Panegírico de la Revolución del 25 de Mayo de 1810. Completo. Por Fray Francisco de Paula Castañeda. 1815
Muchas veces y en muchos lugares se ha citado el famosísimo «Panegírico de la Revolución del 25 de Mayo de 1810», publicado cinco años después, en 1815, por Fray Francisco de Paula Castañeda.
Dado que normalmente se conocen sólo extractos del mismo, hemos decidido digitalizarlo y subirlo por completo a la web, para que sirva de testimonio de la autonomía legítima comenzada ese año, para ser fieles a España y lo que ella representaba.
Que no te la cuenten
P. Javier Olivera Ravasi, SE
Para leer el panegírico completo, hacer clic aquí: https://www.quenotelacuenten.org/wp-content/uploads/2025/05/Panegirico-de-la-Revolucion-del-25-de-Mayo-de-1810-COMPLETO.pdf
Dejamos aquí abajo el texto reconocido, manteniendo la grafía de la época
SERMON PATRIÓTICO
PRONUNCIADO
EN LA CATEDRAL DE BUEONS AIRES
EL 25 DE MAYO DE 1815
POR FRAY FRANCISCO DE P. CASTAÑEDA
Habebitis hunc diem in monumentum et celebrabitis eam solemnem Dominio
in generationibus vestris culta sempiterno.
Exod. 12 v- 14.
Este día será para vosotros un padrón o monumento,
y lo celebrareis consagrándolo al Señor en vuestras generaciones
con un culto sempiterno.
Exmo. señor Director:
El día veinticinco de Mayo ya se considere como el padrón ó monumento eterno de nuestra heroica fidelidad á Fernando VII, ó como el origen, principio y causa de nuestra absoluta independencia política, es y será siempre un día memorable y santo, que ha de amanecer cada año para perpetuar nuestras glorias, nuestro consuelo y nuestras felicidades.
Pero ¿podrán acaso hermanarse tan luego en un mismo día la heroica fidelidad con la absoluta independencia, sin confundir y equivocar extremosamente todas nuestras ideas y conceptos? ¿Hasta cuándo, señor, los americanos, hasta cuándo habremos de abusar de los términos para tener á nuestra madre, la Península, incierta y fluctuante con la ambigüedad de nuestras resoluciones? Si somos hijos nobles é ingénitos; si somos vasallos generosos y leales, humillémonos de una vez á los piés del trono; sujetémonos al despotismo y entreguémonos al poder arbitrario, poniendo nuestra suerte en manos de Fernando, como esclavos viles en manos de su señor: al contrario, si estamos decididos á no reconocer más ley que la nuestra, digamos de una vez que somos libres y que lo somos, desde el veinticinco de Mayo de 1810, en el cual aquellas solemnes palabras de reconocimiento á Fernando no significaron lo que suenan, porque en la realidad querían decir, que ni entonces lo reconocíamos, ni jamás lo reconoceremos.
Ved aquí, americanos, ved aquí las inicuas reconvenciones que a cada paso nos hace la ignorancia presumida y la envidia mal contenida: ved aquí cómo le hablan á Fernando, los Elío, los Vigodet, los Abascal, los Goyeneche, los Pezuelay toda esa muchedumbre de ministros, cuya autoridad, cuya importancia, cuyo alto rango, cuyo pingüe patrimonio está precisamente vinculado con vuestra obscuridad y abatimiento. Ved aquí también lo preciso, lo necesario, lo indispensable de que Fernando nos oiga, para que no lo engañen ahora los peninsulares, como antes lo engañaron los franceses.
Pues que ¿no hay más que entregarse al poder arbitrario de un monarca joven, mal aconsejado ó totalmente comprometido en el voto, consejo y dictámenes de unos ministros, que durante su ausencia han querido ejercer- sobre nosotros una potestad tribunicia?
¿De unos ministros, que á fuego y sangre han querido obligarnos á seguir en todo y por todo sus antojos, extravagancias y caprichos?
