejercitamos nuestra imaginación como nos vemos obligados a hacer cuando leemos metáforas, que nos exigen saltar al “tercer término” sugerido por la juxtaposición de imágenes, y reparar en similitudes y diferencias, capacidades que Aristóteles dice que son uno de los principales signos de inteligencia. La televisión es mala, por tanto, intrínsecamente, como también lo es extrínsecamente. Todo pasa por el filtro laicista de los que tienen el poder. “¡Qué hermoso es ver el Papa!”. Pero ustedes no ven el Papa; ven el Papa visto por los periodistas y su media, a través de sus comentarios, de las elecciones que ellos hacen de lo que van a pasar y de sus montajes.

Toda la televisión está mal orientada porque quienes la dirigen no son solamente no-cristianos sino anti-cristianos. Y no solamente en los programas obviamente malos sino también en aquellos llamados educacionales que son realizados con el mismo fin: extirpar de la cultura, y deformar todo lo que sea cristiano. Aún en algunas emisiones, como reportajes o documentales, programas deportivos o de variedades que, en sí, no tiene nada malo, sí lo tiene el contexto, y es el contexto lo determinante. Y esto no es lo peor; lo peor es el insidioso irrealismo. Me refiero a la cuestión del profesionalismo deportivo. ¡Mi partido de fútbol!, es el grito paterno: Nerón mirando la lucha de gladiadores que se matan entre ellos, mientras beben una insípida cerveza y comen papas fritas. En tanto, los niños se embrutecen escuchando rock en el pasacintas. ¿Les gusta el fútbol? Salgan los domingos y juégenlo con sus hijos.

Acepto el riesgo de pasar por un fanático peligroso, pero repito con toda la calma y seriedad que puedo: deshagámonos de todos estos aparatos mecánicos y electrónicos y restauremos en nuestros hogares la música y la literatura real, viva, simple, cristiana, doméstica. Sé que no es agradable recibir una reprimenda; es más fácil escuchar al profeta cuando critica a los filisteos que viven al otro lado de la calle; pero, como decía Newman, el predicador va muy lejos cuando comienza a llegar a nosotros (…).

No falta fe, falta el gusto por las cosas bellas

No es falta de fe, es falta de música: nunca han tenido en su hogar aquello que les hubiera formado el buen gusto y el buen sentido.

¿Y qué decir de la lectura en el hogar? Ya nadie lee. El movimiento en favor de los «grandes clásicos» lanzado por la generación que nos ha precedido no pudo alcanzar su cometido. No por culpa de los libros. Ellos eran, como bien decía Matthew Arnold, “lo mejor que se ha pensado y dicho”, pero del mismo modo que el vino se pierde en botellas agrietadas, los libros se perdieron en espíritus que ya no sabían leer (…).

De Dickens a Santo Tomás

La fecundidad de las ideas de Platón, de Aristóteles, de san Agustín, de santo Tomás no se pueden manifestar sino es en el terreno de una imaginación saturada de fábulas y de cuentos de hadas, de historias y poemas, romances y aventuras -Grimm, Andersen, Stevenson, Dickens, Scott, Dumas y tantos otros buenos libros (…).

Como la vista es el primero de los sentidos, y es especialmente importante en los primeros años, es importante tener ediciones ilustradas por artistas que trabajen dentro de la tradición cultural que buscamos restaurar, al mismo tiempo para una introducción al arte como para participar del universo imaginativo que nos propone el libro (…).

¿Sólo los libros católicos? No necesariamente

Esta dificultad ha conducido a algunos educadores católicos bien intencionados a recomendar solamente textos de autores estrictamente católicos, lo que supone dar a leer traducciones de un gran número de autores franceses, italianos, españoles, y de algunos escritores católicos ingleses que, aunque talentosos, no son desgraciadamente de primer orden. Cualquiera sea el modo en que lo hagan, esta es una empresa sin esperanzas. Somos un pueblo de lengua inglesa. Si queremos asimilar nuestra lengua debemos asimilar aquello que constituye el genio propio del inglés. Si queremos que hayan escritores -y lectores!- católicos de lengua inglesa, es necesario aprender el inglés del mejor modo, lo cual no se puede hacer con traducciones, incluso hechas por excelentes traductores, pero que no son genios, y no pueden traducir la grandeza de la obra con la que trabajan. Veamos un ejemplo. Dorothy Sayers es una excelente católica inglesa. Por otro lado, el católico italiano Dante es uno de los tres candidatos para el título del mejor poeta del mundo. Pero bien, la traducción de hace Dorothy Sayers de la Divina Comedia, es una comedia en otro sentido, que no tiene nada que hacer al lado de la excelente traducción hecha por el secretario latino del Consejo de Estado Puritano, John Milton que, además, fue muy cercano del archi-hereje y asesino de la Irlanda católica, Cromwell, ni tampoco puede rivalizar con Shelley, ateo favorable a la causa irlandesa, al cual la señorita Dorothy intenta -desastrosamente- reproducir en la terza rima de Dante. La literatura inglesa no es una opción, es un hecho. Es protestante, y para nosotros es a la vez una bendición y una condena: una bendición, porque es la mejor del mundo, y una condena porque no podemos hacerla nuevamente (…).

