¿Dios quiso muchas religiones?¿hay que respetarlas? Reseña del libro de Brian Harrison

Hace poco hemos sentido cierto revuelo ante diversas declaraciones vaticanas donde se planteaba que la diversidad de religiones era algo querido por Dios y hasta expresión de su sabia voluntad divina; tanto que, en una audiencia papal Francisco debió salir a clarificar algunas expresiones que podían entenderse erróneamente.

Estos planteos nos hicieron recordar la presente recensión aparecida hace casi dos décadas (puede verse en la Revista Gladius 62 [2004], pp. 207-211).

A fin de clarificar un poco el tema y como un anexo, la publicamos aquí casi sin cambios para,

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi, SE


Brian W. Harrison, Le développement de la doctrine catholique sur la liberté Religieuse : un précédent pour un changement vis-à-vis de la contraception?, Soc. St. Thomas d’Aquin, Dominique Martin Morin, Francia, 1988, 205 págs.

El Padre Brian Harrison, O.S., es una rara avis.

Nacido en Australia y convertido al catolicismo romano, ha venido publicando desde el año 1987, diversos trabajos acerca de la infalibilidad del Magisterio, la Tradición y las SS.EE., con una claridad pocas veces vista. Se trata de uno de los tantos sacerdotes que, gracias a Dios, no han claudicado en esa divertida tarea de pensar.

 Entre los trabajos publicados, se pueden citar los siguientes: “Pius IX, Vatican II and Religious Liberty”, “The Pontifical Academy of the Immaculata”, “Humanae Vitae and Infallibility”.

Es como si necesitásemos que, cada tanto, saliese algún converso a dar la cara por la Iglesia.

Harrison, al igual que Newman o San Pablo, escribe con total claridad y franqueza, sin pelos en la lengua; coherente con su deber de estado, razona al estilo tomista. Se plantea los “sed contra” y los resuelve para defender la barca del Pescador, que en tantas oportunidades como ahora, se ha visto abordada por piratas, tanto internos como externos.

Con gran osadía, se ha metido en una de las cuestiones más espinosas del magisterio conciliar: la Libertad Religiosa, expuesta desde 1965 en el documento Dignitatis Humanae, que, hasta la fecha, ha hecho derramar ríos de tinta para –generalmente–hacerle decir lo que a cada uno le conviene en cada caso merced a su letra por demás ambigua.

Pero el australiano no se ha quedado en el discurso de barricada o panfletario; al contrario, ha tenido el atrevimiento de publicar sus estudios a modo de tesis doctoral ni más ni menos en el mismísimo Angelicum, Universidad Pontificia Sto. Tomás de Aquino de Roma, donde antaño se estudiaba a Santo Tomás.

El título de la tesis es de por sí atrayente, es decir marketinero: “Libertad religiosa y anticoncepción” dice el original inglés. Y uno se preguntará: ¿qué tendrán que ver?[1] Mucho, mucho… Es que, en sana lógica, Harrison se pregunta lo siguiente: si la Iglesia cambió su doctrina respecto al resto de las religiones, ¿no podría cambiarla también respecto de la píldora, el preservativo, etc.?

El milagro político

Si las encíclicas o documentos pontificios fueran susceptibles de canonización, sin duda habría que iniciar la causa de la Dignitatis Humanae pues, sin saberlo, cumplió con uno de los requisitos decisivos para llegar a los altares: hizo un milagro pues ha sido de los pocos documentos que logró poner de acuerdo a tradicionalistas y progresistas por igual.

Sucede que teólogos de avanzada como el P. Charles Curran, han dicho que “la historia revela que la Iglesia Católica ha cambiado su parecer respecto de la libertad religiosa”, por lo que, por ende, podría perfectamente modificar su doctrina sobre la anticoncepción, el celibato sacerdotal, el 6º y 9º mandamiento y hasta el aborto. Quizás en esta parte sur de América no se conozca demasiado al P. Curran, pero es un especie de Leonardo Boff, evidentemente evolucionado y de sangre imperial, a quien muchos siguen todavía en Europa y USA.