¿De unos ministros que con el látigo en la mano, no se ocupaban en mirar por nuestros intereses, antes al contrario, procuraban grabar profundamente en nuestros ánimos doctrinas, lecciones y máximas de indiferencia, de apatía, de estupor y de letargo? Imitad á vuestros bisabuelos, nos decían, imitad á vuestros bisabuelos, que en la obscuridad de las revoluciones políticas no hacían más que vegetar con inocente sencillez, aguardando que amaneciese cualquier astro allá en la Península, para postrársele y tributarle homenajes y respetos.
Otras veces, llenos de ardimiento y zana, en tono amenazador, nos decían: No basta que seáis españoles, sino que también debéis ser de España, habéis de ser de Españaen cualquier lance de la fortuna. Lecciones son éstas verdaderamente propias de egoístas y tiranos, en cuyo concepto la América, la grande América, no viene á ser más que un triste apéndice de la Península, á cuyo carro debe seguir atada y sujeta, aunque lo monte y gobierne Napoleón.
No, señores: ¡a América, desde que reasumió sus derechos el día veinticinco de Mayo, como princesa emancipada, no debe ya entenderse sinó con el mismo Fernando, para informarle muy por menor de la noble y ejemplar conducta que ha observado durante la prisión ó ausencia de su esposo, ó de su señor; y para que éste, haciendo comparación con la desgreñada conducta de las provincias ultramarinas, decida quiénes son los leales y en qué grado de lealtad debe ser colocada cada cual de las hermosas regiones que componen lo dilatado de su vasto imperio.
Entonces, los ministros peninsulares, confusos á vista de la razón y de la justicia, reformarán su opinión envejecida, desmintiendo los informes depresivos de nuestra fidelidad, con los que más de una vez se han atrevido á sorprender el solio.
Ellos nunca han podido negar nuestra lealtad, porque les era muy visible; pero para que esta virtud tan apreciable no nos sirviese de provecho, paladinamente y en tono de compasión le decían al monarca : Señor, los americanos son muy sumisos, es verdad, pero con una sumisión que se hermana mucho con la bajeza y vileza de ánimo; por tanto, somos de parecer, que no se les prive totalmente de los empleos mediarlos, dejando los de alto rango para nuestros europeos, que con espíritu muy noble miran por el honor de vuestra majestad.
Accipe nunc Danaum insidias et crimine ab uno disce omnes.
Y qué ¿ no basta este solo crimen para que sean enteramente y eternamente recusables los antiguos mandatarios, cada vez que se ajite nuestra causa, ya sea ante el monarca, ya sea ante el magestuoso tribunal de las naciones ? excluidos sean ellos para siempre, supuesto que su existencia política es totalmente incompatible con la libertad de nuestra patria.
Esta libertad de nuestra patria es de dos modos; y tanto de uno como de otro, es un bien muy apreciable Libertad absoluta ó total independencia es la que justamente pretendíamos en el caso aciago que Fernando no saliese jamás de su cautiverio. También tenemos un derecho incontestable á la absoluta independencia en el caso igualmente aciago que Fernando seducido por sus consejeros, niegue en un todo á nuestra justa demanda; finalmente tenemos justo derecho á ¡a absoluta independencia, en todo caso imaginable, según la máxima recibida entre todos los políticos, á saber, que cuando un pueblo obedece á la fuerza, obra bien; y cuando tenga fuerza competente y con ella resiste á la fuerza del conquistador, entonces obra mejor.
Libertad respectiva es la que hubiéramos gozado, bajo la dirección del mismo Fernando, oyendo éste nuestras quejas, se hubiese dignado redimirnos del despotismo peninsular y hubiere permitido que, bajo sus auspicios, nosotros mismos nos gobernásemos, y nosotros también le defendiéramos la tierra sin intervención alguna de los ministros peninsulares, no sólo inútiles, no sólo caducos, sinó también perjudiciales.
En este solo punto de doctrina, teneis ya reducida á brevísimo compendio toda la gala, toda la grandeza y gloria del veinticinco de Mayo, día señalado en nuestros fastos y que debe ser celebrado en nuestros anales, consagrándolo al Señor, en todas las edades con la mayor pompa y magnificencia.
