Las «almas errantes». Una nueva moda en la curiosidad espiritual

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|La teoría de las almas errantes

Por los PP. Jesús Sánchez S. y Jesús Silva C.

 

  1. El error doctrinal y gnóstico de la tesis de las almas perdidas

Algunos autores afirman que ciertas almas humanas, tras la muerte, no han sido juzgadas y se hallan en un estado intermedio de errancia, manifestándose a los vivos o afectando lugares concretos. Argumentan que esta condición podría deberse a pecados graves no confesados, muertes violentas, apegos mundanos, traumas o incluso pactos ocultistas. Estas almas, dicen, no están en el cielo, ni en el purgatorio, ni en el infierno, sino en una supuesta «zona gris espiritual»[1] ajena a la escatología clásica.

Esta teoría encuentra paralelos claros en el espiritismo de Allan Kardec, particularmente en su doctrina de los «espíritus errantes», que según el espiritismo no han alcanzado la perfección moral y siguen vinculados al plano terrenal. En muchas de sus obras, Kardec describe una jerarquía de espíritus según su grado de evolución, y sostiene que el alma debe progresar a través de múltiples encarnaciones para alcanzar la plenitud espiritual. Esta visión es esencialmente gnóstica, pues propone una salvación basada en el conocimiento, el progreso interior y la liberación del alma del mundo material.

Lo preocupante es que algunos exorcistas contemporáneos, en su afán por comprender ciertos fenómenos preternaturales, han llegado incluso a consultar o recomendar lecturas de Kardec, desconociendo que su sistema doctrinal niega principios básicos del cristianismo, como la única encarnación de Cristo, la resurrección de la carne, el juicio inmediato y la imposibilidad de toda comunicación con los muertos fuera del permiso excepcional de Dios.

Este planteamiento no es una simple opinión teológica discutible, sino una doctrina errónea que niega una verdad definida por la Iglesia: que el juicio particular se realiza inmediatamente tras la muerte (cf. Hb 9,27: «está establecido que los hombres mueran una sola vez, y después de esto, el juicio»). Además, reintroduce esquemas dualistas y esotéricos propios del gnosticismo antiguo, que siempre ha sido combatido por la Iglesia (cf. 1 Jn 4,1-3; Col 2,8).

  1. El testimonio unánime de la fe católica: Biblia, Magisterio y Teología

La tesis de que algunas almas humanas permanecen errantes tras la muerte, sin haber sido juzgadas por Dios, contradice frontalmente el consenso doctrinal de la fe católica sostenido a lo largo de los siglos por la Sagrada Escritura, los Padres y doctores de la Iglesia, el Magisterio y el Catecismo de la Iglesia Católica. Esta enseñanza no es una mera opinión teológica, sino una verdad definida, que forma parte del núcleo de la escatología cristiana: inmediatamente después de la muerte, cada alma comparece ante Dios y recibe su juicio particular.

2.1. La Sagrada Escritura

Numerosos pasajes bíblicos enseñan con claridad que la muerte va seguida inmediatamente por el juicio, sin que exista una etapa intermedia de errancia o incertidumbre:

  • Hebreos 9,27: “Está establecido que los hombres mueran una sola vez, y después de esto, el juicio.”

Esta afirmación tajante elimina la posibilidad de un alma vagante sin haber recibido el veredicto divino.

  • Lucas 16,22-23: En la parábola del rico y Lázaro, ambos personajes mueren y de inmediato son conducidos a su destino: Lázaro al seno de Abrahán, el rico al Hades. No hay transitoriedad errante.
  • Eclesiastés 11,3: “Donde cae el árbol, allí queda: tanto si cae al sur como al norte.”

Imagen clara del carácter definitivo del estado del alma tras la muerte.

  • 2 Corintios 5,10: “Todos debemos comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo.”

Este juicio no se pospone ni es gradual: ocurre inmediatamente al abandonar el cuerpo.

La Escritura también prohíbe expresamente la evocación de los muertos (cf. Dt 18,10-12), sabiendo que tal práctica no solo es inútil, sino que abre la puerta al engaño demoníaco, que suplanta a los supuestos “espíritus” para desviar al alma de la verdad.

2.2. San Agustín: el alma juzgada al separarse del cuerpo

San Agustín enseña en La Ciudad de Dios (libros XX-XXII) que el alma, al separarse del cuerpo, recibe de inmediato su destino eterno, o bien entra en un estado de purificación si no está aún preparada para la visión de Dios. Rechaza cualquier noción de «espíritus vagantes» que puedan quedar suspendidos entre este mundo y el otro sin juicio.

