LOS MISTERIOS DE LA BIBLIA Y LOS “ENIGMAS” DE ÁLVAREZ VALDÉS JUAN DANIEL PETRINO[1] Revista Gladius 52 (2001), 47-78.

Post post: nos indica un lector que Álvarez Valdés solicitó en 2019 el pedido de «reducción al estado laical» y el mismo le fue concedido por ala Iglesia en Marzo de 2020.

LOS MISTERIOS DE LA BIBLIA Y LOS “ENIGMAS” DE ÁLVAREZ VALDÉS

JUAN DANIEL PETRINO[1]

Revista Gladius 52 (2001), 47-78.

 

El porqué de estas líneas

El motivo de este artículo es el escrito de Ariel Álvarez Valdés que apareció en AICA nº 2328, pp. 198-199. Allí se trata de “ignorante” y “fundamentalista” al Pbro. Triviño por atender el sentido literal y sostener la historicidad de los relatos del Evangelio de la Infancia de Lucas y Mateo (ver Revista Gladius 50, pp.87-94). Mi sorpresa fue doble: primeramente, que no se respete la trayectoria y la edad de un sacerdote como el P. Triviño, que ciertamente merece más consideración.

En segundo lugar, que se englobe tan ligeramente bajo la categoría de fundamentalistas y de ignorantes a todos los que todavía creemos en ciertos relatos bíblicos que otros prefieren triturar y disolver con un criticismo que no es ni moderno ni científico.

En pedagogía se suele notar que cuando uno comienza la docencia enseña más de lo que sabe. Más adelante, con el acopio de conocimientos, el profesor da todo lo que sabe. Finalmente la experiencia académica hace que el docente ofrezca a sus estudiantes simplemente lo mejor para ellos. Y en la investigación sucede algo semejante: después de muchos años, el estudioso elige únicamente las mejores fuentes y los trabajos más reconocidos en todos los ámbitos. Esto es, consciente de que el tiempo es escaso, privilegia y prefiere los análisis más valiosos. Los trabajos de divulgación que repiten cuestiones antiguas y superadas, son dejados de lado. Personalmente pienso que no vale la pena leer los escritos de Álvarez Valdés. Si nos ocupamos aquí puntualmente de ellos es porque tienen entrada en muchos ambientes y los laicos preguntan y muchas veces quedan perplejos frente a los “enigmas” que allí se presentan. No vamos a extendernos en sus errores ni pretendemos polemizar con el autor; sería interminable. Sí queremos explicar, aunque más no sea brevemente, los principios católicos científicos de la interpretación de la Biblia, de modo que quede claro qué significa ser fundamentalista y cuál es la lectura auténtica de la Sagrada Escritura.

El “misterio” de la Biblia y su interpretación

La Biblia es en sí mismo un libro misterioso. La Sagrada Escritura es un misterio no sólo en lo que se refiere a la historia y a las verdades sobrenaturales que contiene sino también en cuanto “escritura”. Nos referimos a la inspiración bíblica y al carácter sagrado que se desprenden de la causalidad divina. Al fin de cuentas, es la Palabra de Dios.

La Biblia tiene dos aspectos, uno humano y otro divino. No sin razón se compara al Verbo Encarnado, misterio divino humano por excelencia.

Así el Papa Juan Pablo II, en su alocución a los peritos de la Pontificia Comisión Bíblica, afirmaba: “La estrecha relación que une los textos bíblicos inspirados con el misterio de la Encarnación ha sido expresado por la encíclica Divino Afflante Spiritu en los siguientes términos: «Así como la Palabra substancial de Dios se hizo semejante a los hombres en todo menos en el pecado, del mismo modo, las palabras de Dios, expresadas en lenguas humanas, se hicieron semejante al lenguaje humano en todo menos en el error»” (E.B. n. 559). Retomada casi literalmente por la Constitución conciliar Dei Verbum (nº 13), esta afirmación pone de manifiesto un paralelismo rico de significado (Alocución de Su Santidad Juan Pablo II sobre la interpretación de la Biblia en la Iglesia, Ciudad del Vaticano, 23 de abril de 1993, II.6).

La Sagrada Escritura comprende prácticamente todos los géneros literarios, pero no se reduce a una obra de literatura. Los escritos bíblicos abarcan siglos de cultura y de historia, sin embargo, no constituyen un monumento más de la antigüedad. Los Libros Sagrados, quizás los más estudiados por todas las ciencias, han recibido las interpretaciones más diversas, y a pesar de ello su riqueza pareciera inagotable. Detrás de los hagiógrafos estaba Dios inspirando sus dichos; el Señor permanecía oculto en las vicisitudes históricas de estos escritos. En realidad, ni siquiera se trata de un libro religioso privilegiado, sino más aún, de la Palabra de Dios. Es un Misterio de Fe aceptado y percibido sólo por aquellos que saben ver más allá de las apariencias, la presencia del Eterno: “La Sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo” (Catecismo de la Iglesia Católica.  CIC nº 81). “En la composición de los libros sagrados, Dios se valió de hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos; de este modo, obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería” (CIC nº 106).

Lo primero a tener en cuenta para estudiar los textos bíblicos es que la Biblia no es un libro cualquiera. Es nada menos que la Palabra de Dios que no sólo trasciende nuestra inteligencia sino también la historia personal de cada uno. “La Iglesia ha venerado siempre las divinas Escrituras como venera también el Cuerpo del Señor” (CIC nº 103). Esta verdad de catecismo, tan obvia y conocida, viene sistemáticamente dejada de lado por los “enigmáticos” de moda. Se trata a la Biblia como un libro meramente humano, más aún se piensa que para ser científicos es necesario realizar un análisis literario “laicista”, al margen de la fe. La norma de trabajo sería la siguiente: “el exégeta, si quiere dedicarse útilmente a los estudios bíblicos, debe apartar, ante todo, cualquiera preconcebida opinión sobre el origen sobrenatural de las Escrituras Sagradas e interpretarlas no de otro modo que los demás documentos meramente profanos”. Consigna que no es nueva sino del 1900, y que no es católica, tal cual fue condenada por San Pío X, Papa, en su Decreto Lamentabili (E.B. 214).

Aquellos que reducen la ciencia bíblica al estudio histórico-crítico de la Biblia y al análisis literario de los textos argumentan que dado que “Dios habla a los hombres a la manera humana”, para entender los relatos bíblicos es necesario determinar lo que el hagiógrafo quiso decir a través del género literario que utilizó, descubriendo adecuadamente su intención, los contextos así como todo lo conducente a precisar el sentido literal histórico. Y de este modo, piensan, se interpreta la Palabra de Dios. Y esto es correcto. Pero es parte de la verdad y sólo un elemento de la vasta y rica metodología bíblica. El estudio de la parte humana y de la causalidad de los autores inspirados es necesario e imprescindible, pero no es lo único y tampoco se puede hacer de cualquier modo. Crítica literaria no significa ciencia ficción. Asimismo, si bien Dios nos habla a través del lenguaje humano, a la manera de los hombres, esto no convierte a la palabra bíblica en palabra meramente humana; sigue siendo la Palabra de Dios. Palabra accesible y concretada en forma humana, expresión de la condescendencia divina, pero Palabra divina al fin. Es Dios quien valiéndose de los autores inspirados nos trasmite su Palabra.

La analogía con el Verbo Encarnado es muy acertada: el Señor Jesús se hizo semejante a nosotros en todo menos en el pecado, Él es todo hombre y perfectamente humano pero al mismo tiempo el Hijo de Dios. Su condición humana como Redentor, su cansancio y sus sufrimientos no menoscaban su dignidad divina. El Jesús que llora y ríe es el mismo Hijo de Dios omnipotente. Trascendente e inmanente, Él entra en el tiempo sin dejar de ser Eterno y con su anonadamiento nos enaltece con la vida divina. Una realidad no nos puede llevar a negar la otra. De manera semejante respecto a la Sagrada Escritura, la limitación de los hagiógrafos, la imperfección de sus géneros literarios y las vicisitudes de sus historias no nos tienen que hacer olvidar que tales textos no son una obra más de literatura sino que se trata siempre de la Palabra de Dios. No es palabra humana con mensaje divino. Es la Palabra de Dios que llega a nosotros a nuestra medida sin perder su trascendencia. La ciencia bíblica que tiene por objeto estudiar la Biblia no puede desconocer la esencia misma de su objeto de investigación.

No puede ignorar la esencia misma de la Biblia si quiere ser “científica” y “bíblica”.

