El Renacimiento. Por Octavio Sequeiros

Prólogo al libro del Padre Alfredo Sáenz, La Nave y las tempestades. El Renacimiento. El peligro de la mundanización de la Iglesia, Gladius.

PRÓLOGO

Por Octavio A. Sequeiros

Renacimientos

 Atrapados con salida

            El Padre Alfredo Sáenz nos sumerge en la tempestad del llamado Renacimiento occidental -tema por demás complejo-, mediante una síntesis especialmente cordial y matizada que, como los otros tomos de esta colección, responde a una exigencia de los fieles amigos interesados en la historia de la Iglesia.

            En esa época (aproximadamente a partir de 1400) por motivos diversos, la Divina Providencia incluida, los dirigentes de nuestra sociedad interpretaron la antigüedad greco-romana desde nuevas perspectivas; “una nueva imagen de la antigüedad” dicen hoy los estudiosos. Y por cierto que cada época tiene una, particular e irrepetible; en este caso surgió el deseo de entender y gustar la cultura gentil superior como una culminación estética, filosófica y literaria independiente o, por lo menos, armonizable con la Revelación. Sin duda todo ello se fundaba en los concretos estudios de las fuentes antiguas, con método y un rigor peculiar que revolucionó prontamente el mundo intelectual y la posteridad.

             Para los fieles cristianos la relación con el mundo gentil, específicamente Grecia y Roma, fue motivo de permanente reconsideración. Desde los primeros siglos la Iglesia había  destacado la necesidad de la mejor cultura pagana para el sustento intelectual de la Fe, lo mismo que repite en estos últimos tiempos una famosa Constitución Apostólica de título nada ingenuo: nada menos que Veterum Sapientia, “Sabiduría de los Antiguos”, proclamada con toda intención y a todo trapo  en  San Pedro como pauta directriz del último concilio aunque luego censurada de hecho, nadie lo ignora, por los encargados de una política eclesial  amotinada contra los documentos “oficiales”. De todos modos valga la intención, por lo menos la intención primera, pues la Veterum Sapientia ha repetido la enseñanza tradicional de modo llamativamente enfático; otro tanto ocurre con la Instructiosobre el estudio de los Padres de la Iglesia en la formación sacerdotal”, documento de la Congregación para la Educación Católica del 10 de noviembre de 1989, que considera indispensable dicha cultura para acceder a la Tradición.

            Es que un renacimiento de la cultura católica, incluida la inteligencia y profundización de los dogmas y misterios, no puede darse desde la Biblia, por la mera razón de que allí hay revelación, pero no el desarrollo, la promoción ni las nociones básicas de “cultura”, entendida como  despliegue humano autónomo[1] o si esta palabra  resulta equívoca, desarrollo natural según la tendencia a su perfección. Menos puede darse un renacimiento desde el Talmud, el que ahora se autoconvoca como modelo de la humanidad y de humanismo. La Biblia contiene verdades de  orden natural, racionales o “laicas” en el sentido moderno del término, y también supone  la existencia y ejercicio de las virtudes, el conocimiento del mundo  físico, la observación política, etc., pero lo menos que puede decirse es que  sus grandes libros y sus personalidades emblemáticas no han desarrollado  de modo racional, ni promovido una inteligencia o perspectiva  de la  Creación  a partir la  “condición”  humana o, si no se acepta esta terminología, desde las potencias  naturales del hombre. Poco o nada de “humanismo” estrictamente hablando.   

            El mejor mundo grecolatino es por eso irreemplazable en cuando orden natural de la inteligencia cultivada para recibir la Fe. La gracia corona la naturaleza, en este caso la naturaleza de la cultura, pero no la suprime, así que todo moderno y necesariamente futuro perfeccionamiento cristiano o nueva evangelización debe darse desde fuentes intelectuales similares a las comentadas en este libro. “¿Quién nos liberará de los clásicos?” se preguntan irónicamente los eruditos. Respuesta: Nadie, si queremos desarrollar las potencias humanas, porque todos sabemos que los muertos mandan, incluso los santos y también la historia. La cultura no está por descubrirse – famosa expresión de León XIII – y no la descubrirán los curas tercermundistas, los indigenistas, orientalistas, los antropólogos, los arqueólogos, los  pedagogos de Flacso, ni la teología de la liberación o cualquier otra similar, por  esta sencilla razón: no existen otras “fuentes”  culturales capaces de  funcionar como viagra espiritual que se aproximen a las grecolatinas.

Distinciones 

            Dejo pues ese tema, que no es ahora el nuestro, y trataré de responder a la sugerencia del P. Sáenz: referirme a las influencias actuales del llamado Renacimiento y al antropocentrismo que muchos equiparan a la “paganización” de las costumbres. Ciertamente debo aquí realizar  algunas elementales distinciones.

a) Los cristianos no necesitaban del “Renacimiento” para corromperse: se corrompían, nos corrompemos y corromperemos solos, sin necesidad de refinarnos leyendo a Petronio, a Plauto, a los sofistas, la comedia, los cínicos y la lírica más o menos depravada o erótica. Más aún: los textos menos moralistas de la antigüedad son una lección de fundamentalismo puritano frente a las lecturas o, mejor dicho, los espectáculos actuales, interactuados además, con participación o experiencia intertextual como el Ulises de Joyce.

b) “Pagano” no es sinónimo de inmoral y mundano, ni “cristiano” de moral y beatífico, salvo que recurramos a una arbitrariedad desaforada. El sol, la luna y la depravación salen para todos, cualquiera sean sus convicciones. Salviano de Marsella[2] buen conocedor de las gentes de su tiempo, sostiene que nuestros correligionarios superaban a los paganos en libertinaje. Sírvanos de consuelo.

