Hernández, Héctor H. SACHERI. Predicar y Morir por la Argentina, por Octavio Sequeiros

Hernández, Héctor H. SACHERI. Predicar y Morir por la Argentina, B. Aires, Vórtice, Mayo 2007, 992 pp.

Por Octavio A. Sequeiros

Conspirador y Mártir

¿Qué es esto?

a) Un ladrillo, material y extensivamente hablando, sin fijarnos en el peso.

b) Una biografía de Carlos Alberto Sacheri (1933-1974), incluidas las disidencias en la familia, notables por la libertad y cordura de su desarrollo, prueba además de que la tragedia, el martirio y la felicidad están incubándose desde el inicio en la famosa célula de la sociedad. También puede estar la estupidez y la esclavitud, como dice Reich parodiando a Jesucristo, pero no es el caso.

c) Un protocolo, legajo o como se llame para el futuro proceso de beatificación por martirio y afirmación de virtudes heroicas, asesinado ante su esposa, sus hijos y amiguitos el 23 – XII – 74 por “un científico de esos de arma de gatillo” que de acuerdo al avance de la técnica hizo las cosas bien, le reventó los sesos y no dejó huellas.

Creemos que tampoco dejará muchas huellas el expediente en las rotas romanas, porque, al igual que los tribunales argentinos y universales, los intereses políticos cajonean a la contra si no tiene plata ni poder, y más si la contra carga con la etiqueta de nacionalista, preconciliar, etc., etc.

El proceso sólo puede avanzar con el método del Padre Pío, es decir haciendo un milagro a cada rato hasta provocar la impaciencia de los que mandan, como Sergio Luzzatto, israelí prestigioso que, desde la otra orilla, acaba de sacar un libro contra el cura estigmatizado para destruir al “hombre más importante de la Italia del s. XX”.

El pobre Sacheri no es taumaturgo, ni está por el momento en condiciones de competir. Lo espera un cajón judicial más oscuro que el del cementerio.

De todos modos, la obra de Hernández vale su peso en oro y mucho más según veremos. Le falta clamorosamente el abogado del diablo –suprimido por hipocresía en el derecho canónico – pero trataremos de reemplazarlo ad honorem, sin llegar a la eficiencia de Jules Isaac y el equipo de la B’nai B´rith que paralizaron los procesos de Isabel la Católica y Pío XII.

d) Una novela policial, con final abierto pero sugerido, donde se desarrollan las más diversas hipótesis, a las cuales agregaré alguna otra de puro metido. Más allá de la teología y la tragedia, la novela-realidad tiene mérito propio e independiente de por sí.

e) Un expediente penal donde se transcriben las actas del procedimiento y se las comentan con sal y pimienta en relación con las circunstancias. También aquí Hernández aprovecha su experiencia judicial.

f) Una historia argentina a partir de la Revolución Libertadora, vista desde la perspectiva del enfrentamiento cívico-gorílico militar, peronista y subversivo por salvar a la Argentina, que terminó hundiéndola como era previsible, pues el país venía centenariamente cuesta abajo. Hernández reparte las culpas e incluso hace su autocrítica.

g) Un fino examen de la interna católica, basada en La Iglesia Clandestina de Sacheri, donde al final, el clandestino parece que va resultar el mismo Hernández. El tema es clave para resolver el crimen, pero excede la posibilidad de exposición sistemática que abarque los diversos grupos, incluidos los seguidores de Mons. Lefèbvre. La historia queda inconclusa por razones de orden natural: la lucha continúa con la excitante participación de figuras estelares, desde Caturelli a Mons. Maccarone, el “indiecito trucho” Ceferino Namuncurá, la teodanza, la catedral-letrina, etc. Se necesitan otras 900 páginas que Hernández nos debe para cuando recupere el aliento.

h) Una doble autocrítica: 1) de la víctima junto al autor y su grupo intelectual-político-eclesial; 2) de los asesinos presuntos, a veces con demasiadas consideraciones, en particular con el grupo intelectual-político-eclesial opuesto.

i) Un experimento estilístico, pues Hernández relata todo con lenguaje coloquial e intimista, pleno de angustia e ironía, dirigido a los jóvenes, que en la Argentina se denominan “chicos”, lo que es mentalmente acertado. Como logro especial recuerdo, por ejemplo, el monólogo-plegaria de Sacheri, donde relata el día anterior a su muerte.

