Nueva sección: artículos del Dr. Octavio A. Sequeiros. Maestro y agudo polemista católico

A nueve años de su muerte, luego de un arduo trabajo de recopilación y con la alegría que su solo nombre nos evoca, comenzamos a publicar aquí una serie de trabajos del Dr. Octavio Agustín Sequeiros.

Para quienes no lo conozcan, Sequeiros fue un abogado y humanista argentino, eruditísimo conocedor de los clásicos y gran polemista católico que poseía aquella ironía que Rivarol definía como la «aristocracia del espíritu».

Mi relación con él fue la de un verdadero discípulo con su maestro, a raíz de un hermoso y largo noviazgo con su única hija, pude aprovecharlo durante casi seis años hasta el momento en que Dios intervino y nos llamó a ambos a quemar las naves ingresando en el seminario y la vida consagrada.

Apenas teníamos veinte años cuando, todos los fines de semanas nos juntábamos a leer a Aristóteles, estudiar lenguas clásicas, o discutir temas históricos y políticos. No eran «clases» (odiaba ese término), sino reuniones amicales donde se mezclaban desde latines y griegos hasta bromas y discusiones acaloradas.

Nos inculcaba el odio a los estereotipos y a las blasfemias de las academias, como las llamara Darío, recordando quizás aquello del Padre Castellani cuando decía: “En este país, para ser personaje, no basta con ser imbécil, además, hay que ser solemne”.

Sabía «corrernos por donde corríamos» y, al descubrir los talentos del prójimo, siempre alentaba, promovía e insistía con toda benevolencia.

El «Pato» Sequeiros, podía relacionarse tanto con el vendedor de la feria como con el obispo más encumbrado; todos salían edificados por su caridad y, sobre todo, por el don de la conversación que poseía.

Se nos fue temprano; mejor dicho, demasiado temprano para nuestro gusto. Pero nos dejó las bases y nos enseñó a escribir y un consejo: «en las polémicas, atacar y fulminar los hechos o ideas, pero nunca atacar a las personas».

Y, sobre todo, nos transmitió el castigat mores ridendo («castiga las costumbres riendo») que usaban los romanos y que más de una vez me valieran algunos retos de algunos cofrades eclesiásticos.

Pues bien; iremos presentando algunos de sus textos. Por ahora, vaya nomás un «in memoriam» que escribió pocos días después de su muerte, la Sra. María Lilia Genta, a quienes los lectores de este sitio ya conocen.

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi


In memoriam

Octavio A. Sequeiros (Pato)

 

El 27 de abril murió, en La Plata, nuestro amigo Octavio A. Sequeiros, el querido “Pato” como le dijimos siempre sin acordarnos, casi, de su nombre oficial. Este intelectual, de los más relevantes de nuestra generación, no se afilió nunca al “partido intelectual”.No necesitaba la “pose”. Su sabiduría y su erudición fluían naturalmente, en cualquier lugar y en cualquier momento.

Era por completo desacartonado. Por regla general, andaba vestido por el enemigo (no creo que jamás ocupara su tiempo en fijarse si el saco combinaba con el pantalón). Se lo solía encontrar, sentado entre los últimos, escuchando a un conferenciante la más de las veces menor que él en cuanto a sabiduría y ciencia. Sin conocerlo previamente era difícil adivinar en su pequeña figura al formidable helenista, al latinista eximio, al filósofo eminente, al fiscal corajudo (bien lo saben los de “Quebracho”). Fue un intelectual profunda y apasionadamente católico, sin la menor cara de devoto porque tampoco, al decir Péguy, perteneció al “partido devoto”. Fue también un intelectual comprometido con el acontecer diario de su Patria a la que amó y sirvió sin concesiones. En su memoria vale recordar, aunque muchos lo conozcan, aquello de “Amar la Patria es el amor primero/ y es el postrer amor después de Dios/ y si es crucificado y verdadero/ ya son uno los dos, ya no son dos”.

Chispeante y mordaz, lo mismo hablando que escribiendo, era dueño de un sentido del humor que ayudaba a levantar nuestros ánimos alicaídos por los avatares de la Iglesia y de la Patria. En la generación de nuestros mayores, dentro del nacionalismo católico, no era extraño hallar maestros dotados del sentido del humor. Después de todo, aquella generación estuvo “marcada” por Chesterton. Pero en la nuestra el humor no abunda y el Pato era de los muy pocos capaces de romper la densidad de las tragedias. No las negaba, las mostraba de una manera tan singular que aliviaba el alma.

Fue un verdadero maestro. Hace poco leía una página escrita por uno de los tantos jóvenes formados por él; no resultaba difícil advertir en ella -lejos de cualquier imitación servil- la chispa y la pasión que el maestro supo encender en el alma del discípulo.

Supo, también, elegir mujer capaz de compartir la Fe, el mundo de las ideas y el amor de las cosas esenciales. Supo entregar hijos a la Iglesia.

Lamento que el vivir en ciudades distintas me haya impedido tratarlo con más frecuencia. Pero eso ya no tiene relevancia alguna. Ahora, junto al Padre, en oración chispeante y jocosa, intercede por nosotros.

 

María Lilia Genta

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