Los “ultra” (término ambiguo en el cual entra desde el Führer hasta el Che Guevara), aprovechan para decir que, habiendo cambiado la doctrina, la Iglesia se ha venido abajo y por lo tanto, durante el Concilio la Esposa de Cristo sufrió un cambio sustancial que la hizo ser otra cosa.

Y así, como en el mundo del derecho, existe una biblioteca que apoya al fiscal y otra a la defensa, sin querer reducir el problema moral de fondo a cuestiones metafísicas, Harrison trata de aplicar todos los recursos posibles para aunar la postura tradicional con esta nueva forma de “expresión conciliar”. Lo cierto es que este pequeño decreto ha traído un gran dolor de cabeza a gran parte de los teólogos católicos. Tanto que, en su momento, Juan Pablo II debió publicar una encíclica (Redemptoris missio) para explicar que las misiones católicas no estaban abolidas por el Concilio.

Es que desde los primeros días del posconcilio se discutía el alcance de la Dignitatis Humanae y hasta era tema de debate en los colegios (tanto que nuestra propia madre nos comentó más de una vez, por entonces, en un colegio de monjas, las hermanitas no sabían cómo explicarles a las alumnas esto de que “todas las religiones son iguales” y todas son queridas por Dios…

En nuestro país, la Argentina, el mismísimo Padre Meinvielle debió tocar el tema haciendo malabarismos –es verdad– en una separata de su libro De Lammenais a Maritain” que Harrison utiliza, por cierto.

Los principios sentados

El lenguaje de Harrison, manifiesta su sólida formación aristotélico-tomista, que, sumado a sus conocimientos históricos, permiten razonar en concreto, con ojos mejores para ver la Iglesia.

El autor trata de hacer al principio de su obra una pequeña catequesis de lo que significa la política variable de la Iglesia, es decir, los medios que el Papa debe utilizar para responder a un problema concreto. Con toda honestidad intelectual y desde el primer capítulo, se propone demostrar que la doctrina de la Dignitatis Humanae no ha cambiado la postura “tradicional”; hubo en cambio “una nueva forma de expresarse”.

Y uno podrá estar de acuerdo con esta postura, pero es lo que él intenta hacer.

Harrison resume así la postura tradicional de la Iglesia acerca de la libertad religiosa:

1) La sociedad civil tiene el deber de honrar a Dios y reconocer a la Iglesia Católica como la depositaria de las verdades de Cristo.

2) La sociedad civil tiene, además, el deber de proteger tanto a la verdadera religión como a la Iglesia Católica en cuanto institución, restringiendo, en la medida en que el bien común lo demande, la libre propagación del error cuando lo requiera.

3) Nadie tiene un derecho objetivo a creer o a propagar aquello que es falso o a hacer aquello que es malo.

4) Nadie puede ser obligado a abrazar la fe católica ya que el acto de fe es un acto libre.

El Concilio, por su parte, afirma que:

1) La doctrina católica de siempre, concerniente al deber moral de los hombres y de las sociedades frente a la verdadera y única Iglesia de Cristo, permanece intacta.

2) La persona humana, en virtud de su dignidad, tiene derecho a no ser molestada en materia religiosa, ya sea individualmente o colectivamente, en público o en privado, salvo que se propase en los justos límites, de suerte que no puede ser forzada a obrar contra su conciencia.

3) Los justos límites mencionados anteriormente deben responder al orden moral objetivo

Hasta aquí el resumen.

Para comprender mejor el terreno en el que se movían los padres conciliares, Harrison intenta recrear el difícil contexto político del Concilio Vaticano II: en primer lugar, nos dice, la Iglesia creía haber perdido la guerra (esta era opinión generalizada entre los vencedores) por lo que se temía hablar con la claridad de siempre, máxime cuando todo parecía encaminarse hacia el “paraíso comunista”. Había que decir la verdad, pero a cuentagotas…; darle al mundo un remedio en dosis homeopáticas –como decía Meinvielle. En síntesis: había que aggiornarse.

