Historia de batallas: El Sitio de Constantinopla. Las murallas de la Cristiandad

Por Tomás Marini

 

“Es totalmente justa la fuerza

que defiende a la patria contra los bárbaros”

San Ambrosio

 

Fecha: 15 de agosto de 717–15 de agosto de 718.

Campo de batalla: Constantinopla, hoy Estambul en Turquía.

Resultado: Victoria bizantina que impidió la expansión del califato por Europa.

Beligerantes: Califato omeya vs. el Imperio bizantino y el primer Imperio búlgaro.

Personajes protagonistas: Maslama; Solimán; Umar; León III el Isáurico y Tervel de Bulgaria.

La tierra temblaba al paso de las decenas de miles de hombres, mulas, caballos, camellos y carros del ejército del Califato Omeya que se extendía hasta donde alcanzaba la vista.

Como una enorme bestia sedienta de conquista, avanzaban sembrando el terror en los pueblos y ciudades a su paso con un solo objetivo, la conquista de la ciudad cristiana de Constantinopla, la “nueva Roma”, la capital del Imperio romano de Oriente.

A su vez, por mar una formidable flota navegaba el mediterráneo, transportando otros miles de fanáticos hijos de Mahoma dispuestos a dar su vida por Alá y las recompensas prometidas del paraíso.

El emperador León III se dispone a resistir el embate de los infieles. El destino del imperio y de todo el continente dependerá de que lo logre. Las murallas de la ciudad más importante de Europa deberán soportar, cueste lo que cueste, la embestida de una tormenta arrolladora que amenaza cambiar el curso mismo de la historia y extinguir la luz que la fe cristiana ha comenzado a encender por el mundo.

El Corán manda en la Sura[1] IX, 29: “Combatid contra aquellos de los que recibieron el Libro, que no crean en Alá ni en el Último Día, que no hagan ilícito lo que Alá y su enviado han hecho ilícito y no sigan la religión de la verdad, hasta que paguen su impuesto, pues son inferiores” y la misma Sura en la Aleya 5 dice: “Cuando hayan transcurrido los meses sagrados, matad a los asociadores[2] dondequiera que les encontréis. ¡Capturadles! ¡Sitiadles! ¡Tendedles emboscadas por todas partes!”.[3] Siguiendo estos y muchos otros preceptos de su libro “sagrado”[4], los musulmanes[5] al grito de “Allahu Akbar” (Alá es grande) se lanzaron a conquistar el mundo, por medio del terror y la Yihad[6]. Miles de hombres, arrastrados por la promesa de un paraíso de huríes (mujeres divinas) y toda clase de placeres carnales[7], abandonaron los pedregosos desiertos de Arabia para someter a todos los pueblos a la ley de Mahoma[8], su fundador[9].

Tras la muerte del falso profeta en el 632, el Islam tuvo una expansión sorprendentemente rápida. Luego de la batalla de Yarmuk, en la actual Siria, en el 636, donde derrotaron de manera aplastante a los ejércitos bizantinos enviados por el emperador Heraclio, los sucesores de Mahoma ocuparon y conquistaron casi sin oposición todo el norte de África, las islas de Chipre y Rodas, el actual Irán, la parte meridional del Asia Central y parte de la India en solo algunas décadas. Tan solo setenta y tres años después de Yarmuk dos tercios de los territorios cristianos habían caído en manos de los enemigos de Dios. Ciudades profundamente cristianas como Antioquía, donde por primera vez recibimos el nombre de cristianos, Jerusalén[10], donde Nuestro Señor murió y resucitó, y Alejandría en Egipto, sede de una de las escuelas de teología más importantes de su época, fueron conquistadas, sus Iglesias destruidas por el fuego[11], sus campos arrasados, sus hombres asesinados, sus mujeres y sus niños esclavizados.

Muchos de los santos monjes y anacoretas del desierto de Egipto que se contaban por miles fueron martirizados. El Islam, una religión que hoy muchos se atreven a llamar pacifista, nació y se expandió bañando las espadas de sus “apóstoles” con la sangre de miles y miles de hombres, mujeres y niños inocentes.

