Ciertamente no más de lo mismo. Reseña al libro de Javier Anzoátegui

Las hojas de la higuera (más de lo mismo), Javier Anzoátegui. Vórtice, Buenos Aires, 2023. 513 p.

Por Enrique de Zwart para Que no te la cuenten

Sabíamos que el Dr. Javier Anzoátegui era un hombre de buenas leyes. Y ahora sabemos que es también de buenas letras. Lo segundo confirmado con la reciente y actualísima Las hojas de la higuera (más de lo mismo) que nos han sacado de la modorra y motivado a escribir unas breves líneas.

¿De qué se trata? Digamos que es el tema esjatológico[1] por excelencia que solo grandes escritores se han atrevido a tocar, y que solo una fracción de estos lo ha hecho exitosamente. Las hojas de la higuera (LHDLH) entra sin dudas en esta categoría.

¿De qué grandes autores estamos hablando? De Vladimir Soloviev y su Breve relato sobre el anticristo (1900), de Robert H. Benson y su Señor del mundo (1907), de C. S. Lewis y su Trilogía cósmica (1945), de J.R.R. Tolkien y su El Señor de los Anillos (1954). Para colmo compatriotas de Anzoátegui, y nuestros, han incursionado en el tema de modo muy logrado: Hugo Wast con Juana Tabor, 666 (1942), Leonardo Castellani con Su Majestad Dulcinea (1956), Juan Luis Gallardo con Omega 666: El planeta gris (1996). Pesos pesados. Y no es una lista exhaustiva, sino de aquellos a quienes hemos leído. Y nos limitamos solo a novelas, dejando ensayos y otros estilos fuera.

No se crea que esto es una mera permutación de Benson o Castellani. Mucha agua ha corrido bajo el puente. Hay mucho mérito de Anzoátegui para imaginar escenarios plausibles y probables, y distintos a los esbozados anteriormente. Donde Benson conjeturaba a Roma resistiendo y ergo siendo destruida por el Anticristo, acá éste la hace su sede debido a la Gran Apostasía y a las buenas migas con el Falso Profeta. Benson sí vio las naciones diluidas y fagocitadas por el globalismo, pero no se atrevió a imaginar a Roma claudicando y plegándose al Enemigo. Castellani si la pudo vislumbrar, por eso el carácter profético de Su Majestad Dulcinea (SMD) con la Iglesia traicionada por sus jerarcas y funcional a los poderes del mundo. Claro que lo de Benson fue un pronóstico de un siglo, lo de Castellani de medio siglo, y lo de Anzoátegui es en gran parte un diagnóstico. Benson no pudo concebir la infiltración en la Iglesia, Castellani sí. Anzoátegui simplemente la describe.

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Escribiendo Anzoátegui ahora asimismo incorpora en la trama muy naturalmente corrientes de profecía católica que muchos ningunean, v.g. apariciones como Garabandal y revelaciones privadas, donde se habla de un Aviso, un Milagro y un Castigo, los tres días de oscuridad. Anzoátegui también va donde pocos se atreven, Wast y Castellani entre las excepciones, y teje un escenario para otro gran dilema de los últimos tiempos, profetizado por Cristo y San Pablo, la conversión de nuestros “hermanos mayores”.

Los protagonistas están inspirados en lo mejor y lo peor que dio la Argentina en el último siglo. El principal es El Viejo, personaje recóndito de pasado vergonzoso, pero que luego de un proceso de purificación reaciamente se convierte en el líder del pusillus grex, el pequeño rebaño. Más adelante taumaturgo y neo-Moisés liderando el éxodo de la Reina del Plata, para entonces devenida una Babilonia austral. Porque LHDLH trata sobre los últimos tiempos, pero con ecos de los primordiales. También está Domingo I, pero ya hablaremos de él al final.

El objetivo no es obtener la victoria, humanamente imposible, sino “arrebatarle corazones” (almas) al Enemigo. No “huir a la estancia”, al menos no inmediatamente, sino sabotear los planes de los esbirros del Maligno “hasta que nos atrapen”. Pero sin “apurar el martirio” ya que eso sería solo “jugar para la tribuna”. Anzoátegui usa analogías futboleras, rubro que conoce bien, con su corazón en Avellaneda, en el Cilindro aclaramos por las dudas. Para aquellos que conozcan Buenos Aires, la pampa húmeda, Santa Fe y Córdoba, este libro sonará de modo muy especial. Pero también sonará muy bien si no se conocen dichas geografías, porque están vívidamente descriptas.

Las hojas de la higuera se lee muy fácil y es atrapante. La aceleración de los últimos tiempos, motus in fine velocior, se refleja maravillosa y terroríficamente en el contenido y la estructura del texto. Y justamente por acá viene la primera de nuestras dos críticas, que es la misma que le hizo J.R.R. Tolkien a C.S. Lewis en el prólogo de la Trilogía cósmica[2], el libro es muy corto! Con más de 500 páginas esto cargo pareciera desmesurado, pero la enormidad del tema demanda el desarrollo de caracteres, y no solo de los personajes principales.  