Fue justamente a Juan Pablo II a quien, siendo aún un joven cardenal, le debemos la enérgica intervención contra el Cardenal De Smedt pidiendo inscribir las palabras “orden moral objetivo” en la Dignitatis Humanae.

La lingüística

En el Concilio, según Harrison (y en esto opina lo mismo Romano Amerio), hubo una “nueva forma de expresar las verdades” que, con el tiempo, serían interpretadas a gusto del consumidor. Claro que se decía que la doctrina anterior quedaba a salvo pero… El tema de la tolerancia del error, por ejemplo, ya había sido tratada muchas veces por la Iglesia; el mismo León XIII había dicho en la encíclica “Libertas” que “se pueden tolerar las enseñanzas del mal, siempre y cuando así lo indique la prudencia política”.

Los redactores de la nueva “libertad religiosa”, al decir del autor (al menos los más honestos), pensaban que si se condenaba la libertad de culto y se reafirmaba la doctrina tradicional expresada por Pío IX, probablemente los vencedores de la guerra no sólo harían caso omiso a unos cuantos consejos “pastorales”, sino que ampliarían aún más los gulags para la reeducación “espiritual”. Se debía usar la sugestión o, como decía Amerio el “circiterismo”, la aproximación al significado pero de modo ambiguo.

Las consecuencias de hoy en día son patentes. Si la sal pierde su sabor, ya no sirve sino para ser pisoteada por los hombres, aunque la Iglesia de la Publicidad (como la llamaba Meinvielle) se encargue de enseñar lo contrario.

¿Perseguir o no perseguir?

Según la enseñanza de la Iglesia sólo hay una religión verdadera y el resto son falsas religiones; sin embargo, claramente siempre ha existido la tolerancia ante la práctica de esas falsas religiones, siempre y cuando no se viole el bien común, ni se se vaya contra los principios del orden moral. Harrison aprovecha para agregar que “en el dominio de la política, es decir en el juicio práctico sobre los medios necesarios para mantener el bien común, la Iglesia ha juzgado tradicionalmente que, al menos en una sociedad ya católica, la difusión de las ideas y prácticas opuestas al catolicismo, es ipso facto una amenaza contra el bien común, las cuales deberían ser reprimidas.

Es decir, todo un troglodita para los nuestros oídos modernos…

Esta proposición no significa que toda no católica deba ser reprimida, sino sólo aquella que fuese en desmedro de las “buenas costumbres”, entendiéndose por estos términos, aquello que dictamina la sana conciencia y en definitiva los mandamientos (que no son otra cosa que su explicitación para los corazones endurecidos).

Pero el autor también sabe hacer malabares por momentos, como por ejemplo, cuando trae a colación un breve artículo del Prof. Bernardino Montejano, argentino y contemporáneo, quien, utilizando la misma letra del Concilio, dice algo así: dado que por la Dignitatis Humanae la actividad religiosa puede ser limitada ante la necesidad de proteger los derechos de todos los ciudadanos, un Estado católico podría en justicia reivindicar para sus ciudadanos un derecho de preservar su unidad religiosa y de proteger a los pobres fieles contra un proselitismo socialmente disolvente de las falsas religiones. Lo que traducido significa que, en cualquier país nominalmente católico, se podría restringir la actividad religiosa de otras confesiones alegando un cierto sentir nacional.

Acá Harrison intenta refutar estos escasos tres renglones con más de seis páginas de su libro, para terminar diciendo que, esta proposición no convendría por la sencilla razón de que, con ese mismo criterio, se podría reprimir a los católicos en los países no católicos. Además, alega, dicha postura, si bien no contradiría la “letra” del Concilio, sí lo haría respecto del “espíritu” (con minúscula, por las dudas…).