Es el mismo tiempo durante el cual en Europa occidental se llevaba a cabo la gigantesca obra de evangelización de los pueblos que permanecían en el paganismo o en la herejía, entre la segunda mitad del siglo VI y fines del siglo VII. Obra impulsada principalmente por el papado, y especialmente por el gran pontífice san Gregorio Magno[12]. Digno de mención es el papel de los santos misioneros irlandeses[13], la mayoría de ellos monjes, que se lanzaron a la conquista de las almas de los bárbaros de Gran Bretaña[14], la Galia y la Germania. Antes de esta obra titánica, a fines del siglo V, desaparecido el Imperio romano de Occidente, el territorio no era más que un mosaico de reinos bárbaros, paganos o arrianos. Pero a mediados del siglo VIII ya toda Europa occidental era católica, y los monasterios, con cientos de hombres y mujeres consagrados a Dios en cada uno de ellos, se contaban por miles en todos los reinos de la naciente Cristiandad. El poderoso califato Omeya amenazaba con acabar con todo esto e imponer bajo el filo de su cimitarra la falsa religión de Mahoma en toda Europa.

Los musulmanes (o mahometanos) rápidamente comprendieron que si querían expandirse hacia el occidente por el norte del mediterráneo debían derrotar en primer lugar al imperio cristiano de Bizancio (el Imperio romano de Oriente), ya que no solo era la puerta de entrada al resto de Europa sino que sabían muy bien que si Bizancio era derrotado, toda Europa caería fácilmente en sus manos ya que no existía otro poder comparable en todo el continente.[15] Para ello era indispensable la conquista de su capital, Constantinopla, y por ello esta ciudad se convirtió en su objetivo más codiciado. El historiador estadounidense del Islam, Raymond Ibrahim, dice que el deseo de Mahoma de ver Constantinopla caer era tan grande que profetizó grandes honores, recompensas y el perdón de todos los pecados para cualquier musulmán que participara de su conquista.

El primer intento de conquista fue en el 655 y fracasó. Luego, en el 674, Muawiya I, primer gobernante del califato Omeya, envió una expedición naval, pero esta fue aniquilada por los bizantinos, lo que obligó a los musulmanes a abandonar la empresa por más de treinta años.

Recién en el 715 el califa Solimán[16] sintió que podría preparar una fuerza de invasión tan grande que los bizantinos no podrían hacer nada para detenerla. Mandó formar dos inmensos ejércitos. Uno que iría por mar al mando de un general de nombre también Solimán, y el otro que iría por tierra al mando del General Maslama, hermano menor del califa que le prometió:

“Entraré a la ciudad sabiendo que es la capital de la Cristiandad y su gloria; mi único propósito es entrar para confirmar en ella el Islam y humillar a los infieles”.[17]

Según los cronistas de la época, el ejército de Maslama estaba compuesto por unos 80.000 hombres, más la escuadra naval, al mando de Solimán, compuesta por 1.800 naves que transportaban a otros 80.000 hombres. Nunca Bizancio había tenido que enfrentar un ejército enemigo tan numeroso y, aunque el ejército bizantino era un ejército bien preparado, estos números superaban con creces los del ejército cristiano.[18]

El emperador de Bizancio León III, coronado recientemente en la Basílica de Santa Sofía[19], era un experimentado guerrero de unos cuarenta años conocido como el Isaurio. Al enterarse del avance del enemigo, no perdió un momento y puso manos a la obra preparando la ciudad para la invasión: Convocó a todos los hombres en edad de combatir, llenó los graneros de alimento y todo tipo de provisiones, reparó las murallas y las reforzó equipándolas con numerosas máquinas de guerra defensivas y, por supuesto, invocó el auxilio divino. El Patriarca de Constantinopla Germán, hoy canonizado, antes y durante el asedio organizó solemnes procesiones, junto con todo el clero de la ciudad, con la imagen de la Madre de Dios, la Theotokos[20], y una reliquia de la santa cruz.

Constantinopla, en ese momento, tenía una población de medio millón de habitantes y se asentaba, como aún lo hace[21], en una península resguardada en tres de sus lados por el mar, el mar de Mármara en el sur, y el Cuerno de Oro y el Bósforo en el norte de la ciudad. A lo largo de toda su extensión estaba rodeada de murallas, pero eran especialmente monumentales las que defendían el único lado terrestre que contaba con una triple línea defensiva de murallas y fosos. A esto se agregaba una gran cadena marítima que cerraba el Cuerno de Oro al paso de cualquier flota enemiga.

