Panoplia Monástica (I). De pluma ajena

Panoplia Monástica (I)

Nepsis y logismoi

Pablo Sepúlveda

Olvido de lo criado, memoria del Criador,
atención a lo interior y estarse amando al amado.
San Juan de la Cruz

Anteriormente ofrecí a los lectores de QNTLC, una breve reseña histórica de tres grandes santos fundadores del monacato: Antonio el Grande, Pablo el Ermitaño y Pacomio. En líneas generales, expuse el desarrollo de la forma de vida monástica, desde el ascetismo neotestamentario paulino hasta las grandes comunidades en los desiertos del mundo tardo antiguo. Esperando haber estimulado con ello el interés de los lectores cristianos, el día de hoy los invito a profundizar en algunos de sus conceptos y prácticas más señaladas, a saber: la vigilancia, el ayuno y la oración. A continuación, entrego la primera parte de una trilogía de artículos sumarios que me he propuesto realizar para este fin. La he llamado “Panoplia” ya que los temas son constitutivos de la “armadura de los monjes”, soldados de Cristo en el Espíritu. 

El propósito de este escrito y los que -con la ayuda de Dios- le seguirán, es el de incentivar la espiritualidad cristiana. Mientras caminamos por esta vida mortal o muerte vital, debemos enfrentarnos a nuestro propio pecado y rogar por la remisión de los pecados del mundo. Creo firmemente que los monjes son, sin lugar a duda, el mejor ejemplo de ello. Y de imitarlos, según nuestras posibilidades, depende en gran medida la pureza de la Fe, no sólo personal, sino también eclesial en estos tiempos de apostasía. Si hasta en los apotegmas, muchos y grandes padres se refieren a sí mismos como mediocres en comparación con quienes les antecedieron, aquellos cuyas remotas historias no han llegado hasta nosotros y se pierden en la noche de los tiempos, mas no a los ojos de Dios que habita en sus santos.

Sin querer caer en el “arqueologismo” espiritual, no me canso en insistir que debemos volver a las fuentes. Si bien el mundo ha progresado en muchos campos, el ser humano en esencia es el mismo que había en el Paraíso. Nuestra naturaleza caída no se levantará sino sólo con la disciplina que le es propia para lograrlo, es decir, los preceptos de Cristo conservados en la Escritura, transmitidos por la Tradición de los Santos Padres y vividos durante dos milenios por millones de cristianos en todas latitudes.

     En el escrito sobre el origen del monacato, se comparó a los monjes con las cortesanas de la Sulamita del Cantar de los Cantares y con las vírgenes prudentes del Evangelio. Estas imágenes espirituales ponen de manifiesto el carácter “néptico” de los Padres del Desierto. Esta palabra griega –nepsis-, presente en el Nuevo Testamento y en la ascética cristiana oriental designa la vigilancia, el estado de vigilia, e incluye una neta dimensión escatológica, es decir que el monje aguarda los eventos finales: la Parusía de nuestro Salvador Jesucristo, Juez de vivos y muertos, y la condenación de Satanás y sus demonios. Sin embargo, en la nepsis monástica, el monje no sólo atiende a los signos de los tiempos, sino que se escruta a sí mismo. San Simeón el Nuevo teólogo encontró una enseñanza que le impresionó mucho: «Si buscas la curación espiritual (…) está atento a tu conciencia (…)». Desde ese momento -refiere él mismo- nunca se acostó sin preguntarse si la conciencia tenía algo que reprocharle.

     Evagrio Póntico -condenado como hereje origenista, aunque veneradísimo y muy estudiado hasta hoy en la Iglesia como maestro monástico y místico- decía que para el cristiano común las tentaciones y los ataques del demonio se manifiestan en los afanes de la vida seglar, en cambio para el monje, son notorios en sus pensamientos pues, habiendo dejado el mundo, el Diablo ataca su mente. Por eso el monje debe estar constantemente dentro de sí mismo, debe patrullarse, practicar la denominada “guarda del corazón” o “guarda del espíritu”, “sobriedad”, “atención interior” -y similares-. En esta actividad el monje se encuentra en un verdadero campo de batalla donde combate contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes (Ef. 6:12). En el yermo el demonio puede ser fácilmente derrotado, mientras se muestra explícitamente. Pero como el monje avance en virtud por la ascesis y la Gracia de Dios, el enemigo de las almas ocupa estrategias cada vez más engañosas ya que el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz (2 Cor. 11: 14). Por eso dice san Juan: no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios… (1 Jn. 4: 1) Así pues, en la doctrina monástica, aparece el concepto de diácrisis, que es el don de distinguir, en los pensamientos que nos vienen, los que proceden de Dios y los que, pese a sus apariencias de bondad y santidad, proceden del demonio. 

