Raymond Diocres y la conversión de San Bruno

Hoy es la fiesta de San Bruno, fundador de los cartujos. Venga una de las historias que, en nuestra juventud, nos hicieron creer que el infierno no se había apagado ni que estaba vacío.

La misma puede leerse en el excelente libro de Mons. De Ségur titulado El Infierno.

La imagen de la entrada es de Vicente Carducho y se encuentra en el museo del Prado.

Prosit.

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi

 


Este vetusto monasterio ha visto, 
secos de orar y pálidos de ayuno, 
con el breviario y con el Santo Cristo, 
a los callados hijos de San Bruno 

(Rubén Darío, La Cartuja)

 

En la vida de San Bruno, fundador de los Cartujos, se encuentra un hecho estudiado muy a fondo por los doctísimos Bolandistas, y que presenta a la crítica más formal todos los caracteres históricos de la autenticidad; un hecho acaecido en Paris en pleno día, en presencia de muchos millares de testigos, cuyos detalles han sido recogidos por sus contemporáneos, y que ha dado origen a una gran Orden religiosa.

Acababa de fallecer un célebre doctor de la Universidad de Paris llamado Raymond Diocres, dejando universal admiración entre todos sus alumnos. Era el año 1082. Uno de los más sabios doctores de aquel tiempo, conocido en toda Europa por su ciencia, su talento y sus virtudes, llamado Bruno, hallábase entonces en Paris con cuatro compañeros, y se hizo un deber asistir a las exequias del ilustre difunto.

Se había depositado el cuerpo en la gran sala de la Cancillería, cerca de la Iglesia de Nuestra Señora, y una inmensa multitud rodeaba respetuosamente la cama, en la que, según costumbre de aquella época, estaba expuesto el difunto cubierto con un simple velo.

Vicente Carducho, La conversión de San Bruno ante el cadáver de Diocres

(Museo del Prado, Madrid)

En el momento en que se leía una de las lecciones del Oficio de difuntos, que empieza así:

– “Respóndeme. ¡Cuán grandes y numerosas son tus iniquidades!”, sale de debajo del fúnebre velo una voz sepulcral, y todos los concurrentes oyen estas palabras:

– “Por justo juicio de Dios he sido acusado”.

Acuden precipitadamente, levantan el paño mortuorio: el pobre difunto estaba allí inmóvil, helado, completamente muerto. Continuóse luego la ceremonia por un momento interrumpida, hallándose aterrorizados y llenos de temor todos los concurrentes.

Se vuelve a empezar el Oficio, se llega a la referida lección:

– “Respóndeme”, y esta vez a vista de todo el mundo levantase el muerto, y con robusta y acentuada voz dice:

“Por justo juicio de Dios he sido juzgado” .

Y vuelve a caer. El terror del auditorio llega a su colmo: dos médicos justifican de nuevo la muerte; el cadáver estaba frío, rígido; no se tuvo valor para continuar, y se aplazo el Oficio para el día siguiente.

Detalle del Libro de las horas del Duque de Berry con el famiso milagro

Las autoridades eclesiásticas no sabían qué resolver. Unos decían:

– “Es un condenado; es indigno de las oraciones de la Iglesia”.

Decían otros:

– “No, todo esto es sin duda espantoso; pero al fin, ¿no seremos todos acusados primero y después juzgados por justo juicio de Dios?”.

El Obispo fue de este parecer, y al siguiente día, a la misma hora, volvió a empezar  la fúnebre ceremonia, hallándose presentes, como en la víspera, Bruno y sus compañeros.

Toda la Universidad, todo Paris había acudido a la iglesia de Nuestra Señora. Vuelve, pues, a empezarse el Oficio. A la misma lección:

– “Respóndeme”, el cuerpo del doctor Raymond se levanta de su asiento, y con un acento indescriptible que hiela de espanto a todos los concurrentes, exclama:

– “Por justo juicio de Dios he sido condenado” – y volvió a caer inmóvil.

Esta vez no quedaba duda alguna: el terrible prodigio, justificado hasta la evidencia, no admitía replica. Por orden del Obispo y del Capítulo, previa sesión, se despojó al cadáver de las insignias de sus dignidades, y fue llevado al muladar de Montfaucon.

Al salir de la gran sala de la Cancillería, Bruno, que contaría entonces cerca de cuarenta y cinco años de edad, se decidió irrevocablemente a dejar el mundo, y se fue con sus compañeros a buscar en las soledades de la Gran Cartuja, cerca de Grenoble, un retiro donde pudiese asegurar su salvación, y prepararse así despacio para los justos juicios de Dios.

Verdaderamente, he aquí un condenado que “volvía del infierno” no para salir de él, sino para dar de él irrecusable testimonio[1].

 

 

[1] Monseñor de Ségur, El Infierno. Si lo hay. Qué es. Modo de evitarlo, Buenos Aires 1980, Iction, 36-39.

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5 comentarios sobre “Raymond Diocres y la conversión de San Bruno

  • el octubre 6, 2018 a las 6:19 am
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    Increíble historia, para reflexionar…
    Señor Jesús ten piedad de nosotros pecadores.

  • el octubre 6, 2018 a las 10:38 am
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    Gracias Padre por recontar este impresionante Milagro y conversión!
    …y pensar que muchos imaginan que es cuentito para que nos asustemos, ó una leyenda…
    Como tampoco creen que fuimos «Creados» por nuestro PADRE DIOS!

  • el octubre 6, 2018 a las 2:39 pm
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    Impresionante!!!! Y me surge una pregunta, bah dos! 1) De las tres veces que «habló» el cadáver… una dijo que fue acusado, la segunda juzgado y la tercera condenado. Sólo por la tercera afirmación podría deducirse que está en el infierno… no?
    2) por qué diría esa frase con tan sutil variación???
    Gracias Padre Javier!

    • el octubre 6, 2018 a las 2:50 pm
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      Quizás para mostrar el proceso de todo juicio particular: 1) acusación, 2) juicio, 3) sentencia

  • el octubre 19, 2018 a las 2:15 pm
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    Buen dìa Padre,

    Excelente historia, la conocì en mi adolescencia, atravèz del libro Mons. de Segur.

    sobre lo que no tengo conocimiento es » los doctísimos Bolandistas,»…podrìa facilitarme alguna bibliografìa para investigar sobre el tema…

Comentarios cerrados.

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