Tolerancia vs. derecho

Harrison distingue bien la “tolerancia” del “derecho”, es decir, la tolerancia de las falsas religiones del derecho a creer lo que a uno se le antoje. La primera es bien conocida para todos (todos deben tolerar los impuestos, al jefe, a la suegra…) mientras que la segunda resulta hoy una entelequia pues, en el mundo post-kelseniano, ya nadie sabe qué diablos es un derecho.

Al toparse con este intríngulis Harrison trata de explicar que los no cristianos tienen un “derecho natural a ser tolerados”, y no un derecho per se a ejercer las falsas religiones, el satanismo, el islamismo o la religión de Harry Potter. Si bien no parece haber sido éste el “espíritu” de los redactores de la Dignitatis humanae, el autor sale del paso con un salto de canguro. Quizás le hubiera faltado a Harrison un análisis o como se dice hoy en día, un juicio histórico acerca de la conveniencia o no de haber apelado a este tema en esos tiempos, como sí lo hizo Juan Pablo I quien, según dicen, intentó un mea culpa, al decir que “durante varios años hemos enseñado que el error no tiene ningún derecho. He estudiado a fondo el problema y, al final, me he convencido de que nos hemos equivocado”[2].

Sumando y restando: es un libro que merece leerse y traducirse a la lengua de Cervantes.

 

Seminarista Javier P. Olivera R.

(2003)


[1] Para comprender mejor el tema puede uno entrar en el sitio donde se encuentran sus trabajos: www.rtforum.org.

[2] Esta afirmación fue publicada en una breve biografía, la misma tarde de su elección, por la Sala de Prensa Vaticana y reproducida, a su vez, por el diario francés Le Monde, 28 de Agosto de 1978 (cfr. http://crc-resurrection.org/toute-notre-doctrine/contre-reforme-catholique/la-vie-de-jean-paul-ier/).


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12 comentarios sobre “¿Dios quiso muchas religiones?¿hay que respetarlas? Reseña del libro de Brian Harrison

  • el junio 11, 2019 a las 8:20 pm
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    Al final no me queda en claro si Harrison aclaro u oscureció más aún el tema.

  • el junio 11, 2019 a las 8:34 pm
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    Estaba buscando material sobre esto, como se enseñaba al respecto antes del CV II y después, pero este post, en particular, no me deja en claro, sobretodo por la frase que se le atribuye a Juan Pablo I, “al final me he convencido de que nos hemos equivocado.” ¿Entonces?

    • el junio 11, 2019 a las 8:42 pm
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      Pues no entiendo qué es lo que no entiende: Juan Pablo I reconoció, antes de ser Papa, que había sido un error el plantear y publicar el documento «Dignitatis humanae» porque, al final de cuentas, todo el mundo comenzó a pensar que cada uno se salva donde quiere y en cualquier religión.

  • el junio 11, 2019 a las 11:01 pm
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    Impecable, muchas gracias.

  • el junio 12, 2019 a las 1:56 am
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    Pues dice, «…nos hemos equivocado.» pero no explicita sobre qué «nos hemos equivocado», disculpe, padre, para ud. quizás resulte obvio que se refiere a «que había sido un error el plantear y publicar el documento «Dignitatis humanae»», pero no me quedaba claro al leerlo yo. Desde ya gracias por la aclaración. Seguiré profundizando, buscaré los textos de harrison.