Anzoátegui pareciera estar al tanto de este problema, y tiene una manera muy original y pragmática de mitigarlo mediante homenajes literarios. A saber, pide prestados personajes de los grandes autores que lo precedieron y cuyos caracteres fueron muy bien desarrollados anteriormente. Entonces el Antagonista Mayor, con la venia de Benson desde arriba, es aún Juliano Felsenburg, aunque podría haber sido el Ciro Dan de Hugo Wast. Uno de los sacerdotes lideres del pequeño rebaño que resiste a Felsenburg es el Cura Loco, quien es al mismo tiempo protagonista y autor de SMD. ¿Lo qué? Es que el Cura Loco es el Alter Ego del Padre Castellani. Edmundo Florio otro personaje de armas llevar en SMD reaparece en LHDLH donde también es de armas llevar. El Virrey del gobierno mundial a cargo de las Provincias Unidas (del Sur), a quien Felsenburg le hace pagar muy cara su incompetencia, también pareciera inspirado en el de SMD. Por supuesto que para gozar de las ventajas de este “atajo” el lector debe haber leído Señor del mundo y Su Majestad Dulcinea.

Y hay más aún, para aquel que quiera descubrir. Notamos referencias al líder mártir Carlos A. Sacheri y a Federico Mihura Seeber, quien ha meditado y escrito profusamente sobre los últimos tiempos, en general en forma de ensayos. De pasada nomás recomendamos la lectura de su obra El Anticristo[3], y como introducción escuchar la presentación que le hizo el Dr. Antonio Caponnetto[4].

Así y todo, nos hubiera gustado que LHDLH no se acabara tan pronto. Nos hubiera gustado en particular que Anzoátegui desarrollase más los caracteres alrededor de Felsenburg y aquellos vencidos por el espíritu del mundo. Porque de ellos podemos aprender mucho, a veces más que de los buenos. Por eso Benson pone mucha atención en Oliver and Mabel Brand, y el cura apóstata y masón Francis. Y hace lo mismo Lewis en Esa Horrible Fortaleza, último libro de la Trilogía cósmica, con todo el plantel del irónicamente denominado NICE (National Institute of Coordinated Experiments), que forma el núcleo duro del gobierno mundial. Cuando el arte es realmente superior, la realidad lo imita. ¿Acaso no es el Foro Económico Mundial un reflejo del NICE? ¿Y no es el siniestro Klaus Schwab un calco de su director John Wither? ¿Y no personifica al dedillo el robótico asesor del FEM Yuval Noah Harari al gélido Augustus Frost, quien a modo de iniciación exige la profanación de símbolos cristianos? ¿Y no es la despótica burócrata Ursula “si las cosas van en una dirección difícil, tenemos instrumentos” von der Leyen una parodia de la sádica Fairy Hardcastle?

Hay aproximaciones a esto en LHDLH con Esaú Barzebul, el asesor privado de Felsenburg; y en la jefa de Sonia, una de las heroínas. Son los pocos que abrazan el mal conscientemente. También en los familiares de Martin, otro protagonista, cuyos tíos siempre encuentran una excusa para ir con la corriente. Son los muchos que por no desear la verdad terminan eligiendo la mentira casi por defecto. Son los que aceptan la vacuna marca de la bestia sin chistar. Los que los gringos llaman Non-Player Character, y que lamentablemente estos días conforman gran parte de la gente. Nos parece que estos variopintos caracteres secundarios negativos están un tanto desdibujados y se podrían haber desarrollado mejor agregando “solo” 300 páginas más…

Mientras tanto hay que ajustarse el cinturón ya que como explicó Benson “la esencia de la religión Católica es traición”. Traición a Felsenburg se entiende, por eso la necesidad de exterminar a los “sobrenaturalistas”. Primero se los acorrala con excusas sanitarias, ya previstas por Lewis en Esa Horrible Fortaleza. Luego con un, digamos, vegetarianismo extremo muy original y hasta gracioso de Anzoátegui si no fuera porque es perfectamente posible. Mas luego el guante de terciopelo no puede ocultar la mano de hierro y los cristianos deben ser amputados del cuerpo místico del Anticristo cual miembro enfermo. Sospechamos que los tiempos de la plandemia deben haber sido una musa inspiradora para el autor.

Y entonces cae la noche negra del alma sobre los elegidos, quienes deben sobrellevar la tribulación y resistir la tentación a ceder, a las dudas. “La desesperación y la esperanza andan siempre juntas en el pecho de un hombre religioso” apuntó Castellani en SMD. Esta última prueba de la Iglesia está resumida en los parágrafos 675-677 del Catecismo de la Iglesia Católica[5].

