Monjes del pasado para los cristianos de hoy

Por Pablo Sepúlveda

Estos hombres, de los cuales el mundo no era digno,
anduvieron errantes por los desiertos, por los montes,
por las cuevas y por las cavernas de la tierra

(Heb. 11: 38)

     En las Sagradas Escrituras, la Iglesia es comparada a una casta doncella ardiente en el fuego de la oración y anhelando su desposorio con Cristo Dios. Si la Iglesia fuera la Sulamita del Cantar de los Cantares, su virginal cortejo de honor sería con toda razón las vidas orantes de los monjes.

     Entre los monjes siempre ha habido grandes maestros del espíritu dispuestos a orientar hacia Dios en las alturas (Lc. 2: 14) a sus hermanos que viven en el mundo. Podemos ejemplificar esto con la Vida de Santa María de Egipto a quien san Zósimas le dijo: Creo en Dios, por Quien tú vives y a Quien tú sirves. Creo que Él me trajo a este desierto para mostrarme Sus caminos a través de ti. A su vez, santa María muestra el alcance universal de la misión de los monjes preguntándole: Dime, padre, ¿cómo están viviendo los cristianos? ¿Y los reyes? ¿Cómo está siendo guiada la Iglesia? A lo que Zósimas respondió: Por tus santas oraciones, madre, Cristo ha dado paz duradera para todos. Los monjes, semejantes a san Simeón el estilita, que vivió sobre una columna, hacen de centinelas de la Iglesia apostados en las torres fuertes de las Sagradas Escrituras y la Tradición a la vez que representan la unidad de éstas en su forma de vida dedicada a la penitencia, la meditación, la liturgia y la hospitalidad.

     La Iglesia siempre ha enseñado al cristiano a ser como aquel dueño de casa que aguarda atento a Cristo que llegará como ladrón en la noche (2 Pe. 3: 10) o como las vírgenes prudentes que velan la llegada del Esposo. Por ello, ya en tiempos apostólicos exhortó san Pablo a los solteros a quedarse como están (1 Cor. 7: 26) en señal de consagración a Dios y a la espera del advenimiento de su Reino Celestial. Partiendo por estos primeros continentes llegamos más adelante en la historia de la Iglesia a la presencia de los monjes con sus características más señaladas: el anacoretismo y el eremitismo. A saber, la “fuga del mundo” y el consecuente traslado al despoblado: el Desierto.

     En el yermo se funden la silueta del monje con la de Moisés que deja la esclavitud del faraón para caminar hacia la Tierra Prometida. Y con el profeta Elías, practican la abstinencia, la oración y son alimentados con el pan les que llevan las aves, como nos lo muestra -entre otros muchos ejemplos- la vida de san Pablo de Tebas.

     Este gran santo de Egipto hace de eslabón entre los continentes de la Iglesia del período apostólico y los monjes posteriores. Vivió en un tiempo de persecución, apostasía y martirio. Su cuñado, un pagano avaricioso, lo chantajeó con delatarlo ante las autoridades si no le cedía toda su herencia. El joven santo dejó sus posesiones en manos de la hermana y escapó al desierto hasta que pasara la persecución, pero se quedó allí hasta superar los cien años. Su hagiógrafo lo retrató desnudo y famélico dentro de una antigua gruta donde pasaba el día absorto en la contemplación de Dios. A su muerte asistió san Antonio Abad que tomó para sí la túnica que Pablo mismo había tejido para su uso (…), y con esta prenda retornó a su monasterio (…). Y en las fiestas de Pascua y Pentecostés siempre vestía la túnica de Pablo.

     San Antonio no escapó al martirio, de hecho, su penitencia fue el empeño por ser testigo de Cristo en tiempos que los cristianos padecían cierta relajación de costumbres en medio de un Imperio Romano que ya no los perseguía. Comenzó entonces por deshacerse de sus bienes y visitar hombres sabios. San Antonio se sometía con toda sinceridad a los hombres piadosos que visitaba, y se esforzaba en aprender aquello en que cada uno lo aventajaba en celo y práctica ascética (…) y en unos y otros notaba especialmente la devoción a Cristo y el amor que se tenían mutuamente. Para cuando se esparció su fama de santidad, dejó de habitar en sepulcros cerca de las aldeas y se fue al desierto para preservar su soledad. Aun así, a algunos días de distancia de su ermita, había grupos de renunciantes que esperaban de él consejo y dirección.

     Contemporáneos a san Antonio fueron los santos Amón de Nitria y Pacomio. El primero nos da una idea de las dimensiones del movimiento ascético pues llegó a estar a la cabeza de miles de monjes, mientras que Pacomio fue el primero en dotarlos de organización: el cenobio –koinos bios-, la “vida en común”. Para amar a Dios es menester la soledad interior y exterior, al tiempo que necesitamos de los hermanos para seguir a Cristo que manda amar al prójimo como a ti mismo (Mt. 22: 39). La koinonia viene a completar los elementos esenciales del monacato antes mencionados. Si en un primer momento hubo anacoretas que dejaron la ciudad para convertirse en ermitaños, bajo la dirección de san Pacomio se agruparon y construyeron sus propias “ciudades” en el desierto.

     La koinonia pacomiana dio origen a la “Regla” alzándola como pilar fundamental -junto a la Escritura- de su forma de vida, caracterizada por la obediencia al superior y la austeridad en el comer, vestir, dormir y hablar. Tan importante era, que en ella se advierte a los que menosprecian los preceptos de los ancianos y las reglas del monasterio -que han sido establecidas por orden de Dios-. Esta primera Regla, exigua en citas bíblicas -comparada a otras posteriores como la de san Basilio-, impele constantemente al monje a acercarse a la Palabra de Dios. Nadie en el monasterio quedará sin aprender a leer y sin retener en su memoria algo de las Escrituras, como mínimo el Nuevo Testamento y el Salterio.