Sí, señores; porque el día veinticinco de Mayo es el padrón y monumento eterno de nuestra heroica fidelidad á Fernando VII. — Habebitis hunc diem in monumentum.
El día veinticinco de Mayo es también el origen y principio y causa de nuestra absoluta independencia política, celebrabais eam culta sempiterno.
Lo diré más claro: el día veinticinco de mayo es tan solemne, tan sagrado, tan augusto y tan pátrio, que si el mismo Fernando, por desgracia suya no lo reconoce, no lo celebra, no lo agradece, no lo admira, deberá ser tenido por un monarca jóven mal aconsejado y por consiguiente, ni capaz de reinar sobre nosotros.
En una palabra, el veinticinco de Mayo es nuestra magna carta, nuestra mejor ejecutoria, nuestra razón última contra el poder arbitrario y el non plus ultra ó el finiquito de nuestra servidumbre.
Parece que ya no puede avanzarse á más mi oración encomiástica gratulatoria; en ella os he de hablar con toda franqueza, pues además de la libertad civil, que la patria me concede, yo estoy en posesión de la libertad evangélica inseparable de mi ministerio.
No obstante, debo haceros, y en efecto hago dos protestas: sea la primera, que en cuanto yo dijese acerca de la absoluta y total independencia, no es mi ánimo exortaros á que apresuréis su declaración solemne, previniendo el juicio de las demás provincias, pues cualquier acto prematuro en materia de tanta gravedad pudiera en lo interior ó en lo exterior del estado traernos fatales consecuencias.
Sea la segunda, que en cuanto yo dijese y ponderase nuestra heroica fidelidad á Fernando VII, no es mi ánimo el exortaros á que continues en ella con manifiesto perjuicio de la patria: la razón es porque los monarcas se hicieron para las monarquías, y no las monarquías para los monarcas: de aquí resulta, que si el monarca destruye y no edifica en el momento la patria nos absuelve de todo vínculo, de todo reato, de todo juramento.
Con esta confianza y en la firme inteligencia de que todos os halláis poseídos y penetrados de todos estos principios, imploremos ya los auxilios de la divina gracia que para insinuarme en vuestros corazones necesito.
Bien sabes, Señor, la gracia que yo deseo: no aquella que haciendo sonar bien mis palabras, en los oidos de mis oyentes, me atraiga sus respetos, ni aquella que deleitando y suspendiendo sus entendimientos, me gran- gee su favor y benevolencia, sino aquella gracia inexti- mable queme llene de intrepidez y fortaleza, para decir la verdad, aunque con ella se ofendan y lastimen los reyes y poderosos de la tierra; para cuyo logro imploramos ya la poderosa mediación de nuestra dulce madre y señora, saludándola con el ángel.—Ave Maria.
PRIMERA PARTE
Habébitis etc.—La feliz restitución del señor don Fernando Vil al trono de las Españas, lejos de mancillar y obscurecer las glorias del veinticinco de Mayo, antes al contrario, las acrecenta y las ilustra con nuevos y esclarecidos realces; y aun pudiéramos muy bien asegurar, que sola circunstancia era la que nos faltaba para dar el último cumplimiento á la bien meditada obra de nuestra gloriosa revolución y para acabar de confundir á nuestros émulos, que no dejarán de acriminarse hasta que el mismo Fernando apruebe nuestra conducta y castigue con severidad á los antiguos mandatarios, que, ó ignorantes ó maliciosos, nos han envuelto en la anarquía, muertes, guerra civil y en todo género de males.
Trasladaos, por vida nuestra, al 14 de febrero de 1810, y vereis con asombro, que la misma junta de regencia á nombre de Fernando VII, nos conjura y nos habla en estos términos: Americanos: en este momento os veis elevados á la alta dignidad de hombres Ubres; ya no sois los mismos que antes encordados bajo el yugo, mirados con indiferencia, vejados por la codicia, destruidos por la ignorancia, vuestra suerte ya no depende ni de los ministros, ni de los virreyes, ni de los gobernadores, sino que está en vuestras manos.