            San Agustín, que le carga la romana a los romanos por sus vicios carnales, violencia, licencias, avaricia, etc., sin embargo les reconoce virtudes que ojalá tuvieran las naciones o estados cristianos, empezando por la Argentina.

c) “Pagano” en su sentido originario designa las gentes del pago, de la aldea o el campo, que fueron los últimos en recibir la Revelación, pues los apóstoles, incluido San Pablo, comenzaron por casa, es decir, por los asentamientos judíos en las ciudades. Luego “pagano” se aplicó a los gentiles en general, y tomó un sentido religioso y moralmente peyorativo, identificándose con conductas depravadas y creencias idolátricas. La palabra “paganización” es, en consecuencia, de por sí ambigua  y  suele utilizarse para  travestir  las lacras  actuales descargando la culpa  ladinamente  sobre aquellos gentiles indefensos.

            Los gentiles o paganos no esperaron al Mesías y, en consecuencia, no predominó entre ellos ni la utopía ni lo que ahora llamamos mesianismo, especialmente en Grecia y Roma, nuestras hermanas mayores en este aspecto de la Fe y la Tradición. Por ello la actual procacidad de las costumbres, promocionada por el “mundo del espíritu”, del espíritu del dinero y del mal Espíritu, sólo se encuentra de modo muy incipiente en algunas épocas de la Roma cristiana renacentista, tal como la describe el P. Sáenz.

            Ante todo: hoy: 1) ha desaparecido la búsqueda de la belleza y las proporciones humanas; 2 ) también desapareció la admiración por la antigüedad pagana o por cualquiera, a lo que me referiré luego; 3) ha muerto la muerte de Dios, reemplazada como ideología general por un gnosticismo satanista -payasesco o no, o los dos a la vez-, tanto en el mundo “laico” como en el eclesial; 4) predomina un mesianismo antipagano, progresivamente irracional de origen bíblico travestido por la gnosis, el Talmud y la Cábala, en complicidad con  las verdades católicas enloquecidas de que habla Chesterton. 5) la Iglesia heredó, como  mal muy menor, un  boato y fastuosidad algo folclóricas, ha mucho inapropiadas para la “sensibilidad” contemporánea  y chocantes aún para los más fieles como Castellani; por algo los últimos Papas han tratado de atenuar esta impresión. 

            La clara prosa de nuestro autor recalca en todo momento que el ambiguo y prestigioso rótulo de “Renacimiento” se refiere en un principio a la nueva germinación de algunas perspectivas paganas utilizadas como ariete cultural contra la cristiandad y la Iglesia. Semejante título no lo pusieron los actores primeros, quienes, estaban lejos de ser espiritualmente “renacentistas”, sino ideólogos posteriores, con el objetivo de equiparar el cristianismo, medieval o no, con una época de muerte y de tinieblas.

            Más aún: aunque nos disguste, se trató de todo un acierto lingüístico pues el menú de expresiones como “renacimiento”, edad oscura, tinieblas, etc. expresa elocuentemente: 1) la ruptura decisiva con la tradición cristiana; 2) la disconformidad con la conversión de los gentiles (¿ para qué se iban a convertir si tenían  ofertas mejores como Yahve, Abraham y hasta Judas, el único nacionalista  irreprochable del universo?); 3) una repugnancia a la historia concreta de los pueblos gentiles conversos, repugnancia de por sí inherente a todo progresismo.

            Insistamos aquí en el segundo aspecto, a menudo  ausente con aviso en los estudios  sobre nuestro tema, pero que suele ser agudamente destacado por los estudiosos hebreos del primitivo cristianismo: nos aseguran que la traición de algunos caudillos judíos, en particular Pablo de Tarso, los llevó a aliarse con el imperio romano en contra de su patria y posibilitó la cristianización o “conversión” de los pueblos gentiles para humillación de Israel. Nótese este vigoroso impulso antipagano y antirromano de tantos “renacentistas” contemporáneos. Aquí estaría, para ellos y ahora para todos los “intelectuales”, uno de los motivos más profundos de la muerte cultural y espiritual contenida ya en la raíz de la Cristiandad que culminó en la llamada Edad Media y que el Renacimiento  habría venido a remediar de raíz.

d) A esta altura resulta evidente que ha caído otro pilar intereligioso del humanismo renacentista: en éste ámbito la “Tradición judeo-cristiana” es un mito sentimental para consumo de muchos cristianos y poquísimos judíos, como dice el norteamericano Joe Sobran[3]. Numerosos pensadores hebreos han advertido, con todo acierto y franqueza, sobre los límites y limitaciones de la posible judeocristiandad. Nuestros cofrades eclesiásticos más o menos globalizadores quedaron en este asunto pedaleando en el aire, de modo que para continuar su proyecto político-religioso se verán obligados a profundizar su discurso acercándose o asimilándose a ese judaísmo supuestamente originario. 

            Sea como sea, el rótulo de “Renacimiento” se impuso, pero ahora queda chico: en efecto ya antes del nihilismo dichos “intelectuales” tuvieron pretensiones de un nacimiento absoluto, sin “re” y sin antigüedad pagana; en estos días se autodenominan pretensiosamente “hombre moderno o posmoderno”, porque “hombre nuevo” recuerda a San Pablo y conserva el inolvidable, para ellos, sabor de los fascismos y del antisemitismo religioso del Nuevo Testamento. 