  • el junio 12, 2019 a las 3:57 am
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    Apreciado padre:
    Creo que Ud. ya conoce el libro «From John Courtney Murray, Time/Life, and The American Proposition» del yanki David Weimhoff, publicado en South Bend, Illinois hace un par de años. En realidad es un librazo al menos por su tamaño, casi 1000 páginas, donde se narra con lujo de detalles documentados como los servicios secretos norteamericanos comenzaron a fines de los años ’40 una «guerra psicológica» destinada a introducir los conceptos modernistas -americanistas- sobre libertad religiosa en los ambientes católicos, contando para esta tarea con la aguda perspicacia del jesuita John Courtney Murray y los casi infinitos medios periodísticos y económicos de Henry Luce, dueño de Time/Life. Desde luego, en esta operación estuvo seriamente involucrada la CIA y, desde luego, el gobierno de USA, que la financió, apoyó y distribuyó entre sus agentes y embajadores.
    Esta penetración, inspirada primero pero no pienso que últimamente, en cuestiones económicas -propagar por todo el mundo el «american way of life» a fin de generar sociedaes consumistas- se hizo fuerte en el Concilio Vaticano II a través de obispos modernistas -los alemanes, los holandeses…- secretamente inspirados o presionados por los vencedores de 1945 y con la clara complicidad de los obispos norteamericanos, salvo Fulton Sheen. La lectura de la obra de Weimhoff hizo exclamar a un conocido escritor y publicista local que, «entonces, fue el Potomac el que desembocó en el Tiber», en alusión al título del conocidísimo libro del P. Ralph Wiltgen «El Rhin desembocó en el Tíber».
    El libro cuenta la lucha despareja liderada por los teólogos norteamericanos PP. Fenton y Connell contra los errores americanistas, aunque no siempre estuvieran a la altura de la misión asumida, pero sí advirtieron repetidamente a Roma que debía condenar las tesis del P. Murray. Se llegó al extremo de acusar a los católicos de ser malos patriotas porque, de seguirse las doctrinas de León XIII y Pío IX, en caso de hacerse con el poder político en Norteamérica, se verían obligados a abrogar la libertad religiosa garantizada por la Constitución, pieza legal considerada superior y más sensata que la doctrina católica y que garantizaba el, para ellos, excelso modo de vida yanki. Desde luego, de allí al indiferentismo religioso había un paso que, en efecto, lo dió CVII.
    El libro no está traducido; hay que leerlo en su idioma original que, de paso le comento, no es mi preferido. Por más que hoy en día hay la acechanza de la cultura anglosajona -judeoprotestante en su raiz- sobre la mediterránea, cuyas cartas de presentación e introducción, no hay por qué negarlo, son buenas o pasables. A mi juicio, que no vale casi nada, prescindibles. Pero cada uno verá.
    Mis cordiales saludos por esta entrada tan interesante.

    • el junio 12, 2019 a las 9:37 am
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      Muchas gracias Luis. No conocía ese libro. Interesantísimo el planteo del autor. Gracias por compartirlo. PJOR

    • el junio 14, 2019 a las 12:00 am
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      Excelente el artículo, gracias por la traducción.

  • el julio 4, 2019 a las 3:17 am
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    Padre, usted escribe:

    «Pero el autor también sabe hacer malabares por momentos, como por ejemplo, cuando trae a colación un breve artículo del Prof. Bernardino Montejano, argentino y contemporáneo, quien, utilizando la misma letra del Concilio, dice algo así: dado que por la Dignitatis Humanae la actividad religiosa puede ser limitada ante la necesidad de proteger los derechos de todos los ciudadanos, un Estado católico podría en justicia reivindicar para sus ciudadanos un derecho de preservar su unidad religiosa y de proteger a los pobres fieles contra un proselitismo socialmente disolvente de las falsas religiones.»

    Estimado Padre, ¿podría decirme el título de ese artículo de Bernardino Montejano? Quisiera buscarlo para leerlo.

    Muchas gracias de antemano.

    • el julio 4, 2019 a las 12:36 pm
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      Estimado: el artículo estaá citado en el libro de Harrison. Lamentablemente no logro encontrar el ejemplar original que leí (la reseña que publiqué es el año 2003). Si llega a aparecer, trataré de darle la cita. Sepa disculpar. Dios lo guarde. PJOR

      • el julio 4, 2019 a las 9:34 pm
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        Gracias Padre.

        Dios le bendiga.

Comentarios cerrados.

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