Sin embargo, quien no está purificado en la Fe, las buenas obras y la guarda del corazón, difícilmente adquirirá el don de la diácrisis. Para conseguirlo, los monjes acudían a aquellos más experimentados en el combate ascético: los ancianos, padres espirituales por un carisma especial del Espíritu Santo, sin importar su grado jerárquico. De hecho, a menudo fueron simples laicos, no obstante, espirituales – “pneumatikós”- y enseñados por Dios –“theodidactas”-. Abba Arsenio, conocedor de las tretas malignas y la debilidad de los novicios, aconsejó no salir del claustro a uno atormentado por el pensamiento de que sus propias obras ascéticas y de caridad eran insuficientes, porque sabía que la paciencia de la celda lleva al monje a observar su orden.  

Acudir a los ancianos constituía un privilegio infrecuente para los seglares, mientras que para los monjes era más bien un deber y parte de la obediencia propia de su estado. Escudriñando en los Apotegmas de los Padres del Desierto, podemos encontrar proverbiales ejemplos de la dirección espiritual a la que se sometían. Incluso, san Antonio decía que el monje debería manifestar confiadamente a los ancianos, si fuera posible, cuántos pasos hace o cuántas gotas de agua bebe en su celda, para no tropezar en ello, y así discernir correctamente la medida de la ascesis; para, por ejemplo, no caminar más, ni beber menos de lo suficiente. Aquella exhortación puede ser incomprensible para la mentalidad moderna, poco dada a la humildad forjada por el acatamiento y el examen de conciencia, indispensable para el néptico en formación. Para el monje, la salud del alma depende esencialmente de su capacidad de actuar como centinela de los pensamientos malignos que lo atacan. Evagrio Póntico les llamó logismoi, a menudo designados también como demonios, vicios, pecados o pasiones. Según el Tratado Práctico de Evagrio, ocho eran los logismoi principales: gula, fornicación, avaricia, tristeza, cólera, acedia -una especie de mezcla de tedio e inquietud-, vanagloria y orgullo. De estos se desprenden los siete pecados capitales del occidente latino. 

Evagrio los clasificó en tres grupos, según la parte del alma que atacan. Mientras la parte concupiscible es excitada por la gula, la fornicación y la avaricia, la parte irascible del alma es afectada por la ira, la tristeza y la acedia; por último, la parte racional del hombre es atacada por la vanagloria y el orgullo. El monje, por tanto, vigilando su interior, conocerá cabalmente la naturaleza y actividad de los demonios y podrá así vencerlos.Decía abba Pitirion: El que quiere expulsar a los demonios, primero debe someter las pasiones. Porque el que quiere dominar un vicio, expulsa al demonio de éste. En algunos casos ciertos logismoi se contrarrestan, como ocurre con la fornicación y la vanagloria, de manera que Evagrio aconseja a los principiantes enfrentarlos entre sí, aunque siempre se preferirá resistirlos antes de que aparezcan. Al respecto escribía el monje Nicéforo: …observa si sabes, y entonces ve cómo, cuándo, de dónde, cuántos y cuáles ladrones vienen, para robar las vides.

En la próxima entrega de la “Panoplia Monástica”, hablaré sobre el ayuno en el monacato primitivo. Dejo estas últimas líneas como conclusión de la primera parte y adelanto de la siguiente:

Como las medicinas más amargas expulsan a las bestias venenosas, así la oración con el ayuno expulsa al mal pensamiento.

Amma Sinclética

 


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3 comentarios sobre “Panoplia Monástica (I). De pluma ajena

  • el julio 30, 2021 a las 12:18 pm
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    «El llanto del hombre en Dios y en el hombre la alegría»
    San Juan de la Cruz

  • el julio 30, 2021 a las 12:23 pm
    Permalink

    Interesante

  • el julio 31, 2021 a las 1:14 am
    Permalink

    Ya no necesitamos ir al desierto para vivir como un monje, ya vivimos en él y estando en él, solo nos queda vivir como un monje.

Comentarios cerrados.

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