Antes de la invención de la pólvora[22] el modo más efectivo de vencer una ciudad tan fortificada era por el bloqueo y el hambre.[23] Por lo tanto, iba a ser decisivo el papel de la flota musulmana que debía bloquear la ciudad para que no pudiera aprovisionarse por mar. El emperador sabía muy bien que la defensa dependería en gran parte de la flota bizantina. Sabía que su flota era bastante inferior a la enemiga, pero confiaba sorprender a los musulmanes con un arma que ya había salvado la ciudad en la última invasión y con la que confiaba mantener abiertas las rutas de abastecimiento de la ciudad para que esta no sucumbiera al hambre y las enfermedades.

Maslama se presentó con su inmenso ejército frente a las murallas de Constantinopla el 15 de julio del 717 luego de haber invadido Asia Menor, sembrando el terror y la muerte en todas esas tierras. Inmediatamente, cegado por su soberbia, creyendo que su superioridad numérica le daría una rápida victoria, lanzó a sus hombres al ataque, pero fueron rápidamente rechazados con numerosas bajas por las flechas de los arqueros cristianos y las máquinas de guerra que los bizantinos tenían en sus murallas. Malasma se convenció de que frente a ellas un asalto directo era prácticamente imposible, por lo que decidió seguir con el plan inicial y rendir la ciudad por el bloqueo y el desgaste e hizo acampar a sus tropas excavando profundas trincheras frente a las murallas mientras mandaba a parte de sus hombres a devastar las tierras vecinas.

Solimán llegó con la flota dos semanas más tarde y la dividió, dejando la primera parte en la costa asiática, cortando los suministros provenientes del Egeo, es decir, de occidente, mientras que la otra flota navegaría el Bósforo pasando por la boca del Cuerno de Oro para dejar separada la ciudad del Mar Negro aislándola totalmente. Si lo lograban, era solo cuestión de tiempo para que la ciudad se rindiera.

Pero cuando la segunda flota navegaba hacia el Mar Negro, fue sorprendida por fuertes vientos que la inmovilizaron frente a la boca del Cuerno de Oro, donde los cristianos tenían sus naves de guerra. Esto fue rápidamente aprovechado por el emperador León, que mandó enseguida bajar la gran cadena marítima para atacar al enemigo con sus barcos, los dromones bizantinos[24]. Las naves cristianas eran más pequeñas y menos numerosas, por lo que los musulmanes no se preocuparon mucho por esta salida y los esperaron con toda tranquilidad. Era una gran oportunidad para apoderarse de algunos barcos enemigos y comenzar a juntar algo de botín. Los dromones se acercaron, y los marineros y soldados omeyas pudieron ver que los dromones llevaban extraños aparatos en la proa. Nunca habían visto nada parecido y se preguntaron qué invención era esa. No tardaron en averiguarlo, cuando de los barcos cristianos comenzó a salir disparado un fuego que, ante la desesperación de los mahometanos, comenzó a devorarlo absolutamente todo.

Los aparatos que llamaron la atención de los islámicos eran sifones de bronce que, al modo de modernos lanzallamas, arrojaban sobre el enemigo, a varios metros de distancia, un compuesto encendido llamado “fuego griego” o “fuego marino”. Esta arma que solo los bizantinos sabían fabricar y que parece sacada de una novela de fantasía, constituyó el arma definitiva de su tiempo y había sido inventada por un sirio cristiano llamado Calínico de Heliópolis.[25]

Los navíos bizantinos arrojaron una lluvia de fuego griego. Las llamas incontrolables se propagaron rápidamente y los musulmanes lucharon desesperadamente por controlarlas, pero el fuego griego seguía prendiendo y consumiendo todo a su paso, los cascos de los barcos, los remos, las velas, el aparejo y la tripulación.[26] El caos era absoluto, las naves se consumían rápidamente y los soldados con el cuerpo envuelto en llamas se arrojaban al agua para sobrevivir. Pero era inútil, las llamas no se apagaban ni siquiera en contacto con el agua.[27]

Los cristianos, prácticamente sin bajas, lograron destruir veinte barcos pesados enemigos y capturar muchos otros que se salvaron del fuego, pero no del abordaje. Al enterarse del desastre, Solimán envió refuerzos, pero los cristianos ya se habían refugiado nuevamente detrás de la cadena en el Cuerno de Oro, llevando consigo los barcos capturados. Los agarenos[28] aterrados por los efectos devastadores del fuego griego no se atrevieron a acercar sus naves a la ciudad, lo que permitió el libre abastecimiento de Constantinopla desde el Mar Negro. Un duro revés para los planes de conquista de Maslama.