Lo bueno de esto es que todos están, estamos, forzados a tomar partido. No hay excusas. La salvación depende de la propia elección. No de pretendidas pertenencias a ciertos grupos, sea de la carne o del espíritu. Por eso no necesariamente todos los judíos se van a convertir al final; y el solo hecho de marcar boleta en una parroquia Católica no es garantía de nada. Ser pobre como Cirilo o rico como Copello, −dos personajes bien logrados de LHDLH− tampoco es garantía de nada, ni de salvación, ni de perdición. Mostrar carné no es suficiente. Solo aquellos de buena voluntad, que busquen la verdad y preserven, se salvarán.

Y llegamos a la última contienda, ya que el pequeño rebaño no huye, sino que va a pelear. Otro valle habrá, diferente del Jezreel, donde “se jactó Senaquerib” en palabras de Benson; y otro monte más alto que el Har Megiddo. Gracias a Dios los fenómenos celestes están fuera del alcance del Anticristo, quien después de todo es solo el transitorio Señor de este Mundo, no de todo el universo. Entonces los que “arruinaron la tierra”[6] y “nos quitaron la normalidad”, entendida aquí como los trascendentales, lo bueno, lo bello y lo verdadero, recibirán su paga.

Dijimos que teníamos dos criticas para hacerle. La segunda es más difícil de articular. Lo intentaremos. Ocurre que el último papa, Pedro II, resulta ser argentino. No descartamos la posibilidad de un papa argentino. Tampoco acusamos al autor de chauvinista o localista, después de todo, el inglés Benson se imaginó al último papa inglés. Es una elección natural de cada autor dada su raíces, cultura e idiosincrasia. Pero al mismo tiempo puede que el lector tenga tendencia a identificar al anteúltimo papa Domingo I, el Papa Malo, el Falso Profeta, la Bestia de la Tierra, también como un papa argentino. No tenemos idea de donde pueda venir esta conexión, ya que la nacionalidad de este nefasto personaje, felizmente, no está revelada en LHDLH. En realidad, tampoco se puede descartar que el Falso Profeta sea argentino, después de todo alguien tiene que cumplir ese rol, penosamente necesario. Notamos, sin embargo, que si hubiera un papa Domingo tendría que ser necesariamente el primero. Al igual que si hubiera un papa Simón, como imaginó Hugo Wast, también sería el primero. Hay algo entonces, al menos en la literatura, con Falsos Profetas que eligen un nombre papal que ningún otro papa eligió antes. Anzoátegui está al tanto de esto. A ver si nos explicamos, creemos que luego de la experiencia actual, hasta el mismo Cristo preferiría no beber de ese cáliz dos veces y tener que tolerar dos papas argentos en tándem, no importa cuán malos o buenos sean. Y esto es un nudo gordiano que Anzoátegui no puede desatar, a no ser que el “más de lo mismo” en el subtítulo de esta obra épica sea una velada advertencia a esta bizarra posibilidad.

En cualquier caso, no podemos sino recomendar su lectura cuanto antes.

Enrique de Zwart

El libro, desde Argentina, puede pedirse aquí: https://editorial.quenotelacuenten.org/productos/las-hojas-de-la-higuera/

 


[1] Del griego “eschatos” (ultimo, final, postrero) y “logos” (palabra, discurso), el discurso o noticia de las últimas cosas o de los últimos tiempos. A veces también escrito como escatología, aunque Leonardo Castellani hacia la diferencia y prefería esjatología para evitar confusiones. 

[2] Lewis, C.S. The Space Trilogy. Out of the Silent Plante. Perelandra, That Hideous Strength. Harper Collins. 75th Anniversary Edition. 2013. 720 p. Prólogo de Tolkien p. vii.

[3] Mihura Seeber, F.  El Anticristo. Samizdat. Buenos Aires. Segunda edición 2014. 204 p.

[4] La presentación de El Anticristo de Federico Mihura Seeber por Antonio Caponnetto se puede escuchar aquí.

[5] https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p1s2c2a7_sp.html

675 Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el «misterio de iniquidad» bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cf. 2 Ts 2, 4-12; 1Ts 5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn 2, 18.22).

676 Esta impostura del Anticristo aparece esbozada ya en el mundo cada vez que se pretende llevar a cabo la esperanza mesiánica en la historia, lo cual no puede alcanzarse sino más allá del tiempo histórico a través del juicio escatológico: incluso en su forma mitigada, la Iglesia ha rechazado esta falsificación del Reino futuro con el nombre de milenarismo (cf. DS 3839), sobre todo bajo la forma política de un mesianismo secularizado, «intrínsecamente perverso» (cf. Pío XI, carta enc. Divini Redemptoris, condenando «los errores presentados bajo un falso sentido místico» «de esta especie de falseada redención de los más humildes»; GS 20-21).

677 La Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua en la que seguirá a su Señor en su muerte y su Resurrección (cf. Ap 19, 1-9). El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia (cf. Ap 13, 8) en forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal (cf. Ap 20, 7-10) que hará descender desde el cielo a su Esposa (cf. Ap 21, 2-4). El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio final (cf. Ap 20, 12) después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa (cf. 2 P 3, 12-13).

[6] Apocalipsis 11:18.

 


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