Pentecostés y los dones del Espíritu Santo
P. Javier Olivera Ravasi, SE
Hoy celebramos la solemnidad de Pentecostés, en la cual recordamos la venida del Espíritu Santo sobre la Virgen Santísima y los Apóstoles reunidos en oración por temor a los judíos.
¿Y por qué tenían temor? Pues porque habían matado al Señor: «si esto hacen con el árbol verde, ¿qué no harán con el árbol seco?» (Lucas 23,31).
El Espíritu Santo, tercera persona de la Santísima Trinidad, que procede del amor del Padre y del Hijo, es el gran protagonista olvidado; el gran desconocido de las almas, como lo han llamado algunos teólogos (Antonio Royo Marín).
Es Él quien, luego de recibirlo en el Bautismo como en germen, va incrementándose en nuestras vidas y se fortifica en el momento de la Confirmación, haciéndonos actuar a la manera divina por medio de sus dones, es decir, esos hábitos sobrenaturales infundidos por Dios para secundar con facilidad las mociones del Espíritu Santo.
Porque así como cuando obramos por medio de las virtudes lo hacemos gracias a nuestras propias fuerzas, como los remeros que reman en el mar, cuando el alma es movida por los dones del Espíritu Santo es como cuando un barco se mueve gracias al viento y a sus velas.
Y esta Tercera Persona de la Santísima Trinidad está constantemente presente en nuestras vidas, aunque a veces no lo reconozcamos.
¿Y cómo obra el Espíritu Santo en las almas?
a. En los incipientes, es decir, en los que recién comienzan, les exige el trabajo de la virtud; las velas del barco están, pero aún están flácidas, sueltas, no pueden recibir el viento que las llevará más lejos.
b. En los que van avanzando, sin embargo, el Espíritu Santo actúa por medio de sus dones; como cuando las velas van tomando viento y hacen que el esfuerzo de los remos sea cada vez menor.
c. Finalmente, en los santos, es decir, en los perfectos, cuando el cristiano ha perseverado en su colaboración virtuosa a las continuas mociones de la gracia, el Espíritu Santo impulsa poderosamente con su aliento las velas de su barca, y ésta avanza velozmente, sin trabajo de remos, con una fuerza divina, con una facilidad sobrehumana.
Es aquello del Evangelio de San Juan, como el Señor le dijo a Nicodemo: «El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va; así es todo nacido del Espíritu» (Jn 3,8).
¿Y por medio de qué nos mueve el Espíritu Santo?
Pues por medio de los 7 dones que sólo recordaré brevemente.
1) El don de Sabiduría: es la capacidad de juzgar según la medida de Dios y no según la medida del mundo. Es lo que le hizo dar todos sus bienes y riquezas al gran San Francisco de Asís.
2) El don del entendimiento: el que permite comprender la Palabra de Dios y las verdades reveladas por la plena docilidad a Dios. Es lo que le permitió, por ejemplo, a San Ignacio de Loyola, comprender toda la teología sin haberla aún estudiado siquiera
Es lo que muchas veces nosotros mismos experimentamos, al estar en gracia de Dios, cuando de un día para otro, algo que no podíamos comprender, un día, simplemente, lo entendimos.
3) Don de consejo: perfecciona la virtud de la prudencia. Es el don de lo inmediato; de lo que hay que hacer enseguida, sin demasiado razonamiento. Es como un “instinto” sobrenatural; ese, que muchas veces, “sin saber por qué”, las madres católicas tienen para con sus hijos al decirle: tienes que hacer esto.
4) Don de fortaleza: es esa fuerza sobrenatural para obrar valerosamente lo que Dios quiere de nosotros, bien visible en los mártires.
Es el don que recibió David para enfrentar a Goliat: “¿quién es este filisteo incircunciso para tratar de insultar de este modo a las filas del Dios vivo?”.
5) El don de ciencia: es el que nos da a conocer el verdadero valor de las criaturas en su relación con el Creador, sabiendo que son un medio, no un fin
6) El don de piedad: es el que sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura de Dios. Es el que tenían los santos frente a los pecadores: un corazón rico en misericordia.
7) El don del temor de Dios: es el que nos hace tener conciencia de nuestras propias culpas y el temor de ofender a Dios porque es nuestro Padre.
En esta Santa Misa entonces, pidamos a Dios Espíritu Santo que nos colme de sus dones y que seamos siempre dóciles a sus inspiraciones, para comenzar a obrar más al modo divino.
P. Javier Olivera Ravasi, SE
Pentecostés, 8 de Junio de 2025
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Millón de gracias por todas sus reflexiones vivo en Houston pero soy mexicana
Gracias gracias tengo todos sus libros mi más profundo agradecimiento y admiración Padre Javier siempre rezo por usted