Libido Dominadi. Por Octavio Sequeiros

Jones, E. Michael.  Libido Dominadi. Sexual Liberation and Political Control, South Bend, Indiana, St. Augustine`s Press, 2005, 662 pp.

Por Octavio Agustín Sequeiros

 

 

Pornocracia. Primer Round

            En realidad ya hicimos un precalentamiento en Gladius 57, pero ahora hay buenos motivos para profundizar un tema  definitorio de la Anticristiandad y de su iglesia con motivo a)  de  la obra de Michel Jones, y b) de las últimas críticas, especialmente las católicas, contra Benedicto XVI debido a su posición frente al iluminismo.

Ejemplificaremos el punto b) con las palabras de un distinguido intelectual católico italiano[1], Alberto Melloni, en defensa del Cardenal Carlo María Martini. Éste, en  oposición al actual gobierno de la Iglesia, había realizado una irónica  crítica al primer tomo del Jesús de Nazareth de Joseph Ratzinger. Melloni lo apoya con argumentos diversos entre  los cuales nos interesan los siguientes: Ciertamente sería un valioso servicio si este ‘Jesús de Nazareth’ abriera una discusión muy serena y muy profunda sobre el estatus de la exégesis histórico-crítica, sobre las razones de la indiferencia que ella despierta en demasiadas prédicas católicas, el desdén con que la trata un conservadorismo holgazán e ignorante, sobre las razones por las que la figura de Jesús se ve más y más bajo, en el horizonte de la vida cristiana, en su abandono perezoso a la edulcoración sectaria o a los enfoques fáciles excitados por el olor de una venganza anti-iluminista”. Y luego:

            Es una perspectiva [la del Ratzinger] que socava todo el dinamismo de la reforma que desde los siglos IV al XX, en cambio, ha recogido hoy en el presente las rugosidades de una infidelidad dolorosa de la Iglesia, y, en el redescubrimiento de la verdad evangélica, la gracia para la reforma. También en esto se debe reflexionar, pensar, conversar: o quizás ya está meditado y conversado, al reparo de los mejores ‘best sellers’ de ambiente crístico”. En síntesis: Ratzinger no ha sabido apreciar las ventajas  del iluminismo con la consecuencia de  tomar una posición errada  en la historia de la Iglesia, falta especialmente grave si se está en  el gobierno.

En cuanto al punto a), haremos zapping, seleccionaremos pasajes de Michel Jones,  tomando como elemento vertebrador  Libido  Dominadi. Sexual  Liberation and Political Control. Lamentablemente no se trata solamente  de sexo explícito sino de  moral teórica y aplicada o sea de Política, Pastoral y Religión, así que lea bien el título: El deseo de dominar (cita de San Agustín). Liberación sexual y control político. Del autor nos ocuparemos después, porque  el aguijón de la carne y la chismografía pornográfica obviamente prevalece sobre el orden y la lógica en nuestras almas de cristianos deconstruidos.

Los números entre paréntesis corresponden a las páginas de Libido dominandi  y a palabras de nuestro autor, salvo indicación expresa. 

 Tesis: Iluminismo

Jones lo dice de entrada y repetirá constantemente no sólo en este libro: se trata de una tesis seguramente esbozada por otros, pero desarrollada por él con valentía, erudición y amenidad:

Lo que sigue es la historia de una idea. La idea de que la liberación sexual podría ser usada como una forma de control, no es una idea  nueva. Está en el corazón de la historia de Sansón y Dalila (presenta el libro en la tapa la imagen del pobre Sansón y los miembros del complot revolucionario según un discípulo de Michelangelo Caravaggio). La idea de que el pecado es una forma de esclavitud, era central en los escritos de San Pablo y San Agustín…” (5). La revolución sexual no nació espontáneamente como los yuyos, no es sólo la aglutinación de partículas del iluminismo y la revuelta “es más bien una decisión de la clase gobernante de Francia, Rusia, Alemania y Estados Unidos en diversos momentos durante los últimos 200 años para tolerar la conducta sexual fuera del matrimonio, como una forma de insurrección y luego como una forma de control político” (3). Una vez que el pueblo  muerde el anzuelo “los capos de la cultura pueden usar  los detalles de sus adicciones contra cualquiera que se oponga al régimen. El tema (subtext, mensaje anexo) del libro de John Heidendry es que quienquiera se oponga a la liberación sexual debe ser castigado” (4).  Heindendry es un zurdo promocionado  que relata la historia de la revolución sexual: What Wild  Ectasy! (¡Qué éxtasis salvaje!).

            “Lo que sigue es la historia de un proyecto nacido de la inversión de verdades cristianas por el Iluminismo… Este libro es la historia de esa transformación. Puede ser  construido como historia de la revolución sexual o historia de la moderna psicología o historia de la guerra psicológica” (6). Y también, agreguemos, como historia de la interna, sexual y social, política y  norteamericana entre los WASP, los negros, italianos, hispanos  y los diversos cismas informales de la Iglesia Católica.

El gran Weishaupt

            Conviene una lectura previa a estas líneas. En el cap. III, pp. 199 a 281 del T. 7 de La Nave y Las Tepestades, dedicado a La Revolución Francesa, Primera Parte ‘La Revolución Cultural’, ed. Gladius, 2007, el P. Alfredo Sáenz nos da una buena  ubicación del Abbé Augustin Barruel S. J. y del movimiento  de los Illuminati , hoy en pleno auge y discusión.

            Adam Weishaupt, (1748-1830), decepcionado por el ritualismo ineficaz y caótico de las logias masónicas, se decidió a poner orden y progreso al proporcionarles un sistema eficaz de organización y reclutamiento: “El significado de los Illuminati –dice M. Jones- no reside en su efectividad política (existió poco más de ocho años), sino más bien en su método de organización interna. Tomando prestado de  Jesuitas y  Masones (Freemasons), Weishaupt creó un sistema extremamente sutil de control basado en la manipulación de las pasiones” (8); la síntesis de masones y jesuitas es observación de Barruel.

Esto incluía la confesión y el examen de conciencia que los alemanes llaman Seelenspionage, “espionaje sobre  las almas”, al parecer con influencia de Gracián (123), para someter a la humanidad mejor que los mismos jesuitas, según la versión masónica del asunto.

Adoptan, casi como ahora, el atomismo mecanicista del barón de Holbach que empieza -como Aristóteles-, por preguntarse sobre la felicidad.  

En este caso, los hombres son desgraciados al estar engañados por sistemas imaginarios de teología, es decir a causa de la religión. Para suprimir semejante calamidad, Weishaupt promovió un sistema de control compuesto por células disciplinadas que “llevarían a cabo la orden de sus jefes revolucionarios, frecuentemente, a lo que parece, sin el menor atisbo de que se les ordenara actuar así” (11). Claro que los pobres Illuminati estaban en desventaja respecto a las teorías  behavioristas o conductistas, las drogas, el lavado de cerebro y el control informático de la moderna democracia.

 “El genio de Weishaupt consistió en lograr un sistema de control que  probó ser efectivo en ausencia de una sanción religiosa. A este respecto sería el modelo de todo  mecanismo de control secular tanto de la derecha como de la izquierda para los próximos doscientos años” (16). Es para leerlo paralelamente y como complemento al Discurso sobre la Dictadura de Donoso Cortés, pero  nuestro autor no incursiona en el gran pensamiento hispano tradicional.

Lanzada “al éter intelectual” la idea de un pueblo máquina, ésta  se apoderó de pensadores visionarios, así Comte, Aldous Huxley, Gramsci y mil otros hasta la revolucionaria “marcha  a través de las instituciones” de 1968. También se inicia  aquí -concretamente con el  viaje en el exilio de Christoph Bode, el jefe de los Illuminati, a Paris y a la logia “Les Amis Reunis” en 1787- la llamada teoría conspirativa, según la cual una organización secreta promueve las revoluciones incluida la  bolchevique.  