            Este nacimiento absoluto cultural no fue por cierto el de los Padres de la Iglesia: “Por lo tanto las conquistas y la grandeza de la cultura clásica no constituyeron, para los Padres, un punto de llegada y un limite para el esfuerzo del espíritu humano; ni ellos afirmaron jamás que la idea cristiana hubiera de considerarse como un inicio en sentido absoluto, aunque sí como un precioso divino fermento…”[4]           

e) La admiración por Antigüedad grecolatina está tan muerta como Dios en la cabeza de los intelectuales del momento, sean laicos o curas, para lo cual basta analizar los programas de las respectivas casas de estudio. En este sentido no parece haber peligro alguno de algún rebrote entusiasta e interreligioso, al modo del Renacimiento en su vertiente antieclesial.

            Sin duda jamás existieron tantas publicaciones especializadas, editoriales, revistas, congresos, etc., pero se trata más de un “country académico”, como se lo ha denominado,  y para nada de  un impulso espiritual análogo al renacentista que conmovió toda la aristocracia. Ahora el enfrentamiento absorbente se da entre “humanismo clásico y progreso técnico científico, entre valores literarios y eficiencia industrial[5], donde queda poco o ningún lugar para la educación humanista, ni siquiera de la población superior. Eso no impide que como Lenin, “helenista y latinista muy  aceptable”[6], un dirigente y hasta un prelado, puedan  instrumentar su formación clásica  para promoción personal.

            Entre los pocos admiradores del paganismo que conozco está precisamente el P. Sáenz, pero se trata del paganismo superior, iluminado además y asumido por la Revelación, en el sendero de San Agustín, Santo Tomás y la Tradición de la Iglesia aludida en las primeras líneas. Se lo están haciendo pagar.

f) Precisemos: la palabra “Renacimiento” corresponde a la perspectiva y a la lingüística del progresismo liberal; ahora bien esos padres liberales procrearon hijos “comunistas”, según observaba Dostoyewski, y éstos, a su vez, han engendrado nietos globalizadores siempre bien pagos por el “imperialismo mundial del dinero” ( Pío XI) o la Gran Finanza. En fin cualquiera sea el ADN espiritual o cuadro genealógico de nuestros intelectuales y dominadores, lo cierto es que, como dijimos, el liberalismo re-nacentista les resulta insuficiente e insoportable. Incluso el concepto, idea, ideología o sentimiento del HOMBRE como objeto esperanzado de la cultura y la vida social que nos vende la propaganda masiva ha desaparecido del pensamiento contemporáneo, donde la “crisis del humanismo” llena bibliotecas. En este sentido la definición de Sartre (“el infierno son los otros”) expresa inmejorablemente, desde el punto de vista teológico, la culminación del esfuerzo humanista.

            Es cierto, como surge de la síntesis esclarecedora del P. Sáenz, que a partir de cierta época, el Renacimiento “italiano” se europeíza y, aunque conserva cierta máscara cristiana y católica, constituye un impulso profundamente secularizador. De allí en adelante, la ilusión del HOMBRE con mayúscula y su genio autónomo proporciona los fundamentos espirituales del “optimismo” humanista.

            Optimismo es una categoría psicológica que se usa generalmente como eufemismo para escamotear la palabra ‘utopía’, ese neologismo que concentra toda la modernidad, acuñado por el mártir católico Tomás Moro en 1516. El hombre es un ser complicado de tal modo que uno puede ser mártir, erudito renacentista, político inglés y lingüista revolucionario, todo al mismo tiempo; seguramente Dios sabrá discriminar.

            Los fundamentos intelectuales de este humanismo siguen vigentes ahora y de ningún modo podrían nutrirse  ante todo en la carne y las proturberancias celulíticas  de su plástica o de alguna literatura  equívoca, sino en el impulso espiritual de otro renacimiento Si se me permite usar de nuevo la imagen, se trata de la resurrección de la gnosis, la  Cábala y en especial, del Zohar: en efecto, al final de la Edad Media  renace este panteísmo inmanentista y su Hombre como divinidad específica y “real”. Aunque expresada en lenguaje iniciático y oscuro, esta doctrina esotérica pretende completar la revelación del Antiguo Testamento; ya por esa época era imprescindible corregir a su  Dios antisemita: recordemos que Yahvé era asimilado al demiurgo perverso que había dispersado y  sumergido en la esclavitud al pueblo de su elección. Esta concepción crítica, digamos, del Dios Padre bíblico (y de todos los padres) continúa hoy: nos topamos a cada rato  con un Yahvé perverso, una especie de Hitler espiritual para consumo de intelectuales y escándalo de los rabinos, como modelo permanente de todo antijudaísmo, incluido el antijudaísmo cristiano.

             Semejante concepción implicaba y exigía una reinterpretación de los textos sagrados  empezando por el Pentateuco y es el secreto o no tan secreto motor ideológico de muchas  exégesis actuales, eclesiásticas et alia. La literatura italiana, en ese momento la más prestigiosa, está inficionada de tales ideas desde fines del XIII, por lo menos cuando Federico de  Hohenstaufen hizo traducir a Averroes y Maimónides.

            Uno de los ejemplares más famosos, Pico della Mirandola (1463-1494), eligió un título  con vistas al Concilio Vaticano II, según el P.  Henri de Lubac: Sobre la dignidad del hombre[7], tema mucho antes desarrollado por los Santos Padres desde una perspectiva cristiana. Della Mirandola en cambio mistifica el asunto con símbolos, alegorías, figuras herméticas, cabalísticas,  etc. y pretende así  darnos la clave de los  misterios esotéricos que se esconderían tras la letra de la Biblia.