Citemos a un pionero de la ciencia exegética moderna, Ignace de la Potterie, catedrático e investigador durante muchos años del Pontificio Instituto Bíblico de Roma. “Desde el siglo pasado se ha difundido la convicción de que el solo método moderno verdaderamente científico en exégesis es el método histórico-crítico: la exégesis de un libro de la Biblia debería ser únicamente el estudio de sus fuentes, del ambiente histórico de su autor y el estudio del aspecto filológico y literario de los textos. Ella no debe aventurarse absolutamente sobre el terreno de la teología. Pero en esto está precisamente todo el problema. Algunos llegan incluso a afirmar que es necesario distinguir atentamente la exégesis (científica) y la interpretación (teológica). Esta última no sería más rigurosamente científica. Se llega así a la desconcertante paradoja de que la finalidad de la exégesis, contrariamente a cuanto ha hecho toda la tradición antigua, no sería más el interpretar la Escritura, o sea buscar su sentido, sino solamente la de reconstruir su génesis histórica y después explicar los textos desde el punto de vista cultural, filológico y literario” (p.130). “Dios sería reducido a no ser sino el garante de aquello que dice el hombre. En este caso la Palabra de Dios es limitada y encerrada en el estrecho horizonte de una palabra humana, y esto es por lo menos paradójico. Sería entonces suficiente analizar con precisión el texto del autor humano para conocer toda la intención de Dios […] Se ha perdido el sentido del misterio de la Palabra de Dios, el sentido de su unidad y de su trascendencia; y si algunas veces se repite, para seguir la costumbre, la teoría del hagiógrafo-instrumento, se piensa sobre todo en el hecho que él sea instrumento de la cultura de su tiempo, y expresión histórica de su ambiente; él no es más el instrumento de la Revelación. De hecho, la doctrina de la inspiración es eliminada” (pp. 138-139; “L’esegesi biblica, scienza della fede”, en AA.VV., L’esegesi cristiana oggi, Casale Monferrato 1991, pp.127-165).

No se rechaza la aplicación del método crítico-literario para entender la Biblia. Ya desde san Agustín se tiene que “todo el saber humano sirve y concurre a la inteligencia de las Escrituras” (De Doctrina Christiana, II, 18, 27). Lo que no se puede hacer es monopolizar y absorber la exégesis bíblica en un sólo método o reducir el estudio de la Biblia a una única metodología. El último documento de la Pontificia Comisión Bíblica (PCB) afirma: “La exégesis católica no busca distinguirse por un método científico particular. Ella reconoce que uno de los aspectos de los textos bíblicos es la de ser obra de autores humanos, que se han servido de sus propias capacidades de expresión y de los medios que sus épocas y ambientes ponían a su disposición. En consecuencia, ella utiliza sin prejuicios todos los métodos y aportes científicos que permiten comprender mejor el sentido de los textos en sus contextos lingüístico, literario, sociocultural, religioso e histórico, aclarándolos también a través del estudio de sus fuentes y teniendo en cuenta la personalidad de cada autor (cf. Divino Afflante Spiritu, EB 557). Ella contribuye activamente al desarrollo de los métodos y al progreso de la investigación” (PCB-15/4/1993,“La interpretación de la Biblia en la Iglesia”, III.).

Y más adelante concluye: “El método histórico-crítico no puede pretender el monopolio. Él debe tomar conciencia de sus límites así como de los peligros que le acosan […] Por fidelidad a la gran Tradición, de la cual la misma Biblia es un testimonio, la exégesis católica debe evitar lo más posible este género de deformación profesional y mantener su identidad de disciplina teológica, cuyo principal cometido es la profundización de la fe […] Cada sector de la investigación (crítica textual, estudios lingüísticos, análisis literarios, etc.) tiene sus reglas propias, que es necesario seguir en toda su autonomía. Pero ninguna de estas especialidades constituye un fin en sí mismo” (ibid., PCB, Conclusión).

El Catecismo de la Iglesia católica, con admirable síntesis, expresa tanto la realidad humana literaria e histórica de la Sagrada Escritura como su realidad divina señalando consecuentemente la necesidad de atender a ambos aspectos para realizar un estudio adecuado de los textos sagrados.

“En la Sagrada Escritura, Dios habla al hombre a la manera de los hombres. Por tanto, para interpretar bien la Escritura, es preciso estar atento a lo que los autores humanos quisieron verdaderamente afirmar y a lo que Dios quiso manifestarnos mediante sus palabras […] Pero, dado que la Sagrada Escritura es inspirada, hay otro principio de la recta interpretación, no menos importante que el precedente, y sin la cual la Escritura sería letra muerta: «La Escritura se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue escrita»” (CIC nºs. 109/ 111).

La interpretación católica El mismo documento de la Pontificia Comisión Bíblica, La interpretación de la Biblia en la Iglesia (15/04/1993), en su capítulo III describe las “dimensiones características de la interpretación católica” señalando que la exégesis de los textos se ha de realizar en la tradición bíblica, en la tradición de la Iglesia y en íntima relación con la teología (cf. III, puntos A. “La interpretación en la Tradición bíblica”; B. “La interpretación en la Tradición de la Iglesia”; C. “La misión del exégeta”; D. “Las relaciones con las otras disciplinas teológicas”). El Catecismo de la Iglesia explica puntualmente estas notas características de la lectura católica de la Sagrada Escritura.

“El Concilio Vaticano II señala tres criterios para una interpretación de la Escritura conforme al Espíritu que la inspiró: 1) Prestar una gran atención al contenido y a la unidad de toda la Escritura. En efecto, por muy diferentes que sean los libros que la componen, la Escritura es una en razón de la unidad del designio de Dios, del que Cristo Jesús es el centro y el corazón, abierto desde su Pascua. El corazón de Cristo designa la Sagrada Escritura que hace conocer el corazón de Cristo […]; 2) Leer la Escritura en la Tradición viva de toda la Iglesia. Según un adagio de los Padres: La Sagrada Escritura está más en el corazón de la Iglesia que en la materialidad de los libros escritos. En efecto, la Iglesia encierra en su Tradición la memoria viva de la Palabra de Dios, y el Espíritu Santo le da la interpretación espiritual de la Escritura; 3) Estar atento a la analogía de la fe. Por analogía de la fe entendemos la cohesión de las verdades de la fe entre sí y en el proyecto total de la Revelación” (CIC nºs. 111/12/13/14).

El fundamentalismo bíblico

“Fundamentalismo” es sinónimo de fanatismo, arbitrariedad y violencia.

El fundamentalismo bíblico es la lectura e interpretación sectaria de la Palabra de Dios. Se dice fundamentalista pues se trata de fundamentar y defender las propias doctrinas a cualquier precio. Es fanático ya que está al servicio incondicional y compulsivo de alguna ideología o de los intereses de alguna agrupación; es arbitrario puesto que no sigue los cánones científicos hermenéuticos sino que expresa los caprichos y arbitrios subjetivos del líder o exégeta. Y por otra parte, este modo de leer la Biblia violenta los textos sagrados desencarnándolos de su realidad propia: literaria, histórica y teológica. La interpretación fundamentalista es literalista. Toma la letra, fuera de todo contexto, y la priva de su sentido original y auténtico. En esta maniobra se ignoran la intención del autor inspirado, la teología y los contextos histórico, literario, filológico y bíblico.

El abanico de los distintos “estilos” fundamentalistas de leer la Sagrada Escritura es muy amplio y comprende las formas más diversas del individualismo religioso. Desde los exégetas que se dicen científicos y que parecieran encarnar en sí mismos la clave mágica para entender los textos sagrados hasta los líderes de las sectas que se sienten iluminados, no ya por la novedad de turno, sino por la luz de lo alto.

Unos buscan el éxito académico, otros la propagación de sus religiones.

Unos pretenden representar los adelantos bíblicos del momento, los otros se arrogan la última revelación divina. Aquéllos nos invitan a asentir a sus hipótesis, éstos nos quieren llevar a sus cultos. Ambos con la Biblia en la mano, con autoridad apodíctica y dogmática, discriminan a todos aquellos que no les siguen o que disienten con sus afirmaciones.

Para unos, los disidentes son ignorantes y oscurantistas; para los otros, mundanos y condenados. Con razón se ha dicho que la Biblia es la obra más bella capaz de hacernos oír la armonía más precio de Dios y a la vez un libro que bajo la manipulación fundamentalista se vuelve como un violín viejo, capaz de sonar cualquier desarmonía y cualquier viento ruidoso. Y es que la Palabra viva de Dios en manos del fundamentalismo se transforma en letra muerta.

“En fin, de acuerdo con el principio de la sola Scriptura, el fundamentalismo separa la interpretación de la Biblia de la Tradición guiada por el Espíritu, que se desarrolla auténticamente en unión con la Escritura en el seno de la comunidad de fe. Le falta tomar cuenta que el Nuevo Testamento ha tomado forma en el interior de la Iglesia cristiana y que es Escritura Santa de esta Iglesia, cuya existencia le ha precedido en la composición de sus textos. El fundamentalismo, de este modo, es a menudo anti-eclesial; no considera los credos, los dogmas y las prácticas litúrgicas que son parte de la tradición eclesiástica así como la función de enseñar de la misma Iglesia. Él se presenta como una forma de interpretación privada, que no reconoce que la Iglesia está fundada sobre la Biblia y toma su vida y su inspiración de las Escrituras”(PCB, 15/4/1993 – I, F).