Además los Illuminati se espiaban entre ellos, de modo que el superior  tenía a su disposición el análisis de los menores gestos de sus subordinados por medio de  una “Semiotik der Seele”, Semiótica de las almas, y eso ya contemporáneamente a la creación  de la República norteamericana, con la cual según Jones, existen “notables similitudes” (15); pero en EEUU se evitó el caos moral  gracias a la subsistencia de las diferentes  comunidades religiosas y el rechazo de una religión estatal centralizada a la francesa.

Sade y las revolucionarias feministas

            Los revolucionarios rarísima vez se animan a enfrentarse con este marqués  encarnizadamente pornócrata y masturbador. Su mérito consiste en que “esbozó la trayectoria que la revolución tomaba al progresar desde la “liberación” sexual al sadismo sexual para la matanza” (32); la pasión sexual fue el combustible que exigió al final un orden totalitario impuesto desde afuera para detener la orgía de sangre; “todas las criaturas han nacido aisladas y sin necesidad una de otras” escribe en Justine (22), todo compañero sexual es meramente un instrumento para el placer, lo que convierte la actividad sexual con otro, en esencialmente masturbatoria (24) y con el  lógico rechazo de la procreación. La naturaleza -en sentido iluminista- carece de objetivos y domina mecánicamente la voluntad humana. En consecuencia, cualquiera sea la propaganda para la plebe,  ya de entrada pierde la mujer, cuyos órganos específicos Sade desprecia, y pierde durante  todo el itinerario de la revolución sexual; por ello “la liberación sexual se vuelve por su propia naturaleza una forma de dominio por la cual el fuerte hace lo que quiere con el débil. Desde que ‘fuerte’ es sinónimo de  varón y ‘débil’ de hembra en la antropología de Sade, “liberación” significa la  dominación del varón sobre las mujeres” (25).

Sade se toma el trabajo de aclarar que la verdad no es sino la opinión del poderoso: “el filósofo, dice él mismo, sacia sus apetitos sin tratar de saber lo que su gozo le costará a los otros y sin remordimientos”, de modo que ahí van las conclusiones: “A este respecto la siguientes generaciones de  liberacionistas sexuales son como mariposas que vuelven a la llama, a saber, los textos seminales del Marqués de Sade. Ellos están irracionalmente atraídos hacia esos textos, pero no se atreven a acercárseles demasiado por miedo a que su atracción sea destruida por la ardiente lógica de dominio que yace en su corazón” (26).

 Es evidente también el doble discurso gnóstico: “El texto exotérico del Iluminismo y de la liberación sexual es ‘liberación’; el texto esotérico de todos modos es ‘control’” (27) y Sade fue pionero de las dos posibilidades y discursos. Lo encarcelaron, a pedido familiar, por depravado en un lujoso departamento de la Bastilla, desde donde  arengó a las turbas utilizando el embudo de la letrina, sufrió el sanitario saqueo de su biblioteca de 600 libros y pinturas obscenas, presenció en fin,  la ferocidad del sadismo popular anticristiano. Como filósofo astuto se acomodó y gozó del las prebendas revolucionarias, sin renunciar a su marquesado.

Pero no lo “demonicemos”, el buen Sade hizo  algunos méritos que seguramente la Ssma. Trinidad sabrá ponderar para no dejarlo solo en ese infierno vacío  que venden al por mayor los teólogos católicos como von Balthasar: 1) a pesar de con las citas anteriores basta y sobra, conviene transcribir este texto sobre las mujeres que está en la base de la antropología contemporánea: “¿No nos ha probado la naturaleza que tenemos ese derecho, proveyéndonos de la fuerza necesaria para someter a las mujeres a nuestra voluntad? Es a causa de la  felicidad de cada uno que las mujeres nos han sido dadas. Todo hombre tiene por eso igual derecho al goce de todas las mujeres; por eso no hay hombre que, manteniéndose en la ley natural pueda reclamar un único y personal derecho sobre una mujer. La ley que las obliga a ellas mismas, como a menudo y de alguna manera deseamos, en los prostíbulos a los que nos referimos hace un momento, y que las obligará si se niegan, las castigará si son reacias  u holgazanas, es  así  una de las leyes más equitativas, contra la cual no puede haber una queja sana y justa” (Justine,  cita de  Horror[2], 54)

2) Los niños no se escapan del dormitorio filosófico y no se trata de mera pedofilia soft, sino de  tortura hasta la muerte: “En cuanto a la crueldad que lleva  al asesinato, permítasenos  el atrevimiento de decir auazmente que este es uno de los sentimientos más naturales en el hombre; una de sus  más dulces iclinaciones, una de las más punzantes que ha recibido de la naturaleza”. El mayor placer proviene de corromper, torturar y finalmente matar a niños  pequeños e indefensos. “Qué  deleite al corromper la inocencia” grita el Caballero en  Filosofía en el Dormitorio, “ahogar en ese joven corazón todas las semillas de virtud y religión que su maestro implantó en él” (Cita de Horror, p. 54).

Bueno, en eso de corromper y matar niños, a veces con poco placer, como en los abortos, le ganamos a Sade, que seguramente  tendrá un alivio en el Juicio Final, porque al fin y al cabo  hay en él una  cierta búsqueda de la verdad: “La diferencia entre Sade y sus  predecesores como La Mettrie y el resto de los  optimistas del Iluminismo, es que Sade no aparta los ojos de las consecuencias lógicas de convertir el deseo en su dios” (Cita de Horror, p. 54  cf. infra). Trate  de encontrar un “progre”, católico o ateo, que sea capaz  de defender esta verdad.

Así pues, que para  molerla a palos a la mujer y violarse una criatura, no hay  mejor teoría que la del Iluminismo y la Revolución Francesa; si está necesitando darse ánimos puede leer en Gladius 44 y 47 las reseñas dedicadas a un especialista, Xavier Martin, sobre antropología revolucionaria-iluminista hoy en plena vigencia, más aún sus fundamentos pertenecen al pensamiento único progresista.

Método

Michel Jones aprovecha su erudición en literatura anglosajona para pintarnos  los efectos de la Revolución Francesa en Inglaterra sobre todo a través de los grandes intelectuales revolucionarios: principalmente William Godwin, Mary Wollstonecraft, (que, entre otros  esfuerzos  fallidos, le replicó a Burke) y el desopilante círculo del poeta Shelley  una de cuyas mujeres Mary Shelley, hija de Wollstonecraft, reaccionó escribiendo Frankestein, El moderno Prometeo, subtítulo que lo dice todo; esta obra inicia el ciclo del horror, al que Jones dedicó un  notable trabajo específico,[3] como síntoma de la crisis iluminista.

Los ingleses habían realizado la Gloriosa Revolución descabezan do al rey Carlos I, pero no se degeneraron sexual ni intelectual, ni menos políticamente como los tan cristianos y conservadores cortesanos del último Ancien Régime. Entre nosotros  don Julio Irazusta describió con simpatía y agudeza el mundo de la aristocracia imperial en  La Monarquía Constitucional en Inglaterra[4], un libro “que nadie ha leído” según me comentó irónicamente, cuando le consulté algún pasaje. Y falta nos haría leerlo junto con su ensayo sobre Burke para comprender mejor las páginas, donde Jones nos describe la revulsión que las ideas y las prácticas morales de  Godwin y cia. provocaron en la cabeza del poder. Inglaterra aprovechó la lepra francesa para quedarse con todo y no tuvo empacho en discriminar socialmente a sus intelectuales revolucionarios, aferrándose a las virtudes conservadoras a fin de fortalecer el Imperio y el orden social.

