Historia de héroes para jóvenes. Sobieski: El león y las águilas

 

“Veni, vidi, Deus vicit”

(Vine, vi y Dios venció)

Rey Jan III Sobieski de Polonia

Por Tomás Marini

A solo un paso de Roma, centro de la cristiandad, un cuarto de millón de turcos otomanos, doscientos cincuenta mil hombres tienen sitiada la ciudad de Viena, la “manzana dorada” del Sacro Imperio romano-germánico, el último bastión de Europa y la cristiandad. Solo ella se interpone entre los ejércitos musulmanes y la conquista de toda Europa y con ello la aniquilación de la fe cristiana. Se preguntarán los lectores de cuándo estamos hablando y pensarán probablemente que esto habrá pasado siglos y siglos atrás, en las épocas ya antiguas de las cruzadas, pero no es así.

El año es 1683, fines del siglo XVII. Unos seis siglos después de la primera cruzada que recuperó Tierra Santa para la cristiandad, casi 200 años después de que los reyes católicos expulsaran a los últimos sarracenos que ocupaban sus tierras y que Colón plantara la cruz por primera vez en América, ¡sólo un siglo antes de nuestra independencia! Fue entonces que el ejército musulmán más grande que jamás había visto Europa sitió Viena, defendida por solo algunos miles de hombres comandados por un valiente de nombre von Starhemberg.[1] Su única esperanza era recibir refuerzos de una Europa que para esa época se encontraba dividida por las guerras de religión, entre católicos y herejes, una Europa agonizante que había comenzado a traicionar su Fe y donde ya se había perdido el ideal de cruzada. Poco, muy poco podían esperar los vieneses de sus hermanos europeos. Es cierto que las tropas del Sacro Imperio se estaban reagrupando, pero solas simplemente no serían suficientes contra la maquinaria de guerra que los turcos habían movilizado.

Sin embargo, una última luz de esperanza se encendió para la cristiandad. Entre la apostasía de las naciones europeas, había todavía una hija fiel de la Iglesia, una nación de guerreros, defensora de la fe verdadera, que acudió en su auxilio: Polonia.

El Gran visir Kara Mustafá observaba satisfecho el constante bombardeo desde las trincheras otomanas. Sus cañones escupían fuego y plomo sobre las murallas de Viena desde hacía un mes y medio, y pronto esperaba abrir un boquete en el enorme muro para lanzar a todos sus hombres a través de él. Se le había asignado el mando del mejor y mayor ejército de Oriente, entre los que se encontraban los temibles jenízaros, en su inicio niños cristianos secuestrados y, luego, entrenados como guerreros fanáticos del Islam, y la caballería Siphai. Además contaba con trecientos setenta cañones. La última defensa de una Europa dividida se encontraba casi en sus manos. Ya podía verse cumpliendo la empresa que ninguno de sus antepasados pudo ni siquiera soñar: tomar Roma. Convertir sus iglesias en mezquitas, derribar sus cruces y poner la Media Luna islámica en lo alto de la basílica de San Pedro, plantando en la mismísima cuna de la cristiandad el estandarte del profeta Mahoma. ¿Qué podían hacer contra su poderoso ejército, bendecido por Alá, el puñado de hombres que enviarían a detenerlo? Mustafá pensaba que nada podría interponerse entre él y la gloria.

Von Starhemberg había rechazado todas y cada una de las propuestas de rendición. El cristiano era un hueso duro de roer, y había frustrado todos los intentos de colocar minas debajo de las murallas. Los modernos cañones de la ciudad respondían con precisión causando numerosas bajas en los sitiadores. Pero nada de eso importaba: a los defensores se les agotaban las municiones y provisiones, solo era cuestión de tiempo para que la ciudad cayera en manos de los infieles y con ella, Roma.