En De cura pro mortuis gerenda (c. 10), Agustín admite que, por permiso divino, algunas almas pueden aparecer a los vivos, pero esto es extraordinario, no una etapa natural de tránsito. No existe una categoría intermedia entre los tres estados tradicionales: gloria, purgatorio o condenación.

2.3. Santo Tomás de Aquino: el juicio particular es inmediato y definitivo

En la Suma Teológica, Suplementum, cuestión 69, santo Tomás afirma que:

“La retribución por las obras buenas o malas debe darse al alma inmediatamente tras la muerte, porque ya no hay ningún obstáculo para que reciba su premio o castigo.”

Dado que el alma es una sustancia espiritual con inteligencia y voluntad, es plenamente capaz de recibir y comprender el juicio divino sin necesidad de cuerpo.

Santo Tomás reconoce que Dios puede permitir apariciones de almas, pero nunca como una forma de existencia ambigua, sino con fines providenciales muy concretos: advertencia, petición de oración o manifestación del orden divino. En ningún caso se habla de “almas perdidas” sin juicio.

2.4. Benedicto XVI: la fe no es espiritualismo, sino encarnación y juicio

El Papa Benedicto XVI ha abordado ampliamente la cuestión escatológica, especialmente en sus obras Spe Salvi, Escatología. Muerte y vida eterna, Fe, verdad y tolerancia, y Introducción al cristianismo.

En Spe Salvi, n. 44, escribe:

“El encuentro con Cristo es el acto decisivo del juicio. El modo como cada uno se presenta ante Él será el fundamento del juicio. El juicio particular no es algo que ocurra mucho después de la muerte, sino que pertenece a la estructura del morir mismo.”

En Escatología, afirma que:

“La idea de reencarnación o evolución espiritual tras la muerte disuelve la responsabilidad moral del ahora y vacía el juicio de su carácter definitivo.”

Y en Fe, verdad y tolerancia, critica directamente las corrientes espiritualistas modernas:

“El sincretismo moderno tiende a reducir la salvación a un proceso interno de autorrealización. Pero el cristianismo es fe en un Dios que actúa en la historia, en un juicio que decide y en una resurrección que implica al cuerpo.”

Benedicto XVI rechaza así cualquier sistema que proponga una evolución post mortem del alma fuera del juicio, como hacen las doctrinas de Kardec y sus ecos gnósticos contemporáneos.

2.5. Catecismo de la Iglesia Católica: claridad dogmática

El Catecismo de la Iglesia Católica es explícito:

  • N. 1022:

“Cada hombre recibe en su alma inmortal, en el momento mismo de su muerte, su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo: o bien una purificación, o bien entra inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, o bien se condena inmediatamente para siempre.”

No existe margen para introducir una “cuarta vía” en la que el alma no haya sido aún juzgada y vague sin rumbo por el mundo físico.

  • Nn. 2116-2117:

Condenan como pecado grave toda práctica de adivinación, espiritismo o evocación de los muertos. Estas acciones “ofenden a Dios al pretender acceder a poderes ocultos” y “exponen al alma al engaño del demonio”.

Al considerar como plausible que existan almas perdidas en este mundo, sin haber sido juzgadas, se introduce indirectamente la aceptación de prácticas condenadas por la Iglesia, como la invocación de espíritus o la legitimación de experiencias que podrían ser de origen demoníaco.

Conclusión de esta sección

La fe católica, basada en la Revelación divina, enseña con unanimidad y claridad que cada alma, al morir, comparece inmediatamente ante Dios para recibir su juicio. Esta verdad está enraizada en la Escritura, sostenida por los grandes teólogos de la tradición, reafirmada por el Magisterio más reciente y protegida por el Catecismo.

Cualquier desviación que afirme lo contrario —como la supuesta existencia de almas errantes no juzgadas— constituye un error doctrinal grave, muchas veces enmascarado bajo apariencias pastorales o piadosas, pero enraizado en corrientes espiritualistas y gnósticas ajenas al cristianismo. Frente a estas desviaciones, la Iglesia llama a los fieles a la fidelidad a la verdad revelada, al discernimiento espiritual serio y a la esperanza en la vida eterna prometida por Cristo.