Sin detenernos en la divertida exposición de nuestro autor, observamos dos aciertos que hacen especialmente atractivas sus 600 páginas aplicadas a un tema, indicado al comienzo, a primera vista sólo mencionable entre católicos residuales, fundamentalistas y atrabiliarios: 1) el entrecruzamiento o ensamble de los acontecimientos históricos con la vida y milagros de los diversos protagonistas, presentados paralelamente en acción con la “técnica” de una novela o una película. Así Ud. puede gozar  los atrocidades del terror que llegaron a la mutilación sexual de la  Princesa de Lamballe, el uso de los intestinos calientes de  las víctimas como turbantes y la antropofagia; todo ello paralelamente y de modo inmediato con las estupideces sentimentales, el desfloramiento y la preñez en París de la Wollstonecraft, a la vez que  la pornografía interminable de los Los 120 días de Sodoma de Sade.

2) La utilización de las autobiografías y memorias varias, tanto del o los personajotes más famosos como de su familiares o amigos. Este es un filón inagotable para conocer el final de la película después del happy end que nos cuenta la propaganda: por ejemplo – lo veremos después – como terminan Linda Lovelace tras su atrayente y feminista  sexo oral en  Garganta Profunda, o el suicidio de la mujer de Shelley que a los  dieciséis años  se creyó todo el carismático verso del marido. Es magistral al respecto la utilización de estos recuerdos del  futuro en el caso de  Sigmund Freud, que  M. J. sintetiza en Libido dominandi, pero que a modo de ejercicio higiénico conviene meditar refocilándose durante las ochenta páginas de “Sigmund and Minna and Carl y Sabina: El Nacimiento del Psicoanálisis a partir de las vidas personales de sus fundadores”,  cap.  8 de  Modernos Degenerados[5].

 Sade, Santiago y San Pablo

             Tanto calvinistas como utopistas revolucionarios negaban la existencia de una naturaleza humana permanente o sea inmutable, pero la originalidad intelectual de los revolucionarios consiste básicamente en la supresión del pecado original. De allí en adelante “es posible ahora el  Cielo en la tierra” (37)  del que ya todos gozamos, por lo menos en la Argentina.

Para insertar las masas en la revolución es necesario desatar sus pasiones (y las propias) mientras que  “la Razón reemplaza a María en nuestros templos” (Sade).  El secreto de la nueva moral es sustituir la razón por la pasiones a modo de brújula y hasta  la super-proto-feminista Wollstonecraft experimentó las consecuencias en el propio útero, pero le echó la culpa a los machistas, o sea a su amante y hasta trató de suicidarse; percibió pues la tiranía que implica el dominio de las pasiones sobre la inteligencia.

            Sade, en el otro extremo de la revolución retomó, concientemente, nada menos que la enseñanza de  San Agustín: “el estado del hombre moral es el de  tranquilidad o paz; el del inmoral es la intranquilidad perpetua”, el hombre libre  logra libertad y paz  al subordinar sus pasiones a la razón, porque “la ciudad terrena se complace en dominar el mundo y …aunque las naciones se inclinan a su yugo, él mismo está dominado por su pasión de dominio” (Comienzo de La Ciudad de Dios).  Por cierto el aporte de Sade  consiste en la valoración de los hechos: la intranquilidad o perpetua inquietud “impulsa al revolucionario y lo idntifica con  la necesaria insurrección en la cual el republicano debe mantener al gobierno del que es  miembro” (57); la cita es de Filosofía en el Dormitorio, una  expresión inspirada, definitoria y mucho más veraz o menos pretenciosa que las de Heidegger y similares para ubicar el pensamiento del llamado mundo moderno. Resume Jones: “Por eso, el estado debe promover la inmoralidad. Dado la natural y desordenada inclinación del hombre al  placer, la inmoralidad  más  compatible para la manipulación es la inmoralidad sexual. De allí que el Estado revolucionario deba promover la licencia sexual si quiere permanecer verdaderamente revolucionario y mantener su dominio del poder” (57).

Técnicas semejantes se fueron perfeccionando a través de los últimos dos siglos, pero observa Sade que ya las aplicaron los griegos: “Licurgo y Solón, totalmente convencidos de que los resultados de la impudicia consisten en mantener a los ciudadanos en el estado de inmoralidad (subrayado original) indispensable para el mecanismo del gobierno republicano, obligaron a las jóvenes a mostrarse desnudas en el teatro” (58). A consecuencia de éste y muchos otros textos similares, aquí encontramos “el preludio de la más insidiosa forma de control conocida por el hombre precisamente porque está basada en la subrepticia manipulación de las pasiones. Este fue el  genio de la política del Iluminismo, que no es nada más que una física del vicio: fomentar las pasiones; controlar al hombre. Esta es la doctrina esotérica del Iluminismo, refinada durante más de 200 años a través de una trayectoria que envuelve todo desde el psicoanálisis a la propaganda, la pornografía y el papel que esto juega en la Kulturkampf” (59).

 Hay que respetar la sociología: fue Saint Simón, quien hizo la propuesta concreta de arraigar el cielo en la tierra usando de fábrica o Falasterio sin huelgas: jóvenes de ambos sexos serían internados en  fábricas donde producirían bienes útiles, mantenidos bajo control, y apartados de toda idea de rebelión gracias a la atracción sexual que  los camaradas del sexo opuesto ejercerían sobre ellos. Era in nuce, el lugar de trabajo del fin del siglo XX, y fue la primera propuesta concreta de usar el sexo como forma de control integrándolo en el sistema industrial de fábrica” (94).

            El sistema sin embargo no funciona y, a pesar de los expertos, hasta los estudiantes saturados de sexo agarran la metra y balean a sus condiscípulos. A pesar de tal inconveniente lo bueno de esta represión consiste en que “el vicio como forma de control es virtualmente invisible” (61), una de las invisibilia diaboli, digamos, y Sade es el primer ideólogo de su aplicación al poder político.

Es que el apóstol Santiago en su Epístola, v. 14-15, lo había advertido: “Cada uno es tentado por sus propias concupiscencias que lo atraen y lo seducen. Luego la concupiscencia, cuando ha concebido, da nacimiento al pecado, y el pecado, una vez consumado, engendra la muerte”. Sade coincide con Santiago, salvo en la valoración centrada en el  deseo sexual, pero en realidad, “el vicio, pues, y no interés propio es la fuerza gravitacional que mueve a los hombres tanto como permite a los revolucionarios manipularlos para sus propios fines” (Terror, p. 55). 

San Pablo hasta usa una lingüística adecuada a los intelectuales, luego de reprocharles su falta de “realismo” y percepción del orden natural, agrega “y alardeando de sabios, se volvieron necios por eso los entregó Dios a los deseos de sus corazones, a la impureza con que deshonran sus propios cuerpos, pues trocaron la verdad de Dios por la mentira y sirvieron a la criatura en lugar del Creador….por lo cual los entregó Dios a las pasiones vergonzosas, pues las mujeres  mudaron el  uso natural en uso contra la naturaleza….”(Rom 1, 22-26); y lo que sigue dedicado a los varoncitos de toda edad, por lo cual los diarios del 16-07-07 informan que en USA la Iglesia tiene que pagar cerca de mil millones de  dólares sólo por indemnizaciones pedofílicas.

Barruel de derecha

Extraño destino el de este jesuita francés odiado a muerte por la actual “izquierda”, pero admirado por los izquierdistas de su época e  ignorado a propósito por  casi toda nuestra “derecha”. Es que nadie le perdona haber acertado con el complot, o mejor dicho con la teoría del complot que todo gobierno o intelectual niega respecto de sí mismo, pero afirma respecto de los enemigos: “yo actúo de modo transparente, pero los nazis de siempre se complotan para tomar el poder”.