No lejos de Viena, unas desmoralizadas tropas al mando del duque Carlos V de Lorena no se decidían a avanzar sobre la ciudad. Se les habían sumado tropas de Franconia, Suabia, Baviera y Sajonia, pero aun así solo sumaban unos cincuenta mil hombres. A pesar de que el Papa Inocencio XI[2] había proclamado la cruzada para liberar la ciudad y había encargado predicarla a Marco D’Aviano, un fraile con fama de santo,[3] no habían recibido muchos refuerzos. España solo pudo mandar ayuda monetaria, y Francia había entrado traicioneramente en negociaciones con el turco. Preocupado, dentro de su tienda, el Duque de Lorena con el ceño fruncido, las manos apoyadas en una mesa, observaba un mapa con la disposición del ejército musulmán que rodeaba la ciudad. Era tal la confianza en la victoria que Mustafá ni siquiera se había molestado en colocar sus unidades de modo que pudieran defenderse de un ataque desde fuera, ya que, pensaba, aun así las tropas imperiales no lograrían romper la línea enemiga para liberar Viena.

De pronto se empezó a oír un clamor por todas partes, miles de gargantas vivaban, y el sonido se adueñó de todo el campamento ¿Qué gritaban sus hombres? ¿Gritaban un nombre? Sí, era un nombre. ¡Sobieski!… ¡Sobieski!… ¡ha venido “el león de Polonia”!… ¡han venido los húsares!

Carlos salió afuera para recibir al rey polaco al que encontró montando un magnífico y brioso “zeatno lisizar”, un “zorro dorado”, que nosotros conocemos como doradillo, lujosamente enjaezado y bañado en sudor. Sobieski se apeó y dejó las riendas del jadeante corcel en manos de un soldado. Era un hombre de facciones duras, robusto y de poderosos brazos, llevaba el pelo muy corto y un gran bigote. Los dos hombres se abrazaron.

Detrás de él formaban unos miles de infantes, veinte mil jinetes de la caballería polaca, y entre ellos la elite del ejército, el cuerpo de Hussaria, tres mil húsares alados de la nobleza polaca, los vencedores en mil batallas contra el infiel, la más temida caballería de Europa y Asia, la fuerza de ataque más devastadora de la época. Lo que los tercios españoles eran a la infantería, lo eran los húsares alados a la caballería. Debajo de sus yelmos de estilo oriental se adivinaban rostros curtidos por la guerra, cicatrices y barbas tupidas. Y a tales hombres, tales caballos, enormes corceles, duros y feroces. Leones sedientos de sangre. Iban armados de largas lanzas ligeras, las kopias,[4] adornadas debajo de la punta con un pendón rojiblanco con una cruz. Llevaban un sable curvo (szabla) para el combate cuerpo a cuerpo y en la cintura dos pistolas.[5] Al costado de su montura un largo estoque capaz de atravesar armaduras. Algunos completaban su equipo con un martillo de guerra, el czekan. Su armadura estaba adornada con pieles de leopardo, león o lobo. Pero lo que realmente impresionaba a los hombres del campamento imperial era el par de majestuosas alas que llevaban detrás de la coraza y que les daban el nombre de alados, hechas con marco de madera dorada y plumas de águila, que les daban un aspecto aterrador y que según decían al galopar hacían un ruido fino y agudo que aterrorizaba a los caballos del ejército enemigo.

Un mensajero llegó al campamento cristiano con la noticia de que la ciudad estaba a punto de caer. No había tiempo que perder, no se podían esperar más a los refuerzos. El monarca polaco ordenó avanzar hacia Viena, encomendando la empresa a Dios, hacia la batalla en la que se jugaría el destino de Europa y del mundo cristiano.

La mañana del 12 de septiembre[6] de 1683, los ejércitos de la Liga Santa, habiéndose confesado, comulgado y oído la arenga de sus jefes militares y espirituales, marcharon confiados a la victoria a pesar de su inferioridad numérica.