Por todo lo expuesto anteriormente, resulta especialmente contradictorio que algunos autores, aun afirmando verbalmente la doctrina del juicio particular y que el hombre muere una sola vez (cf. Hb 9,27), introduzcan luego afirmaciones que inducen al error, tales como: “Después del juicio particular, las almas que no están preparadas no se enteran del juicio y tal vez lo harán más adelante, mientras vagan errantes sin conocer su estado ni saber dónde están.” Esta afirmación, además de carecer de respaldo bíblico o doctrinal, incurre en un pensamiento de raíz gnóstica: supone que Dios no puede comunicarse con el alma plenamente en el momento decisivo de su destino eterno, o que, de hacerlo, el alma no tendría capacidad de comprender su situación.

Esta visión no solo degrada la dignidad espiritual del alma humana, creada a imagen de Dios y dotada de inteligencia, memoria y voluntad, sino que también niega implícitamente la claridad del juicio particular, que la Iglesia enseña como acto definitivo, pleno de luz, comprensión y consentimiento. El alma, al comparecer ante Dios, ve su vida entera a la luz de la verdad, reconoce su estado con total lucidez y acepta sin apelación su destino eterno.

Los supuestos “estados intermedios” o “fases de inconsciencia espiritual” que algunos describen tienen su origen no en la Tradición cristiana, sino en los tratados espiritistas de Allan Kardec sobre la reencarnación y la evolución de los espíritus. La Iglesia ha rechazado con firmeza estas doctrinas, que están en total contradicción con la fe católica, y que presentan un alma sin juicio, sin conciencia y sin verdad. Esto es, sencillamente, imposible, pues en el alma reside la sede del conocimiento y la memoria, y está ontológicamente capacitada para recibir —en el juicio particular— la plena revelación de su historia, de su libertad y de su responsabilidad ante Dios.

  1. La dimensión demoníaca y el riesgo de engaño espiritual

La tesis de las “almas perdidas” no solo representa un error doctrinal desde el punto de vista escatológico, sino que también constituye un grave peligro espiritual. Su difusión y aceptación pueden abrir la puerta a múltiples formas de engaño demoníaco, superstición y prácticas condenadas por la Iglesia. En nombre de la compasión o la búsqueda de respuestas, muchos fieles terminan acercándose a doctrinas y experiencias profundamente contrarias a la fe revelada.

3.1. El disfraz del enemigo: cuando el demonio se presenta como alma sufriente

Uno de los mayores peligros de esta tesis es que se presta al disfraz premeditado del demonio, que se aprovecha de las emociones humanas para desviar al alma. San Pablo lo advierte con claridad:

“Satanás se disfraza de ángel de luz” (2 Co 11,14).

Esto implica que el demonio puede adoptar formas aparentemente inocuas, e incluso compasivas, para ganar la confianza del creyente y sembrar en él confusión espiritual. Muchos fenómenos atribuidos a supuestas “almas errantes” (como voces, apariciones, presencias en casas, movimientos de objetos, mensajes en sueños o sentimientos de opresión) han sido discernidos, en contextos de oración o exorcismo, como acciones del maligno, diseñadas para generar miedo, dependencia, curiosidad malsana o incluso veneración indebida.

3.2. El terreno fértil del engaño: dolor, ignorancia y deseo de consuelo

El demonio no actúa de forma arbitraria, sino que se aprovecha de situaciones humanas frágiles, como el duelo por la muerte de un ser querido, el deseo de encontrar consuelo, el miedo a lo desconocido o la necesidad de una explicación ante fenómenos extraños. A esto se añade, frecuentemente, una falta de formación doctrinal, que hace que muchos católicos sinceros no sepan distinguir entre una oración legítima por los difuntos y una práctica espiritista encubierta.

El alma humana, afectivamente dolida por la pérdida, puede ser tentada a “comunicarse” con el difunto, invocarlo, buscar signos, interpretar sueños o consultar libros de espiritualismo. Bajo el pretexto de “ayudar” o “liberar” a las supuestas almas en pena, se comienza a interactuar con entidades que no proceden de Dios, sino que engañan y contaminan la relación del alma con el verdadero Dios.