Su estilo no es el de Cabildo ni el de Patria Argentina, no posee la concentración y sorpresa intelectual de Castellani o la  frugalidad racional de Meinvielle, ni la tensión que A. Capponetto y también Lugones importaron de la prosa española, pero es una redacción apropiada para hacer llevadero este complejísimo relato que puede leerse cronológica o desordenadamente. El estilo de Hernández sin pretensiones, pero original, resulta a veces chocante o a lo menos extraño en un ambiente que está buscando nuevas formas de expresión correspondientes a su nueva causa final y nuevos jerarcas (en sentido etimológico), hasta ahora impunes en casi todos los grupos católicos afines; en fin ese estilo corresponde también a su personalidad afable y menos solemne o apremiante que nuestra gente de la Capital.

Todo basado en 149 testimonios  o sea un fichero comentado con análisis bibliográfico. Era imposible presentarnos un índice de nombres convencional, pero creo que podría haberse intentado uno selectivo; aconsejo realizar uno propio al ritmo de la lectura. Complementando el  relato histórico Hernández agrega  unos ”cartuchos” o citas de Sacheri, o de otros que sintetizan el  contenido intelectual del capítulo o lo complementan.

¿El hombre perfecto y presidenciable?

 Así lo presenta Hernández fundado en testimonios múltiples y valiosísimos.

Pues bien en mi calidad y carisma de abogado del diablo rechazo ambas afirmaciones, lo que por cierto no impide la beatificación y menos la declaración de martirio. En efecto:

1) Sólo en sentido individual psicosomático, atendiendo ante todo a sus dotes personales en comparación a cualquier otro competidor católico, podía considerarse a Sacheri presidenciable, pues apenas ubicado el candidato en las circunstancias históricas de esa Argentina, nos encontramos con la carencia absoluta de apoyo eclesial, político, militar, gremial, financiero, social, logístico y extranjero; ello tiene importancia directa en las especulaciones sobre los móviles y autores del crimen, pues reduce las sospechas sobre ejecutore “marxistas”, ateos – si es que existen- interesados específicamente en los factores de poder económico-político- electorales; Sacheri no debería parecerles peligroso a la manera que lo fue Aramburu.

2) Su conducta en los días de su muerte parece más temeraria que sensata: estaba amenazado y sin embargo decide ir a misa con toda su familia y niños amigos, desarmado y sin custodias. La sensatez y la prudencia del espíritu (sin contar la de la carne, que también tiene su valor en las causas segundas) aconsejaban una estricta Imitación de Cristo que en circunstancias análogas eludió las amenazas del rabinato de Jerusalén, se escabulló con su habitual sentido del humor y sin adelantar un testimonio que no era oportuno. Sacheri calculó mal los riesgos y les regaló a los asesinos una ocasión dorada. Los hijos de las tinieblas fueron más astutos que los de la luz.

3) Su vida espiritual estaba experimentando una excelente evolución (en el sentido del paso de la potencia al acto, no del mono al hombre) desde una posición más bien intelectual y doctrinaria hacia una más estricta decisión ciudadana, o sea específicamente política. Su experiencia en el ramo era pues muy reciente y limitada, aún desde el punto de vista doctrinal, aunque el tema se había debatido mucho antes en Francia a raíz de la orientación tomada por La Ciudad Católica; el Abbé de Nantes ha relatado su discusión con el P. Grasset. Volveremos sobre este asunto.

¿Católicos asesinos?

Hernández no lo puede creer, pero se encuentra con el comunicado del Ejército de Liberación 22, enviado a la familia y a Ricardo Curuchet, director de Cabildo, fundamentando el asesinato de Sacheri y amenazándolo, lo cual era asunto de mero trámite en esos días. Hasta ahí todo dentro del Estado de Derecho, pero hete aquí que la redacción parece pertenecer a un componente de la Ciudad de Dios, a un hombre de Iglesia que se burla de su cofrade Curuchet, del muerto, y especialmente de Cristo Rey, etc.