Poco después, el califa Solimán, que acudía hacia Constantinopla con refuerzos, murió repentinamente en el camino y fue sucedido por Omar II, un fanático seguidor del Corán, pero para desgracia de sus hombres, un pésimo estratega. El cerco continuó por meses sin grandes avances. Luego llegó el invierno, extremadamente duro ese año, y durante tres meses la tierra quedó cubierta solo de nieve y hielo. Los árabes poco acostumbrados a estas condiciones climáticas murieron de a cientos azotados por el frío, el hambre y las enfermedades. Los soldados se alimentaron de la carne de sus caballos y camellos, y cuando esta se acabó, hasta de las raíces de los árboles. El hambre fue tal que, según cuentan las crónicas, se llegó en algunos casos hasta el canibalismo. Para empeorarlo todo, los búlgaros, tribus nómadas de la región, atacaban a las patrullas musulmanas que se alejaban en busca de comida. Entre los muertos durante el invierno estuvo el mismo almirante Solimán.

Al llegar la primavera arribó una escuadra egipcia de 400 naves a reforzar con hombres, suministros y armas las diezmadas filas musulmanas, a las que más tarde se unirían 300 naves más. Otro ejército de varios miles de hombres comenzó a marchar por Asia Menor para reforzar el asedio.

Estos refuerzos podrían haber cerrado el Bósforo, cortando finalmente los suministros y rindiendo la ciudad por el hambre, pero en las naves árabes se encontraban muchos cristianos egipcios que lograron escapar y llegaron a la ciudad con valiosa información de las fuerzas musulmanas que comunicaron al emperador. Con esta información, León cayó con sus naves sorpresivamente sobre los árabes que estaban completamente desprevenidos. Nuevamente el fuego griego destruyó muchos barcos y puso en fuga al enemigo. Luego de esta sorpresiva acción, los bizantinos desembarcaron en tierra asiática y derrotaron a las fuerzas que habían llegado a reforzar el asedio en una batalla de la que no se conservó más información.

A su vez Tervel, rey de los búlgaros y aliado momentáneo de Bizancio, marchó contra el campamento de Maslama al pie de las murallas de Constantinopla. Sorprendiéndolo en la noche, aniquiló casi la totalidad de su guardia personal de 4000 hombres. Maslama pudo escapar junto con el resto de su ejército, pero fue nuevamente derrotado por los Búlgaros en una gran batalla al sur de Adrianópolis, en la que murieron 20.000 musulmanes.[29]

Este último desastre, más el rumor difundido por los bizantinos de que un gran ejército franco estaba en camino para socorrer la ciudad, convenció al califa Omar de la derrota y ordenó a Maslama que levantara el sitio, lo que sucedió el 15 de agosto de 718[30], en el aniversario de la llegada de sus tropas a Constantinopla y fiesta de la Dormición de la Theotokos (Asunción de María Santísima) a la que atribuyeron los cristianos su victoria. Parte del ejército musulmán se retiró a través de Anatolia. El resto intentó retirarse por mar, pero una terrible tempestad destruyó la flota, de la que sobrevivieron solo cinco galeras.

La victoria de León III[31] fue decisiva y constituyó uno de los acontecimientos cumbres de la historia de la cristiandad, obligando a los mahometanos a retirarse del oeste del Asia Menor, salvando así no solo al Imperio bizantino y a los pueblos del oriente europeo de caer en manos del islam sino también a la naciente cristiandad occidental.

Los enemigos de la cruz habían sido detenidos en oriente, pero avanzaron implacables por el norte de África, culminando con la invasión de la península Ibérica, las actuales España y Portugal, en el 711, derrotando fácilmente al debilitado reino visigodo. Aunque vencido por Bizancio, nada parecía poder evitar que el Islam lograra su conquista desde el extremo opuesto de Europa.

Por Tomás Marini


Bibliografía consultada

– Geoffrey Regan, “Batallas que cambiaron la historia: cincuenta batallas decisivas que abarcan más de 2500 años de guerra”, André Deutsch (2002)

– Warren Treadgold, “History of the Byzantine State and Society”, Stanford University Press (1997)

– George Ostrogorsky, “History of the Byzantine State”, Rutgers University Press (1969)

– A. Vasiliev, “History of the Byzantine Empire, Vol I” The University of Wisconsin Press (1952)

– W. C. OMAN, M.A., F.S.A. “The story of the Nations: The story of the Byzantine empire” G. P. Putnam’s sons, T. Fisher Unwin (1892)

– Edward Luttwak, “The grand strategy of the Byzantine Empire”, Belknap Press of Harvard University Press (2009)