3.3. El peligro de prácticas ocultas disfrazadas de piedad

En muchos casos, lo que comienza como una intención piadosa —“rezar por el alma de alguien que parece manifestarse”— degenera, sin que el fiel lo perciba, en formas prácticas de espiritismo, claramente condenadas por la Iglesia. Esto incluye:

  • Hablar en voz alta con supuestas almas.
  • Pedirles señales o respuestas.
  • Celebrar “liberaciones” improvisadas para “enviarlas a la luz”.
  • Invocar nombres, repetir fórmulas no litúrgicas o utilizar objetos ajenos a la tradición sacramental.

Todo esto contradice el primer mandamiento: “No tendrás otros dioses fuera de mí” (Ex 20,3). Cuando el creyente otorga autoridad a presencias espirituales no discernidas, les atribuye un papel que solo corresponde a Dios. Según el Catecismo de la Iglesia Católica, en los números 2116 y 2117, toda práctica de adivinación, evocación de espíritus o intento de conocer el futuro mediante entidades espirituales ajenas a la fe es una forma de idolatría y de falta de confianza en la Providencia.

“Todas las formas de adivinación deben rechazarse: el recurso a Satanás o a los demonios, la evocación de los muertos o de otras prácticas pretendidamente reveladoras del porvenir. […] El recurso a prácticas espiritistas encierra una voluntad de poder sobre el tiempo, la historia y, finalmente, sobre los hombres, al mismo tiempo que un deseo de conciliar los poderes ocultos. Es contrario al respeto y a la confianza que debemos sólo a Dios.” (CIC, 2116)

3.4. El vínculo con el ocultismo: una entrada camuflada

Muchos que comienzan por aceptar la hipótesis de las “almas errantes” como algo pastoral, terminan siendo arrastrados a libros, sesiones o prácticas esotéricas que conducen directa o indirectamente al ocultismo. El espiritualismo de Allan Kardec —que influye en muchos que difunden esta teoría— nunca ha sido neutral. Propone una visión del mundo y del alma completamente ajena al cristianismo: niega el juicio particular, niega el infierno eterno, propone la reencarnación, introduce la jerarquía de espíritus y promueve el contacto regular con entidades espirituales. Todo ello incompatible con la fe católica.

La práctica espiritista —aunque sea con lenguaje cristiano— es una forma camuflada de gnosticismo, donde el conocimiento de lo oculto, la intervención de entidades superiores o la autosalvación sustituyen el papel de Cristo como único mediador.

3.5. La respuesta católica: verdad, oración, prudencia

La única respuesta segura y santa ante fenómenos espirituales o extraños es la que enseña la Iglesia:

  • No dialogar con presencias espirituales.
  • No buscar señales ni respuestas en lo oculto.
  • Ofrecer oración y sufragios por los difuntos, sin presuponer dónde están ni pretender contactarlos.
  • Acudir a un sacerdote con criterio teológico si se sospecha alguna manifestación preternatural.
  • Confiar plenamente en el juicio y la misericordia de Dios, no en revelaciones subjetivas.

Como recuerda san Juan:

“Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus para ver si vienen de Dios” (1 Jn 4,1).

Y como insiste san Pablo:

“Que nadie os engañe con palabras vanas, pues por esas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia” (Ef 5,6).

3.6. La autoridad de la Iglesia en el discernimiento espiritual: contra la tesis de las “almas perdidas”

La Iglesia, madre y maestra, no solo transmite la verdad revelada sobre el alma y su destino eterno, sino que proporciona criterios firmes para discernir los fenómenos espirituales extraños o inquietantes, especialmente aquellos que se presentan como “manifestaciones de almas” que no han sido juzgadas. En este sentido, los principios ofrecidos en el Praenotanda del Ritual de Exorcismos y en el documento Fe cristiana y demonología de la Comisión Teológica Internacional constituyen una luz teológica de gran autoridad para rechazar la tesis de las llamadas “almas perdidas”.

  1. a) El Praenotanda del Ritual de Exorcismos: prudencia y obediencia al Magisterio

El Praenotanda recuerda que no se debe atribuir a la ligera un origen demoníaco o espiritual a todo fenómeno inexplicable, ni menos aún formular teorías paralelas a la escatología católica, como la existencia de almas errantes. Advierte expresamente:

“Los ministros ordenados, y especialmente los obispos y exorcistas, deben juzgar cuidadosamente, discerniendo si verdaderamente hay presencia de influencia diabólica o si se trata de otros factores.” (Praenotanda, n. 19).