Consiguiente á esta célebre proclama, fué la no menos famosa del virrey, capitán general de estas provincias, el cual, en el día 18 de mayo de 1810, haciendo dimisión de su empleo y entregando su bastón á nuestra municipalidad, nos protesta y nos dice:
Que toda su ambición la ceñirá á pelear entre nosotros por nuestra independencia de toda dominación extrangera, y por nuestra propia defensa si alguno la perturbase.
Estas arengas ó proclamas, que son otros tantos actos de manumisión, la más solemne, pusieron á la América en aptitud de romper por primera vez el largo silencio de tres siglos.
Su misma madre la Península, por un acto el más antipolítico, le recuerda en una proclama, sus agravios, como provocándola á que aproveche la ocasión y se precipite; y en efecto, los americanos aceptando la manumisión y despachados por la culpable deserción de mal aconsejado monarca, pudieran haberse entregado á alguno de los innumerables reyezuelos ó caciques que pueblan nuestras inmensas campañas : cualquiera de los cuales domina y tiene á su devoción más territorio que toda España entera; pudieran haberse constituido independientes, sin faltar en una jota, ni en un ápice á la razón, ni á la justicia.
Pero la América, tan discreta y tan prudente, se aprovechó de la ocasión, es verdad; obedeció al imperio de las circunstancias, no hay duda; pero todo no fué para prorrumpir en actos de venganza sino en resoluciones heroicas, generosas y magnánimas.
¡ Oh, y qué hermosos son sus pasos en el momento mismo en que reasume sus derechos!
Parece que de ella hablaba el sabio, cuando en sus epitalamios dijo : Pulchri sunt gressus tui, filia principis; pulchri sunt gressus tui. Oh hija, la más olvidada y abandonada de tu príncipe, qué bizarros son esos tus pasos con que lo buscas, qué airosos y qué dignos de que el monarca algún día los considere, los agradezca, los admire y los premie con magnificencia régia.
Lo cierto es, que la América, en aquellos momentos fatales, por ocuparse toda en su monarca, se olvidó de sí misma y sepultando en su corazón los agravios, vejaciones y violencias de tres siglos, aseguró el día veinte- cinco de Mayo, y aseguró con juramento, que no quería mudar de dinastía, ni menos constituirse independiente, sino seguir la suerte de Fernando, prevenirle un asilo en su regazo y tributarla su memoria los más puros y acrisolados homenajes.
Estas resoluciones que carecen de ejemplar y que son capaces de edificar y enternecer á las furias infernales, escandalizaron altamente. ¿ A quién % A quién había de ser sino á los mandones, á cuyos intereses, sin duda, conviene que la América siempre necesite de tutores y que ellos sean sus ángeles custodios, más bien diré, sus lobos carniceros; pues viendo que se les iba ya la presa de las manos ¿qué no han intentado, qué no han dicho, qué no han hecho para concitar contra la América el odio del cielo y de la tierra ?
Pero digan ellos cuanto les sujiera su encono, su preocupación y su despecho, que yo apelo al juicio imparcial de las naciones y del mismo Fernando, el cual, bien enterado de los hechos (si es piadoso y justo), fallará y dirá que nuestra revolución, el día veinticinco de Mayo, fué un acto heroico en la sustancia, heroico en las circunstancias, heroico en la intención y mucho más heroico en su ejecución y exacto cumplimiento.
Fué un acto heroico, y muy heroico en la sustancia, ya porque la América nada iba á adelantar reconociendo á un rey de burlas, cautivo y preso; máxime cuando por otra parte, se veía galanteada nada menos que por el árbitro de los imperios, el todopoderoso de la Europa, el grande, el taumaturgo, el adorado de la misma España, emperador de Francia y rey de Italia.