La crítica histórico-literaria y el criticismo

La crítica literaria es un instrumento muy valioso para interpretar la Sagrada Escritura pero no se puede realizar de cualquier modo. El método histórico-crítico y el análisis literario exige para su validez seriedad científica y pericia. Esto es, por un lado supone una metodología objetiva que sostenga las conclusiones y a la vez de parte del exégeta requiere que sea perito en la materia. Con razón se la ha llamado el “arte” de la crítica. Precisamente el descrédito en el que ha caído este método de investigación está en su manejo indebido. La crítica se convierte en criticismo cuando no se respetan los parámetros científicos y su aplicación se hace de modo arbitrario. En nombre de la crítica literaria se confeccionan teorías muy originales que frecuentemente no tienen otro fundamento que la frondosa imaginación del exégeta. Las ficciones literarias más sofisticadas e ingeniosas se ponen como “intención del autor inspirado” cuando en realidad no son otra cosa que una fabricación novelesca del biblista. ¡Cuántos géneros literarios existen solamente en la mente de ciertos exégetas ricos en fantasía y pobres en objetividad! La crítica se ha convertido para algunos en la varita mágica para decir cualquier disparate en nombre de la modernidad y de los adelantos bíblicos. Esto no solo empaña la grandeza de la Sagrada Escritura sino que también desprestigia la entidad de la ciencia bíblica.

El estudio de los géneros literarios de la Sagrada Escritura exige remontarse a aquellos tiempos para precisar los distintos modos de expresión que se utilizaban. No podemos, sin más, atribuir al hagiógrafo nuestros “a-prioris”, de cualquier tipo que sean. Por otra parte, la intención del autor humano inspirado aparece por el estudio del texto mismo, por sus contextos así como a través del estilo del que se vale y de sus declaraciones explícitas. La más antigua tradición y sus primeros testigos, que son los destinatarios directos del relato bíblico y protagonistas de su “Sitz im Leben”, también constituye un criterio muy importante de discernimiento histórico-literario. No es científico demoler todos estos datos en nombre de una presupuesta “intención” del hagiógrafo que en definitiva no es más que la intención del biblista subjetivamente establecida. Téngase en cuenta que es primeramente el lenguaje aquello que dice relación al pensamiento del escritor y no a la inversa. Como nota acertadamente el profesor Murillo, “no es la intención el signo del lenguaje, sino el lenguaje lo es de la intención” (Crítica y Exégesis, Madrid, 1905, pág. 40).

Es frecuente en la cultura bíblica, sumamente tradicional, oral y rítmica en la expresión, el uso de esquemas clisé o unidades literarias comunes para relatar distintos hechos. Así por ejemplo tenemos “tipos” que a modo de moldes se utilizan para contar los anuncios del cielo o teofanías, los milagros, y los relatos de conversión, entre otros. Este modo de relatar no va en desmedro de su realidad histórica. Porque los hechos se cuenten de modo semejante, no quiere decir que no hayan sucedido. El esquema literario nada tiene que ver con el contenido.

Sería arbitrario concluir que no hubo apariciones, ni manifestaciones divinas, ni milagros porque todos ellos tienen paralelos parecidos con otros textos bíblicos. Semejanza literaria, incluso con textos profanos, significa comunión con la cultura de su tiempo y no dependencia de contenido. La repetición de estos géneros literarios se explica por el mismo fondo oral que antecedió a los relatos escritos así como por el hecho de que los hagiógrafos dependieron unos de otros imitándose muchas veces sus estilos y recurriendo a formas literarias ya comunes y estereotipadas. Así como los diferentes tipos de música tiene su estilo propio (réquiem, Te Deum, etc.), igualmente en la literatura, sobre todo bíblica, tenemos por ejemplo los cánticos de alabanza y victoria, las lamentaciones, etc., cada uno con sus peculiaridades. Si el Magnificat de María se asemeja al cántico triunfal de Ana, es debido a la cultura religiosa de la Virgen y a su afinidad con los textos sagrados (que rezaba y escuchaba periódicamente). De ahí decir que fue una copia inventada por Lucas y puesta en boca de María es un absurdo total. Lo mismo dígase de la anunciación. Los hechos siguen su propia lógica y son relatados por el evangelista siguiendo el esquema normal literario que ya existía en otros textos veterotestamentarios. En palabras de un gran especialista en el tema: “Ahora se conoce que la forma externa de una unidad literaria ordinariamente se adopta por el material que hace de tema. Esto es particularmente cierto en el Oriente próximo donde el mismo material temático se llega a tratar ordinariamente en términos casi estereotipados. En consecuencia, semejanza en la presentación literaria no prueba en realidad dependencia o derivación ni arguye algo contra la fidelidad del relato, porque uno debe tener presente no sólo la forma sino al mismo tiempo el contenido” (BEA., A., “Historicidad de los Evangelios”, Revista Bíblica, Buenos Aires, Jul-Dic., 1963, p.164). En el mismo sentido el profesor del Instituto Bíblico de Jerusalén, Pierre Benoit, afirma con todo rigor: “Nada se parece tanto al relato de un milagro verdadero como el relato de un milagro falso. Por ello, no es la forma literaria lo que permite distinguir a uno de otro, sino el fondo, sus garantías externas, su verosimilitud interna” (Exégèse et Théologie, vol. I., Paris, 1961, pág. 49).

Los paralelismos, concordancias y armonía extraordinaria que existen entre los mismos relatos de la Biblia nos muestran por otra parte la unidad admirable que brota de la causalidad divina: es Dios, el autor principal, que nos está hablando a través de los autores humanos inspirados.

Es curioso pero a los cultores del criticismo no le vienen bien las discordancias ni las coincidencias de los textos bíblicos. Les encanta encontrar y fabricar contradicciones y por otra parte tampoco les conforma demasiada exactitud entre los relatos. Nada está en su lugar, ni dice lo que dice. Sólo ellos, los críticos de moda, son capaces de mostrarnos cómo debería haberse escrito tal o cual libro, en qué orden y por qué. Asimismo son ellos, iluminados de la fantaciencia, los únicos en darse cuenta cuáles textos son históricos y cuáles ficción literaria.

Los hagiógrafos, en su historia bíblica, explícitamente nos dan a entender que quieren escribir historia (Lucas en su prólogo, por ejemplo), son testigos o se informan debidamente, la narración escrita es del tipo histórica, sus contemporáneos así lo entendieron y de allí toda la tradición, los doctores y santos lo estudiaron a fondo, la Iglesia lo enseñó… pero vienen ellos y descubren que nada era así…

“Lewis comenta con gracia que los exégetas tan críticos piden al lector que esté seguro y confiado en que ellos (los críticos) son capaces de leer entre las líneas del texto auténtico. Pero lo que es evidente es su total incapacidad de leer las líneas mismas. Dicen que pueden distinguir los granos del polen de un helecho, pero no consiguen ver un elefante a diez yardas de distancia en un día lleno de sol” (Giesler, M., “La teología y el Evangelio de Cristo según E.L. Mascall”, en Scripta Theologica 12, 1980, p.530).

Los autores inspirados del Nuevo Testamento hacen continua referencia a los textos del Antiguo Testamento cuyo cumplimiento atestiguan.

Las profecías se cumplieron en Jesucristo y la Buena Nueva del Evangelio no podía dejar de notar esto sobre todo para destinatarios que conocían y veneraban los Textos Sagrados. Jesús dijo a sus discípulos: “¡Dichosos, pues, vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Os digo de verdad que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís pero no lo oyeron” (Mt. 13, 17). Pues bien, el criticismo, toda vez que ve un relato con alguna profecía veterotestamentaria, “ve” en dicho relato una ficción literaria armada para ilustrar el mensaje mesiánico.

En vez de reconocer la historia profetizada y cumplida, supone que se trata de un relato artificial que hace las veces de cuadro para resaltar el anuncio profético y la consecuente enseñanza mesiánica. Esto no sólo carece de fundamento alguno sino que ignora el estilo midráshico de los hagiógrafos. El renombrado perito Diez Macho remarca: “El derash neotestamentario es derash d’accomplissement, de cumplimiento: por eso se utiliza tanto en las referencias de los cuatro Evangelios y Hechos al Viejo Testamento, el verbo pleroo. También es frecuente en el Nuevo Testamento el derash justificativo […] Los hechos y las doctrinas cristianas van por delante: se acude a las páginas veterotestamentarias para confirmarlos con los procedimientos derashicos” (La historicidad de los Evangelios de la Infancia. El entorno de Jesús, Madrid, 1977, pág. 17). Y en el mismo estudio cita a León Dufour quien observa: “Hay algo, sin embargo, que diferencia de forma radical su intento –la exégesis cristiana– de la exégesis judía. Lo principal para los cristianos no es el texto de la Escritura, sino el acaecimiento referido.

Si ellos recurren a la Escritura, no es para comentarla en función de su época; es para comprender mejor los acontecimientos vividos por ellos. La Escritura no es un fin sino un medio” (cit. en p.17).