– Spencer Tucker, “Battles that changed history: an encyclopedia of world conflict” ABC-CLIO (2011)

– “El Corán, traducción de Andres Guijarro”, EDAF (2010)

– Adrienne Mayor, “Fuego griego, flechas envenenadas y escorpiones, la guerra química y biológica en la antigüedad”, Desperta Ferro Ediciones (2018)

– Raymond Ibrahim, “Sword and Scimitar: Fourteen Centuries of War between Islam and the West”, Da Capo Press (2018)

– Nadia Maria El-Cheikh, “Byzantium viewed by the Arabs”, Cambridge, Mass.: Distributed for the Center for Middle Eastern Studies of Harvard University by Harvard University Press (2003)

– Santo Tomás de Aquino, Suma contra Gentiles, Club de Lectores (1951)


[1] Capítulo del Corán.

[2] Los cristianos, que “asocian” el Hijo al Padre.

[3] “Lo verdaderamente relevante es que en el libro hay al menos doscientos cincuenta y cinco versículos que llaman a los musulmanes a la guerra contra los paganos, contra los infieles, contra todos los que no creen en el islam, y en particular contra los judíos y cristianos. Es una orden que procede del propio Alá, y Mahoma la transmitió a sus fieles con valor eterno.” (José Javier Esparza, “Historia de la Yihad”)

[4] “Podemos, pues, afirmar que (…) las verdaderas fuentes inspiradoras del Corán y del Hadiz (dichos y las acciones de Mahoma), son: en primer lugar, la voluntad absoluta y dominadora y, por consiguiente, una política sin escrúpulo por parte de Mahoma, que para conseguir su ideal de dominio no se arredraba ante ninguna dificultad ni crimen alguno, y, por lo mismo, organizó la guerra santa o guerra de exterminio de todos los que se oponían al triunfo de su ideología; en segundo lugar, una sensualidad cada día en aumento, que impulsó a Mahoma a hacer en sí mismo excepciones vergonzosas, que atribuía al mismo Dios (…)” B. Llorca y R. García Villoslada, Historia de la Iglesia Católica, Tomo I, BAC.

[5] Los Musulmanes o mahometanos son los seguidores de la falsa religión islámica fundada por Mahoma.

[6] Yihad es una palabra árabe que significa «lucha», pero suele interpretarse por Guerra Santa.

[7] Santo Tomás de Aquino escribe en la Suma contra Gentiles: “Así sucede con Mahoma, que sedujo a los pueblos prometiéndoles los deleites carnales, a cuyo deseo los incita la misma concupiscencia. En conformidad con las promesas, les dio sus preceptos, que los hombres carnales son prontos a obedecer, soltando las riendas al deleite de la carne. Introdujo entre lo verdadero muchas fábulas y falsísimas doctrinas. No adujo prodigios sobrenaturales, único testimonio adecuado de inspiración divina (…) En cambio, afirmó que era enviado por las armas, señales que no faltan a los ladrones y tiranos. (…)

Ningún oráculo divino de los profetas que le precedieron da testimonio de él; antes

bien, desfigura totalmente los documentos del Antiguo y Nuevo Testamento, haciéndolos un relato

fabuloso, como se ve en sus escritos.

[8] El padre Alfredo Sáenz menciona en su libro La nave y las tempestades que un estudioso del mundo musulmán, Bruno Bonnet-Eymard, estudiando la vida de Mahoma, concluye que “en todo este asunto se esconden grandes errores históricos. Ante todo, en lo que toca a la persona misma de Mahoma, cuya existencia no sólo pone en duda, sino que la niega lisa y llanamente. Su vida, afirma, pertenece a la leyenda, y es el resultado de aquellos hadit o relatos que se fueron transmitiendo de generación en generación hasta llegar al siglo VIII, cuando por primera vez se presentó su biografía cronológicamente expuesta.” (La nave y las tempestades, Tomo III, cap. I. Gladius)

[9] La aparición del Islam es el acontecimiento más importante del siglo VII e influyó como pocos en la historia de la humanidad.

[10] En el 637 se dio el sitio de Jerusalén que enfrentó al Imperio bizantino con el Califato ortodoxo. Comenzó cuando el ejército musulmán al mando de Abu Ubaidah emprendió el asedio de la ciudad en noviembre del 636. Tras seis meses de cerco, el patriarca Sofronio capituló y la ciudad santa pasó a manos musulmanas por primera vez. Sofronio sería más tarde martirizado por convertir musulmanes al cristianismo.