El Abbé Augustin Barruel logró salvarse de la guillotina refugiándose en Inglaterra donde publicó las casi mil páginas sus Memoirs Illustrating the History  of Jacobinism, best seller  europeo  que Burke, nada menos que Burke, avaló con su estilo  drástico en 1797, poco antes de morir: ”Yo mismo he conocido personalmente a cinco de sus principales conspiradores, y puedo comprometerme a decir por mi propio y certero conocimiento, que hasta 1773, estaban ellos enfrascados en el complot que  Ud. tan bien ha descripto y de la manera  y basado en los principios que  ha presentado con tanta  exactitud” (64).

Los actuales comentaristas no saben cómo sacarse a Barruel de encima, incluido el neoconservador Daniel Pipes que como todos sus semejantes le achacan antisemitismo, y por si fuera poco el  Holocausto y el GULAG, aunque  Barruel jamás  incluye a los judíos en el complot, ni siquiera los  nombra. Ni falta que hacía, pensaron  muchos de inmediato y siguen pensando en la actualidad, pero para evitar equívocos  presentan, ya desde el s. XIX, a un Barruel corregido y mejorado como el Abbé Chabaudy, Eduard Drumont (otro reciente reeditado), Leon Meurin (adquirible en castellano) etc. etc. donde los judíos son parte esencial del complot.

En cambio León XIII, a pesar de que ya andaba en el “ralliement” o  acuerdo político con la revolución, seguramente inspirado en su amigo Armand-Joseph Fava, obispo de Grenoble y decidido antimasón, promulga la  encíclica Humanum Genus donde no  menciona a los judíos “y uno tiene la impresión de que  en Humanum Genus, León XIII buscó controlar la manía de las sociedades secretas y volvió a su locus classicus, o sea, las memorias de Barruel” (101). Para convencerse lea a ambos y saque las conclusiones.

Barruel atribuye la  revolución no sólo a los filósofos, los Illuminati y los  masones, lo que no sería nada, sino también al sistema democrático en general, pero muy específicamente al moderno, pues: “Es innegable que la virtud debe ser más particularmente el principio de las democracias que de otras formas de gobierno, siendo él el más turbulento y el más vicioso de todos, en el que la virtud es absolutamente necesaria para controlar las pasiones de los hombres a fin de  dominar ese espíritu de camarilla secreta (cabal), anarquía y facción inherente a la forma democrática y encadenar la ambición y ansia de dominio sobre el pueblo, que la debilidad de las leyes  difícilmente soporta” (66). Un parrafito como para las cátedras de  Derecho Político; es evidente además que no se está refiriendo al supuesto sistema puro donde el pueblo gobierna por sí mismo (democracia directa) ni a la forma republicana donde lo hace por sus representantes, sino al inmejorable sistema de que goza este mundo: oligarquía esotérica en torno a logias sistemática y dialécticamente vinculadas. Por si fuera poco considera al prusiano Kant, el hombre  de la ética liberal, tan pernicioso como los franceses al punto de dedicarle su último trabajo, incinerado (72) pero imaginable.

La revolución de los Illuminati había empezado mal, pues  Weishaupt ya había incurrido en una forma de incesto al dejar preñada a la cuñadita, y luego  provocarle el aborto a  fin de no perder prestigio, tal como él mismo confesó; experto de primera, sabía que el desbarajuste moral trae como consecuencia inmediata el chantaje igual que en Spartacus, el club exclusivo del mejor Buenos Aires. A Barruel, que no estaba tan curtido como nosotros, se le va la lengua: “¡Sofista incestuoso! Sedujo a la viuda de su hermano.- ¡Padre atroz! Pidió el veneno y  la daga para el asesinato del retoño.- ¡Execrable hipócrita! Tanto el arte como la amistad para destruir a la víctima inocente, el niño  cuyo nacimiento delata la moral de su padre!” (85)

Tres fines de los Illuminati:Enseñar a los adeptos el arte de conocer a los hombres; conducir al género humano a la felicidad y gobernarlos sin represión” (89).

Los medios: reemplazar a los jesuitas en la educación de la juventud y atraer a los príncipes  fomentando, favoreciendo y aprovechando  sus desbordes pasionales, “este es el primer paso hacia la Revolución” (64), captar a los príncipes (84), en palabras de Barruel: “No privarse de ningún medio, no privarse de nada para la adquisición de tales adeptos. Si han rehusado esta ayuda, conjúralos. Flectere si nequeas superos, Aqueronta movebo” (88): si no pudieras someter a los seres superiores, removeré la mierda, traduciendo a Virgilio con un matiz inmanentista y argentino.

Con semejante curriculum, no es extraño que los ecumenistas conservadores se hagan los distraídos.

Shelley. El Club del Incesto (86)

Shelley quería hacer la guerra y el amor; como cualquier hijo de vecino empezó por el amor, pero tuvo la originalidad de utilizarlo con el objetivo de  instalar la Revolución Francesa en Inglaterra “de acuerdo con los principios del Iluminismo creando una red de células terroristas iluministas. En el corazón de  este proyecto estaba la subversión revolucionaria del orden moral como preludio a una subversión similar del orden político” (82), “específicamente la idea de una célula revolucionaria basada en la coparticipación sexual y la manipulación oculta, incrementada por el incesto, dentro de un poder aqueróntico que pudiera utilizarse políticamente” (Horror, 70). Un viejo amigo se me queja siempre medio en broma: “¡Sexo y revolución!… desgraciadamente a mí siempre me tocó la revolución”; seguramente se hubiera afiliado al club, aunque más no sea como nativ lacayo.

El gran poeta inglés nacido en 1792 se casó en 1812 con Harriet Westbrook de 16 años,  y lo hizo de mala gana, porque en realidad deseaba establecer una comunidad libre intersexual y sabía que sus ideas no le permitían el matrimonio; como las ideas no se matan trató de enmendar su falta adiestrándola en las prácticas y los criterios del Iluminismo y hasta llegó a convencerla, según su costumbre, de que aprovechase la preñez para tener relaciones con Jeff Hogg, un compinche que no se hizo de rogar.  

Educado en Eton y Oxford, era el romanticismo encarnado, etéreo y pálido, Dios lo había dotado con el  “physique du rôle” en el momento oportuno, con las chicas y el suegro adecuados, plata, la gran teoría revolucionaria en la sesera y la droga (láudano) en el bolsillo: “el incesto era el primer paso para el revolucionario gnóstico iniciado, así como el principal producto de la poesía romántica inglesa. El objetivo en cada caso era  trastocar el orden moral, y, por ese medio,  la hegemonía de Dios en la tierra. La interpretación esotérica iba un poco más hondo. Desde que la ley moral es lo único que garantizaba la autonomía y la inviolabilidad del hombre, un hombre sin moral  sería fácilmente controlado, y el que primero rompiera la ley sería el candidato más probable para controlar la humanidad” (88). Respetamos las múltiples meditaciones teológicas pero, tal cual dice el Padrenuestro y la cita de San Pablo, todo hace pensar que Dios lo indujo y lo dejó caer en la tentación.

Para empezar se presentó en la casa del gran ideólogo William Godwin y lo aduló con toda  la prudencia de la carne; no le costó mucho pues Godwin política y económicamente venía en caída libre, pero cuyo libro Political Justice  era  “la suma del inglés revolucionario” y también del amor libre y la  desaparición del matrimonio. Sin embargo se había casado con nuestra conocida Mary Wollstonecraft que a su vez tenía  una hija del americano Gilberto Imlay y esperaba literalmente “la Civilización del Amor”: el mal era para ellos la relación entre el Estado y la Iglesia que reprimía la libertad  de las leyes “naturales”, así que, nos dice Jones, “desde que no hay algo como el pecado original, puesto que el hombre es “naturalmente” bueno, uno necesita sólo suprimir la restricción exterior, la virtud volvería a florecer, y la era de amor fraternal sería inaugurada en la tierra” (Horror, 20). Casi como nuestra Iglesia de los últimos sesenta años. Después de dos intentos de suicidio -me refiero solamente a la Wollstonecraft-, la famosa viuda en 1797 se había casado con Godwin porque esperaba familia, la segunda vez de soltera, lo que no podía soportar ni ella, ni el ideólogo anti matrimonio, ni menos la sociedad inglesa. Murió en el parto. Cuando llegó  Shelley estaban pues con Godwin dos medio hermanas 0 kilómetro, Mary Godwin Wollstonecraft, luego creadora de Frankenstein, y Jane (o Claire) hija de la nueva mujer de Godwin.