     Además de la dimensión puramente espiritual, la koinonia satisfacía necesidades materiales del monasterio y del mundo exterior. Resulta a lo menos pintoresco imaginarse a estos primeros monjes remontar las aguas del Nilo en embarcaciones repletas de cestería para vender en la ciudad. Los trabajos que realizaban era una forma de combatir la ociosidad, procurarse sustento y ayudar a los necesitados.

     En los tiempos que corren, asediada de materialismo y nihilismo, la humanidad ciega se deja llevar por guías ciegos hasta su inexorable destino: el abismo. Incluso muchos bautizados ya no hallan sentido a la Fe Cristiana y corren hacia la “autoayuda” y las “filosofías” orientales en busca de una espiritualidad que sacie aquella sed que sólo puede ser saciada por el agua viva (Jn. 4: 10) de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo.

     Otros más “idealistas” se confían de sus pobres fuerzas humanas y se enfrascan en luchas fratricidas por la obtención de vanas utopías que han sembrado el mundo de campos de concentración y gente desaparecida. Para ellos, el arte del espíritu es pura palabrería soporífera para ignorantes, egoístas y conformistas. El cristiano, en cambio, fiel a su vocación persevera en la búsqueda del Reino de Dios y su justicia, pues confía en su Maestro que prometió que todas las otras cosas se les darán por añadidura (Mt. 6: 33).

          ¿Qué cristiano piadoso osaría decir que Elías o san Juan Bautista fueron unos egoístas ensimismados en una mística autorreferente e inútil para el resto de los mortales? ¿Quién diría que Marta era más santa que su hermana María que escuchaba absorta a Cristo, mientras aquella le atendía como diligente anfitrión? ¿Acaso no le dijo nuestro Señor que María había escogido la mejor parte? Obviar estos ejemplos es negar a Cristo que oraba en soledad cuando llegaba la noche, al que extenuado de ayuno venció al Diablo tentador, a Aquel que dijo a sus discípulos que la única manera de sacar los más pesados demonios era el ayuno y oración.

     Si ser cristiano es la imitación de Cristo, aquellos que fueron a la soledad de una ermita o al seno de una comunidad imitando su vida oculta y su coloquio íntimo con el Padre son, con toda razón, cristianos en su máxima radicalidad. A ellos debe acudir hoy el discípulo de Cristo, en busca de palabras de consuelo y -sobre todo- de veraces ejemplos de vida cristiana.

     La Iglesia ha puesto como maestros de almas a sus hijos dedicados a la oración, pues son como aquellas discípulas arrepentidas que ungieron el Cuerpo sacrificado del Señor; viéndolo resucitar al tercer día, Vencedor del pecado y la muerte, son enviadas a los hermanos para confirmarlos en la Fe.

Por Pablo Sepúlveda

Bibliografía:

. García Colombás (O.S.B). “El monacato primitivo”. Biblioteca de Autores Cristianos (1974).
. “Primera Vida griega de San Pacomio”. Cuadernos monásticos 172-173-174-175, (2010).
. “Libro de nuestro padre de san Orsisio”. Cuadernos Monásticos 4-5 (1967).
. San Atanasio de Alejandría. “Vida de san Antonio”. Cuadernos Monásticos 33-34 (1975).
. San Jerónimo de Estridón. “Vida de san Pablo, el primer ermitaño”. Cuadernos Monásticos 115 (1995).
. San Sofronio de Jerusalén. “Vida de santa María de Egipto”. Iglesia Ortodoxa de la Santísima Virgen María. Instituto de Teología San Ignacio de Antioquía (segunda edición). Santiago de Chile (2014).

   

 


– CURSOS https://cursos.quenotelacuenten.org/

– Editorial y libreríahttps://editorial.quenotelacuenten.org/

– Youtube: AQUÍ y active la campanita.

– Whatsapp: Haga clic AQUÍ y envíe un mensaje con la palabra ALTA.

– Telegram: Suscríbase al canal aquí: https://t.me/qntlc

– Twitterhttps://twitter.com/PJavierOR

– Para donaciones: AQUÍ

Ud. está recibiendo esta publicación porque aceptó su envío.

 

2 comentarios sobre “Monjes del pasado para los cristianos de hoy

  • el mayo 15, 2021 a las 1:27 pm
    Permalink

    El cuadro es San Jerónimo visitando a los monjes de la Tebaida, de Juan de Espinal. Segundo cuarto del siglo XVIII.

    Fue pintado en una serie de 26 cuadros sobre la vida de San Jerónimo para el monasterio de San Jerónimo de Buenavista en Sevilla (España)

    Este monasterio era donde pasaban la noche los monarcas de Castilla antes de entrar en la ciudad, donde tienen su propio palacio real: el Real Alcázar.

    El monasterio, como tantos, fue incautado por la masonería en su política de descatolizar España y sojuzgarla con gobiernos autocratas secretos. Comprado a bajo precio por un particular, se utilizó para cantera de materiales de construcción y vivienda privada.

    Este cuadro se conserva en el museo de Huelva.

  • el mayo 20, 2021 a las 10:15 am
    Permalink

    Excelente articulo, aunque no soy del todo objetivo, ya que siempre admire y considero fuentes primeras a observar la vida y los escritos de los anacoretas, etc, los padres del desierto.-
    Pienso que falta enseñar mas de esto en la vida espiritual.-

Comentarios cerrados.

Page generated in 0,391 seconds. Stats plugin by www.blog.ca