Hernández saca la conclusión de que se trata de una “pluma ex católica”, de un ex seminarista, de un cura apóstata o algo así. Pero es una conclusión débil, basada en sentimientos y que nosotros y la realidad estamos lejos de compartir, porque:

a) Nadie deja de ser católico hasta que renuncia expresamente a la Fe o es excomulgado por las autoridades competentes, que desde el Concilio decidieron no excomulgar a nadie, salvo especímenes especialmente molestos como los obispos consagrados por Mons. Lefèbvre. Nada de eso ocurre en el caso.

b) Es muy posible que los católicos criminales actuaran de buena fe, más aún que actuaran en nombre de la fe que les enseñaron oficial y públicamente teólogos y biblistas prestigiosos, que hasta los deben haber excarcelado del infierno de antemano. Seguramente pensaban mejorar el país, la Iglesia y favorecer al gobierno. Buenas intenciones. Dios se  los pague.

c) Porque independientemente de todo esto el católico es potencialmente caínico y San Marcos nos profetiza “el hermano entregará al hermano a la muerte” (Marcos 13,12), profecía que se cumple constantemente a través de la historia y el Plan de Dios. San Agustín los tenía fichados: “Y no perder de vista que entre esos mismos enemigos se ocultan futuros compatriotas … Del mismo modo sucede que la Ciudad de Dios tiene, entre los miembros que la integran, mientras dura su peregrinación en el mundo (entre sus cuadros oficiales, diríamos hoy), algunos que están ligados a ella por la participación en sus misterios, y, sin embargo no participarán de la herencia eterna de los santos. Unos están ocultos, otros manifiestos. No dudan en hablar, incluso unidos a los enemigos, contra Dios, de cuyo sello sacramental son portadores” (D. I,35).

d) Si nos inclinamos por la hipótesis López Rega, en su grupo no actuaban sólo esoterólogos e iniciados sino católicos diversos y nacionales como puede comprobarse con sólo hojear sus publicaciones.

Hay otra hipótesis, probablemente ajena a este diálogo patibulario intraeclesial, en cuanto pasamos al diálogo interreligioso. El odio a Cristo Rey no es originaria ni principalmente modernista, sino que sus “fundamentos bíblicos” se encuentran entre los fariseos del NT y se prolongan hasta la actualidad. Mejor lo dejamos ahí, pero para un juez de instrucción hubiera sido objetivamente una pista a investigar antes de perder el cargo.

Doctrina y decisión

Muchos de sus amigos más inmediatos se propusieron, junto con él, salvar la Argentina gracias a la difusión de la Doctrina Social de la Iglesia: “maestro y luchador incansable de la política del amor, de la doctrina social de la Iglesia como solución para los problemas de la patria justa en una Argentina en sangre” (p. 766, cf. p. 698). Se trata de la sociología cristiana que abarca múltiples escalones del Orden Natural a partir de la familia y propiedad privada, para llegar a un Estado armónico ajeno a los bestiales excesos de los diversos socialismos y el capitalismo terrorista, al cual ahora se dedican infinidad de estudios cada vez más angustiantes que atentan a la buena digestión y la burguesa relajación veraniega como Nadie vio Matrix del economista argentino Walter Graciano, Planeta, 2007.

Nada tengo contra estas críticas y contra la Doctrina Social, pero resulta que esa y cualquier otra doctrina están estrechamente ligadas, más aún dependen para su puesta en práctica de:

a) Una Doctrina Política, ahora “olvidada” precisamente por los “clericales” – para llamarlos como Sacheri-. Pero el olvido se debe a la esperanza (y el anzuelo) de una globalización “democrática” proyectada por los ganadores de la guerra a mitad del s XX; en síntesis, no era políticamente correcto discutir el sistema institucional de una polis, que venía perfecta sin errores de fábrica.