Shelley se enamora de  Mary  Godwin, tan adolescente como su esposa, y con el pretexto de lo que hoy llamamos home school  teacher la cultiva con la lectura unos 90 libros, entre ellos el de Barruel por los motivos que veremos, eso sí respetando las ideas de Godwin, su famoso papá (80). El “profe” de  puro sufrido tuvo paciencia  y esperó hasta los 16 años para iniciarla, el 26 de junio de  1814, con un trabajo práctico de sexo esotérico sobre la tumba de su madre en el cementerio de St. Pancras con evidente complicidad de la hermanita, que ya era de armas llevar.

En la bibliografía también incluyó su poema Queen Moab anotado por el autor, “la primera huella de liberación sexual en lenguaje inglés. La liberación sexual fue incorporada al resto del principal programa político de Shelley, pero por todo esto, ocupa el primer lugar en el esquema de su Utopía” (78). El joven Engels empezará a traducirlo luego de  la revolución de 1848, su tema es la utopía socialista donde la razón es reemplazada por la pasión, tal cual lo había descripto  y documentado Barruel prolongando su prognosis hasta el trror (83); en el poema, que expresa la  “quintaesencia del Iluminismo”,… “la ciencia reconciliará la razón con la pasión suprimiendo la  creencia en Dios” (78),  la castidad es sin duda una superstición monacal y evangélica; para  contener a las bestias desatadas propone el vegetarianismo, que suele estar siempre asociado con la liberación sexual, y así obtendremos la felicidad.

Tanta palidez, poesía y romanticismo no son incompatibles con los negocios: Shelley proyectó de inmediato  un viaje de bodas  múltiple choice a Suiza, pero otra vez falló el revolucionario Godwin que llevaba a cuestas algunos prejuicios victorianos: “Godwin permaneció firme en su oposición a la escapada erótica, pero pronto empezaron a circular rumores (probablemente  por instigación de Harriet Shelley) de que Godwin había vendido a sus hijas a  Shelley  por  setecientos y ochocientas libras respectivamente” (Terror, 42). Le ahorro el resto de los chismes que incluyen la tentativa de suicidio de Shelley.

Al fin  se instalaron y recibieron a otros congresales: “El lugar del congreso iluminista incestuoso era Villa Diodati, una gran casa en la costa del lago de Ginebra, que alguna vez había sido de John Milton”… y donde los ocupantes hacían ostentación de sus desviaciones ante la curiosidad de los turistas que se acercaban con telescopios a la “Liga del incesto” (Horror, 69).

El congresal más distinguido era Byron, “el más importante  poeta de Inglaterra en esa época, y Shelley parece haber  recurrido a una página de Barruel usando a Claire y la posibilidad de sexo con Mary como instrumento de una primera congratulación con Byron y luego fiscalizarlo por el control de sus pasiones dominantes. Lo que Claire propuso en su carta a Byron era una suerte de doble incesto a la Weishaupt; Byron y Shelley  debían participar de las mismas dos medio hermanas. Fue Weishaupt, después de todo, quien propuso que quienes fueran a iniciarse en los Illuminati deberían primeramente entregar una autobiografía secreta y luego ser controlados por una combinación de chantaje y ‘secreta gratificación de sus pasiones,  ‘durch begnugung ihrer  leidenschafen im verborgenen…’ Y así esta asociación puede  además  servir para gratificar a los hermanos que tienen una inclinación por el placer sexual’” (87, con cita de Barruel).

Contra todo lo previsible Byron se borra (87), a pesar de ser el hombre  adecuado para la comisión directiva: superpoeta romántico, sodomita, según los que saben y es vox populi, amante incestuoso de su media hermana  Augusta. Todo un Prometeo que devolvió el fuego para que los zurdos no le coman el hígado. Y se borra tras una noche de terror y estupidez donde  Shelley  revela su extravagante desequilibio (89). Degenerados somos todos, habrá pensado Byron, pero yo te acompaño sólo hasta la puerta de cementerio; hasta allí fue luego de paladear a los dos hermanitas y hacerle un hijo a Claire, aunque no habiendo ADN, nunca se sabe, porque “Shelley, debe recordarse, alentaba a sus esposas a tener sexo con sus amigos, pero sólo después que las mujeres estuvieran  con seguridad preñadas con sus propios hijos, previniendo así importantes problemas financieros del tipo de los que seguían fastidiándolo con sus hijos de Harriet” (Terror, 70).

Todo este conventillo “Fue al comienzo del fin de la primera revolución sexual. Cuando Mary y Shelley volvieron a Inglaterra en el otoño, fueron  recibidos primero con el suicidio de la otra media hermana de Mary, Fanny Imlay, y luego por el suicidio de la primera esposa de Shelley, Harriet, que fue rescatada de la  Serpentina después de seis semanas de inmersión al principio de diciembre” (89).

El 8 julio 1822 en el golfo de Spezia a sabiendas de  que se venía una tormenta Shelley sobrecargó su  barca y desplegó las  velas. Diez días después fue difícil reconocerlo. El 4 de agosto la crónica del Examiner, lo despidió con flema inglesa e inquina conservadora: “Se ahogó Shelley, escritor de algunas poesías paganas; ahora sabe si hay o no hay Dios” (91). Jones realiza el balance: “Cuando Shelley murió, la primera revolución sexual murió con él. Lo que siguió fue el repudio de la liberación sexual, conocido como la era victoriana. Su viuda dedicó el resto de su tiempo  a borrar de la memoria pública su experimento sexual. Shelley en las manos de su esposa se convirtió en un ángel victoriano y así permanecería durante 150 años hasta que otra revolución sexual hizo posible  otra interpretación de su vida” (91). Ante su profesor de inglés Ud. por si acaso siga sosteniendo la versión de la viuda, británicamente correcta.

Resumiendo, según parece el incesto es  primer paso de la praxis revolucionaria celular  (88), pero no el incesto ingenuo del  nuestras clases populares,  generalmente  el padre  borracho que reaprovecha de las hijas de su amante. Se trata del el incesto cabalístico, alquímico esotérico, iluminista, mágico, el incesto estético, con el que nuestros finolis y afrancesados se regodean en el cine y las novelas, el incesto aristocrático, el incesto ilustrado y para intelectuales -¿leyó a los Schockländer?-, el incesto revolucionario, policial, el incesto logístico, masónico, el incesto  utilizado por los services y los capomafias para reestablecer el orden y la obediencia a la mafia.

Muchos piensan como él pero no sacan las consecuencias prácticas: Shelley es por ello un arquetipo, héroe moral de la irredención, pero verdadero arquetipo, aunque al revés de los  presentados por A. Caponetto. Los poetas siempre imitan aristotélicamente la realidad, la naturaleza y obviamente sus contrarios. No necesito descubrir que Shelley lo era en grado sumo, expresó, pues, la naturaleza de la Revolución tanto en su vida trágicosexual como en sus escritos con agudez tal que sólo Nietzsche pudo  superar a veces: “Shelley hizo del incesto, la pieza central de su poema revolucionario, ‘The Revolt of Islam’. El incesto -como puso en claro Nietzche-, tiene una aplicación política” (121).

Frankenstein y el Barruel de izquierda (el mejor)

Dejemos al Barruel de derecha y vamos al menos previsible Barruel de izquierda, previa aclaración de que no sabemos definir qué sea la izquierda o la derecha o el medio.