            Si Ud. no me cree, puede consultar a una persona infinitamente más autorizada: Bernard Lazare, ateo, sionista, banquero y humanista, quien concluye, -a partir de estas mismas fuentes y otras mejores- que fueron los hebreos de la Cábala quienes crearon la exégesis bíblica protestante hoy globalizada[8]. Para estos intelectuales, en el peor sentido del término,  la exégesis más correcta es la que ostenta mayor conocimiento de  las lenguas y  de datos eruditos,   pues su “ciencia” repudia la autoridad de la Iglesia. Todo  depende de  la conciencia individual o  genérica y su infinita arbitrariedad, siguiendo la tesis gnóstica de que la voz de la conciencia da en el clavo, porque  es la voz de Dios en  conexión directa con la chispa divina que llevamos  dentro, o sea, en síntesis, con cada uno de nosotros.

            Pero sin meternos en esas honduras, cuando Ud. entre en un museo de Bellas Artes renacentista se quedará en ayunas si no se aviva de que “estos cuadros fueron pintados por iniciados; por tanto requieren una iniciación” como dice  Edgard Wind[9] en un libro de estética que  afronta el contenido espiritual  de  las obras; así pues, allí nos recuerda  la doctrina esotérica-sociológica de Pico della Mirandola, hoy vigente en periódicos, universidades y seminarios sobre la diferencia entre los hombres de la cultura, los mencionados intelectuales, seres iluminados e inteligentes por un lado , y por otro, allá abajo, la piedad popular, superstición de los brutos y tradicionalistas: “los sastres, cocineros, carniceros, pastores, criados  y sirvientas, a todos los cuales les fue dada la ley escrita”, en referencia a los mandamientos de Moisés. Los intelectuales pues recibieron  leyes esotéricas, o sea otros mandamientos, que seguramente Ud. podrá reconocer, en parte, en la famosa cumbre de la Tierra de Río donde nos revelaron los verdaderos mandamientos supramosaicos para toda la humanidad.

            Sigamos a Wind: “El pensamiento cabalístico y la imaginería pagana debían pues, de acuerdo con las conclusiones de Pico, convertirse en nuevas herramientas de la teología cristiana y debían ser utilizadas por los nuevos teólogos en su propio provecho…”. “La Escritura misma, en opinión de Pico, era como un sedimento superficial, una costra que tendía a endurecerse impropiamente; pero la tradición apócrifa era un pozo profundo en el que la fe en el canon debe ser refrescada y alimentada” (p. 31) Y no seguimos, porque  me lo prohíbe el P. Sáenz y porque Ud. puede hacerlo por su cuenta aggiornando lo más  actual del  Renacimiento con solo leer el diario, o asistir a misa, y escuchar atentamente la nueva evangelización.

Etapas del Humanismo

            Con posterioridad al siglo XVII nunca decayó esta ideología universal y paradigmática peculiar de las humanidades renacentistas, “clásicas” desde 1630 o sea de primera clase o categoría, lo que les daba prestigio frente a los estudios cristianos. Eso sí fue desarrollándose de modo asombroso para quien ignore el vigor de los principios espirituales. Sin duda uno de los momentos dialécticos claves está constituido por Hegel, humanista indiscutido, que como un nuevo dios providente revela el supuesto decurso de la historia, su sentido y evolución posterior, en cuya culminación estaría aquel HOMBRE humanista, el hombre omega de nuestros progresistas, como conciencia de la humanidad organizada políticamente, y (no hace falta ni mencionarlo) con un gobierno mundial del palo, porque siempre hay que darle al César lo que es de él.

            Pero también Hegel se queda atrás  pues, en su opinión, todavía la cultura griega sigue constituyendo la fuente espiritual y el cristianismo de la Iglesia un escalón positivo, si bien definitivamente superado por la revolución religiosa protestante que sustenta su Estado. En realidad sólo el arte griego continúa siendo ejemplar pues, siguiendo a Schiller, Hegel nos anuncia ya una época en que no añoraremos a los griegos[10]. En ese ecumenismo estamos.

            Siguieron luego muchos movimientos y filósofos, todos descendientes del humanismo renacentista y deudores más o menos agradecidos del genial teutón, pero entre ellos es imprescindible acordarnos de Nietzsche y Marx.

            Nietzsche, que renovó los estudios clásicos, tiene el mérito inmenso de haber erradicado al cristianismo de este esquema ideológico, clarificando los tantos. Su actitud es tan valiosa como la actual decisión de suprimir el cristianismo en la constitución europea, puesto que  elimina las confusiones, las hipocresías y los acomodos o ralliements. En Nietzsche el esquema ideológico renacentista adquiere una coherencia arrolladora y definitiva, con vigor expresivo y espiritual tan eficiente que se impone a la llamada conciencia contemporánea. Otro de sus grandes méritos, realmente providencial, consiste en haber definido la evolución moral e intelectual de la Cristiandad como un proceso de reabsorción en el judaísmo primitivo y final: el cristianismo, nos dice, salió del judaísmo y vuelve a él. Recuérdese lo dicho poco más arriba sobre Pablo de Tarso, dentro de este esquema ideológico.

            En cuanto a Marx, él también era un humanista, especializado en Demócrito y Epicuro, con tesis doctoral sobre el concepto de naturaleza en ambos. Más sentimental y romántico y por eso más “cristiano” que Nietzsche, acepta la perspectiva favorable que Hegel concede al cristianismo en la evolución de la humanidad, pero carga su ideología con una mística utópica y revolucionaria, que de hecho arrasa con los detritos anacrónicos de su propio pensamiento. Por otra parte -no lo olvidemos- ya en su juventud Marx nos  comienza a deleitar con encantadores poemas donde se consagra devotamente a Satán,  y prolonga así  la nueva piedad -la devotio moderna del humanismo en sentido estricto-  revelándonos el futuro del mundo y el meollo de su sistema personal. 

¿Paganización?… ¡Ojalá! 