b) La decisión específica de quien ejercita el poder, sobre lo cual poco o nada tiene que decir la Doctrina Social o la Política. Ahí en la “ultima solitudo” está la decisión del hombre de estado y su prudencia. Por eso San Pablo hablando de casos -como la Argentina de 1974- con la parquedad de la mejor retórica se limita a decir que Dios le da al gobernante “una espada” para castigar a los malvados. No quiere quedarse atrás San Juan en Apocalipsis 19, 11-16 cuando describe el último, y triunfante, golpe de estado de la Historia y establece el definitivo estatuto revolucionario donde el Cristo guerrero con ojos de fuego castigará a los pueblos “y los regirá con “un garrote (o vara en traducción ecuménica) de hierro”

Theodoro Roosevelt elevó la exégesis a doctrina Social y Política de la cuna de los Derechos Humanos para América y algo logró, pero se equivocó de “valores”. Ahora lo ayudan post mortem la ministra Garré y el resto del establishment.

Pues bien “ni el buen Dios misericordioso” ni “el dulce Rabí de Galilea” le dieron el garrote o la espada a Sacheri, y lo bien que hicieron, pues hay que tener cierta práctica en su uso. Por eso cuando un profesor angustiado, porque sus jóvenes alumnos idealistas e intelectuales lo habían amenazado con violarle y matarle la hija si no renunciaba, se vió obligado responder: “Renuncie”. (p 510)Yo hubiera hecho otro tanto, pues no se puede saltar de la Doctrina Social a la praxis de la UBA sin algunos adminículos “golpistas”, en el sentido etimológico.

Mea maxima culpa

Era el nuestro, un hombre íntegro y de gran vida interior, de modo que no sorprende, en sus circunstancias, el paso a la única ética que un católico pude aceptar con coherencia, según dice JP II en Memoria e Identidad. Ningún pontífice en la historia se le animó tanto al aristotelismo: el hombre logra su perfección en la vida política, en la práctica de la magnanimidad y la justicia.

 Sto. Tomás ya había bendecido todo sin chistar, así que con gran coherencia Sacheri no sólo promovió y colaboró en una publicación, Premisa, estrictamente política de diatriba a Lopez Rega, la dirección económica, etc., sino que se reunió con diversos factores de poder, desde los gorilas de la Marina a Rucci. Estaba pues metido en la pomada, la intriga, la “conspírica”, el complot, etc., etc.; de otro modo ¿cómo se iba a perfeccionar moralmente el Sacheri hombre, aunque sea “nacionalista” y doctrinario? Tenía que someterse no más al Orden Natural que tanto había predicado, pero al cual había permanecido un tanto remiso. Nadie nace santo, se va haciendo. Aquí si que entramos en la beatificación y el martirio aunque le pese al Dr. Bosca (Cap. 26) para quien nuestro héroe no fue asesinado a causa de su Fe sino meramente por motivos humanos, por una interpretación ideológica de la Fe. Para ser mártir habría que morir “de bien estar” como decían los criollos, amordazado en un bunker de pietismo aséptico. A Sacheri la conspiración no lo hizo mártir, pero no hay martirio sin conspiración. Conspiración en este caso contra las autoridades políticas y eclesiásticas que hace rato venían guiándonos a donde hemos llegado.

No estoy afirmando que Sacheri quisiera o pudiera apoderarse del poder, no estaba promoviendo el tiranicidio ni ejerciendo el derecho al alzamiento para el cual la doctrina católica española de Mariana y otros pone tantos requisitos que uno al final prefiere someterse al tirano, salvo que tenga el temple de los cruzados franquistas [1]; para eso faltaban muchas circunstancias, aunque estuviese el hombre. Estaba simplemente participando en el juego del poder, estaba tratando de integrar una fuerza política con compatriotas de tendencias muy diversas en defensa del país, uno de los sentidos de la palabra conspirar.