Uno de los más conocidos, y en verdad genio, de esta lista de clásicos para niños no es un protestante inglés sino una clase de católico francés. Cuando se termina de leer Los tres mosqueteros se tiene en claro que el pecado siempre es castigado. Al comienzo de la novela, Aramis simula y se burla de la vocación religiosa, y termina siendo monje -aunque no de los mejores! Está también la escena muy colorida en la que D’Artagnan, corazón generoso y verdadero héroe, comete un adulterio, sensacional y grotesco a la vez, con una de las más peligrosas femmes fatales de toda la literatura; las consecuencias serán espantosas para los dos: una horrible muerte para ella y una terrible lección para él. Sin duda, es mejor reservar la lectura de Los tres mosqueteros para adolescentes de más de dieciséis años, pero es un libro para adolescentes y un ejemplo de valentía y altos ideales. Es un buen libro, quiero decir, un libro moralmente bueno. Nos guste o no, el tipo de aventuras de Alejandro Dumas está en la literatura, como las Montañas Rocosas están en la geografía. Si éstas no existieran, podríamos viajar más rápidamente por California, pero el interés del viaje se disminuiría mucho. Sin los romances, sin las intrigas y los amores de los personajes de Dumas, ¿dónde estaría lo emocionante de la literatura? (…).

La Misa tradicional

Desde el punto de vista cultural, que debo insistir no es algo menor o accidental sino algo indispensable en los medios ordinarios de la salvación, y prescindiendo de las difíciles controversias canónicas y teológicas sobre su licitud o validez, como así también de los aspectos pastorales, debo decir que la Misa nueva, al menos tal como se celebra en los Estados Unidos, es un desastre. Y con el respeto debido a las autoridades, debo dar testimonio público de mis peticiones privadas para que se restaure la gran liturgia gregoriana y tridentina que se celebraba antes: la obra de arte más refinada y más bella que haya existido en el mundo; el corazón, el alma, la fuerza más determinante de nuestra civilización occidental; y la madre nutricia de tantos santos (…).

Aprovechar lo malo para enseñar lo bueno

Con sus alumnos, el maestro puede aprovechar las caricaturas o injurias para hacer leer otros textos; por ejemplo, el ataque a los jesuitas puede ser la ocasión de leer la vida de san Isaac Jogues y sus compañeros, o la de otros santos misioneros. Su propia firmeza en la fe debe bastar a los adolescentes y a los jóvenes; los textos hostiles al catolicismo serán la ocasión de examinar su comprensión de la fe (…).

Católico sí, puritano no

Pero a la vez hay que hacer una advertencia a los padres católicos: muchas veces, cuanto más conservadores son en su fe, más jansenistas son en la educación de sus hijos. Alrededor de los doce años el niño comienza su adolescencia, lo cual implica una explosión de aptitudes físicas y reacciones emotivas, el deseo del peligro y las primeras llamadas del amor (…). No podremos aprender a soportar las llamas vivientes del amor divino si no pasamos por el fuego más temperado de los deseos humanos, y una adolescencia “quemante” es tan necesaria para el desarrollo normal del cuerpo y del alma como lo es la fe. La fe supone y perfecciona la naturaleza, y por tanto no podrá ser eficaz si ésta está atrofiada (…).

Denles una catequesis fuerte, sermones serios, buenos ejemplos y ejercicio físico. Gobiérnenlos con firmeza, pero no los enfermen: déjenlos leer los buenos libros “peligrosos”, y déjenlos practicar deportes “peligrosos” como el rugby o el montañismo. La condición humana supone que alguno se quiebre una pierna y peque, pero en una familia católica bien equilibrada las caídas serán pocas y los cuerpos y las almas recuperables (…).