Ya también porque para entregarse á Napoleón, tenía la América el reciente mal ejemplo no sólo de la nobleza y grandeza española, sino también de la misma familia y casa real, que se postró humilde ante el ídolo de Baal y adoró al becerro, sin violencia, sin escrúpulo, con descaro, con jactancia y con tal exceso de ruindad, de entusiasmo y fanatismo, que llegó á sancionarse por un edicto público, que no se había de desmembrar una sola aldea de la monarquía española; porque toda, toda con sus anexidades debía ser ofrecida en hostia, en sacrificio, en holocausto al adorado, al caro, al omnipotente y fiel aliado.
¿Jupiter audis hoc?
¿Habrá sucedido caso semejante, no digo entre los católicos, pero ni aún entre los gentiles y paganos? Lo- cierto es, que este hecho nefando de ser calificado por la más horrenda idolatría política, que carece de ejemplar y debe hacer época en los anales del mundo.
La revolución del veinticinco de Mayo fué también un acto heroico, y muy heroico por sus circunstancias, pues todas ellas provocaban imperiosamente á la absoluta y total independencia, cuyo logro parecía fácil, atendido e^ estado de nulidad política á que voluntaria y culpablemente se había reducido la Península—sin ejército, sin marina, sin numerario, sin crédito, sin armas, sin recursos, sin relaciones, sin reyes, sin príncipes, sin jefes, sin magistrados, sin orden de república y anarquía tan deshecha, cual quizá nunca se habrá visto en pueblo alguno. En estas circunstancias tan lisonjeras, levantó la América el grito por Fernando VII, para tapar la boca á sus malsines ó mandatarios, que en deshonor de los americanos han sostenido y sostienen; han publicado y publican, que el miedo y no el honor es el que los mantiene en sus deberes.
Fue un acto heroico y muy heroico en la intención, porque los americanos con esta resolución tan noble y generosa, aspiraron á lograr el honor de que nadie tuviese parte en el desempeño de sus deberes; aspiraron también manifestar, que ya eran emancipados y que no necesitaban tutores; por eso en el momento se desprendieron de todos los mandones no sólo como caducos, no sólo como inertes, no sólo como inútiles, sino también como sospechosos de colusión con Bonaparte, cuya política peculiar llegó á minar, seducir y corromper todo el ministerio y aún el solio.
Finalmente, este acto heroico en la sustancia, circunstancia é intención, lo fué mucho más en su ejecución y exacto cumplimiento; porque la América, el día veinticinco de Mayo, no sólo prometió y juró guardar y defender la tierra para Fernando Vil, sino que efectivamente con repetidos actos, á costa de peligros y mucho más á costa de su sangre, lo ha ejecutado y cumplido, guardando y defendiendo la tierra ya contra Napoleón y sus enemigos, ya contra los mandones caducos é inértes; ya contra los europeos comuneros y contra sus repetidas importunas é injustas coalisiones; ya contra la misma España, que con su mal ejemplo y fuerza armada nos quería forzar á que variásemos nuestro primer juramento, para que fuésemos tan renegados, perjuros y rebeldes como ella. Sí, señores; contra la misma España, que nos quería también obligar á reconocer sus cortes ilegitimas; y últimamente nos halagaba con una constitución despilfarrada, nula, refractaria y atentadora de la autoridad real.
Está, pues, demostrando, hasta la evidencia, que la América, en can difíciles circunstancias, ha cumplido escrupulosamente con cuanto pudiera exigir de ella el honor, no digo ya de nobleza y grandeza española, sino también de la misma familia y casa real. No lo dudéis, señores, un momento y estad seguros de que en puntos de lealtad podréis desafiar á todas las naciones del mundo, y que con los hechos de la presente resolución habéis cumplido y canonizado la rara expresión de un sabio, el cual hablando de los americanos, dice: que pueden vivir seguros de su fama, porque la historia hasta ahora no les acusa ninguno de aquellos crímenes vergonzosos, que manchan los anales de todos los pueblos de la tierra.
Verdad es. que en esta ciudad de Buenos Aires, no ha muchos años, hubo efectivamente un motín escandaloso contra la autoridad real; no podemos negarlo, porque es un hecho; pero no os abochornéis, americanos, no permitáis que nuestra sangre leal salte del corazón á la mejilla, porque habéis de saber, y lo sabéis muy bien, que ese motín tan animoso y tan funesto del célebre mes de Enero fué causado por unos forasteros, á quienes núestra lealtad los desarmó con un corage sagrado, en esa plaza pública, que siempre ha sido el teatro de nuestra fidelidad incomparable.