No interesa discutir aquí si Barruel acertó, con el aval de Burke, en su descripción del proceso revolucionario, sino señalar un aspecto  poco o nada destacado: los revolucionarios se lo apropiaron. Según sostiene Nesta Webster  en su conocidísimo libro sobre la  Revolución mundial, en el s XIX no es  la organización la que promueve las ideas sino al revés,  es la idea, mejor dicho la exposición objetiva del Barruel, la que engendra la revolución: “tenemos en el asunto Shelley, un caso de influencia literaria en el cual la idea engendra la organización. El ejemplo de Shelley es elocuente porque la influencia de los Illuminati en esta instancia es más literaria que organizativa. Al escribir su libro, Barruel creó un seguidor de Adam Weishaupt y sus ideas, que  su organización nunca podría haber  logrado por sí misma. ‘Las ideas iluministas, escribe James Billington, ‘influenciaron a los revolucionarios, no precisamente por sus  sostenedores del ala izquierda, sino también a través de  sus opositores derechistas. Cuando los temores de la derecha se convirtieron en la  fascinación de la izquierda, el Iluminismo consiguió una paradojal influencia póstuma mucho más grande que la ejercida como movimiento vivo’” (99). Caprichos de la Divina Providencia, nos explicarán los teólogos, pues si yo hubiera sido Dios me lo hubiera llevado conmigo a Barruel con suficiente anticipación y le hubiera ahorrado unas cuantas matanzas a la humanidad. Lo comprobado es que:

 “Shelley recomendó el libro, no porque estuviese de acuerdo con las perspectivas políticas del  más famoso antirrevolucionario jesuita del mundo, sino porque el libro ofrecía el mejor relato de la conspiración iluminista existente entonces, y como parte de su agenda política deseaba conseguir la resurrección de los Illuminati” (76). O sea que Shelley coincidía con  Burke, la izquierda con la derecha: el maldito complot existe y Barruel lo describe con el mejor método didáctico. Hay que creer o reventar. 

De todos modos la cosa venía mal según Barruel porque, como ahora, “Cualquier loco puede atraer al pueblo al teatro, pero es necesaria la elocuencia de Crisóstomo para sacarlo de allí. A talentos iguales, quien alega en pro de la licencia y la impiedad, tendrá mayor peso que el más elocuente orador que reivindique los derechos de la virtud y la moralidad” (85).  Moria Casán y los empresarios del baile del caño se lo saben de memoria sin haberlo leído.

Claro que al final del cuento llega el caos, como también lo había previsto Shakespeare en el famoso discurso de Ulises en Troilo y Cressida, por lo que Adam Smith  no tuvo más remedio que inventar la “mano invisible” y gnóstica que en el largo plazo  armonizará todo (84) y que por ahora tampoco nadie ha visto. Por lo pronto no se la vio en el  Club del Incesto…

Nuestro jesuita ya lo había observado respecto de sus precursores (77), no sorprende pues que  Shelley,  adepto a la tradición gnóstica-maniquea anticristiana, buscara una solución científica para reemplazar el orden social y psicológico guillotinado en Francia:  la encontró en la electricidad y especialmente en la química que, unidos con la magia, reemplazarían al cristianismo, y de paso se insertarían a su manera en el “Plan de Dios”, como ahora dicen los que están en la cocina de la Trinidad: “Oh, cómo desearía ser el Anticristo, si estuviera en mi poder aplastar al  Demonio, arrojarlo a su nativo Infierno para que nunca saliera de nuevo” (75). Imagínese quién es el Demonio en este trasfondo gnóstico, donde sin embargo rescatamos la evangélica creencia en el Infierno que La Traición de los Clérigos ha remitido al “Inodoro de la Historia”. “La ciencia, desde el punto de vista de Shelley,  era un medio de manipular la naturaleza, a fin de obtener de ella lo que se quiera” (74). Igual que en  el tercer milenio, agreguemos, siguiendo el mecanicismo ya aludido.

A pesar de las feministas y diga lo que quiera Sade, la mujeres no son tontas, aún las liberales y embarazadas. En este caso lo comprueba Mary Shelley, que meditó su experiencia y cantó la justa en especial respecto del cientificismo, al crear nada menos que el moderno género literario del terror empezando por el mejor título imaginable: Frankenstein, el moderno Prometeo. “Parecía que poco podría hacer, de todos modos, en cuanto a su doble problema (ser simultáneamente la víctima y el criminal) sino ‘inventar’ un cuento ‘que pudiera aterrorizar a mi lector como yo misma fui aterrorizada esa noche’. Aparte del suicidio, la catarsis literaria pareció la única manera  de arreglarse con el dolor. Ella no podía avanzar hacia una honesta evaluación de su circunstancia, porque carecía del vehículo religioso para el arrepentimiento” (Horror, 76), pero “el monstruo en Frankenstein es en gran medida remordimiento personificado” (Horror, 84).

De todos modos y a pesar de la “catarsis”, moralmente la Shelley no sabía dónde estaba parada: “El Horror envuelve ambos, al resultado de esas acciones y la incapacidad de enfrentar su causa moral. El terror es terroífico precisamente por la última razón, porque es desconocida su fuente, pero desconocida de la manera descripta por Freud en su ensayo sobre lo sobrenatural, o sea reprimido, o sea  deliberadamente no conocido y sin embargo al mismo tiempo compulsivamente presentado de nuevo porque lo reprimido siempre retorna” (Horror, 86).

En cuanto al crimen y la tortura femenina, las similitudes de Frankenstein  con  el Marqués de Sade son evidentes, hasta las dos heroínas torturadas, sufren y mueren por su inocencia. No les voy a contar la película ni  la novela que están a su alcance, baste decir que Mary parece haberse directamente  inspirado en Justine de Sade, donde  “el crimen sirve a la naturaleza” y “el  crimen es el acto más ‘natural’” (Horror, 79). Como su estuviéramos leyendo una sentencia  del Suprema Corte. Al fin y al cabo con sus premisas tienen razón si “el hombre es una máquina, la moral es relativa culturalmente, el crimen  consiste en la reorganización de la materia –el placer se vuelve el más alto bien y el hombre es libre para usar al hombre (o más frecuentemente a la mujer) de cualquier modo se satisfaga ese placer, especialmente si placer y ciencia  coinciden” (Horror, 80). Ahora bien hay dos modos de obtener el mayor placer, nos explica un personaje de Justine: a) percibiendo en el otro/a una belleza real o imaginaria, lo que se vuelve cada más problemático con el uso; b) al ver que el objeto sexual está sufriendo la sensación más fuerte que es el dolor y no el placer, especialmente cuando con frecuencia las mujeres fingen el supuesto orgasmo; en consecuencia lo mejor es torturarlas.

Y torturarlas científicamente, no a la que te criaste, como explica el modelo universal del feminismo: Justine se encuentra con la adolescente Rosalía cuyo padre es un científico interesado en anatomía y somos informados que esta ciencia “nunca  alcanzará el último estado de perfección hasta que se realice un examen del canal vaginal  de una niña de catorce o quince años que haya muerto de muerte cruel”. Rosalía se da cuenta de lo que le espera y, antes de la improvisada operación, colabora: “No es nada menos que un asunto de vivisección a fin de inspeccionar el latido de mi corazón, y sobre este  órgano realizar observaciones que prácticamente no pueden ser hechas en un cadáver” (Horror, 80).

Sade da también los fundamentos teológicos y bíblicos de nuestro tema, “poniendo sus placeres sexuales al servicio de un ideal  trascendente, aunque  demonista”:…Me dijo confidencialmente un honorable asesino  que mata mujeres –en el transcurso de una violación o un robo-. Su deporte consiste en hacer coincidir su propio espasmo de placer con el espasmo mortal de la otra parte. ‘en tales momentos, me dijo,’me siento como un dios creando un mundo’” (Horror, 90).