Antes no había llegado a tanto. Hernández resume así el mea culpa o autocrítica personal y del MUNA, Movimiento Unificado Nacionalista Argentino:

“La poca importancia del sector nacionalista a que pertenecíamos bajo el pomposo título de  “unificado” la revela, primero, quién era el Secretario  General de su Junta  Confederal, el que esto escribe,…  Tercero, que en el momento en que se vivía en el país, la última reunión de la Junta Confederal planificara una tarea que estaba lejos de las contingencias bravas del momento, dicho sin subestimar la función formativa, pero…El MUNA-cuarto- exhibía los defectos de los intelectuales para la acción, como que muchos evidenciaríamos luego y nos convenceríamos  que no teníamos vocación para la política concreta. Quinto, que no poseíamos ningún medio económico. Y sexto, para cerrar, y relacionado con lo último, no expresábamos ningún  sector de interés real en la República. Intelectualismo y voluntarismo, me parece…

Me dirán ¿y cómo Sacheri hacía lo que hacía?

Perogrullo contestaría que  “Sacheri era Sacheri” (p. 782-3)

Quizás precisamente por ello el libro se va “irazustizando”, incluso en el ritmo de las alusiones más que citas, pues Hernández habla en general y no precisa ni explica que se trata de dos personas, Rodolfo y Julio, el de los ocho tomos sobre Rosas, que ningún rosista ha leído como decía con irónica exageración. Dos personas que estuvieron desde antes de 1930 presentes en la vida política nacional y cuya vehemencia mezclada con bonhomía suscitó discusiones no sólo en los grupos nacionalistas, y revisionistas, sino también en el peronismo. En lo que aquí respecta transcribo de inmediato un párrafo famoso de Rodolfo: “El nacionalismo argentino tenía de todo…tenía el derechismo, tenía la defensa de la tradición, la defensa de la Iglesia, la defensa de la familia. Pero había olvidado acentuar la defensa de los intereses nacionales.

Señores, el fracaso del nacionalismo es el fracaso del país. Porque el nacionalismo tenía la obligación de procurar el cambio y el mejoramiento del país y no lo hizo porque se perdió en vagas disquisiciones ideológicas”.

Sin ocultar las objeciones que ha merecido este criterio, ambos Irazusta, obviando sus  diferencias personales y la  eficacia política, se opusieron siempre a que el nacionalismo se redujera o se definiera como un mero movimiento intelectual o cultural destinado fatalmente a proporcionar cuadros inferiores de la administración; debía constituir un poder de acuerdo a las posibilidades argentinas, y ambicionar la toma del poder. Sigo con Rodolfo: “De eso se trata, estimado compatriota. De formar un poderoso organismo que traduzca el sentir, que encarne las aspiraciones y asuma la representación del pueblo argentino, traicionado por sus gobernantes.” (diciembre 1941). El nacionalismo no es específicamente una doctrina sino una necesidad exigida por un siglo de progresiva corrupción política, que ha llegado a infectar hasta el buen sentido natural del hombre sencillo: “Nuestro país abunda en buenos católicos y en buenos patriotas (estamos en Azul y Blanco de 1967), pero carece de una opinión mayoritaria dotada de espíritu público. Si no formamos esa opinión nunca llegaremos a ser nación. Porque el nacionalismo es, específicamente, una actitud de la ciudadanía. No es una actitud de grupos tradicionales, derechistas o católicos, sino de la ciudadanía como tal”.

Pues bien, cuando nuestro biografiado pronuncia las palabras que comentaremos de inmediato, el país se había degradado políticamente de modo incontenible, el nacionalismo estaba aún más lejos de “formar un poderoso organismo” y llegar a la opinión.

La espada a toda hora

Sacheri percibió la gravedad del momento, y su ubicación en un horno que no estaba para bollos y menos para cocinar a sus amigos. Por ello transcribiré el final de su discurso más famoso: “Sin sangre no hay redención”, lo que según Hernández alude a la sangre de Sacheri, tema que desarrolla notablemente en varios pasajes. Pero hay otras sangres ya derramadas y a derramar. Concluye pues acompañando el párrafo con un gesto inmejorable: “Entonces, eso (aludiendo a la crisis nacional) ¿cómo se supera?, se supera con una militancia nuestra. Y termino recordando otro texto muy paulino de “las armas de la justicia”. Recordemos que las armas de la justicia son armas de justicia, pero tienen acero muy afilado en la punta. Nada más”. Y añade (Enrique Morand) que el Centinela de la Argentina, al decirle esto,  dejó caer pesadamente su brazo sobre el escritorio” (511). Después de esto el lector tiene ciertas dificultades para coordinar la exigencias del cap. 22, p. 496 y 500 con el cap. 27, p.615 y ss. a las cuales haré referencia.