Resta satisfacer brevemente á los cargos que nos hacen nuestros inexorables tutores, pues no debemos cantar victoria, sin haber primero rebatido las vehementes acusaciones de nuestros ángeles custodios; quiero decir, las calumnias de nuestros excelentísimos virreyes, sin cuyo previo informe somos menos que nada ante el monarca.
Dicen, pues, estos magistrados, y lo dicen en tono y solfa de magisterio, que el juramento de fidelidad prestado el día veinticinco de Mayo, delante de los altares, no fué más que una farsa y un insulto hecho á la divinidad.
¡Válgame Dios! Solamente lo que ellos hacen es santo y bueno, porque ellos solos son católicos; solo ellos pueden jactarse de haber obtenido subrecticiamente una bula de Alejandro VI para derramar impunemente sangre humana; sólo ellos pudieron excusarse con semejante bula pontificia para autorizar el masacre de los infieles y herejes; sólo ellos pudieron aprovechar la debilidad y candidez celestial de sus obispos para importunarnos con el granizo de tantas excomuniones, como si España y la religión fueran sinónimos de concepto indivisible.
Pero vamos al careo, y aparecerá cada cual en su claro día. Vamos al careo, y al punto se sabrá quiénes son en esta parte los religiosos; quiénes los hipócritas, supersticiosos y fanáticos. Abrid, por vida vuestra, el gran libro de la revolución española y en la primera página vereis con asombro, que los magistrados de España juraron la primera vez á Fernando VII, en la misma forma que nosotros; después se aburrieron de este juramento é hicieron otro, con el cual le rebanaron medio á medio la soberanía, reduciéndolo á triste condición de un cabo- escuadra. Ultimamente, Fernando, restituido al trono, abatiéndolos hasta los abismos los conmina, los aturde, los castiga; y ellos humildísimos añaden sin dificultar otro tercer juramento, y añadieran muchos más, sin vergüenza ni temor de que se diga de ellos lo que ya se ha dicho – testimoniorum religionem et fidem nunquam ista natio colluit.
Y en vista de una conducta tan obscura, tan negra, tan bochornosa ¿cómo tienen valor los magistrados de España para insultarnos tan atrevida y descaradamente? Lo cierto es, que jamás nos hacen el honor de nombrarnos sin añadir, que somos unos animales cuya especie no está aún definida, ni tiene nomenclatura en la historia natural; y contradiciéndose á renglón seguido, dicen, que somos unos monos hurangutanes, hotentotes, cabecillas, perjuros, escomulgados y rebeldes. Ya escampa. Así puntualmente los amos dicen contra sus esclavos mil execraciones y blasfemias.
Blasfemen nuestros amos cuanto quieran; juren, perjuren y vuelvan á jurar, como viles, inconstantes y desleales, que nosotros firmes en nuestro primer juramento, hemos patentizado nuestra lealtad incomparable; y el veinticinco de Mayo será, á pesar suyo, el padrón, el monumento eterno y el más irrefragable testimonio de nuestra heroica fidelidad á Fernando VII. –Habebitis hanc diem in monumentum, que es cuanto os prometí en la primera parte.
Pero no imaginéis que aquí concluye toda la grandeza y gloria del veinticinco de Mayo; no, señores, este memorable día se halla también destinado por la divina providencia para ser el origen, principio y causa de nuestra absoluta independencia política.
SEGUNDA PARTE
Porque á la verdad, si el muy poderoso, muy alto, muy excelente y siempre próspero Fernando VII, Fernando el piadoso, Fernando el católico, no quiere unirse con sus americanos para celebrar el día veinticinco de Mayo; si lejos de agradecer y ponderar los obsequios no vulgares, que, en este día, se tributaron á su memoria, antes al contrario se dirije con fuerza armada á nuestras costas, no para premiar nuestra heroica fidelidad, sino para castigarla/ en este caso verdaderamente aciago, no esperado, ni aún siquiera imajinado ¿que diremos los americanos y qué haremos?