Otro caballito de batalla del fundamentalismo crítico para vaciar de contenido histórico a los relatos bíblicos que le incomodan es el “significado religioso” y “la enseñanza teológica salutífera” de los textos sagrados. Allí donde ven un sentido religioso piensan que no hay historia sino un modo literario de inculcar alguna enseñanza doctrinal o pastoral. Se trataría de apariencia de historia carente de hechos reales.

Nos dicen que esto no implica engaño ni va contra la verdad bíblica, puesto que el hagiógrafo no quiso escribir historia sino solo convencer o convertir para la salvación. En el fondo de esta concepción está la teoría bultmaniana del mito y la desmitologización según la cual un evento tiene tanto menos realidad histórica cuanto más significado religioso. Y como precisa Jean Guiton con esto se vacía el Cristianismo que es el Verbo hecho Carne, “el máximo de historicidad con el máximo de significado” (“Il mito e il mistero”, en AA.VV., Il problema teologico oggi, Napoli-Roma, 1968, p.157). La lógica de este proceso subjetivista es el fideísmo agnóstico y la disolución de la Biblia en su esencia misma. ¿Qué tiene esto que ver con la crítica y exégesis bíblica? Absolutamente nada. Es pura ideología disfrazada.

“En realidad –añade Mascall– el problema es todavía más grave porque la crítica histórica del Nuevo Testamento ha desembocado en el escepticismo hacia cualquier tipo de historia, negando la posibilidad de pasar de los documentos a los hechos y de las interpretaciones a los acontecimientos. El escepticismo hacia la veracidad de los relatos evangélicos no es más que un caso concreto de la pérdida de la esperanza de conseguir la verdad” (Giesler, M., o.c., pp.528-529).

La crítica histórico-literaria, leíamos en los documentos del magisterio, tiene que reconocer sus propios límites. Y no sólo en relación a las otras ciencias auxiliares que sirven a la exégesis de los textos sagrados (cada una conoce una parte y se ocupa de un ámbito) sino también en su mismo campo de investigación (no puede saber todo). Es decir, la crítica debe reconocer una doble limitación: por un lado no me permite conocer totalmente la Biblia; no es suficiente. Y por otra parte, la crítica literaria en sí misma, como rama humana del saber, y en particular dada la complejidad de la Sagrada Escritura, encierra múltiples cuestiones que no se llegarán nunca a descubrir. Lo advertía claramente Pío XII, precisamente en su gran Encíclica en la que impulsa los estudios bíblicos modernos: “No es, pues, nada de admirar si de una u otra cuestión no se haya de tener jamás respuesta completamente satisfactoria, siendo así que a veces se trata de cosas obscuras y demasiado lejanamente remotas de nuestro tiempo y de nuestra experiencia, y pudiendo también la exégesis, como las demás disciplinas más graves, tener sus secretos, que, inaccesibles a nuestros entendimientos, no puedan descubrirse con ningún esfuerzo” (Enc. Divino Afflante Spiritu, E.B. nº 648).

Ante esta situación, es más serio y profesional decir “no se sabe”, “hasta aquí llego” y admitir el misterio, que decir cualquier disparate por más original que aparezca. Aquí se aplica el consejo de san Agustín: “vale más sentirse prisionero de signos desconocidos, pero útiles, que enredar la cerviz, al tratar de interpretarlos inútilmente, en las coyundas del error, cuando se creía haberla sacado del yugo de la servidumbre” (citado por León XIII en Enc. Providentissimus Deus, E.B. nº 127).

El fundamentalismo crítico de Ariel Álvarez Valdés

Ariel Álvarez Valdés es un caso típico de fundamentalismo y de criticismo bíblico. Más aún, hoy se ha constituido en un modelo de lo que se podría llamar el “vedetismo” bíblico. En efecto Alvarez Valdés es “el personaje de tapa”. Sus artículos son frecuentes en diferentes revistas de pastoral y teología de divulgación y sus obras aparecen vistosas en las vidrieras de las así llamadas librerías católicas. ¡Es “el biblista” del momento! Estamos seguros que pasará de moda y con el tiempo será tan utilizado como el televisor blanco y negro. Pero en el “mientras” perjudica a muchos porque se presenta como “católico” y como “el biblista científico” cuando en realidad no es ni una cosa ni la otra.

Los principales escritos de Álvarez Valdés son Enigmas de la Biblia (4 volúmenes), Ed. San Pablo, Buenos Aires, años 1999-2001; ¿Qué sabemos de la Biblia? Antiguo Testamento, Ed. San Pablo, Buenos Aires, 1999; ¿Qué sabemos de la Biblia? Nuevo Testamento, Ed. San Pablo, Buenos Aires, 2000. Seleccionamos por temas algunos textos para que nuestro lector pueda apreciar por sí mismo al autor.

Cómo se presenta Álvarez Valdés

Enigmas de la Biblia (4 volúmenes) Prólogo: – “Este libro procura ofrecer a los lectores en forma simple, sencilla y amena, los nuevos estudios católicos, a fin de que sirva de ayuda para la lectura del texto sagrado” (vol. I., pág. 6).

¿Qué sabemos de la Biblia? Antiguo Testamento

¿Qué sabemos de la Biblia? Nuevo Testamento

Prólogo (pp. 7-9): – “muchos católicos no saben todavía que hace más de cincuenta años el papa Pío XII en su encíclica Divino Afflante Spiritu ha reconocido que los primeros capítulos del Génesis no contienen historia, sino que son géneros literarios especiales. Ellos siguen creyendo en la existencia histórica de Adán y Eva, en la serpiente del Paraíso, y en la lista de castigos por haber comido una fruta” (p.8).

– “El presente libro no dice nada nuevo. Sólo pretende divulgar algunos temas de los modernos estudios bíblicos, a la vez que acercar a la gente los nuevos aportes de la actual exégesis católica…” (p.8).

La inerrancia o verdad bíblica y la irreverente ironía según Álvarez Valdés

¿Qué sabemos de la Biblia? Antiguo Testamento

“El mundo ¿fue creado dos veces?” (pp.23-30): – “Quien lee la Biblia sin estar prevenido, tropieza con un gran problema ya en la primera página: al comenzar el libro del Génesis no sólo halla dos veces la narración de la creación del mundo, sino que además la halla tan contradictoria, que no puede menos que quedar perplejo” (p.23).

– “Si hacemos una minuciosa comparación entre ambos capítulos encontramos una larga lista de contradicciones que dejan al lector pasmado” (p.24). “La Biblia incluye una doble y a la vez contradictoria descripción de la creación” (p.25).

Enigmas de la Biblia, vol. III: “¿Cómo fue la infancia de Jesús?” (pp.45-54):

– “¿Cómo se enteraron los evangelistas de la infancia de Jesús? […] ¿por qué los evangelistas escribieron cosas diferentes? Para solucionar este problema, algunos han supuesto que esto se debe a que san José suministró los datos de Mateo […] y que María aportó los datos de Lucas […] Pero a esta hipótesis se ha respondido, con cierto sentido del humor, que entonces, evidentemente, María y José no se hablarían nunca, porque conservaron unos recuerdos tan diferentes sobre su hijo, que si no fuera porque aparece allí el nombre de Jesús podríamos pensar que se trata de la infancia de dos niños distintos” (p.45).

Enigmas de la Biblia, vol. I: “¿Cómo fue la conversión de San Pablo?” (pp.87-96): – “resulta curioso que este relato tan detallado del libro de los Hechos no coincida con la versión que el propio Pablo da de sus cartas” (p.88).

Enigmas de la Biblia, vol. III: “¿Cómo fue la infancia de Jesús?” (pp. 45-54): – “José no pudo haber sido quien contó los relatos de Mateo, ya que murió muy pronto […] los relatos de Lucas contienen tantos errores históricos que difícilmente pudo haberlos contado un testigo presencial como María” (p.46).

Enigmas de la Biblia, vol. IV: “¿Fue Moisés salvado de las aguas?” (pp.25-33): – “Todas estas incoherencias nos muestran que, aun cuando Moisés fue un personaje real, la forma como está contado su nacimiento en el Éxodo es poco creíble. Por eso hoy los biblistas sostienen que este relato pertenece más bien al género de la leyenda” (p.28).

“¿Contiene la Biblia un libro erótico?”, Revista Criterio nº 2256 (pp.661-665, Buenos Aires, nov. 2000): – “En nuestros días los biblistas han redescubierto el sentido natural del libro y su correcta interpretación. La Biblia, pues, contiene realmente un libro erótico (de eros, amor). Es decir, un libro dedicado únicamente al tema del amor de la pareja, en el que pretende enseñar, frente a los amores descartables y pasajeros de aquel tiempo, frente a las relaciones promiscuas que presentaban los ricos y famosos del jet set, frente a los Salomones de la farándula que invitaban a la unión sin compromiso y a las parejas por conveniencias, qué quería Dios sobre el amor” (p.665).