 San Agustín, ante el saqueo de Roma en el 410 por Alarico, repensó con especial vigor la cultura grecorromana y les dio a los cristianos esa “nueva imagen de la antigüedad” de que hablamos antes. La perspectiva polémica no le impidió reconocer la grandeza de sus cumbres espirituales que lo llevaron a la conversión y también de las virtudes morales que nos vendría bien recuperar.

De entre ellas la más importante, la decisiva, reside en el afán de gloria u honor humano, es decir de la buena opinión de los ciudadanos superiores lograda no por cualquiera y cualquier medio, sino por caudillos con afán de grandeza. “Porque los malos ni siquiera la tenían, aun cuando ambicionaban el honor; pero lo hacían valiéndose de malas artes, es decir astucias engañosas”[11]. Luego los escolásticos, concretamente Sto. Tomás de la mano de Aristóteles y con la mejor inspiración “renacentista” o “humanística”, redescubrirán esta virtud superior llamándola magnanimidad.

 Obsérvese que este tipo de gloria “puramente” humana pudo compensar incluso el pecado de idolatría, más aún: la impiedad por excelencia del satanismo, lo que parece de especial importancia en estos días, cuando Satán es motivo de culto, sacrificios y literatura públicos; no nos vendría mal a nosotros, y menos a los italianos, un ‘cacho’ de este humanismo pagano: léase el Corriere della Sera del 6-VI-2004 y días subsiguientes donde el satanismo y los crímenes rituales resultan practicados por la juventud, incluidos los piadosos monaguillos y colaboradores parroquiales.

 Pero, sigue Agustín. “Aquellos viejos romanos de los primeros tiempos, a juzgar por lo que la historia nos trasmite y nos encomia de ellos, no obstante seguir el rumbo que lo demás países -con la única excepción del pueblo hebreo-, dando culto a los dioses falsos, inmolando víctimas no a Dios, sino a los demonios, sin embargo ‘estaban ávidos de alabanza y desprendidos del dinero; su ambición era una gloria elevada y una fortuna adquirida honestamente’” (Salustio, Catilina 6, 7). Ésta fue su pasión más ardiente: ella fue la razón de su vivir, por ella no dudaron en entregarse a la muerte; esta sola pasión por la gloria llegó a ser tan poderosa que ahogó a todas las demás. Y como la esclavitud les parecía una ignominia, mientras que el ser dueños y señores, una gloria; todo su empeño fue desear que su patria fuera primeramente libre, y luego la dueña del mundo[12].

Amén de lo dicho, este párrafo contiene varios aspectos claves de su enseñanza moral: 1) la pasión no es mala de por sí, sino muy buena, en especial la pasión política, la pasión por la vida cívica que nos otorga gloria y nos aleja de Mamón, el dinero, el gran oponente del Dios verdadero; 2) la gloria es incompatible con la esclavitud, sobre todo de la esclavitud nacional; 3) en Roma esta pasión ahogó a todas las demás pasiones, mucho menos elevadas; 4) esto constituía el motor de la República, luego del Imperio y sus legiones, para la conquista del mundo; 5) sigue a Salustio en el análisis histórico, por lo cual este historiador viene a convertirse en uno de los maestros paganos de San Agustín, que también citará en este capítulo a Virgilio y Cicerón.

Eso sí, desde la perspectiva cristiana del Dios verdadero, “precisamente de aquellos que parecen realizar algún bien con vistas a la gloria humana, dice también el Señor: ‘ya han recibido su paga, os lo aseguro’ (Mat. 6, 2). Pero esos romanos que fueron honrados y dieron su vida por la Patria -para ellos el bien absoluto- se acercan en virtud a los cristianos que en un plano superior, también deben buscar la gloria humana: “Brillen también vuestras obras ante los hombres; que vean el bien que hacéis y glorifiquen a vuestro Padre del cielo” (Mat. 5, 16)[13].

Un vicio casi virtuoso

            Volviendo al orden natural, a la llamada “doctrina social”, San Agustín la desarrolla en muchos pasajes, de entre los cuales elegiremos el del libro V[14]: La gloria humana nos diferencia de las bestias. Los que sólo buscan el poder, despreciando la gloria humana, superan a las fieras, ya en crueldad, ya en lujuria, como Nerón; en cambio el que busca la gloria humana “pone mucho cuidado en no desagradar a quienes juzgan la vida con equilibrio”, persigue pues el poder por la vera via y  es más útil a la ciudad terrena. Conviene aquí bajar a nuestro país cuyos pensadores constitucionales adoptaron sistemáticamente el criterio opuesto, programado por Alberdi en sus Bases: “la victoria nos da laureles, pero el laurel es planta estéril en América…”; “desde que el heroísmo guerrero no es ya el órgano competente sino las necesidades prosaicas del comercio y de la industria”, etc. En  consecuencia muchas veces hemos superado a las fieras.

             Dios, nos  enseña La Ciudad de Dios, no piensa lo mismo y ha ayudado por ello a los romanos para lograr la honra “de tan grandioso imperio”, porque a diferencia de pensadores refractarios a la tradición clásica, para quienes virtutes paganorum splendida vitia (las virtudes de los paganos son sólo magníficos vicios) Agustín en cambio reconoce valor a las virtudes romanas, aunque sean imperfectas, y fue su trofeo aquel imperio sin igual (Epist. 138, 3, 17).

