Zenaida Llerenas, mártir cristera que aún no llegó a los altares

Muchos son los mártires cristeros que aún no han llegado a los altares.

Sin ir más lejos, el mismísimo Padre Francisco Vera, martirizado con ornamentos y todo, ni siquiera es venerable.

¿Por qué? Pues por diversos factores que ahora no viene al caso explicar; sin embargo, a poco de cumplirse cien años de la Cristiada, es bueno que el público general vaya conociendo a algunos de ellos.

Libros hay, sin embargo, que hasta analizan al estilo del martirologio romano vida y obra de estos hombres y mujeres que dieron su vida por Cristo Rey y Santa María de Guadalupe (un clásico es el de Joaquín Cardoso, Los mártires mexicanos : el martirologio católico de nuestros días

Con el objeto de ir narrando alguno de los desconocidos martirios, ofrecemos aquí el de una jovencita (tampoco beatificada ni nada) que pocos quizás conozcan: Zenaida Llerenas, mártir de Colima y uno de los tantos ejemplos de jóvenes militantes y mártires de la contrarrevolución cristera.

Más info sobre las mujeres en la Cristiada, aquí: https://www.quenotelacuenten.org/2014/06/27/cristiada-el-papel-de-las-mujeres-en-la-guerra-cristera/

Originaria de Colima que proveía a los cristeros de comida, medicinas y pertrechos, cayó en una emboscada y fue encerrada en la cárcel local. La causa principal era la de ser sobrina del coronel cristero Marcos Torres.

Su juventud y belleza provocaron desde el primer momento los bajos instintos de sus carceleros, que desgarraron sus ropas. La sujetaron a ininterrumpido interrogatorio. Querían saber cuál era el mecanismo de su organización, los nombres de sus jefes, sus lugares de reunión, pero ella guardó obstinado silencio. La jovencita apretaba fuertemente los labios y sólo los colores de su rostro y el brillo de sus ojos demostraban sus sentimientos de indignación, de vergüenza o de terror.

—Tu orgullo —le dijo el general— está en que eres virgen, pero si insistes en tu silencio te entregaré a los soldados en este mismo momento.

Los hombres aplaudieron la proposición con soeces comentarios y ruidosas carcajadas. La jovencita musitó una plegaria, levantando los ojos al cielo, y con la cabeza dijo no, a la repetida pregunta de que si estaba dispuesta a delatar a los suyos.

Entonces el jefe, lleno de cólera, gritó a sus soldados:

  —¡Tómenla! Es de ustedes.

Y aquella pobrecita pereció, víctima del sadismo de sus verdugos[1]. Murió, pocos días después y consecuencia de este salvajismo, el 27 de noviembre de 1928, con apenas 15 años.

P. Javier Olivera Ravasi, SE

[1] Cfr. Luis Rivero del Val, Entre las patas de los caballos, JUS, México 1953, s/p; citado por Antonio Rius Facius, México Cristero, t. 2, 262.

 


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