Adán y Eva – Pecado Original – Génesis, según Álvarez Valdés Enigmas de la Biblia, vol. II: “¿Quién era la serpiente del paraíso?” (pp.7-16): – “Así estaban las cosas, cuando un escritor anónimo del siglo X decidió escribir un relato (nuestros actuales capítulos 2 y 3 del Génesis), para denunciar los peligros que estaba ocasionando la religión cananea entre sus hermanos israelitas. Según él, la sociedad toda (representada en Adán y Eva) debía estar viviendo en un Paraíso.

Y, sin embargo, vivía en medio de injusticias, hambre, dolores y muerte” (p.13).

– “El autor del Génesis quiso referirse a los males que en su sociedad estaba ocasionando la religión cananea. No habla de un hecho sucedido en los orígenes de la humanidad, ni pretendía culpar a una pareja determinada por los males que existían en el mundo. Si presenta este pecado como cometido en los orígenes, es para decirles a los lectores que ese pecado (el de seguir a la religión cananea) está en el origen, en la raíz, en la base de todos los otros males sociales.

Y les advierte sobre las posibilidades futuras (las de construir un Paraíso), que se están perdiendo por su mal proceder. Con el transcurso de los siglos desapareció la religión cananea, y entonces la serpiente perdió su primitivo sentido y pasó a ser para la mentalidad judía un símbolo del mal, del adversario divino, del pecado.

Cuando en el exilio de Babilonia, siglos más tarde, los israelitas conocieron la figura de Satanás o Diablo, lo identificaron con su antiguo símbolo del mal, la serpiente del Paraíso. Y por eso, novecientos años después del Génesis, el libro de la Sabiduría dice sin problemas: «Por envidia del Diablo entró la muerte en el mundo» (2, 24). Esta es la primera vez que la serpiente del Paraíso, que en el génesis representaba a la religión cananea, aparece identificada con el Diablo. Y desde entonces esta idea se popularizó entre nosotros. También el Apocalipsis, cuando habla del Dragón (o sea, el poder político enemigo de Dios), dice que es el Diablo y la Serpiente (12, 9; 20, 2). Todo enemigo de Dios será, desde ahora, el Diablo y la Serpiente” (pp.14-15).

¿Qué sabemos de la Biblia? Antiguo Testamento “¿Existieron realmente Adán y Eva?” (pp. 31-38): – “Hoy sabemos, pues, que el hombre no fue formado ni de barro ni de una costilla; que al principio no hubo una sola pareja sino varias; y que los primeros hombres eran primitivos, no dotados de sabiduría y perfección” (p.31).

– “¿Por qué, entonces, la Biblia relata así la creación del hombre y de la mujer? Sencillamente porque se trata de una parábola, un relato imaginario, que pretende dejar una enseñanza a la gente” (p.31).

– “La Biblia no enseña cómo fue el origen real del hombre y de la mujer. Porque el escritor sagrado no lo sabía” (p.37).

“¿Hubo al principio del mundo un paraíso terrenal?” (pp. 39-46): – “Hoy en día todos los estudiosos enseñan que la Biblia no pretende describir aquí sucesos reales, ni unos hechos históricos que ocurrieron al comienzo de la humanidad” (p.40).

– “En efecto, el paraíso del Génesis no es sino la descripción de un estado de vida exactamente opuesto a lo que el autor conocía y experimentaba todos los días en su vida” (p.43).

– “El paraíso terrenal de la Biblia no es, pues, más que una construcción imaginaria del autor sagrado que, inspirado por Dios, y con su lenguaje popular y campestre, pero de gran profundidad, ofreció a los hombres de su época, para decirles: es así como le gustaría a Dios que fuese el mundo. Él no quiere la dominación del marido.

No quiere los dolores de parto. No quiere la muerte, ni la sequía, ni el trabajo opresor que esclaviza, ni la amenaza de los animales, ni la religión del miedo. Él quiso el paraíso. Esto es lo que nos estamos perdiendo.

Pero Dios no cambió de idea, ni cambiará. Para el autor, el paraíso no es algo que pertenece al pasado, sino al futuro. No es una situación perdida que hay que recordar con nostalgia, sino un proyecto al que hay que mirar con esperanza. Es como el modelo terminado, la maqueta del mundo, que debe construir el hombre con su esfuerzo y su sacrificio. Está colocado precisamente al comienzo de la Biblia, no porque haya sucedido el principio, sino porque antes de proponer nada la Biblia, el hombre debe conocer hacia dónde se encamina” (p.45).

– “El paraíso es una profecía futura, pero proyectada al pasado. No es un cuento inocente, ni un hecho real que ya pasó, sino el genial recurso que encontró el escritor sagrado para sacudir la conciencia de sus contemporáneos. Y todavía hoy es un proyecto que se yergue, desafiante, a la fe y al coraje de los hombres, que deben concretarlo” (p.46).

“¿Con quién se casó Caín, el hijo de Adán y Eva?” (pp.47-54): – “Hoy los estudios bíblicos enseñan que la historia de Caín presenta tantas incoherencias, porque pasó por tres etapas sucesivas hasta terminar dónde hoy está en el Génesis” (p.49).

– “El segundo pecado original […] Es decir, (el relato de Caín y Abel) intenta proponer el mismo tema que el relato de Adán y Eva: el origen del mal. Pero ahora con una respuesta distinta […] el escritor sagrado explicaba que el mal en el mundo dependía de las relaciones del hombre con Dios. En ésta, en cambio, completa la información, y añade que el mal no nace únicamente por la ruptura del hombre con el Creador. Hay como un segundo pecado original: es el de la ruptura de relaciones con el hermano” (pp.52-53).

Moisés y la historia sagrada según Álvarez Valdés Enigmas de la Biblia, vol. IV: “¿Fue Moisés salvado de las aguas?” (pp.25-33): – “Todas estas incoherencias nos muestran que, aun cuando Moisés fue un personaje real, la forma como está contado su nacimiento en el Éxodo es poco creíble. Por eso hoy los biblistas sostienen que este relato pertenece más bien al género de la leyenda” (p.28).

– “¿Por qué la Biblia recurre a una leyenda para contar el nacimiento de la máxima figura nacional hebrea? Porque era común entre los pueblos antiguos adornar con detalles más o menos fabulosos el relato del nacimiento de sus héroes. En efecto, cuando algún personaje se volvía importante para un pueblo, siempre se contaba que en su nacimiento había sucedido algún hecho milagroso o fuera de lo común. Era una manera de decir que, ya desde niño, esta persona estaba destinada por la divinidad para cumplir una misión importante en su vida” (p.28).

– “Lo mismo se narra del héroe griego Perseo […] También los romanos contaban algo semejante de Rómulo y Remo” (p.29).

– “Del mismo modo, la Biblia relata el nacimiento milagroso de muchos personajes: Isaac (Gn 17, 15-17), Jacob (Gn. 25, 19-21), José (Gn. 30, 22), Sansón (Jc.3, 2-3), Samuel (1 Sam. 1). Con lo cual sólo pretende decir que son figuras especialmente elegidas por Dios para una misión importante en la historia de Israel” (p.29).

– “La Biblia no es un libro de historia, sino un libro con un mensaje de salvación. Y ese mensaje puede a veces llegarnos a través de leyendas, como la del nacimiento de Moisés. Otras veces nos llega mediante cuentos, o novelas, o relatos históricos. Y lo que importa, en todos estos casos, no es sostener la veracidad de cada detalle, sino descubrir cuál es el anuncio de salvación, la buena noticia que quiso hacernos el escritor sagrado a través del relato.

En el caso de la leyenda del nacimiento de Moisés, el autor bíblico no pretendió contarnos cómo sucedió ese episodio, ni qué circunstancias se dieron en aquel momento (hechos que, por otra parte, él ignoraba). Sólo quiso decirnos que la llegada de Moisés a la corte del faraón (como sea que hubiera ocurrido) no fue un suceso fortuito, sino que estaba previsto por Dios, para el bien del pueblo de Israel.

Porque ningún hecho que sucede en nuestra vida, cuando nos hace bien, es meramente casual. Siempre está la mano de Dios por detrás; él debió ordenar de algún modo las cosas para que así se dieran” (pp.31-32).

El libro del Cantar de los Cantares, según Álvarez Valdés • “¿Contiene la Biblia un libro erótico?”, Revista Criterio nº 2256 (pp.661-665, Buenos Aires, noviembre 2000): – “El Cantar de los Cantares es uno de los libros más extraños y desconcertantes de toda la Biblia. No trata sobre ningún tema religioso.

No habla de la salvación, ni de la fe, ni de Dios, ni de los mandamientos. Tampoco parece dejar ninguna enseñanza espiritual, ni moral. Es una colección de poemas de amor en donde una pareja va contando, con un lenguaje sensual y erótico, los sentimientos y gestos propios de los enamorados: la alegría del encuentro, los cuerpos, la vibración de la unión sexual, la tristeza de la separación, las ansias de volver a verse” (p.661).