Sintonice la onda actual

Démosle el gusto al P. Sáenz con un ejemplo de estos días: George Steiner, de la línea hasídica, admirador de los principios marxistas y sionistas, ahora desconsolado, pues es de los que elevan cadalsos a las conclusiones. De todos modos está de moda y tiene la inevitable promoción del establishment universitario, ideológico y político, al servicio del selecto club democrático que manda en este mundo. La Nación del 18 y 20 de junio 2004, con promoción de Vargas Llosa, lo presenta, entre otros cumplidos, como “uno de los más luminosos herederos de la tradición humanista”, y realmente proyecta mucha luz sobre el asunto, porque aprovecha la tijera, que todo buen humanista tiene a mano, para recortar la historia a su gusto y seleccionar los hombres luminosos semejantes a él mismo. De un tajo liquida toda Roma y el cristianismo, considerado mera “nota al pie de página” del judaísmo, muy de acuerdo a lo ya explicado. Por lo demás la imagen de la mencionada “nota” literaria y erudita es invento de Whitehead para resaltar que toda la filosofía estará siempre en dependencia fatal de Aristóteles, de cuyo nombre y metafísica Steiner ni siquiera quiere acordarse, porque repugna a la ideología de este humanismo.  

            La tensión interna de Europa, nos dice, se da entre “la ciudad de Sócrates y la de Isaías”, o sea que Roma, su Vaticano y la ex Cristiandad quedan fuera de la competencia humanística cuya final se da entre griegos y judíos, mejor dicho entre iluministas y sionistas, pues aquellas personalidades prestigiosas no son sino espantapájaros eufemísticos. Ya se imagina Ud. quién sale campeón. 

            En cuanto a “los grandes textos”, este hombre superior y elegido nos aclara que “Nuevo Testamento” es mala palabra, y tiene razón, si aceptamos su punto de vista humanístico: a la Biblia “¡Nunca hay que llamarla Antiguo Testamento, expresión exclusivamente cristiana!”, porque el Evangelio o Nuevo Testamento no es centro de la Revelación ni el Antiguo Testamento una sombra que adquiere sentido a la luz del Nuevo, sino que la Antigua Alianza con sus hebreos vuelve a constituir el núcleo de la humanidad, si es que los restantes hombres pertenecen a dicha corporación, lo que no siempre fue, entre ellos, una interpretación segura.

 Humanismo Cristiano

             Uno de los fundamentos evangélicos del humanismo cristiano, con perdón de esta expresión cada día más ambigua, reside en aquella irrepetible y indispensable “plenitud de los tiempos” (Ef. I, 10 y Gal. 4, 4), por lo común presentada, amén de la inescrutable decisión divina, como una maduración del árbol genealógico de Jesús, el cual, dicho sea de paso, no está constituido por personas de humanidad siempre recomendable Estas interpretaciones, deben completarse con otras dos, a saber: 1) el creciente desquicio de la religión y de la sociedad tanto pagana como judaica (recuerde Mateo 15, 3, Juan 1, 11 y el problema del Templo central en la religión hebrea, hoy con especial vigencia), o sea el progreso del mal, porque también hay una plenitud de la perversidad, mencionada sólo por Cristo y los primitivos cristianos: el hacha ya estaba puesta en la raíz (Mateo 3, 10); 2) los aspectos positivos de esa “maduración” que, en lo que nos interesa, abarca desde la paz augustea hasta la gran tradición espiritual grecolatina que no puede reducirse a la filosofía, como que el mismo texto sagrado se refiere a los poetas griegos en conjunto[15].

            Sinteticemos: amén del Todopoderoso, los hombres también ponían lo suyo en dicha maduración, así que lo mejor de toda la cultura pagana, particularmente la grecolatina, constituye la fuente del llamado “humanismo cristiano”. Viene a ser ella  el orden y la base natural de la inteligencia, sin la cual la Fe suele caer en el pietismo o la degradación. Por eso el P. Sáenz se ha referido a los diversos y necesarios “renacimientos” cristianos y ha comenzado su libro con este asunto.

            Jesucristo no era precisamente un humanista convencido al estilo Hegel, y al comienzo de su vida pública (Juan 2, 23 -25), el momento más oportuno para valorar al HOMBRE pues había llegado la plenitud de su desarrollo, se permitió hacerlo sin concesiones: poco después de fabricar un elemento de tortura, de intervenir en el libre mercado y de azotar  a varios no tan  prójimos, atrajo a muchos otros con sus milagros, “pero personalmente (autós) Jesús no se confiaba a ellos, por conocerlos a todos y porque no tenía necesidad de que alguien testimoniase sobre el hombre, pues Él conocía lo que había en el hombre”. De inmediato Cristo habla precisamente del re-nacimiento, lo que los exegetas humanistas suelen olvidar, del nacimiento “desde arriba” o “de nuevo” (ánoothen) con doble sentido intencional según Zerwick[16] y otros; sin duda Dios también tenía presente a los renacentistas strictu sensu, pero que de esas teologías se ocupe el P. Sáenz.

            Detengámonos en Juan 23-25. Dos veces emplea el verbo gignóoskein que, a diferencia de oîda, implica ya  en el mejor griego clásico la adquisición del conocimiento por una experiencia, una relación ente el sujeto cognoscente y el objeto exterior que él conoce… etc.”, según I. de la Potterie[17]. Este notable exégeta, recientemente fallecido,  el capo católico de los estudios  sobre San  Juan,  suele ostentar   el prestigioso desprecio por la metafísica característico del gremio y por eso  se muestra incómodo al interpretar   estos versículos complejos donde están en juego los dos tipos de conocimientos, humano y divino, propios de la dos naturalezas de Cristo.  De todos modos termina por poner en claro que “Sin embargo para el Evangelista es evidente que Jesús poseía ese conocimiento en grado superior, porque en el v 25 lo aplica de modo muy general” (p. 288). El v. 25 es precisamente el nuestro, pero “de modo muy general” significa, aunque a La Potterie no le guste, que Jesús  se refiere  a todo el género humano.