También el monstruo innominado le pregunta al Dr. Frankenstein: “¿Cómo te atreves a jugar (sport) con la vida?”, y el científico casi lo mata. (idem, 91). Es que, a pesar de Sade, Mary Shelley escribe Frankenstein como una manifestación de la Némesis griega,  o sea una restauración del equilibrio moral. En su biografía del  Horror y su género literario M.J. describe toda su trayectoria hasta Alien, lo que trataremos de exponer en los siguientes rounds y con motivo de  otras revoluciones sexuales.

En lugar de uno de esos aburridos retiros espirituales piadosos sobre la castidad y el amor, mejor resultado espiritual  puede obtenerse con una lectura paralela y guiada (guiada por Aristóteles y Sto. Tomás, no por un teólogo de la liberación) de Justine y Frankenstein, con película y todo. Después, hasta yo postergaría la luna de miel.  

Pero  no seamos lengualargas o hipercríticos y antiecuménicos, Shelley no sólo tiene el mérito de haber recuperado a Barruel para la izquierda y confirmado para siempre la teoría del complot, amén de haber inspirado  Frankenstein a su amante. Conserva también un valor religioso permanente: con independencia de su enfrentamiento con Cristo y el cristianismo, constituye un modelo moral indispensable para la Iglesia actual, pues es necesario que haya herejes según un texto todavía sagrado: cuánto le agradecemos y  necesitamos espiritualmente a Shelley contra  la hipocresía y el utilitarismo cínico de pretender conservar los buenos modales  políticos y sociales heredados del cristianismo rechazando la Fe; contra  la ilusión equívoca consistente en crear de la nada un mundo de “derechos humanos”, amor y fantasía “occidental y cristiana” herencia de una cristiandad inexistente, hace rato difunta e irrestaurable. Aunque  se haya equivocado en la solución, Shelley fue valiente en el planteo al advertirnos que esa ficción no puede sostenerse, ni moral, ni sexual, ni psicológica, ni política, ni pastoral, ni teológicamente; en este último sentido resulta el mejor antídoto contra el modernismo y es precursor de la Pascendi : para ello empieza a predicar  con el ejemplo creando una célula sexual revolucionaria alquímicamente incestuosa que a pesar de su fracaso momentáneo, será luego y ahora afianzada por los progresistas e incluso los católicos adultos de pública promoción.

Nietzsche El incestólogo 

Nietzsche el filósofo o por lo menos el pensador y el gran poeta de la contranaturaleza, que prosigue y precisa la convicción de Shelley, o sea de la superación del  hombre corriente en pos del hombre omega o del superhombre. Su genio le bajó línea y letra al complejo de  Freud y a un millón de otros que no quieren confesarlo. Jones  transcribe más de una vez el pasaje de El Origen de la Tragedia donde Nietzsche interpreta esotéricamente el mito de Edipo. Va mi traducción del texto alemán:

“Respecto de  Edipo pretendiente de su madre y solucionador de acertijos, hay que interpretar inmediatamente que allí donde por medio de poderes oraculares y mágicos se ha roto la distinción del presente y del futuro, la rígida ley  de la individuación y sobre todo el hechizo propio de la naturaleza, debe  haber precedido un monstruoso acto contra-natura como  causa primera –como allí el incesto–; pues ¿cómo podría uno obligar a la naturaleza a revelar sus secretos si no oponiéndole victoriosamente, o sea por un acto contra-natura? Yo veo acuñado este conocimiento en esa espantosa  trinidad del destino de Edipo; el mismo que resuelve el acertijo de la naturaleza – esa Esfinge de doble figura-, debe también destrozar, como  parricida y esposo de su madre, el  más sagrado orden de la naturaleza. Sí, el mito parece querer susurrarnos que la  sabiduría y especialmente la sabiduría dionisíaca es un horror antinatural, que quien por el conocimiento arroja la naturaleza en el abismo de la aniquilación, tenga también que experimentar en sí mismo la disolución de la naturaleza. “La punta de la sabiduría se vuelve contra el sabio; la sabiduría es  un crimen contra la naturaleza”  (Degenerate, 218).

El pasaje es seminal para  la edad moderna” (idem, 219) que  imagina, (posee  “la persistente fantasía”),  poder gozar de los frutos de la cultura cristiana renegando del cristianismo. Esta cultura consiste “esencialmente en la absorción de la tradición  filosófica griega y de la ley moral de Moisés en la Cristiandad…” Lo que llamamos  Occidente es  en esencia la inculturización europea de la Cristiandad y esta inculturización llevó a una explosión de  creatividad  sin precedentes en el mundo”. 

Pues bien, “La primera fantasía anti Occidental de nuestro tiempo, de todos modos,  fue expresada por Nietzsche. Dos años después de escuchar la ejecución en piano de la ópera de Wagner que hizo época, Tristán e Isolda, Nietzsche se comprometió con su vida a la revolución sexual infectándose deliberadamente con sífilis en un burdel de Leipzig. Thomas Mann vio en este gesto una “consagración demonista” (idem, 45).

Jones ha dedicado un libro a la música actual, Dionyisos Rising, donde desarrolla esta veta que aquí sólo puedo aludir. Enfurecido luego con Wagner, Nietzsche se volvió hacia el África donde pensó encontrar, al igual que otros como Jung, la verdadera naturaleza y su “impúdica melancolía” y “no el amor por una  virgen superior”. “La atracción aquí es obviamente sexual. África tiene ahora que llevar a cabo la incumplida promesa de liberación sexual que Nietzsche   escuchó  por primera vez en Tristán e Isolda”…Nietzsche ha descubierto el África como antídoto contra el Occidente, es decir  contra la Civilización Cristiana y desde entonces estamos pagando el precio” (idem, 46).  

Nocional, plástica e infectológicamente es difícil superarlo. Sólo falta el superhombre plurisexual, pero muchos están en eso con firmes convicciones.

Al final la Revolución se reduce a su oferta de sexo y poder concentrado.

El autor

Después de lo dicho hasta ahora usted no necesita mayor información. Baste agregar que M. Jones es un universitario made in USA  con notables contactos políticos, dirige la revista  Cultural Wars,  cuyo título sintetiza su vida interior, lo que unido a la erudición y a la ironía casi le garantizan  el odio del mundo; ha publicado libros de gran llegada, varios de los cuales  citamos en este comentario.

Conviene  consultar el ‘site’ en la Web de Michel Jones, porque  no solamente describe la guerra cultural contra la Iglesia y la Cristiandad, sino también la guerra civil eclesiástica de la Iglesia contra sí misma. Además se encontrará con seres por el estilo.

Varios estudiosos analizaron la situación de nuestro pornomundo, pero el aporte de M. Jones consiste en aplicar la lupa y hasta el microscopio a la técnica de concentración de poder, a la maniobra política tanto global -siguiendo su  itinerario histórico desde los Illuminati- como  individual o corporativa.  Así por ejemplo François Marie Algoud[6], Historia de la voluntad de  perversión de la inteligencia y de las costumbres. Desde el s. XVI a nuestros días, o Désiré Dutonerre[7], La Marea negra de la pornografía. El primero a manera de fichero estrictamente cronológico de hechos relevantes, la segunda centrada en los  procedimientos  en defensa del bien común, pero ni ellos ni otros de mi conocimiento, como Epiphanius[8], relacionan de modo directo y sistemático el poder con la pornografía y la degeneración de las costumbres. Bertrand de Jouvenel[9], referencia obligada en el tema de la concentración de poder, no desarrolla este asunto. Atila Sinke Guimarâes[10], aprovechando su nombre providencial para acercarse a Roma, analizó la doctrina del Vaticano II en relación a la pedofilia y la homosexualidad, pero no la utilización del vicio para  la  imposición de esos textos o la política eclesial salvo anecdóticamente. De todos modos puede hacerlo Ud., pues el libro le acerca buen material. 