– “El Cantar de los Cantares, como escrito del Antiguo Testamento, siempre gozó de enorme prestigio entre los judíos. Basta citar lo que decía Rabbí Auiba, un famoso rabino del siglo I: “Todos los libros son santos, pero El Cantar de los Cantares es el más santo de todos. El mundo entero no es digno del día en que este libro fue dado a Israel.” Pero debido al abuso que se hacía de él, y a lo provocativo de algunas imágenes, los rabinos comenzaron a interpretarlo en sentido simbólico. Así, el Amado pasó a ser Dios, y la Amada pasó a ser el pueblo de Israel, a quien Dios busca darle su amor.

De ese modo, el sentido natural que tenía El Cantar se fue eclipsando totalmente. Cuando el libro pasó a los primeros cristianos, éstos cambiaron el simbolismo e interpretaron que el Amado era ahora Cristo, y la Amada era la Iglesia a quien Cristo busca darle su amor.

Y ésta fue la forma en que siempre lo leyó la Iglesia, y en que lo interpretaron los Padres, los escritores espirituales y la liturgia misma” (p.664).

– “En nuestros días los biblistas han redescubierto el sentido natural del libro y su correcta interpretación. La Biblia, pues, contiene realmente un libro erótico (de eros, amor). Es decir, un libro dedicado únicamente al tema del amor de la pareja, en el que pretende enseñar, frente a los amores descartables y pasajeros de aquel tiempo, frente a las relaciones promiscuas que presentaban los ricos y famosos del jet set, frente a los Salomones de la farándula que invitaban a la unión sin compromiso y a las parejas por conveniencias, qué quería Dios sobre el amor” (p.665).

Los Evangelios de la Infancia de Jesús – La Ssma. Virgen María, según Alvarez Valdés Enigmas de la Biblia, vol. III: “¿Cómo fue la infancia de Jesús?” (pp. 45-54): – “¿Cómo se enteraron los evangelistas de la infancia de Jesús? […] ¿por qué los evangelistas escribieron cosas diferentes? Para solucionar este problema, algunos han supuesto que esto se debe a que san José suministró los datos de Mateo […] y que María aportó los datos de Lucas […] Pero a esta hipótesis se ha respondido, con cierto sentido del humor, que entonces, evidentemente, María y José no se hablarían nunca, porque conservaron unos recuerdos tan diferentes sobre su hijo, que si no fuera porque aparece allí el nombre de Jesús podríamos pensar que se trata de la infancia de dos niños distintos” (p.45).

– “José no pudo haber sido quien contó los relatos de Mateo, ya que murió muy pronto […] los relatos de Lucas contienen tantos errores históricos que difícilmente pudo haberlos contado un testigo presencial como María” (p.46).

– “Si los relatos de Mateo y de Lucas son contradictorios, no pueden los dos ser históricos: uno debe ser simbólico […] Hoy los modernos estudios bíblicos han encontrado serios problemas para aceptar la historicidad de ambos evangelistas […] Hoy sabemos que no existe ningún fenómeno astronómico capaz de reproducir lo que describe Mateo […] Otro incidente que describe Mateo es la terrible matanza de niños perpetrada por Herodes en Belén y sus alrededores.

Pero ningún escritor de aquel tiempo se enteró de semejante infanticidio […] La misma sensación tenemos si analizamos cuidadosamente los relatos de Lucas” (pp.49-50).

– “Vemos, pues, que los hechos narrados por Lucas distan bastante de ser históricos” (p.51).

– “Si los relatos de Mateo y de Lucas no pretenden contarnos hechos estrictamente históricos, ¿con qué fin fueron compuestos?” (p.52). “Está claro que mediante estos episodios Mateo quiere decir a sus lectores que se queden tranquilos, que pueden aceptar a Jesús como Salvador y Mesías” (pp.52-53). “Lucas quiso, pues, mostrar en su relato de la infancia, la superioridad de Jesús sobre Juan el Bautista” (p.53). “No pretenden transmitir hechos estrictamente reales, sino ofrecernos un mensaje de vida eterna, a saber: que Jesús es el Mesías esperado desde toda la eternidad por los hombres (Mateo), y que él es superior a cualquier otra persona que nosotros conozcamos, por grande que ella sea (Lucas)” (p.54).

¿Qué sabemos de la Biblia? Nuevo Testamento: “La estrella de Belén ¿era una estrella?” (pp.19-26): – “Si la estrella del relato no era un fenómeno celeste, entonces es un símbolo, y por lo tanto debe tener algún significado […] Hoy los biblistas sostienen que en realidad Mateo compuso este pasaje para exponer aquí la tesis de la universalidad de la salvación” (p.23).

– “Al narrar este episodio de la estrella, Mateo está contando algo que en realidad sucedió después de la resurrección de Cristo” (p. 24).

“¿El ángel del Señor le anunció a María?” (pp.27-35): – “¿Cómo hizo Lucas, el único evangelista que lo cuenta, para enterarse? […] No sólo esto resulta dudoso. Los elementos de la narración tampoco parecen ser demasiado históricos, sino más bien vagos e indefinidos […] que el ángel visitó a María el sexto mes […] es un complemento literario […] Por eso actualmente los biblistas sostienen que Lucas al narrar el hecho de la anunciación contó algo real, que en verdad había ocurrido, pero lo hizo con una escena creada por él” (p.28).

– “Que la narración es una construcción artificial se nota cuando constatamos que los elementos del diálogo entre Gabriel y María están copiados del Antiguo Testamento […] Lucas ha recopilado, así, frases importantes del Antiguo Testamento referidas todas a intervenciones de Dios en la historia, y con ellas ha tejido un relato sobre la más grande de las intervenciones divinas en la humanidad […] Pero los estudiosos, profundizando más todavía, descubrieron que todas las partes de esta narración responden a una forma literaria muy conocida en la literatura judía, llamada «relato de anunciación ». Se trata de un esquema fijo, estereotipado, artificial, que aparece varias veces en la Biblia” (p.29).

– “Así llegamos a una conclusión importante. En los relatos de anunciaciones se considera como histórico únicamente el mensaje central, el transfondo esencial. Pero los cinco elementos de su estructura no son ciertos, ni son históricos, sino que responden a un cliché artificial […] En el caso de María ¿qué es lo que se quiere afirmar? ¿Cuál es lo central y verdadero? Lo que se busca anunciar y aclarar es la personalidad de Jesús, su ser, su figura. Pretende decir que el niño concebido por María es el Hijo de Dios, es también el Mesías que Israel esperaba, y que en él se cumplen todas las expectativas del Antiguo Testamento. Ahora bien, qué sucedió realmente en el momento de su concepción, cómo se enteró María de su embarazo espiritual, cómo descubrió el misterio del Hijo de Dios en sus entrañas, y las (p.32) circunstancias que rodearon al hecho, no son cosas que Lucas intente contar. Y los detalles personales y psicológicos de María en su preñez quedarán sumidos en el misterio para siempre” (p.33).

– “Hoy sabemos que su turbación es sólo un detalle artificial que forma parte del esquema ficticio de la anunciación. Para Lucas, María tenía necesariamente que turbarse porque así lo exigía el segundo elemento del género literario. Esto indicaba que el enviado venía realmente de Dios, es decir, de una esfera trascendente […] Lo mismo debe decirse de la objeción. Si el diálogo entre Gabriel y María fuera real, el reparo que ella pone es incomprensible.

Estando casada, el mensaje de que va a tener un hijo es lógico. ¿Por qué objeta que ella no convive con ningún hombre? El ángel ya sabía que todavía no cohabitaba con José. Pero también sabía que más adelante sí lo haría (p.33) [cosa que en realidad jamás sucedió, según lo enseña la tradición]. ¿Por qué, pues, pone esa objeción? Como única salida, algunos suponen que ella había hecho en cierto momento de su vida un voto de virginidad perpetua y, en consecuencia, el embarazo estaba fuera de sus perspectivas. Así se ha interpretado durante siglos la pregunta sorprendida de María.

Pero esta hipótesis es completamente equivocada, y hace tiempo que la exégesis bíblica renunció a ella” (p.34).

– “Lucas no nos dejó los detalles de cómo se las arregló Dios para anunciarle a María el embarazo de Jesús, ni cómo lo tomó ella, ni qué reacciones produjo en la Virgen. Sin embargo, el anuncio de Dios a María es cierto. Y el sí de ella también lo es” (p.34).

 “¿Qué son los Evangelios apócrifos?” (pp.181-188): – “Así, la idea de que María había hecho votos de virginidad perpetua antes de casarse con José, es un invento de los libros apócrifos para explicar la frase de María: Cómo es posible, si yo no convivo con ningún hombre (Lc. 1, 34). Los Evangelios canónicos no mencionan ningún compromiso virginal de María al momento de su matrimonio” (p.187).

– “Inclusive la «virginidad de María durante el parto», jamás enseñada oficialmente por la Iglesia, está basada en los apócrifos” (p.188).