[11] La Iglesia de San Marcos, apóstol de Egipto y que custodiaba el cuerpo del evangelista, no se salvó de las llamas, como tampoco la gran biblioteca de Alejandría.

[12]  San Gregorio Magno (540-604) fue el sexagésimo cuarto papa de la Iglesia católica.

[13] Fueron tan numerosos los santos irlandeses, sobre todo en los siglos V y VI, que Irlanda recibió el nombre de “la isla de los santos”. A juicio del padre Alfredo Sáenz, el más extraordinario de estos santos misioneros fue San Columbano, que con poco espíritu “ecuménico” destrozaba con un hacha los ídolos paganos de los lugares a los que llegaba.

[14] En el año 655, la batalla de Winwaed entre Penda de Mercia y Oswiu de Northumbria marcó el fin efectivo del paganismo anglosajón; Charles Plummer, en 1896, la describió como «decisiva para el destino religioso de los Ingleses». Lamentablemente, no tenemos muchos datos sobre ella como para incluirla en este libro.

[15] Constantinopla o Bizancio era desde el año 330 capital del Imperio romano de Oriente. El Imperio romano de Occidente había desaparecido en el 476.

[16] No confundir con el famoso Solimán el Magnifico del siglo XVI.

[17] Nadia Maria El-Cheikh, “Byzantium viewed by the Arabs”.

[18] El ejército de Bizancio, desde el siglo v hasta mediados del siglo XV d. C. se mantuvo en guerra constante, combatiendo a bárbaros, persas, árabes, búlgaros, turcos selyúcidas, otomanos y muchos otros pueblos que hostigaban las fronteras del imperio. Fue uno de los ejércitos más eficaces de Europa, Asia y África durante gran parte de la edad media.

[19] Tras la Conquista de Constantinopla por el Imperio otomano en 1453, fue transformada en mezquita, luego en museo y nuevamente en mezquita en el año 2020.​

[20] “Madre de Dios” en griego.

[21] Hoy la ciudad de Estambul en Turquía.

[22] La pólvora fue inventada en China, aproximadamente en el siglo IX. Los bizantinos y los árabes la introdujeron en Europa alrededor del 1200.

[23] Las murallas de Constantinopla sólo fueron tomadas por asalto en dos ocasiones de toda la historia de la ciudad, en 1204 y 1453, cuando finalmente cayó la ciudad en manos musulmanas pasando a llamarse Estambul.

[24] El dromón fue una antigua nave de remos, evolución de la birreme romana y precursora de las galeras.​ Fue el barco de guerra más importante de la armada de Bizancio entre los siglos V y XII.

[25] Aun hoy en día se desconoce su composición y cómo se lo fabricaba. La fórmula se perdió con la caída de Constantinopla en 1453.

[26] «Todo hombre al que toca se sabe perdido, todo barco atacado con él termina devorado por las llamas», escribía un cruzado en 1248.

[27] En 1139, el Segundo Concilio de Letrán, siguiendo los ideales de la caballería y la guerra honorable, decretó que el fuego griego y demás armas incendiarias similares eran «demasiado letales» para emplearlas en Europa.

[28] Nombre dado a los musulmanes por descender de Agar, personaje bíblico, esclava de Abraham.

[29] A pesar de la magnitud de esta batalla, no son muchos los datos que se pueden encontrar sobre ella más que el número de bajas musulmanas que en algunos autores asciende hasta 30.000. Esta acción le valió a Tervel ser llamado por sus contemporáneos “salvador de Europa”.

[30] Este mismo año comenzó a gobernar a los francos, como mayordomo del palacio, Carlos Martel.

[31] León III tristemente pasará a la historia por caer más adelante en la herejía iconoclastia, un rechazo a las imágenes religiosas (pinturas, iconos, estatuas), que alteró la paz de la Iglesia Oriental en los siglos VIII y IX, la cual causó la última de las muchas brechas con Roma que prepararon el camino al Cisma de oriente. León III llegó a ordenar la destrucción de todas las representaciones de Jesús, de la Virgen María y de los santos.

 


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Un comentario sobre “Historia de batallas: El Sitio de Constantinopla. Las murallas de la Cristiandad

  • el mayo 7, 2024 a las 1:05 am
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    Que pro Padre , todo ha quedado claro, las guerras me llaman mucho la atención y la historia es envolvente.
    Att
    Un hijo suyo, un bárbaro en mórfosis a catecúmeno.

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