Quizá el principal mérito de nuestro autor consiste en llevar el  análisis a fondo, aportando sus razones e hipótesis en relación con pensadores de  otras convicciones. Algunos aspectos de sus observaciones presentan analogías evidentes con Paul Johnson, cuya obra sobre Los Intelectuales está traducida, al extremo de que  algún crítico pudo referirse a una continuidad entre ambos, pero el mismo M. Jones puntualiza la diferencia. En Degenerate (14)  observa que su empirismo le impide nada menos que  relacionar la vida de un autor con su obra, elemento central en el método de M Jones; además Paul Johnson, al recolectar la cosecha del nuevo realismo bibliográfico, ha documentado  la declinación de  Occidente en la vida personal de su elite intelectual. Johnson  proporciona la evidencia, pero parece reacio a sacar las conclusiones. La evidencia, de todos modos, está toda allí, y el veredicto es claro: la modernidad es placer racionalizado” (Degenerate, 17). Racionalización significa algo así como justificación hipócrita, pero lo que nos importa es la diferencia intelectual: Paul Johnson –méritos aparte- se queda a mitad del camino, porque no se atreve a juzgar severamente la modernidad. ¡Viva la diferencia!

Nos parece  que  M. Jones corre con ventaja respecto de los argentinos, pues  siempre  ocupa la ‘pole position’  que le da  su ubicación en el Imperio norteamericano.  Su puesto de observación es más universal, y es, gracias a Dios,  agresivamente aristotélico -la política es la ciencia moral arquitectónica- por lo que  puede ágilmente prolongar los sucesos revolucionarios europeos con los de USA.

Así lo muestran, con excesiva parquedad antimarketing, los títulos del índice, que sin mayor información sobre el contenido pasan  de uno al otro con una displicente ubicación geográfica y cronológica de los acontecimientos, ej.: Part II, Chapter I: Paris 1885; Part II, Chapter 2: Chicago, september, 1900.

Es que hay algo de  continuum en el poder mundial,  de modo que Europa pornográfica y chantagísticamente se prolonga en EEUU casi sin necesidad de explicaciones. Difícilmente a un argentino se le ocurriría pasar, sin decir agua va, de Paris a Santiago del Estero al exponer el desarrollo  de un suceso moral, y lo mal que haría, porque objetivamente nuestro país carece de autonomía política y “representatividad” en los sucesos universales.

Por último, con asombro, debe dejarse constancia que M. Jones  se aguanta su propia  medicina. Una vida inchantageable comprometida con la verdad desafía hasta ahora  a los services, al poliapriete y especialmente al churchly blackmail, el chantaje sagrado o eclesial, pues, aunque  no lo denuncia, deben haberlo apretado: los de allá no son  mejores que los de acá. 

Esa es otra diferencia con la Argentina, donde el chantaje eclesiástico, ejercido de modo ejemplar por  Horacio Verbistky, el Cardenal paralelo de la Ford Foundation -véase el comentario del P. Ramiro Sáenz  en Gladius 67-, chantajea en público a la Jerarquía católica con documentados chismes clericales, obligándola a aceptar las reglas de juego.  

En la vida intelectual, uno conforma, el deseo a la verdad o la verdad al deseo. En el primer caso, la importancia de la biografía es prescindible, en el segundo es lo más importante” (Degenerate,  16).  Se apoya en  Pieper que se apoya en la fuente, Sto. Tomás: “hemos perdido la conciencia del estrecho lazo que une el conocimiento de la verdad al estado de pureza. Dice Sto. Tomás que la hija mayor de la falta de castidad es  la ceguera de espíritu. Sólo quien no desea nada para sí mismo, que no está “subjetivamente” interesado, puede conocer la verdad” (idem).

Notable clarividencia la de este Michael Jones en eso de la Libido Dominandi y sus métodos, que la Iglesia argentina parece expuesta a sufrir de modo especialmente nacional y popular, es decir grotesco. Léalo, si está en condiciones de aguantarlo. Es la libido de, 

Octavio A. Sequeiros

[1] Alberto Melloni es doctor en Historia Religiosa por la Universidad de Bologna, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Modena-Reggio Emilia, miembro del Consejo de Redacción de Concilium, Revista Internacional de Teologia, editada en 7 lenguas y ha sido curador de la edición italiana de la Historia del Concilio Vaticano II, dirigida por G. Alberigo, 5 vol., Bologna [1995-2001]) y posee muchos otros antecedentes al alcance del lector. La  crítica al  Papa  se realizó en “La fatica degli interpreti non si può liquidare d’ ufficio”, Corriere della Sera, Sezione: religione cattolica, p. 55, 25 maggio, 2007 (Online:  http://archivio.corriere.it/archiveDocumentServlet.jsp?url=/documenti_globnet/corsera/2007/05/co_9_070525044.xml.) (Acceso el 27 de mayo de 2007). Además  Melloni es  hombre importante de la Fundación Juan XXIII  “considerada una fortaleza  del catolicismo progresista y con frecuencia  cae bajo la mira de  estudiosos de  orientación diferente”.  (Corriere della Sera, venerdi 20  luglio, p. 29). En la lucha eclesiástica para  reemplazar o contener al Papa nazi o Ratzinger, Melloni  es uno de los más conocidos voceros de la oposición y por eso también lo escuchamos aquí.

[2] Jones, Michel. Horror a Biography. Dallas, Spencer Publishing, 2000/2002, 298 pp. Originally Publisher as Monster from the Id: The rise of Horror  in Fiction and Film.

[3] Jones, Michel. Horror a Biography.

[4] Irazusta, Julio La Monarquía Constitucional en Inglaterra, Bs.As. EUDEBA, 1970, 441 pp.

[5] Jones, Michael. Degenerate Moderns. Modernity as Rationalized Sexual Misbehaviour. San Francisco, Ignatius Press 1993, 259 pp.  Chapter  8, The birth of Psicoanálisis out of the Personal Lives of its Founders , pp 153-233

[6] Algoud, François Marie. Histoire de la volontonté de perversión de l’intelligence et des moeurs (Du XVIe siècle à nos jours). Chiré en Montreuil, Éd. de  Chiré, 1966, 531 pp.

[7] Dutonnerre, Désiré. La marée noire de la pornographie: Un fléau aux origines et aux conséquences mal connues (Chiré en Montreuil, Éd. de Chiré , 1992). 

[8] Cf.  mi reseña en Gladius 65.

[9] Jouvenel, Bernard. El Poder. Historia Natural de su Crecimiento. Madrid, Editora Nacional, 1956, 435 pp.

[10] Guimarâes Sinke, Atila. Vatican II Homosexuality & Pedophilia. Collection Eli, Eli, Lamma Sabacthani, 2004, 316 pp. Si bien no hay tratamiento sistemático del chantaje  a los  Padres conciliares, léase el cap. IV donde relata la acusación pública  por homosexualidad contra Pablo VI y especifica con la cita de Bellengrani, Franco. NichitaroncalliControvita di un Papa. Roma, Ed. Internationale di Letteratura e Scienze, 1994.  Bellegrandi que  no es  Octavio Sequeiros ni Roger Peyrefitte, es nada menos que un Guardia del Papa, seleccionado  entre la nobleza itálica y  en funciones entre los camarieri di spada y  capa de la Gendarmeria Pontificia …..Y relata: “El primer chantaje (blackmail) contra Montini, apenas subió  las escaleras del trono de San Pedro, fue realizado por la  Masonería (Freemasonry)…”  con motivo de la cremación de cadáveres… “Se amenazaba con revelar las reuniones del Arzobispo de Milán y “su” actor en un hotel de Sion, en el cantón Valais, en Suiza” etc. p. 160 ss. Para ponerse al día  en sodomidades eclesiales se recomienda visitar el site de The Roman Catholic Faithful dirigida por Stephen Brady.

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