LAS PALABRAS EN LA ARGENTINA

       Vamos a ver qué pasa con las palabras en la Argentina: ciertas cosas que se llamaban de una manera, hace tiempo algunos han comenzado a llamarla de otra.

*       Desde hace tiempo, dejar en libertad a ladrones y asesinos es considerado por ciertos abogados un acto de respeto por las garantías judiciales.

*       La comisión de un delito con perjuicio de cientos de miles de personas, es designada por algunos periodistas en sus noticieros como una manifestación social.

          En el primer caso, el delincuente termina siendo, en tanto delincuente, objeto de respeto. En el segundo caso, el delito, en tanto delito, acaba siendo considerado una manifestación. Abatir a un malviviente, en cambio, nos parece de movida algo chocante: algunos periodistas –antes de averiguar si la Policía cometió exceso o no– llamarán a este abatimiento un caso de gatillo fácil. A priori, los delincuentes son “inocentes” y las fuerzas de seguridad son “represoras”. En esa atmósfera vivimos y respiramos.

Un alumno –quizá nuestro sobrino, un conocido, el que sea– se lleva una materia o reprueba un examen. ¿Y qué piensa espontáneamente mucha gente? Sin conocer nada del caso, piensan: el profesor abusó de su poder. Sólo después de varios filtros, a alguno se le ocurre que, quizás, Pedrito no estudió lo suficiente. Pero, ¿cuál es la primera reacción? Para muchos, considerar al docente una suerte de represor. He aquí la palabra mágica. Nos decimos a nosotros mismos esa etiqueta y ya está: serruchamos una infinidad de posibilidades bajo la tiranía de un único caso.

En la Argentina de hoy y desde hace un par de años, todo lo que signifique un límite o tan siquiera una demora del asesinato de un niño en el vientre de su madre, es astutamente denominado por los grupos feministas como violencia de género. Salvar una vida en estado prenatal se convierte en algo injustificable: vivimos en una época en que salvar la vida de un bebé es señalado por algunos como“violencia contra una mujer”.

Y la cosa sigue. Fijémonos:

*       Si amo a mis hijos y por eso los corrijo cuando se equivocan… soy autoritario.

*       Si admito el consumo de marihuana y, por supuesto, todas sus consecuencias sobre la conducta… soy abierto.

*       Si acepto que drogarse es un derecho… soy un tipo de mente amplia.

*       Si no quiero que se promocione la homosexualidad a mis hijos… soy intolerante.

*       Si creo íntimamente que la sexualidad no es una construcción social… soy homofóbico.

Muchas de las cosas que nos pasan tienen lugar porque estamos fuera de la realidad. Y estamos fuera de la realidad porque pronunciamos palabras tramposas. Se trata de una cárcel pero no una cárcel física sino mental.

Nadie quiere respirar el aire carcelario ni ser un presidiario. Pero para poder respirar otro aire, no queda otro camino que decir las cosas como son. La pregunta es: ¿qué queremos? ¿Queremos ser libres? ¿O queremos seguir hablando mal y ser colonizados mentalmente? He aquí una decisión cuya responsabilidad no podemos eludir.

Juan Carlos Monedero (h)

3 comentarios sobre “LAS PALABRAS EN LA ARGENTINA

  • el junio 27, 2015 a las 1:52 am
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    Felicitaciones 😉

  • el junio 27, 2015 a las 6:25 pm
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    Vivimos bajo la tiranía de los eufemismos. No hay ciegos, hay no videntes. No hay leprosos, hay enfermos del mal de Hansen. No hay herejes ni cismáticos (aunque nieguen dogmas y desconozcan abiertamente la autoridad del Romano Pontífice), hay «hermanos separados». No hay niños pobres que tienen hambre, hay chicos carenciados con escasez de nutrientes. No hay indigentes, hay personas en situación de calle ( esto último término lo vi en un cartel dentro de una conocida institución católica y la verdad sentí indignación porque hay que llamar a las cosas por su nombre). Próximamente no habrá Diablo, sino «hermano ángel separado». La lista sigue hasta el infinito pero lo grave es cuando esa enfermedad llamada corrección político-religiosa se infiltra en nuestros ambientes. Ya lo dijo Pablo VI con otras palabras.