Exhortación a leer en familia

Para concluir, los exhorto a hacer una experiencia: lean, en voz alta si es posible, los buenos libros (…). Y, por la noche, reunidos en torno al piano, canten las canciones tradicionales. Sí, la música alimenta el amor, y la música, en sentido amplio, es un signo específico de la civilización humana. Si nos hemos cocinado en la olla familiar de la imaginación cristiana, habremos aprendido por absorción a escuchar este lenguaje, esta misteriosa música del Esposo (…).

El capítulo 1 completo puede leerse aquí

[1] Agradezco el envío de la traducción al Dr. Rubén Peretó Rivas.

[2] Los subtítulos y las negritas nos pertenecen.

[3] La primera edición de este libro, que tengamos noticia, es de 1983.

11 comentarios sobre “La restauración de la cultura cristiana: la Srta. Prim y John Senior

  • el mayo 11, 2015 a las 2:18 am
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    Muy Buena recomendación. Le cuento que haces años que decidimos vivir sin TV. Lo que faltaría en el hogar es el Piano. TErminar las jornadas Leyendo o cantando sería realmente «Subversivo»..¿Que títulos me recomienda para leer y música acorde al artículo? UN grans saludo! Jorge

  • el mayo 11, 2015 a las 3:56 am
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    ¡Muchas gracias, Padre! Hermoso artículo, un gran desafío para todos los que nos sentimos llamados a formar una familia que sea una verdadera Iglesia doméstica.

  • el mayo 11, 2015 a las 1:07 pm
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    Padre, va a ir subiendo el resto de los capítulos?

    • el mayo 11, 2015 a las 4:19 pm
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      Sí, si alguno se anima a traducir desde el inglés el resto (por ahora el primer capítulo solamente está traducido). Veremos si se anima el traductor.

  • el mayo 11, 2015 a las 1:24 pm
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    ¡Qué gran artículo! Ahora lo imprimo para remarcar lo que nos falta…que es mucho!!! Al menos, ya llevamos el TV a la habitación nuestra y solo la prendemos para ver Baby TV y EWTN. Pero nos falta avanzar en literatura y música.

  • el mayo 11, 2015 a las 11:43 pm
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    Excelente. Lo digo como padre de familia, docente y director de un colegio. Casi no tenemos textos católicos como este, católico ortodoxo pero con los pies en la tierra. Católico tradicionalista sin puritanismo. Y católico enamorado de los clásicos, sin imprudentes censuras previas. Musica tradicional, cuentos de hadas, lectura de los mejores libros y la Misa de siempre. Todo un programa. Tal vez lo de la TV se puede moderar un poco, pero poco. Sin cable quizás, solo para que los adultos veamos Downton Abbey y los niños Crónicas de Narnia, ambas en DVD o BR. Gracias Padre por esta nota, que no tiene desperdicios…

    • el mayo 12, 2015 a las 4:41 pm
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      Fernando esta frase: «Católico tradicionalista sin puritanismo» es muy importante… parecería… que el tradicionalismo cae.. nosé si por su discurso o su mala prensa en el puritanismo. Lo importante es sin Cable, Pantallas hay..

  • el mayo 13, 2015 a las 3:10 am
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    Exacto, estimado Jorge. Tradicionalismo sin puritanismo, sin mojigaterias, sin integrismo, sin agere contra desordenado, sin conspiracionismo amarillista, sin voluntarismo. Con el romance de la ortodoxia, que decía Chesterton…Recomiendo un libro que, si bien merece algunos reparos, es una excelente critica a la vez del progresismo y del integrismo: «La descomposición del catolicismo» de Louis Bouyer. Hay una buena recensión critica en una Gladius de los años 90, hecha por Patricio Randle. Recomiendo el libro y la recensión, siempre y cuando uno tenga una buena base de formación católica tradicional…

    • el mayo 13, 2015 a las 8:06 pm
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      Gracias estimado Fernando por tu recomendación. Ahi pude bajar el libro de Bouyer. (Lo voy leer )
      Volviendo al artículo me pasa que a veces llego cansado y la dejo sola a mi esposa con el tema de los cuentos a los pequeños… somos hijos de esta cultura, al menos yo me descubro muchas veces asi… Es importante «despertar», «darse cuenta» que el cambio de la sociedad no viene por las estructuras sino por lo que propone este artículo que es la educación que solo puede dar la Familia. Y tanto de Familia se habla y de pastoral Familiar y lo que aquí se propone es finalizar la jornada cantando en torno a la meza o leyendo un cuenta, algo tan simple y sencillo… Como cuesta!!!

  • el febrero 3, 2018 a las 1:58 pm
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    Gracias por las aclaraciones.

Comentarios cerrados.

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