            Muchos comentaristas modernos se limitan a observaciones “estructurales”, como que este pasaje  sería una mera “bisagra”, una “transición” o preparación, un instrumento para  la escena próxima donde Cristo penetra en la mente o lee los pensamientos de  Nicodemo. Así R. Bultmann, quien desmitologiza todo, menos las estructuras que le convienen, y C.H. Dodd[18],  mucho ruido y pocas nueces. Eso de la “bisagra” es un cuento chino irracional e interesado, con un objetivo ideológico muy claro: quitarle responsabilidad a los judíos enemigos de Cristo (a los cuales  apuntan específica, gramatical y teológicamente los versículos 22-25) y aplicárselos al judío favorable a Cristo, Nicodemo. Así se hace “exégesis científica” para cristianos  desguasados.

            En cambio el primer comentador de San Juan, Orígenes, allá en el s. III,  dice que Cristo conocía “las peores y mejores potencias que van a actuar en los hombres”, especialmente si uno le da “lugar al demonio” (cita de Ef. 4, 27) como Judas, modelo, agreguemos, de estos hombres y de todos nosotros. (Origène. Commentaire sur  Saint Jean,  Paris, Éd. du  Cerf, 1970, T. II, p.  579).

            Santo Tomás[19], como era previsible, va  a fondo en pocas líneas, sigue a  Crisógono y Agustín, destaca el perfecto conocimiento de N. S. J. C. sobre  el hombre en general y en particular “cognitio Christi universalis… quia intuetur cor…id est, oculta cordis”: el conocimiento de Cristo (es) universal”… “porque examina el corazón”… “es decir lo oculto del corazón”. Por si hubiera alguna duda  respecto de las intenciones y la  probable residencia final de  sus  escuchas  en  nuestros versículos, la  despeja con esta  implacable cita bíblica: Prov. XV, II: “infernum et perditio coram Domino”, o sea “el infierno y la perdición (están) a la vista  del Señor”, y uno pensaba que eran inventos  medievales…[20]

El mejor “experto en humanidad”

             Las palabras citadas son de lo más antihumanistas y “pesimistas” que se pueda imaginar, al extremo de que Mons. Juan Straubinger creyó necesario darnos un poco de tranquilidad con una oportuna nota sobre el pecado original en su traducción de la Biblia[21].

             El pasaje de temática similar, Lucas 16, 14 ss. es aún peor. Cristo acaba de exponer la complicada parábola del administrador infiel que termina con al pasaje tan  ejemplificado por el Tnte. Coronel Santiago Alonso sobre la imposibilidad de servir a Dios y a Mamón: “Oían estas cosas los fariseos que son avaros y se mofaban de Él” (fruncían la nariz de risa, ecsemyktéerizon, un verbo “antisemita” a criterio de los exégetas, o por lo menos antifarisaico). Y les dijo: vosotros os justificáis frente a los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones: porque lo que entre los hombres es elevado, es abominable ante Dios” ; viene a continuación una advertencia para biblistas con el diálogo entre el rico (que desde los tormentos infernales se preocupa por su humanidad y la de sus prójimos) y el buen Abraham, incapaz de dar soluciones misericordiosas frente a ese abismo que discrimina, en el otro mundo, a los habitantes del cielo y del infierno; de todos modos el Patriarca pone lo suyo y se niega rotundamente, esta vez motu propio, a enviar a Lázaro a la tierra en misión humanitaria.

            Se me ha objetado que ambos pasajes, especialmente el segundo, se refieren a fariseos y judíos, no a gentiles, pero un sano diálogo interreligioso y la aplicación general del mismo texto (“el hombre”, “los hombres”) aconseja no volvernos fariseos y aplicar estos pasajes a los humanos de toda raza, color, ideología, pecado y religión. Cristo había experimentado en su propia alma la  perversidad de los fariseos -la famosa “subjetividad” de Kirkegaard y Castellani- y sacó las conclusiones objetivas universales que desgraciadamente comprometen a todos. Nos desenmascaró como humanistas   espurios, y lo hijo especialmente en cuanto  encarnado, o sea  en ejercicio de su naturaleza  humana, en fin  en cuanto humanista o “experto en humanidad”, digamos, en el mejor sentido del término, recalcando estilísticamente esta circunstancia, porque el autòs comentado jamás puede referirse a la segunda persona de la Santísima Trinidad.

             Sin embargo mis objetores romanófilos tienen razón al señalar que tiempo después se maravilló Cristo, a pesar de su ciencia y la experiencia recién comentada, ante un militar del Imperio por una fe “que no he hallado en Israel” (Lucas 7, 9 y Mateo 8, 10). Mateo, que escribía para israelitas, aprovecha la oportunidad para pasarles la boleta,  advirtiéndoles que a diferencia de los gentiles “los hijos del reino serán arrojados a las tinieblas exteriores, donde habrá llanto y crujir de dientes”. El centurión es también presagio y primicia de la conversión del Imperio, el que por otra parte cumplía en Israel esa misión humanística tan alabada por San Agustín: a pedido de los dirigentes judíos[22], la República romana intervino militar y políticamente en Israel para impedir que los partos los masacraran y, de paso, para cobrarse sus tributos. Roma evitó pues providencialmente el holocausto o un segundo exilio, pues los partos eran expertos en cortar cabezas y por algo, según cuenta también Flavio Josefo en el Libro I de La Guerra de los Judíos, el rey Herodes peregrinó hasta Roma a suplicar nuevamente la ayuda del maldito imperialismo, unos cuarenta años antes de nacer el Mesías.

            Las observaciones hechas de pasada bastan para que este exiguo regreso a las fuentes nos arraigue en el realismo sacro y “laico”, desarrollado por la mejor doctrina de la Iglesia, vacunándonos contra las utopías y desatinos antiguos o modernos sobre cuyos orígenes históricos principales el P. Sáenz nos previene especialmente en estas páginas tan amables y aparentemente sencillas gracias al hábito -a veces malsano- de ocultar su erudición y su persona.