Esto implica que ningún exorcista puede, a título personal, introducir doctrinas nuevas o contradictorias con el dogma definido sobre el juicio particular inmediato, ni siquiera como hipótesis pastoral. Las experiencias o manifestaciones que se interpreten como “almas en pena no juzgadas” deben ser analizadas con suma prudencia, teniendo presente que el demonio puede simular estados espirituales, falsificar emociones humanas y aparentar compasión, todo con el objetivo de desviar la atención de la verdad cristiana.

Además, el Praenotanda insiste en que todo ministerio de liberación se realice dentro de la doctrina segura de la Iglesia y bajo obediencia a la autoridad eclesial. Por tanto, aceptar o difundir públicamente la existencia de almas no juzgadas como fenómeno ordinario va contra el discernimiento que el Ritual exige.

  1. b) Fe cristiana y demonología: el demonio como falsificador de la verdad revelada

El documento Fe cristiana y demonología enseña que el demonio actúa dentro del límite permitido por Dios, pero su estrategia es siempre la misma: mentir, distorsionar la verdad y oscurecer la revelación de Cristo. En su n. 4 se lee:

“No se puede admitir como revelación o manifestación de verdad divina aquello que contradice la enseñanza común y constante de la Iglesia, aun cuando venga acompañado de signos extraordinarios.”

Aplicado a la tesis de las “almas perdidas”, este principio exige que todo fenómeno espiritual que lleve a pensar que el alma puede quedarse errando tras la muerte, sin juicio, en contacto con los vivos, debe ser rechazado de plano, por más emociones, visiones o experiencias que lo acompañen. La revelación es clara: el alma es juzgada inmediatamente y su destino no está a la deriva.

El documento añade que muchos errores demonológicos proceden de una mezcla entre experiencias personales, teologías marginales y una falta de formación doctrinal, lo que se da precisamente en quienes, sin ser teólogos ni estar autorizados por la Iglesia, interpretan ciertos fenómenos como presencia de “almas errantes”, y además difunden estas ideas sin respaldo magisterial.

  1. c) Discernimiento verdadero: fidelidad, no novedad

Ambos documentos insisten en que el criterio supremo de discernimiento espiritual no es la intensidad de la experiencia, ni su emotividad, ni su “fruto aparente”, sino su fidelidad a la doctrina segura de la Iglesia. No basta con que algo “funcione” o “traiga consuelo”: si contradice el Evangelio, los Padres, los concilios y el Catecismo, no proviene de Dios.

En este contexto, la propuesta de que haya “almas humanas no juzgadas errando por el mundo” es, a la luz de estos documentos, no solo improbable, sino peligrosamente engañosa. Constituye una falsificación del juicio particular, oscurece el misterio del purgatorio y facilita la infiltración de espiritualismo moderno, que sustituye la gracia por experiencias.

  1. Reacción cristiana adecuada

Ante la difusión creciente de la tesis de las llamadas “almas perdidas” o “almas errantes”, el cristiano fiel a la doctrina católica está llamado a adoptar una actitud clara, firme y prudente. No basta con rechazar el error: es necesario comprender su raíz, prevenir sus consecuencias y vivir activamente en la verdad revelada. La reacción adecuada debe ser, por tanto, doctrinalmente informada, espiritualmente lúcida y pastoralmente caritativa.

4.1. Rechazo firme de toda doctrina contraria al juicio particular inmediato

La primera actitud debe ser un rechazo consciente, explícito y sereno de cualquier teoría —sea formulada en términos esotéricos o supuestamente cristianos— que niegue o relativice la enseñanza católica sobre el juicio particular inmediato tras la muerte. No hay espacio, dentro de la ortodoxia católica, para teorías que postulen zonas grises, almas errantes, reencarnaciones o procesos evolutivos del alma más allá de la muerte sin juicio. Afirmar tales cosas no es una “opción pastoral” ni una “hipótesis espiritual”, sino una herejía práctica que desfigura la antropología cristiana y la escatología revelada.

4.2. Fidelidad a la enseñanza perenne de la Iglesia

El cristiano debe aferrarse con confianza y alegría a la enseñanza clara de la Iglesia, que ha sido expresada por los Padres, los doctores, los concilios y el Magisterio universal: cada alma humana, al morir, entra inmediatamente en presencia de Dios para ser juzgada, y su destino es la gloria eterna, la purificación temporal del purgatorio o la condenación definitiva. Esta certeza no es motivo de temor, sino de esperanza, porque muestra que la vida tiene un peso eterno y que Dios no deja a nadie en la ambigüedad.

