Cien años de Modernismo. Genealogía del concilio Vaticano II. Por Octavio A. Sequeiros.
Bourmaud, Dominique. Cien años de Modernismo. Genealogía del concilio Vaticano II. B. Aires, Ed. Fundación San Pío X, 2006, 444 pp.
Si a Ud. le resulta intolerable la persona de Mons. Lefebvre y su organización religiosa, no lea este libro ni estas líneas. Bourmaud es un experimentado sacerdote “lefebvrista”, aunque él preferiría por cierto ser considerado un católico fiel que ha tomado una decisión moral respetando las reglas de la “Iglesia del ghetto” (según el lenguaje algo antisemita de K. Rahner). El “ghetto” son los dogmas, la doctrina y la autoridad a cuya su defensa se aboca el autor aunque para ello tenga que enfrentar a algunas autoridades de primer nivel o sea a los Papas postconciliares. La historia de la Iglesia está repleta de estos conflictos y así seguirá, gracias a Dios, hasta el fin de los tiempos, de modo que no insistiremos en un tema hoy en pública ebullición, simplemente ubicamos política y eclesiásticamente al autor.
Bourmaud escribe de modo sencillo, con buen humor y su libro, originariamente francés, fue traducido con gracia por los hermanos Mestre Roc; sigue el orden cronológico a través de cinco partes 1) la verdad cristiana; 2) el modernismo crítico protestante en Alemania; 3) el modernismo católico y su condena por San Pío X; 4) el neomodernismo en Europa y la condena de Pío XII; 5) triunfo del neomodernismo en Roma.
Objetivo: “probar que el triunfo de los modernistas en la Iglesia postconciliar es la victoria del modernismo que censuró Pío XII” (p.14) y para ello realiza “un estudio histórico de las ideas y de los principios subyacentes del modernismo, según tres niveles científicos: la filosofía, la Sagrada Escritura y la Teología.” (p. 16). Allí desfilan como en una pasarela de modas, porque al fin y al cabo se trata de modelitos teológicos para disfrazar la apostasía, Lutero, Kant, Strauss, Schleiermacher, Bergson, Loisy, Tyrrell, Teilhard de Chardin, Heidegger, De Lubac, K. Rahner, cada uno con un capítulo, e importantes etcéteras que omitimos voluntariamente para aumentar su curiosidad y preservar mi buen nombre entre los lectores de Gladius. Se nos advierte (pp.17-8) que quedaron fuera del concurso Mister Modernismo (ganado por Rahner, el superteólogo del clero bienpensante), algunos personajes sólo mencionados de paso como Renan o Blondel, pero uno no puede con tanta belleza y es de esperar que alii sapientores dicant y les hagan justicia.
Dos méritos, entre otros muchos: 1) El capítulo 18, dedicado a K. Rahner y su “teología de la traición” (p. 300), realiza una exposición objetiva que por cierto no podemos comentar aquí, se apoya en Fabro, el Cardenal Siri y Meinvielle aclarando en p. 276 que “El libro de referencia es sobre todo el de Ferraro, El Naufragio del Progresismo” (Arequipa, Perú, 1999). Ya es insólito que un estudioso europeo, y francés, cite un libro de teología editado en Perú, para colmo sobre el superteólogo alemán del Concilio, pero lo más insólito es que un sacerdote de la Fraternidad indique como autoridad a uno del Verbo Encarnado, que es algo así como hacerle propaganda a la competencia. Bourmaud ya había mostrado esa asombrosa independencia de criterio en los Cahiers de Chiré. La existencia de estas rencillas que los modernistas consideran de campanario, resulta asunto demasiado humano, pero para superarlas como lo hace Bourmaud, parece cosa de mandinga o de milagro.
2) El centenario de la encíclica Pascendi, se celebrará y se deplorará con tanto mayor vehemencia que el Syllabus, el Juramento antimodernista, la Humani generis y otros documentos similares; aquí el lector encontrará una excelente puesta al día de los problemas religiosos, históricos, exegéticos y teológicos que están en el corazón del drama eclesial contemporáneo, futuro y pasado. Bourmaud les carga la romana a los Papas posteriores a Pío XII y lo hace con toda conciencia de su parcialidad y una franqueza sin prejuicios: “Aquí tenemos que tratar una historia aún presente en la memoria y no doctrinas abstractas y pasadas. Por eso, para ser justos, deberíamos equilibrar nuestras críticas de los pontificados estudiados resaltando sus aspectos positivos. Pero, por falta de espacio, debemos ir a lo esencial como el médico que, llamado a la cabecera del enfermo, no examina los órganos sanos, sino que aplica el bisturí sobre el mal que debe amputar. Así pues nuestro bisturí literario deberá limitarse a los aspectos negativos” (p. 333).
Lo hace además con toda lealtad: “Éste (Bourmaud) no pretende ser un intelectual de envergadura, ni tampoco un especialista de alguna época o personaje particular” (p. 18), lo que es comprensible porque el pobre quemó su vida como profesor enseñando la verdad a seminaristas de varios continentes, y, por si algo faltara, también en la Argentina. No tenía tiempo para trepar en la escalera universitaria, pero se las arregló para redactar esta obra magistral que carece de parangón en el mercado del espíritu, y no porque Bourmaud sea más inteligente, sino porque hasta ahora resultó más viril para enfrentar nuestras realidades cristianas. Por eso también Cien años de Modernismo constituye un desafío tanto para los defensores de la Fe y la Tradición como para sus detractores: veremos quién puede superar y discutir está síntesis excepcional e indispensable para el cristiano preocupado por la Iglesia.
Octavio A. Sequeiros