  • el junio 27, 2016 a las 4:57 pm
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    A mí no me la van a contar. Por María Fernanda Viola
    Respuesta a las organizaciones y políticos que se oponen al monumento de la reconciliación, propuesto por el Concejal de Tucumán Ricardo Bussi.
    Corría el domingo 1 de diciembre de 1974, mi familia y yo (que por entonces tenía 5 años) salíamos de casa rumbo a lo de mis abuelos paternos, para almorzar juntos. Al llegar a destino, terroristas del ERP nos estaban esperando en tres vehículos de apoyo y abrieron fuego salvajemente. Mi padre, el Capitán Humberto Viola murió a los pocos segundos. Mi hermanita María cristina, de 3 años, fue bestialmente fue asesinada. Yo con heridas de bala, caí empapada en sangre. Sólo salió ilesa íntegramente mi madre, Maby Picón, la cual además estaba embarazada de cinco meses.
    Cuando nos llevan al hospital de niños mi madre le mueve el pelo a mi hermana y le habían sacado la mitad de la cara. Yo estuve en coma 4 durante un mes: una bala del ERP me pegó en la cabeza del lado derecho. Me dejó con una discapacidad visual del 80%, las esquirlas dieron en el nervio óptico, tengo nueve operaciones hechas en la cabeza: me faltan dos huesos (el occipital y el parietal).
    A pesar del drama que he transitado, ni yo ni lo que quedó de mi familia sentimos odio.
    Somos conscientes de que la revancha permanente y una memoria sesgada o vengativa no nos conduce a ningún lado. Jamás vino el Estado para auxiliarme. Nunca los que agitan la bandera de los DDHH se me acercaron para ver si necesitaba algo. Yo como tantas víctimas del terrorismo subversivo hemos sido desaparecidos de la historia.
    Pero ahora que tras tantos años de abandono aparece una iniciativa que pretende buscar la reconciliación entre los muertos y familiares de todos los sectores sociales e ideológicos que padecimos aquella guerra fraticida, me encuentro con políticos oportunistas oponiéndose a una reconciliación con la que yo sí estoy de acuerdo. Dicen que “La sociedad no necesita ‘reconciliación’”, como si no supiera que en la Argentina todos los medios de comunicación y analistas políticos de todos los signos ideológicos hablan de la enorme “grieta” enquistada y heredada en este país por el gobierno anterior, y yo que como víctima sí estoy de acuerdo con la reconciliación me pregunto: ¿qué autoridad moral tienen para oponerse a que los argentinos nos demos un abrazo?.
    Y respecto a las organizaciones que dicen defender los DDHH y que jamás me vinieron a buscar ni a mí ni a ninguna víctima del terrorismo subversivo les pregunto: ¿acaso ustedes se arrogan tener el monopolio del dolor o la victimización?. Yo también fui víctima de aquellos violentos años, sufrí de un modo inenarrable y jamás lucré con ello ni levanté nunca la bandera del rencor.
    El dolor no tiene ideologías.
    Lo ocurrido en el pasado ha sido bastardeado para explotar las más bajas pasiones del ser humano. Se lucró con el dolor, se promovió el revanchismo y fue caldo de cultivo de políticos demagogos que sólo se ajustaron a un relato parcializado y que encima se niegan a buscar la concordia entre argentinos.
    A mí no me la van a contar.
    Yo sí sé lo que significa que te violen los derechos humanos. Yo sí sé lo que significa el dolor moral, físico y espiritual. Yo sí sé lo que significa además haber sido ignorada. Yo sí sé lo que implica ver que a los asesinos de tu familia los elogian e indemnizan como héroes pero además, yo sí sé lo que es buscar la superación y la reconciliación de lo sucedido. Soy consciente de que gente perteneciente a otros sectores también han padecido muertos o desaparecidos y les tiendo la mano para que construyamos un país juntos.
    Es por ello, que apuesto a esta iniciativa de un monumento de reconciliación que nos incluya a todos y podamos de una vez por todas superar los enconos de un triste pasado que una minoría interesada se resiste en conservar.

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