Diremos, que si el mal aconsejado Fernando no quiere unirse con sus leales vasallos, él mismo es el que, cual otro Roboam, se ha dado á si mismo la sentencia, y no es regular que lloremos mucho, porque la tal sentencia se cumpla y se ejércite: diremos, que Fernando VII, firme siempre en los consejos, sugestiones y máximas de su caro y fiel aliado, persiste aún en-las célebres renuncias de Bayona y que rehúsa nuestros homenajes con melindre desdeñoso, para que en adelante lo tratemos con desprecio.
Diremos, que si á este mal aconsejado joven le desagradó tanto nuestra lealtad, busque vasallos desleales, y los encontrará en su Península á millares y millones. Diremos, que el haberlo reconocido y jurado cuando estaba preso en la Francia, no fué más que un rasgo de generosidad americana, y que al ver su indigesta y cruda ingratitud, no queremos continuarle por más tiempo un obsequio tan indebido. Diremos lo que, con menos motivo, dijeron los europeos conquistadores del Perú: Busque el rey de España en el testamento de Adán la cláusula donde nuestro padre común le adjudicó las dos Américas. Diremos lo que el mismo Fernando VII dijo á su augusto padre en la jornada de Aranjuez:
Papá, los pueblos no te quieren: papá, condene al bien público que V. M. renuncie á favor m ¿o la corona.
Diremos, que durante su ausencia nos han avisado desde la Península, que ya estamos elevados á la alta dignidad de hombres libres; que no estamos, ya encorbados bajo el yugo; mirados con indiferencia, vejados por la codicia y destruidos por la ignorancia; y que nuestros destinos ya no dependían ni desús ministros, ni de sus virreyes, ni de sus gobernadores, sino que estaban en nuestras manos. Finalmente, alzando más y más á proporción que nos avance el joven con sur descomedimientos, podremos decirle en tono firme y con las armas en la mano, que la América nunca pudo, ni debió ser colonia de Castilla, porque Castilla es un punto que apenas se divisa en nuestras cartas geográficas, y la América es la parte mayor y principal del mundo, la América es un paraíso terrenal, donde tienen nacimiento y curso sus mayores ríos; domina salutífero clima, influyen benignos astros y aspiran auras suavísimas, que lo hacen fértil y poblado de innumerables habitadores; la América, es el jardín del universo, en cuya superficie todos son frutos, en cuyo centro todos son tesoros, en cuyas montañas y costas todas son aromas.
La América por estas y otras muchas circunstancias, debe ser el emporio de la religión, el centro de la riqueza, el teatro de la sabiduría y del poder; y lo será, sin duda, si los americanos, como varones esforzados, se oponen con enerjía á la ambición peninsular, que es la única impotente traba de nuestro engrandecimiento.
Pero ¿qué haremos si el mal aconsejado joven, convertido en otro Napoleón, nos ataca con el engaño y con la fuerza, que es el recurso único de los tiranos1? En ese caso no esperado, haremos palpable al mundo, que Dios es el protector de la inocencia y que si su diestra poderosa ha colocado un océano inmenso entre la España y la América, eso fué sin duda, para que los españoles se abstengan de perturbar nuestro reposo.
Buen Dios! Nuestra madre España vió, con imponderable calma y sangre fría, tremolar el pabellón británico en nuestra fortaleza, sin tener la bondad de mandar á sus hijos siquiera una espada, ó un fusil para la reconquista
Nuestra madre vió, con igual indiferencia, que la formidable armada de Whitelocke se dirijía á nuestras costas, y ni tampoco fue su ternura para remitirnos un hombre que nos auxiliase (y aun dicen las buenas lenguas, que nos tenía vendidos como negros en la barca de San Pedro) y, ahora que nadie nos ataca, ahora que hemos reasumido nuestros derechos, ahora que tratamos de mirar por nuestros interes y de reformar nuestra administración corrompidísima; ahora es puntualmente cuando nos viene el deseado refuerzo non ad deponendam, sed ad confirmandam audaciam.