Sobieski, con sus tres mil húsares, subió durante la noche, en medio de una lluvia torrencial, a unas altas colinas cerca del campo de batalla, subiendo también los cañones pesados. Hombres y bestias encararon la escabrosa pendiente, empujando por el barro el pesado armamento y envueltos en blancos vapores de neblina, logrando para el amanecer llegar a la cima donde, ocultos, esperaron el choque entre los dos ejércitos. El campo de batalla amaneció cubierto de niebla. El resto del ejército cristiano se encontraba ya formado frente al enemigo. A su encuentro salieron del campamento otomano, cincuenta mil turcos y tártaros. Kara Mustafá no consideró necesario enviar más tropas. La ciudad estaba a punto de caer y despreció la contraofensiva cristiana, dejando a la élite de su ejército, los jenízaros, en las trincheras, en espera de poder penetrar los muros de Viena.

El ala izquierda cristiana, comandada por Carlos de Lorena avanzó contra la vanguardia otomana que retrocedió ante el ímpetu de los europeos, pero luego se rehízo y se entabló un encarnizado combate. Mientras tanto el resto del ejército se había lanzado contra el centro de las fuerzas turcas. Era el momento que el rey Jan esperaba: dio la orden y los húsares se lanzaron a gran velocidad galopando colina abajo. La tierra tembló bajo los cascos de sus caballos y flameó el águila blanca sobre campos de sangre y el arcángel alado San Miguel, de los estandartes polacos. Las puntas de las lanzas relucían brillantemente bajo la luz del sol naciente. Los turcos sintieron vibrar el suelo que pisaban antes de ver aterrorizados cómo de entre la niebla una avalancha de hierro y bestias se lanzaba contra ellos. Los caballos parecían animados por el espíritu de sus jinetes, espíritus alados batiendo en bandadas su plumaje. Desde lo alto abrieron fuego los cañones polacos, destrozando la retaguardia del ejército otomano.

Los húsares dispararon sus pistolas antes de penetrar las unidades turcas y tártaras en un choque devastador, sus largas lanzas se destrozaron contra los cuerpos de los infieles. Atravesaron las primeras líneas casi sin resistencia, como la flecha que se hunde en el agua, aplastando a los caídos bajo los cascos de sus caballos. Enemigo tras enemigo caían bajo sus golpes y la sangre fluía por el filo de sus sables. Los musulmanes se limitaban a protegerse de las espadas polacas, el ejército cristiano avanzó hacia el campamento. Desde la ciudad, von Starhemberg salió también con sus hombres provocando el desbande generalizado de las tropas enemigas. Los temibles jenízaros, que hace solo un momento esperaban poder entrar victoriosos en Viena, fueron aniquilados en sus trincheras. Kara Mustafá escapó a último momento junto con los restos de su diezmado ejército, acto que pagaría con su cabeza unos días más tarde. La victoria había sido total, la batalla no había llegado a durar más que unos minutos. Los enemigos de la fe no olvidarían fácilmente su encuentro con los Húsares Alados de Polonia. Viena y con ella Roma y toda Europa estaban salvadas.

Desde el mismo campamento otomano, el rey Sobieski envió al Papa un parte final de la batalla en la cual resumió su triunfo con la frase:

Veni, vidi, Deus vicit”.[7]

(Vine, vi, y Dios venció)

El rey polaco se reunió luego con el emperador Leopoldo I de Habsburgo, con quien entró triunfante en Viena.[8] Ambos líderes cristianos fueron recibidos por el heroico jefe de los defensores vieneses, von Starhemberg, con quien compartieron una solemne misa y Te Deum en la Catedral de San Esteban en agradecimiento por la salvación de la ciudad cristiana y de toda Europa de la invasión otomana.

Tomás Marini

 

VOCABULARIO: 

Sitio: asedio a una plaza o fortaleza.

Tierra Santa: lugares donde nació, vivió, murió y resucitó Jesucristo.

Apostasía: abandonar la fe de la Iglesia.

Gran visir: primer ministro del sultán de Turquía.

Mezquita: templo musulmán.

Doradillo: pelaje de caballo colorado claro, que lleva reflejos de oro.

Húsar: soldado de caballería originalmente húngara cuyo estilo y tradiciones fue adoptado por los ejércitos de casi todos los países de Europa.

