El Humor de Cristo. Por Octavio Sequeiros

 Bost, Denis. El Humor de Cristo. Versalles, Éd.  de Paris, 2004, 84 pp.

Por Octavio A. Sequeiros.

            Nuestro autor, vinculado con la Regla de San Agustín, se remonta a Isaac, forma verbal hebrea que significa “el llamado a reír”, “él reirá”. Con semejantes antecedentes  estudia “el arte de sonreír”  puesto en práctica por Nuestro Señor con notable sutileza  en situaciones “de extremo peligro”, a fin “de  enfrentar  entonces a su interlocutor con sus propias contradicciones sin  fallar, a saber: de manera implacable”.  Cristo está siempre “plein d’esprit”, que podríamos traducir como lleno de picardía religiosa, de afecto y ternura humorística que “desplegó incluso cuando a veces no encontraba a nadie que se  dignara a recibirlos. Por cierto este humor no era necesariamente complaciente, pero siempre honesto”  (p. 14).

             El método aplicado  no parte de las definiciones o categorías humorísticas propias del contexto histórico social sino del texto del N T. y su lenguaje despojado, donde “el humor no se explica, pero ayuda a comprender”.

            La característica peculiar es que se adapta a los diversas circunstancias y actúa como intérprete de la revelación, como fundamento natural de la exégesis diríamos.  “Nunca es ornamental, sino siempre funcional. De hecho, es una suerte de emanación de  la persona misma de Cristo, de su deferencia humana o de su conocimiento de lo que piensa el interlocutor: se puede ciertamente decir que su ser profundo se  devela en la  continuidad de una agudeza jamás  desprevenida, una suerte de presciencia”, pero completamente  adecuada a la  agresión de que es víctima, o a la discusión familiar y amical. “Lo divino parece perfectamente instalado en su humanidad” (p. 17). A veces llega al borde de la broma y sus  adversarios se encuentran desconcertados.

            Este humor no impide la belleza, “apta para desenredar elegantemente los nudos  de las situaciones más incómodas, al extremo que una unidad ontológica trascendental parece  constantemente presidir la acción crística”. O sea que la perspectiva humorística de  N. S. es  sobrenatural y fundada  en la belleza  imperecedera, atributo de Dios. Esto es quizá “lo que mejor explica el impacto profundo de Cristo sobre sus interlocutores” (ídem).

Cristo y Sócrates

            Sócrates, preparando la plenitud de los tiempos, utiliza la ironía y la dialéctica como fuerza desestabilizadora, allí la ironía procede del interrogatorio crítico de la opinión admitida; parte del exterior  hacia el interior  para mostrar las contradicciones.

            Cristo está por cierto en otro contexto donde se le pide la experiencia de un caso o  informaciones sobre el sentido de la vida, como quien tiene autoridad (Mat. 7, 29). “Con Cristo la Revelación cae encima de los oyentes como un relámpago”. Existen  con Sócrates puntos de convergencia, a saber: públicos muy similares,  rencores injustificados, pocos amigos, la reacción del poder, es que: “Cristo no sólo ha recapitulado en  Él todos los profetas de Israel, sino también  todos los justos en  juicio contra la humanidad” (p 18). 

            Sócrates “reorganiza  el cuadro de discusiones al que se lo invita. Cristo las vuelve obsoletas con algunas palabras. Fuerza demostrativa  por un lado,  fuerza “subversiva” por otro” (p. 19). Aunque se trata sólo de  tendencias no de exclusividades.

            También Cristo es demostrativo “por la impotencia intelectual en que deja a sus contradictores enmudecidos” y Sócrates es “subversivo” “por su  intrusión el  pensamiento del otro”.  “El humor de Cristo  no sólo  expresa una actitud crítica, distante, en cortocircuito respecto a un vasto sector social sino que abarca todo el cosmos desde los seres espirituales hasta la materia  (p. 19).  En suma: Sócrates por la ironía busca la sabiduría, Cristo, la Sabiduría, por idéntico recurso, busca al hombre. Por algo, agreguemos,  hace nuevas todas las cosas y para ello recurre al humor.

Síntesis       

Con estos criterios  Denis Ros   en seis capítulos se zambulle en la análisis exegético siguiendo en general la cronología:

            El primero dedicado a las  tentaciones; Mateo 4 1-11, el humor del Hombre –Dios, al cual el  demonio trata confianzudamente,  paralambanoo, como dándole una palmada en la espalda y recibe lo suyo.

            El segundo, Marcos 3, 1-5, referido a la pericia en la inversión o trastrueque de una situación.

            El tercero y el cuarto dedicado a la ironía en público y en la  intimidad.

            El quinto el humor tras la resurrección. 

            El sexto una reflexión sobre la naturaleza pedagógica y estratégica  del humor de Cristo.

            El humor teándrico usa las formas retóricas como la reiteración (en difícil, epanodo), o el paralelismo sin soporte fonético, hypozeuxis, pero lo esencial no está allí  sino en que pone a prueba nuestras facultades intelectuales (p. 75). Ocasionalmente (Marcos 6, 45-52) manda al frente a sus discípulos cuyo corazón endurecido no había comprendido la reciente multiplicación de los panes (p. 77); los obliga a embarcarse hacia alta mar y con borrasca, se trepa a un monte, o sea la trascendencia y desde allí comienza  a burlarse teatralmente de la Iglesia atemorizada  que estaba toda entera en la nave. Así pues “del análisis de esta insensibilidad, de esta petrificación de sus íntimos depende nuestra percepción de la naturaleza del  humor de Jesús” (p. 74).

            Sus gestos  no se detienen en la anécdota histórica sino que busca provocar una “conmoción cultural” de la cual el humor  es un instrumento al servicio de otra  relación social con el prójimo y  constituye de este modo un sistema de conversión o metamorfosis perpetua hacia el ámbito divino. Busca mostrar,  incluso traducir, la realidad del porvenir usando la presente “como figura de un  mundo listo para surgir” donde el humor no es una mera broma “sino más bien la primera condición de una  vasta reestructuración de  las mentalidades y del cosmos. Conmueve las potencias mundanas, sugiere armonías inauditas y se propone hacerlas accesibles” (p. 79), pero lógicamente irrita a quienes reducen la sabiduría a un mero instrumento de poder  y al rigor de la ley.

Este trabajo es una buena ocasión para releer, o sencillamente  leer por primera vez,  los Evangelios desde una perspectiva no exclusivamente moralista –hábito en las homilías de la contrarreforma pre, post, pro y anti conciliar–, recordando las consideraciones de Castellani sobre la función del humor como revulsivo antifarisaico. (Cf. Gladius 79, p 70.ss)

Octavio A. Sequeiros

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