Características del católico liberal medio

– Persona bautizada.

– Puede incluso asistir a Misa y frecuentar los sacramentos, pero que a su vez cree en la soberanía del pueblo, el sufragio universal, la legalidad de la norma como su fundamento último y la constitución nacional como ley superior

– Vota siempre el mal menor.

– Considera de igual valor cualquier documento pontificio

– Es indiferente a los abusos litúrgicos

– Es clericalista.

– Coloca la autoridad por encima de la verdad.

– Tiene a la vida y a la libertad como valor supremo

– Repite la historia «oficial».

– No lucha por la cristiandad.

– Es ecumenista, dialoguista, pacifista.

– No admite la legitimidad de la guerra justa.

– Busca la cantidad.

– Confunde optimismo con Esperanza y pesimismo con realismo.

– Sobrevalora el éxito profesional…

 

El Centro de Estudios Universitarios P. Leonardo Castellani.

17 comentarios sobre “Características del católico liberal medio

  • el enero 22, 2019 a las 10:23 pm
    Permalink

    Pues viéndolo así, el 99 por ciento de los católicos son liberales. Si no, a ver cuántos catolicos están contra el sufragio universal o no consideran a la democracia prácticamente como un valor en sí mismo. Estamos fritos.

    • el enero 22, 2019 a las 10:42 pm
      Permalink

      Es exactamente lo que se quiere decir en la entrada. Indirectamente, la entrada constituye una seria llamada a recapacitar.

      • el enero 23, 2019 a las 7:35 am
        Permalink

        M.A.Quiroga, es exactamente lo que se quiere decir en la entrada. Indirectamente, la entrada constituye una seria llamada a recapacitar.

  • el enero 22, 2019 a las 10:43 pm
    Permalink

    Creo que la mayoría lo habré por ignorancia… Nos quedamos con las catequesis de primera comunión y de confirmación y con eso no basta, es imposible vivir en la VERDAD asi…

    • el enero 23, 2019 a las 5:04 am
      Permalink

      La triste realidad es que los católicos son los que menos se interesan y esfuerzan por conocer la religión que afirman profesar , por eso son tan vulnerables al error …

  • el enero 23, 2019 a las 1:11 am
    Permalink

    Agradecería me hagan saber más sobre el «Centro de estudios universitarios Padre Leonardo Castellani. Mi cordial saludo.

  • el enero 23, 2019 a las 1:34 am
    Permalink

    Excelente

  • el enero 23, 2019 a las 3:48 am
    Permalink

    Me encanta los aires de superioridad que tienen algunos post de este blog

  • el enero 23, 2019 a las 6:42 am
    Permalink

    Por sobre la Fe ponen la «razon».Sostiene como verdad la Constitucion .No coloca por sobre todas las cosas la Verdad revelada.Todo valor es relativo.

  • el enero 23, 2019 a las 9:46 am
    Permalink

    Excelente, padre Javier. Uno de los aspectos más interesantes del problema es que el católico «liberal» ni siquiera sabe que es un católico liberal porque ignora totalmente lo que significa ser católico.
    Un cordial saludo, y siga adelante.

    • el enero 23, 2019 a las 2:15 pm
      Permalink

      Interesante reflexión. No saben que son liberales porque no saben lo que es el catolicismo.

  • el enero 23, 2019 a las 12:18 pm
    Permalink

    Entiendo que es ignorancia con un toque importante de comodidad. Es como el que conduce y se salta las señales de tráfico que no le gustan

  • el enero 23, 2019 a las 12:35 pm
    Permalink

    Fragmento extraído del cap. 2 del libro: Mirar a Cristo, ejercicios espirituales predicados por el Card. Ratzinger a «Comunión y liberación».

    Esperanza

    1.- Optimismo moderno y esperanza cristiana

    En la primera mitad de los años setenta, un amigo de nuestro grupo hizo un viaje a Holanda. Allí la Iglesia siempre estaba dando que hablar, vista por unos como la imagen y la esperanza de una Iglesia mejor para el mañana y por otros como un síntoma de decadencia, lógica consecuencia de la actitud asumida. Con cierta curiosidad esperábamos el relato que nuestro amigo hiciera a su vuelta. Como era un hombre leal y un preciso observador, nos habló de todos los fenómenos de la descomposición de los que ya habíamos oído algo: seminarios vacíos, órdenes religiosas sin vocaciones, sacerdotes y religiosas que en grupo dan la espalda a su propia vocación, desaparición de la confesión, dramática caída de la frecuencia en la práctica dominical, etc., etc. Por supuesto nos describió también las experiencias y novedades, que no podían, a decir verdad, cambiar ninguno de los signos de decadencia, más bien la reafirmaban. La verdadera sorpresa del relato fue, sin embargo, la valoración final: a pesar de todo, una Iglesia grande, porque en ninguna parte se observaba pesimismo, todos iban al encuentro del futuro lleno de optimismo. El fenómeno del optimismo general hacía olvidar toda decadencia y toda destrucción; era suficiente para compensar todo lo negativo.