– “También la creencia de que María no tuvo dolores de parto, está sacada de los evangelios apócrifos, de la escena en que un ángel le advierte a María que le llegó la hora de dar a luz. Los evangelios canónicos, en cambio, no dicen nada al respecto, por lo que el parto de María debió de haber sido normal, como el de toda muchacha” (p.188).

El sacerdocio de Jesucristo según Álvarez Valdés Enigmas de la Biblia, vol I.: “Jesucristo ¿era sacerdote?” (pp.77-86): – “los Evangelios jamás dicen que Jesús era sacerdote” (p.77).

– “Por lo tanto, Jesucristo, si bien no fue sacerdote durante su vida terrena, después de resucitar se convirtió en sacerdote de un nuevo orden, un nuevo estilo, tal como lo había anunciado la profecía: Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec” (p.82).

– “Aunque no lo sepan, todos los cristianos por el hecho de ser bautizados son sacerdotes. Después, y para organizar mejor las tareas en la Iglesia, unos se harán ministros (los presbíteros) y otros trabajarán más directamente en el mundo (los laicos), pero todos son igualmente sacerdotes de Jesucristo, participan de su sacerdocio.

La misión de este nuevo sacerdocio ya no es encerrarse en ningún Templo, en determinados días, y practicar ciertos ritos, sino la de transformar la tierra, la sociedad, la historia de todos los días, con su alegría y sus dolores, su fiesta y sus tragedias, sus tareas y desvelos, y encaminarla según Dios. Inyectar en ella una nueva vida, hecha de fraternidad, de solidaridad, de amor. En una palabra: consagrarle toda la humanidad para Dios. Si todos los cristianos practicaran su sacerdocio, el que descubrió el autor de la Carta a los Hebreos, viviendo su vida con fe y ejerciéndola en el servicio a los demás, tal como practicó Jesús su sacerdocio, estarían practicando el único culto agradable a Dios, y capaz de construir un mundo mejor sobre la faz de la tierra” (pp.85-86).

Los milagros de Jesucristo, según Álvarez Valdés Enigmas de la Biblia, vol. II: “¿Cómo hacía Jesús sus milagros?” (pp.69-78): – “Que Jesús hacía milagros nadie lo duda. Incluso ellos ocupan un lugar importante a lo largo de su vida pública. El problema es: ¿en qué consistían los milagros de Jesús?” (p.69).

– “Así por ejemplo, mientras antiguamente se consideraba un “milagro” (es decir, una interrupción de las leyes naturales) al hecho de que ciertos santos se elevaran en el aire mientras celebraban la misa, tuvieran impresas las llagas de la pasión de Cristo, emitieran luz, o permanecieran incorruptos durante siglos después de muertos, hoy estos fenómenos pueden ser explicados por causas naturales gracias al avance de los conocimientos científicos” (p.71).

– “Si con el milagro se pudiera probar positivamente a Dios, entonces todo el mundo estaría obligado a creer en él […] la definición del milagro como “aquello que no tiene explicación por las leyes de la naturaleza” hoy resulta inadmisible” (p.72).

– “Por lo tanto, los evangelistas no se preguntaban nunca si lo que Jesús hacía era naturalmente posible o imposible. Les bastaba que fuera algo poco frecuente, y que con la fe creyeran que allí estaba actuando Dios, para que a eso lo llamaran «milagro»” (p.73).

– “Si nos ponemos ahora a analizar los milagros de Jesús llegamos a la misma conclusión. No hay duda de que realizaba hechos asombrosos, esperados sólo de alguien con esa extraordinaria irradiación personal. Pero de ahí pensar que tales hechos necesariamente suspendían las leyes de la naturaleza es ir más allá de las enseñanzas del Evangelio” (p.73).

– “Que, por ejemplo, Jesús tomara de la mano a la suegra de Pedro y la curara (Mc. 1, 30-31), era un verdadero «milagro» para los discípulos de Jesús, aun cuando hoy algún psiquiatra pueda explicar este prodigio por las leyes de la psicología” (p.73).

– “Lo mismo ocurre con el prodigio obrado en favor del centurión romano. Este va a buscar a Jesús para que cure a un servidor suyo paralítico. Jesús le dice que vuelva tranquilo, porque su servidor ya está mejor. Cuando el oficial regresa a su casa, encuentra al enfermo curado (Mt. 8, 5-13). ¿Acaso no ocurre esto todos los días? Un creyente va a pedirle a Jesús por una persona enferma. Quizás va a la iglesia, o a un templo, o una capilla. Luego regresa a su casa y descubre que esa persona está mejor. El problema es que casi nadie ve en estos casos un milagro, porque la curación generalmente tiene alguna explicación natural (la persona fue atendida por los médicos, le dieron remedios adecuados). En cambio, el que tiene fe, descubre allí el mismo tipo de milagro relatado por los evangelios” (pp.73-74).

– “ante la prédica de Jesús sobre el amor y el desprendimiento, alguien tomó sus panes y sus peces y ofreció compartirlos. Y al instante, siguiendo su ejemplo, los demás sacaron también lo que habían llevado, de manera tal, que todos pudieron comer, saciarse, y hasta sobró comida. Esto no es más que una hipótesis […] Pero si así hubiera sucedido, igualmente habría habido milagro. Porque hacer aparecer pan de la nada, o convertir a cinco mil personas egoístas y mezquinas en gente generosa y capaz de compartir lo suyo, es un hecho inusual, y los que tenían fe pudieron descubrir allí la mano de Dios actuando. Por lo tanto, se daban las dos características de todo milagro” (pp.74-75).

– “Podemos, pues, concluir en que los milagros que Jesús realizaba no debieron de ser tan espectaculares e impactantes, porque si no todo el mundo habría estado obligado a creer en él y a aceptarlo” (p.75).

– “Podríamos imaginar que los signos y prodigios que Jesús realizaba no debieron de ser muy diferentes de los que suceden hoy en algunas de nuestras comunidades, grupos o reuniones de oración.

De pronto, alguien con parálisis comienza a caminar, o a mover alguna parte de su cuerpo, o algún mudo se pone a hablar. Quienes tienen fe descubren allí un milagro. Y los que no, buscan explicarlo de otra manera” (p.76).

La Pasión de Jesucristo, según Alvarez Valdés Enigmas de la Biblia, vol. I: “¿Murió Jesucristo en la desesperación?” (pp.67-76): – “Los relatos de la pasión de Cristo no son narraciones biográficas, sino teológicas. Es decir, los evangelistas no quisieron ofrecer un relato históricamente exacto, ni detallar con precisión cómo sucedieron aquellos hechos, sino únicamente explicar cuál era el sentido de la muerte de Jesús. De ahí las grandes lagunas que existen en estas narraciones, y los desacuerdos entre los cuatro relatos” (pp.74-75).

La Ascensión de Jesucristo, según Alvarez Valdés Enigmas de la Biblia, vol. III: “¿Cuándo subió Jesucristo a los cielos?” (pp.87-96): – “En el Nuevo Testamento tenemos la respuesta: Jesucristo subió a los cielos el mismo día que resucitó, es decir, el domingo de Pascua.

Su salida de la tumba y su ascensión fueron un mismo hecho” (p.90).

– “Si, pues, los cuatro Evangelios (incluido Lucas), cuentan que la resurrección y la ascensión de Jesús tuvieron lugar el mismo día de Pascua, ¿por qué, entonces, los Hechos de los Apóstoles dicen que la ascensión fue a los 40 días de la resurrección? En realidad el 40 es un número simbólico, no real” (pp.91-92).

– “¿Y por qué san Lucas emplea este número simbólico en los Hechos? ¿Por qué, si en el Evangelio dijo que la ascensión había sido el mismo día de la resurrección, cambió de idea en su segundo libro y la describió como sucediendo 40 días después? Porque cuando escribió los Hechos, unos diez años después del Evangelio, se propuso resolver un grave problema que se había suscitado entre los primeros cristianos” (p.92).

– “Lucas comprendió lo peligroso que resultaba la idea de un Jesús apareciéndose por todas partes. Pero tampoco podía negarla. Simplemente había que ponerle fin. Y fue así, como iluminado por el Espíritu Santo, decidió contar que Jesús sí estuvo apareciéndose a los apóstoles durante un tiempo, pero que este tiempo se acabó.

Que ya no actúa más en este mundo, al menos directamente […] Para expresar más claramente su mensaje, empleó el número simbólico 40 […] Y para dar más realismo al relato, describió la ascensión como un hecho histórico, es decir: como si hubiera sucedido en un lugar preciso (el monte de los Olivos), de un modo determinado (subiendo en el aire, hasta que una nube lo cubrió), y hacia un destino específico (el cielo) […] Esta idea de mostrar a Jesús subiendo a los cielos fue tomada por Lucas de la tradición judía […] Por lo tanto, basándose en ellos, imaginó también a Jesús subiendo corporalmente a los cielos” (pp.93-94).