4.3. Rechazo de toda forma de comunicación o evocación de los muertos

Como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 2116-2117), toda forma de intento de comunicación con los muertos fuera del marco lícito de la oración cristiana y de la intercesión eucarística está estrictamente prohibida. Esto incluye:

  • Consultar médiums, videntes o supuestos “liberadores de almas”.
  • Realizar rituales no litúrgicos de despedida, “envío a la luz” o diálogo espiritual.
  • Buscar signos o respuestas por medio de sueños, objetos, voces o sensaciones atribuidas a difuntos.

Todo esto no es compasión, sino transgresión espiritual. El alma del difunto debe ser confiada a la misericordia de Dios, no al control humano.

4.4. Oración por los difuntos: caridad verdadera

La única acción legítima y santa del cristiano respecto a los difuntos es orar por ellos con confianza, especialmente mediante:

  • El ofrecimiento de la Santa Misa, que es el sacrificio redentor de Cristo.
  • La recitación del rosario, la Coronilla de la Misericordia y el Oficio de difuntos.
  • Sufragios personales como ayunos, limosnas, penitencias u obras de caridad ofrecidas por su alma.
  • La obtención de indulgencias aplicables a las almas del purgatorio, especialmente en noviembre o durante el Año Jubilar.

Estas prácticas son actos de amor, no de control. No buscan contactar, sino interceder y confiar.

4.5. Discernimiento espiritual firme y bien formado

Todo fenómeno espiritual —apariciones, voces, sueños, sensaciones— debe ser interpretado con gran prudencia y siempre bajo la guía de la Iglesia. Ninguna experiencia subjetiva puede contradecir la fe revelada. El criterio de discernimiento no es la emotividad ni la intensidad de la experiencia, sino su coherencia con la Escritura, la Tradición y el Magisterio. Incluso en contextos de oración y sanación, el cristiano debe tener cuidado de no introducir elementos doctrinalmente dudosos o ambiguos.

4.6. Formación doctrinal constante

Para no ser arrastrado por modas espirituales, el cristiano necesita formarse de manera sólida en el contenido de la fe católica. No basta con la buena voluntad: se requiere conocer con claridad lo que la Iglesia cree, enseña y vive. Esto implica estudiar el Catecismo, leer autores fieles al Magisterio, evitar canales o libros esotéricos disfrazados de cristianos, y buscar siempre la guía de sacerdotes bien formados. Una fe no formada está expuesta a la manipulación.

Conclusión

La tesis de las almas perdidas, presentada como hipótesis pastoral o como explicación de fenómenos extraordinarios, es profundamente contraria a la fe católica. No tiene fundamento en la Sagrada Escritura, contradice el Magisterio constante de la Iglesia y es incompatible con la teología de los grandes doctores cristianos. Su raíz doctrinal está contaminada por elementos gnósticos y espiritistas, que socavan la esperanza cristiana en la vida eterna, debilitan la confianza en el juicio de Dios y exponen a los fieles al engaño del demonio.

Bajo una apariencia compasiva o piadosa, esta teoría introduce errores graves sobre el alma, el juicio y el más allá. Su difusión, incluso entre algunos exorcistas o agentes pastorales mal formados, representa un serio peligro para la doctrina, la fe y la vida espiritual de los fieles. No se trata de una cuestión menor, sino de una deformación del corazón del Evangelio, que es la victoria de Cristo sobre la muerte, el pecado y el demonio.

Frente a este error, la Iglesia proclama con firmeza la verdad luminosa del juicio particular, la necesidad de orar por los difuntos en clave de intercesión y no de evocación, y la esperanza firme en la resurrección y en la vida eterna. La muerte no es un caos espiritual, sino el momento del encuentro definitivo con Cristo. Por eso dice la Escritura:

«No os dejéis engañar por doctrinas extrañas» (Heb 13,9)

Y también:

«Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor. Descansen ya de sus fatigas, porque sus obras los acompañan» (Ap 14,13).

Que esta verdad nos sostenga en la fe y nos preserve de todo error.

  1. Jesús Sánchez S. y Jesús Silva C.

Fuente: https://www.religionenlibertad.com/blogs/estamos-en-sus-manos/250503/teoria-almas-errantes_111953.html

[1] Las negritas nos corresponden (P. Javier Olivera Ravasi, Mayo de 2025)


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