Él y el MUNA ya no tenían espacio alguno para intervenir. Ahora sólo quedaba el César y su espada que además de castigar a los asesinos debía actuar en defensa propia mediante decisiones de Orden Natural y Político; éstas sólo dependen de la prudencia personal o más precisamente de la porción de ella al alcance de quien haya recibido, desde arriba, la autoridad. Hernández, Sacheri y nosotros le cedemos la palabra.

Al final alguno tiene que resignarse a decir la verdad y también a practicarla, y éste fue Perón aunque sea en dosis homeopáticas y lopezrreguistas. Les cantó parte de la justa a los muchachos de la juventud, representantes nada menos que del pueblo elegido y para colmo elector, el peronista,  a fin de agravar las penas contra la guerrilla y el ERP;  movimiento este último dirigido “desde Francia” al que “lo he conocido naranja como dice el cuento del cura. Sé qué persiguen y qué buscan. He hablado con muchísimos de ellos en la época en que nosotros también estábamos en la delincuencia (¡sic!) diremos así. Pero jamás pensé que esa gente podría estar aliada con nosotros, por los fines que persigue. Esto ustedes no lo van a parar de ninguna manera, porque es un movimiento organizado en todo el mundo (…). Porque es una Cuarta  Internacional (…) nosotros desgraciadamente tenemos que actuar dentro de la ley, porque si en este momento no tuviéramos que actuar dentro de la ley lo habríamos terminado en una semana (sic). Es un problema bien claro. Queremos seguir actuando dentro de la ley y para  no salir de ella necesitamos que la ley sea tan fuerte como para impedir esos males. Si no contamos con la ley, entonces  tendremos  también nosotros que salirnos de la ley y sancionar en forma directa como hacen ellos (…) ¿Y nos vamos a dejar matar? Lo mataron al secretario general de la CGT, están asesinando alevosamente y nosotros con los brazos cruzados, porque no tenemos ley para reprimirlos ¿No ven que eso es angelical? Ahora, si nosotros no tenemos en cuenta la ley, en una semana se termina todo esto, porque formo una fuerza suficiente, lo voy a buscar a Ud. y lo mato, como hacen ellos (…) Nosotros vamos a proceder de acuerdo  con la necesidad, cualquiera sean los medios. Si no hay ley, fuera de la ley también lo vamos  a hacer y lo vamos a hacer violentamente. Porque a la violencia no se puede oponer otra cosa que la propia violencia. Eso es una cosa que la gente debe tener en claro, pero lo vamos a hacer, no tenga la menor duda”. (p. 705, subrayado nuestro; transcripto del diario Noticias 21- I-74, reproducido en Perfil 14-I-2007)

Me permito observar que, cualesquiera sean sus pecados, Perón vuelve aquí al “sí, sí, no, no” de la  Cristiandad y el Evangelio; lejos de la turbias aguas de los documentos socio- ecuménicos- doctrinarios y las ambigüedades  desfachatadas sobre la “persona humana”, lejos también de la vergüenza neoperonista sobre las tres o trescientas A y su hipotético jefe Lopez Rega; pero mucho más lejos aún de la jerga pseudo católica en torno a la violencia y “la otra mejilla”. Un ejemplo de autocrítica contra hechos propios y no sobre supuestos  pecados políticos de sus antepasados. Única objeción: los ángeles iniciaron la primera guerra universal, terminarán la áultima y usan la violencia mejor que los represores humanos.

El Gral Videla y las FFAA prolongarán luego estos sablazos con la ayuda de Kissinger que, derrochando experiencia, hasta le aconsejó al canciller argentino Guzzetti contratar algunos terroristas de la OLP para conseguir un pretexto represivo acorde a la hipocresía de los Derechos Humanos. No se animó y esa es otra historia.