Las apariciones de la Ssma Virgen María, según Alvarez Valdés Enigmas de la Biblia, vol. II: “¿Puede aparecerse la Virgen María?” (pp.97-107): – “debemos hacer tres aclaraciones […] La primera, y siguiendo en esto a las Sagradas Escrituras, es que jamás la Virgen María se le apareció a nadie, ni podrá aparecérsele a ningún ser humano en este mundo. ¿Por qué no? Porque María ya ha muerto y resucitado.

Y según la Biblia los muertos no se aparecen nunca a nadie […] El mundo de los vivos y el de los muertos que resucitaron son de dos categorías distintas. Y mientras vivamos en la la Tierra jamás podremos ver, ni oír, ni palpar a éstos, pues no tienen ya un cuerpo físico como el nuestro” (p.99).

– “La única excepción fue la de Jesús resucitado que pudo aparecerse a sus apóstoles, porque aún no se había ido al más allá” (p.100).

– “Ahora bien, todos los fenómenos marianos que se han dado en la historia, han sido siempre «visiones», no «apariciones»” (p.100).

La conversión de San Pablo, según Alvarez Valdés Enigmas de la Biblia, vol. I: “¿Cómo fue la conversión de San Pablo?” (pp.87-96): – “resulta curioso que este relato tan detallado del libro de los Hechos no coincida con la versión que el propio Pablo da en sus cartas” (p.88).

– “Lucas, al momento de componer su libro, conocía una tradición que contaba que Pablo, camino a Damasco, había vivido cierta experiencia especial, y que un tal Ananías había desempeñado un papel importante en ella. Y con estos datos, ciertamente reales, compuso un relato siguiendo el esquema de las llamadas “leyendas de conversión” (p.90). ¿Qué eran las “leyendas de conversión”? Eran narraciones estereotipadas en las que se mostraba cómo a algún personaje, enemigo de Dios, se le manifestaba este con señales extraordinarias y terminaba convirtiéndolo (p.90). Existen muchas otras leyendas judías que cuentan de idéntico modo la conversión de algún personaje enemigo de Dios. Por lo tanto, no debemos tomar los detalles de la conversión de san Pablo como históricos, sino más bien como parte de un género literario convencional (p.91).

[…] el diálogo entre Pablo y Cristo en el momento de la aparición […] hoy los biblistas sostienen que se trata de un diálogo también artificial, muy común en el Antiguo Testamento, llamado «diálogo artificial». Los escritores sagrados lo emplean cada vez que quieren contar la aparición de Dios o de un ángel a alguna persona (p.94).

Fue una experiencia interior inefable, imposible de contar con palabras.

Pero el autor bíblico la describe adornada con voces divinas, luces celestiales, caídas estrepitosas, ceguera, para exponer de algún modo lo que nadie es capaz de comunicar. En realidad la experiencia paulina fue semejante a la de muchos de nosotros […] Por eso hace bien reconocer que tampoco Pablo vio nada de aquello.

Que no nos lleva ventaja alguna” (p.95).

El libro del Apocalipsis, según Álvarez Valdés Enigmas de la Biblia, vol. I: “¿Cuándo se cumplirán las profecías del Apocalipsis?” (pp.97-106): – “¿Podemos saber cuándo sucederán los anuncios del Apocalipsis? Parece que sí” (p.97).

– “el Juan del Apocalipsis no era ni uno de los Doce Apóstoles ni el autor del cuarto Evangelio, sino alguien de la iglesia primitiva que un día, inspirado por Dios compuso esta obra” (p.98).

– “Se ve pues, que lo que el libro profetizaba eran acontecimientos muy cercanos al tiempo del autor y al de los primeros lectores” (p.99).

– “Todas las profecías del Apocalipsis, pues, ya se han cumplido.

(Del mismo modo que ya se han cumplido las profecías de Isaías, de Jeremías, o de Jesús sobre la destrucción de Jerusalén)”(p.105).

Enigmas de la Biblia, vol. III: “¿Quién es la mujer vestida de sol del Apocalipsis?” (pp.97-106): – “quién otra puede ser sino la Virgen María […] Así razonaron durante siglos los intérpretes de la Biblia. Incluso los santos Padres al comentar este capítulo veían, en esa mujer, la figura escondida de María…Pero actualmente los biblistas ya no piensan así. Han encontrado algunas imprecisiones e incoherencias en esta opinión” (p.98).

– “El libro del Apocalipsis fue escrito en una época de mucho sufrimiento para la Iglesia cristiana […] Juan les responde con esta maravillosa visión del capítulo 12: la Mujer vestida de sol, de luna y estrellas (es decir el pueblo de Dios) ha dado a luz al Mesías y salvador (es decir, a Jesucristo). Un gran Dragón rojo (el mundo del mal) ha intentado devorarlo (matándolo), pero no ha podido porque Dios lo ha rescatado y llevado hasta él (resucitándolo) […] Pero con el paso de los siglos los cristianos, por su gran devoción a la Virgen, vieron en esta Mujer a María como una manera de homenajearla.

Con lo cual se ha empobrecido el mensaje que Juan quería transmitir” (p.105).

¿Qué sabemos de la Biblia? Nuevo Testamento: “¿Qué dice la Biblia del Anticristo?” (pp.241-246): – “La espera de un Anticristo tiene su origen en una leyenda judía” (p.242).

Conclusión: misterios y enigmas “Evita las palabrerías profanas, y también las objeciones de la falsa ciencia; algunos que la profesaban se han apartado de la fe”.

1 Tim. 6, 20-21 Los títulos de estas obras (Los Enigmas de la Biblia y ¿Qué sabemos de la Biblia?) no son del todo desacertados aunque habría que hacerles un pequeño retoque crítico literario. Sería más exacto si se llamasen “Los enigmas de Alvarez Valdés”, ya que contienen una colección de los enigmas, acertijos, adivinanzas y de las grandes dudas e interrogantes del Autor. Lo mismo valga para el libro ¿Qué sabemos de la Biblia?…, que bien podría titularse “Lo que Alvarez Valdés sabe de la Biblia” porque en realidad reúne en sí el pensamiento fundamentalista de un biblista más. Allá lejos quedó la ciencia bíblica y la Palabra de Dios.

Hemos leído todos los artículos y los libros de Álvarez Valdés y tenemos que reconocer que tiene un estilo literario muy bueno y una frondosa imaginación. Escribe bien y sería un excelente novelista. Más aún, si se dedicase a ello sería un prestigioso libretista de series televisivas.

Sus hipótesis y sus ficciones literarias hacen de él un cualificado representante de la fanta-ciencia. Obviamente esto nada tiene que ver con la teología, ni con la exégesis científica; tampoco con la expresión de la fe católica que recibimos de los Apóstoles.

El misterio divino es claro, luminoso y lleno de vida; acerca la inconmensurable realidad de Dios a nuestra frágil humanidad. No podemos encerrar la presencia divina en nuestros esquemas porque supera todo el universo. Pareciera que se nos escapa de toda evidencia y sin embargo es lo que da sentido a todo. El auténtico misterio de fe es bello, lógico y razonable. Las supersticiones y creencias meramente humanas son, sin embargo, lábiles como el viento, van y vienen, son insuficientes y contradictorias. Ante la grandeza de lo Incomprensible y ante la majestad de lo Supremo nuestra inteligencia se arrodilla asombrada.

Nada hay más inteligente que la fe. La Palabra de Dios no pasa.

Nuestros pensamientos conocen los altibajos de nuestra naturaleza mientras que la verdad divina es eterna y da razón del tiempo. La Sagrada Escritura es capaz de deslumbrar a sencillos y letrados y satisfacer los corazones más exigentes siempre que ingresemos en sus misterios con la actitud del discípulo. La Eterna novedad rivaliza con la soberbia de quienes siguen sus propias originalidades. Felizmente los enigmas y conjeturas corren y desaparecen con la velocidad de la imaginación y pasan de moda más rápido que sus inventores. La Sagrada Escritura, por el contrario, esconde en sí el divino tesoro por el cual vale la pena vivir y dar la vida… y su luz nada ni nadie la extingue.

“Pues si es cierto que algunos son negligentes en el ejercicio de atender a las Letras Sagradas (1 Tim. 4, 13) y de escudriñar las Escrituras (Jn. 5, 9) y en buscar, según el mandato de Jesús (Mt. 7, 7), el sentido de ellas, y pedir luz sobre ellas y llamar para que se nos abra lo que tiene cerrado, no por eso la Palabra divina está vacía de sabiduría” (Orígenes, Contra Celso, ed. Ruiz Bueno, Madrid, 1967, p.394).

[1] El Pbro. Juan Daniel Petrino es doctor en Teología Bíblica en la Pontificia Universidad Santo Tomás de Aquino (Roma). Autor de La Lectura de la Sagrada Escritura bajo el régimen de la organización de los Testigos de Jehová. El uso de la Biblia en el Salón del Reino, Roma, 1989; Dios nos habla. Introducción general a la Sagrada Escritura, Buenos Aires, 1993; La Nueva Era y la Biblia, Buenos Aires, 1994; y artículos en revistas especializadas.

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