Octavio A. Sequeiros


[1] Jaeger, W.: Paideia Los Ideales de la Cultura Griega. México-Bs. Aires, F.C.E., 1957, la última gran síntesis del mundo cultural griego, ya en el prólogo explica este concepto. En la polémica de entre casa, es decir entre católicos ortodoxos o sea creyentes, es notable el ejemplo de Alberto Caturelli, que habiendo en su juventud negado la posibilidad de un humanismo cristiano, luego cambió de opinión y reconoció la autonomía, relativa y en su orden, del ámbito humano. Lo cuenta él mismo en un libro encantador y  frontal,  de reciente publicación: La Historia Interior, B. Aires, Gladius, 2004, p. 73.

[2]  Ponferrada, G. E. Salviano de Marsella, Maestro de Obispos. La Plata Fundación Santa Ana, 2001, p. 15 y 26.  A diferencia de  San Agustín, su contemporáneo, juzga que las desgracias del mundo cristiano son fruto de su propia infidelidad.

[3] Sobran es un conocido ensayista norteamericano, especialmente agudo y franco en el análisis de esta relación. Últimamente vale la pena leer, aunque no coincida con San Agustín, The Jewish Faction,  mayo de 2004, consultable http://www.sobran.com/articles/faction.shtml.

[4] Iaconelli, Roberto: Humanitas” classica “praenuntia Aurora” all’insegnamento dei Patri” en  Lo Studio dei Padri della Chiesa Oggi, Roma, LAS, 1991, p. 113.

[5] Felici, Sergio: “Rilevanza degli Studi Filologici e letterari nell’approccio ai Patri” en Lo Studio dei Padri della Chiesa Oggi. Roma, LAS, 1991, p.141.

[6] Dubuisson, Michel : «Reflexions sur l’actualité de l’antiquité gréco-romaine» en Histoire de l’Antiquité.  Liège, 2001. Trabajo con amplia bibliografía sobre  el  humanismo liberal, nazi, comunista y  de la nueva derecha.

[7]  Cf. De Lubac H.: L’alba  incompiuta del Rinascimento. Pico della Mirandola. Milano, 1977, Jaca Book, donde el autor es presentado como  el padre indiscutido de la “Nueva Teología”, aunque en realidad tiene mucha competencia.

[8] Lazare, B.: El Antisemitismo, su historia y sus causas. Buenos Aires, 1974, La Bastilla, p. 116 ss

[9] Wind, Edgard: Los  Misterios Paganos del Renacimiento. Barcelona, 1972, Barral, p. 24

[10] Cf. Müller, Reimer: “Hegel, Marx über die Antike Kultur”, Philologus, Zeitshrift für klassische Philologie, T. 116, FET I, 1972. El autor es un marxista sentimental iluso del futuro humanismo socialista.

[11] La Ciudad de Dios, V, 12, 3 in fine. Madrid, B.AC. 1977

[12] Ibidem V, 12.

[13] Ibidem V, 14.

[14] Ibidem V, 19.

[15] Cf. lo dicho en el prólogo a Las Invasiones Bárbaras de esta misma colección

[16] Zerwick, Max, S. I.:  Analysis Philologica Novi Testamenti Graeci. Romae, Scripta Pontifici Instituti Biblici, 1960, p. 215. Se trata del mataburros católico oficial para todo el que tenga algún interés en aproximarse al texto del Nuevo Testamento.

[17] La Poterie I.: La Verdad de Jesús – Estudios de Cristología Joánica. Madrid BAC 1979 p. 284 ss.  

[18]   R. Bultmann: Das Evangelium des Johannes. Göttingen, Vandenhoeck & Ruprecht, 1964, p. 91 ss, . y C.H. Dodd : Historical Tradition in the  Fourth Gospel. Cambridge. 1963, p.  234/5.

[19]   Super Evangelium S. Johannis. Roma, Marietti, 1952, p. 87, nº 420/422.

[20] El último grito de la exégesis en lengua castellana es AAVV   Comentario Bíblico Internacional.  Estella (Navarra), Verbo Divino, 2000, p. 1333 Allí  Teresa  Okure, muy edulcorada  en  comparación con   Sto Tomás: “Jesús no se dejaba engañar por la manifestación externa de la fe en sus “signos”. En Jerusalén las gentes ( que no eran los gentiles o paganos,  me permito la  odiosa  aclaración) “creyeron” en él debido a los “signos” que vieron, pero su fe no era suficientemente profunda, porque no estaba basada en un verdadero conocimiento de Jesús y su Misión”; en fin,   “acríticamente”,  como dicen los críticos,  también acepta  la “bisagra”.                                                      

[21] Reeditada por Fundación Santa Ana, La Plata, 2001.

[22] Grant, Michael: The Jews in the Roman World. New York, Barnes & Noble, 1995. Los acuerdos empezaron con los nacionalistas macabeos: en Grant transcribe la versión romana de la declaración de amistad  entre Judas Macabeo. y Roma en el 161 a. C (p. 29 y 53), que fue censurada y en consecuencia omitida  nacionalísticamente en la Misnah judía. Israel se los veía venir a los Partos de nuevo allá por el 66 a C.  En p. 65.  Grant explica la grave situación del país al que los mismos partos ya le habían mutilado el candidato a sumo sacerdote, Juan Hircano II, impidiéndole así asumir ese  cargo, además se lo habían llevado a Parthia, y sostenían a los asmodianos, una disnastía anti-romana. A su vez la República había experimentado en Carrhas  – año 53 a.C. – una derrota feroz frente a estos asiáticos y la alianza le venía de perillas.

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