Estoque: espada estrecha y larga con la cual solo se puede herir de punta.

Pendón: insignia militar que consistía en una bandera más larga que ancha y que se usaba para distinguir los regimientos, batallones, etc.


[1] Guido Wald Rüdiger, conde de Starhemberg (Graz, 1657Viena, 1737), fue un oficial y militar austríaco.

[2] Al igual que el papa de Lepanto, San Pío V, el papa Inocencio XI también fue elevado a los altares.

[3] Fue beatificado recientemente por Juan Pablo II.

[4] Estas lanzas ligeras aunque se rompían al impactar, al ser más largas que las picas de la infantería lograban dispersar las formaciones enemigas.

[5] Las disparaban a corta distancia antes de cargar para desorganizar las líneas enemigas.

[6] Día de la fiesta del Santo Nombre de María.

[7] Parafraseando la famosa frase del  general y cónsul romano Julio César en 47 a. C., al dirigirse al Senado romano, describiendo su victoria reciente sobre Farnaces II del Ponto en la Batalla de Zel y que significa: Vine, vi, vencí.

[8] Los panaderos de Viena crearon una nueva factura para festejar la victoria, se la llamó: Media luna.


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4 comentarios sobre “Historia de héroes para jóvenes. Sobieski: El león y las águilas

  • el enero 13, 2022 a las 10:18 am
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    ¡Uf!, ¡Cuántas similitudes con el presente!, ¡Cuánto para pensar-meditar!

    Europa es invadida por musulmanes, pequeñas resistencias dispersas, pcoas personas despiertas guardando la Fe y a tradición, defendiendo la Vida y la Verdad.

    Sin embargo, como siempre, El Señor no quiere ni necesita otra cosa mas que la nada miserable que podemos ofrecerle, Él es el mismo que, con dos panes y cinco pescados, alimentó a mas de cinco mil.

    El mundo, las naciones, cada ciudad, cada familia, cada alma es sitiada hoy en día, rodeada de enemigos espirituales y asaltada por sus siervos en el mundo.

    Todos debemos librar la batalla, el buen combate de la FE.

    Y siguiendo el ejemplo, frecuentando los Sacramentos.

    Apropósito, sería oportuno formar un ejército espiritual, fieles adiestrados en el combate espiritual.

  • el enero 13, 2022 a las 11:50 am
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    Que emocionante la narración de Tomás Marini….fe, creencias, valentía….cuánto brindaron esos hombres en su época….muchas gracias «que no te la cuenten»…saludos fraternales desde Arequipa Perú!!??

  • el enero 13, 2022 a las 12:13 pm
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    Cuando se obra con la Fé y todo se apoya en ese sentir y culto, nada puede destruirlo. Somos así y así lo vivió el tirano que volvió al gobierno y ahora se mueren de Hambre manejados por sus seguidores
    No tienen nada en sus cabezas. Sólo pon y circo, y pan cuando hay y no lo gastaron en la farándula. Siempre es así. Nunca para el trabajo y sostenidos por los ladrones que los gobiernan desde sus gremios y de la vida regalada, nunca ganada con su sacrificio.

  • el enero 14, 2022 a las 2:59 pm
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    La historia esta un poquito resumida pero para los jóvenes esta bien faltaron un par de detalles como la ves de los panaderos de viena frustraron un intento de entrada, hay una anécdota sobre el escape de mustafa y el susto que se llevo y que con las telas y tiendas que capturaron a los turcos se llego a confeccionar ornamentos litúrgicos sobre la batalla de Kahlenberg hoy Leopoldsberg hay muchísimas historias algunas verdad y otras inventos del romanticismo todavía se recuerda la gesta en viena y en los territorios de lo que fue el imperio Austrohungaro una batalla que fue mas importante para la historia de la cristiandad que lo que fue lepanto. otra historia que seria importante saber es el milagro del 25/26 de octubre de 1955 la cruzada reparadora del santo rosario. la Virgen de Fatima,un sacerdote capuchino y los católicos austriacos contra las tropas de la URSS

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