No para salvarnos, sino para proscribirnos y perdernos. Luego la España es una madrasta cruel, inexorable, inhumana, desnaturalizada y homicida: luego la América es perseguida por sistema, y en el gabinete español está con prevención, destinada á vegetar eternamente en la obscuridad y abatimiento.
Y ¿habrá quién se persuada que Dios favorecerá un plan y proyecto tan injusto? ¿Protegerá una empresa tan descabellada ?
Sí, señores: la protegerá, sin duda, como protegió la de Faraón, quiero decir, que vendrá la famosa expedición y arribará felizmente á nuestros puertos, pero será para aumentar nuestra fuerza y surtirnos de brazos para la libranza.
No lo dudéis, americanos, y estad seguros que el Sér Supremo protege nuestra causa; él es el que con su diestra poderosa nos ha librado de tantos riesgos y peligros. ¿No habéis visto el tenaz empeño con que nosotros mismos, más de una vez, hemos procurado nuestra perdición y nuestra ruina? Pero al mismo tiempo, ¿no habéis visto los milagros palpables que Dios ha hecho para que en cada veinticinco de Mayo se renueve nuestra juventud como la del águila ?
Por eso os dije al principio, devoto y amado pueblo mío en el Señor, por eso os dije al principio y concluyo ahora intimándoos, que celebréis este día consagrándolo al Señor en vuestras generaciones, con un culto sempiterno – solemnem Domino in generationibus vestris cultu sempiterno. Lo consagrareis, sin duda, si acertáis á emplearlo en obras dignas del Soberano autor y conservador de nuestra libertad política.
En este día, el magistrado debe soltar la vara de las manos para emplearse todo en actos de beneficencia pública: el poderoso debe derramar profusa y pródigamente sus tesoros en el seno de la’ indigencia; el padre de familia debe instruirá su posteridad y hacer comprender á sus tiernos hijos, que la libertad política es uno de los más grandes beneficios que Dios hace á las naciones que son suyas y que se deben aprovechar de esta gracia inextimable, no para abusar de la libertad, sino para ser hombres de bien y buenos cristianos.
En este día, los americanos olvidando los agravios y las represalias, debemos estrechar en nuestros brazos á los Viracochas, asegurándoles con todo encarecimiento, que en nosotros es violenta y muy accidental la aversión que experimentan, y que toda nuestra extrañeza ó desvío no es más que una medida de prudente precaución y de inculpada tutela; pero que variadas las circunstancias, serán inmediatamente restituidos al alto grado de estimación, que siempre nos han merecido haciéndoles partícipes de nuestra libertad, honor y fortuna.
En este día, los americanos arrebatados de un transporte religioso, debieran sentar sus esclavos á la mesa, interpolados con sus hijos, protestando altamente que no son cómplices en el exacrable delito de su esclavitud escandalosa y jurando por Dios vivo exterminar cuanto antes de la América el nefando tráfico de sangre humana.
Finalmente; en este día, todos, todos con entusiasmo divino, llenos de piedad, humanidad y religión, debemos postrarnos delante de los altares, confesando á voces el ningún mérito que ha precedido en nosotros á tantas misericordias.
Por nuestra parte, ninguna cosa buena hemos hecho en seis años de revolución; y aún la del veinticinco de Mayo no es obra nuestra, sino de Dios; verdad amarga que os anuncia mí celo y mi cariño, no para que os agraviéis, sino para que con vuestra profunda humildad (á falta de buenas obras) obliguéis al Señor á que continúe sus favores, acabando una obra que toda es suya, para que pasando los días de esta miserable vida, libres de Fernando y de los ministros peninsulares, en una paz octa- viana, logremos por último la libertad y paz eterna— quanm mihi et vobis in nomine patris etc., etc.
Fray Francisco de Paula Castañeda.
Fuente: https://dn790004.ca.archive.org/0/items/elcleroargentin01archgoog/elcleroarge
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