Usaron, eso sí, la espada y las ametralladoras con la ferocidad y decisión de toda guerra siguiendo las órdenes constitucionales masculinas y femeninas, sin distinción de género; escuché directamente del general Acdel Vilas su versión: “La Señora ( por Isabel Perón) me ordenó: ‘General, mate sin piedad’. Me recluí en una pieza, hablé con la Santísima Virgen, y maté sin piedad”. No tengo motivo alguno para dudar de sus dichos.

Sin duda Jordán Bruno Genta y las Madres de Plaza de Mayo tienen razón en cuanto que las FFAA cometieron aberraciones, excesos y delitos en la represión o guerra antisubversiva. En muchos casos actuaron fuera de la ley, a pesar de las leyes que cita el Dr. Florencio Varela, pero “qué atropello a la razón” sería atribuir a dichas aberraciones o excesos las causas eficiente, material, formal o final que destruyeron las FFAA y de seguridad. Hernández se refiere claramente al pacto cívico (y militar sin duda, acotemos) para la desactivación de la FFAA. Sin entrar en esas  minucias insignificante, todos sabemos que los países propietarios y aprovechadores de los Derechos Humanos fueron siempre los maestros de estos horrores, los reconocen y utilizan constantemente, pero sus FFAA siguen intactas. Hay mil otras causas “segundas”, históricas, que explican la disolución argentina, entre ellas la ausencia de un Estado y una población dispuestos a defender sus bienes más elementales y primarios, aunque se haya ganado, bien y mal como siempre, el conflicto militar. Sacheri, con buen sentido, no incursionó en temas en ese momento superiores a sus posibilidades humanas salvo el fatal golpe sobre el escritorio y la imagen última.

Genta dice expresamente: “esta manera de actuar es inadmisible. En primer lugar y ante todo, el cristiano debe estar dispuesto a morir, no a matar; dispuesto a morir por la fe, por la patria, por la familia, por el prójimo… y debe actuar a cara descubierta, juzgarlos públicamente según las leyes de la guerra, deben condenarlos públicamente y, si fuese posible, deben también ejecutarlos públicamente”(p. 629-630). Así lo pretendió el General Juan Antonio Buasso y lo acaba de recordar la revista Cabildo (N 71, feb. 2008). Esto supone un mundo y unas circunstancias que no eran las de la Argentina de esa época, donde no había ni un ejército o una política cristiana, y menos católica. Guiaban el país los herederos de Caseros con sus virtudes y defectos. Entre ellos destaco, como Hernández, el realismo de Perón. Además el cristiano, en determinado momento debe matar por motivos de bien público y no personales, y el Evangelio no establece ningún código de procedimiento, sobre todo cuando los jueces han desaparecido y la clase dirigente del país no apoya este noble tipo de solución.

Juicio final

Ya nos referimos a las hipótesis sobre los organizadores intelectuales del atentado, pues el ejecutor material pudiera haber sido un matón a sueldo.

Pero también es posible que el gatillo fácil lo apretara un joven idealista; Hitler en Mi Lucha rechaza este tipo de terrorismo por motivos de utilidad e interés: “¿Es conveniente que un pequeño chinche traidor sea eliminado por un idealista? En todo caso el éxito es dudoso pues se ha eliminado a un chinche con el riesgo de vida de un idealista insustituible.” (Santiago de Chile, Ed. Wotan, 1995, traducción de Miguel Serrano, p. 395) Aquí en cambio los jefes podían proceder con mayor libertad y displicencia pues tenían a su disposición material humano berreta, dispuesto a todos los mandados. Bien señala Hernández que estos “idealistas” actuaban por plata al servicio de organizaciones y fines superiores y desconocidos  para nosotros los perejiles. En nombre y representación de ellos ejercen ahora los cargos en la Argentina y el mundo.

En realidad interesa poco averiguar el nombre del asesino, que  conoceremos muy pronto, en l día posterior que sucede a la agonía”. En cambio la enorme importancia de esta obra reside – lo señalamos al principio – en poner a disposición de los jóvenes argentinos, en especial de los católicos ajenos a la subordinación curialesca, una recreación documentada, comprometida y amable de la desdicha nacional en torno a la vida de un mártir, privilegio bíblico que no fue concedido a todas las naciones ni a todos los autores.

Octavio A. Sequeiros

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