    Yo hice mis reflexiones particulares en silencio. ¿qué se habría dicho de un hombre de negocios que escribe siempre cifras en rojo, pero que en lugar de reconocer sus pérdidas, de buscar las razones y de oponerse con valentía, se presenta ante sus acreedores únicamente con optimismo? ¿Qué habría que pensar de la exaltación de un optimismo, simplemente contrario a la realidad? Intenté llegar al fondo de la cuestión y examiné diversas hipótesis. El optimismo podía ser sencillamente una cobertura, detrás de la que se escondiera precisamente la desesperación, intentando superarla de esa forma. Pero podía tratarse de algo peor: este optimismo metódico venía producido por quienes deseaban la destrucción de la vieja Iglesia y, con la excusa de la reforma, querían construir una Iglesia completamente distinta, a su gusto, pero que no podían empezarla para no descubrir demasiado pronto sus intenciones. Entonces el optimismo público era una especie de tranquilizante para los fieles, con el fin de crear el clima adecuado para deshacer, posiblemente en paz, la misma Iglesia, y conquistar así el dominio sobre ella. El fenómeno del optimismo tendría por tanto dos caras: por una parte supondría la felicidad de la confianza, aunque más bien la ceguera de los fieles, que se dejan calmar con buenas palabras; por otra existiría una estrategia consciente para un cambio en la Iglesia, en la que ninguna otra voluntad superior –voluntad de Dios- nos molestara, inquietando nuestras conciencias, y nuestra propia voluntad tendría la última palabra. El optimismo sería finalmente la forma de liberarse de la pretensión, ya amarga pretensión, del Dios vivo sobre nuestra vida. Este optimismo del orgullo, de la apostasía, se habría servido del optimismo ingenuo, más aún, lo habría alimentado, como si este optimismo no fuera sino esperanza cierta del cristiano, la divina virtud de la esperanza, cuando en realidad era una parodia de la fe y de la esperanza.

    Reflexioné igualmente sobre otra hipótesis. Era posible que un optimismo similar fuera sencillamente una variante de la perenne fe liberal en el progreso: el sustituto burgués de la esperanza perdida de la fe. Llegué incluso a concluir que todos estos componentes trabajaban conjuntamente, sin que se pudiera fácilmente decidir cuál de ellos, cuándo y dónde predominaba sobre los otros.

    (…)

    Mientras leía a Bloch pensaba que el <> es la virtud teológica de un Dios nuevo y de una nueva religión, la virtud de la historia divinizada, de una <> de Dios, del gran Dios de las ideologías modernas y de sus promesas. Esta promesa es la utopía, que debe realizarse por medio de la <>, que por su parte representa una especie de divinidad mítica, por así decirlo, una <> en relación con el Dios-Padre <>. En el sistema cristiano de las virtudes la desesperación, es decir, la oposición radical contra la fe y la esperanza, se califica como pecado contra el Espíritu, porque excluye su poder de curar y de perdonar, y se niega por tanto a la redención. En la nueva religión el <> es el pecado de todos los pecados, y la duda ante el optimismo, ante el progreso y la utopía, es un asalto frontal al espíritu de la edad moderna, es el ataque a su credo fundamental sobre el que se fundamenta su seguridad, que por otra parte está continuamente amenazada por la debilidad de aquélla divinidad ilusoria que es la historia.

    Todo esto me vino a la mente de nuevo cuando saltó el debate sobre mi libro Rapporto sulla fedde, publicado en 1985. El grito de oposición que se levantó contra ese libro sin pretensiones, culminaba con una acusación: es un libro pesimista. En algún lugar se intentó incluso prohibir la venta, porque una herejía de este calibre sencillamente no podía ser tolerada. Los detentadores del poder de la opinión pusieron el libro en el índice. La nueva inquisición hizo sentir su fuerza. Se demostró una vez más que no existe peor pecado contra el espíritu de la época que convertirse en rey de una falta de optimismo. La cuestión no era: ¿es verdad o no lo que afirma?, ¿los diagnósticos son justos o no? Pude constatar que nadie se preocupaba en formular tales cuestiones fuera de moda. El criterio era muy simple: o hay optimismo o no, y frente a este criterio mi libro era, sin duda, una frustración. La discusión, encendida artificialmente, sobre el uso de la palabra <>, que no tenía nada que ver con lo que decía en el libro, era solamente una parte del debate sobre el optimismo: parecía ponerse en cuestión el dogma del progreso. Con cólera, que sólo un sacrilegio puede evocar, se atacaba a esta supuesta negación del Dios de la Historia y de su promesa. Pensé en un paralelo en el campo teológico. El profetismo ha sido visto por muchos unido por una parte a la <> (revolución), por otra al <>, y de esta forma se ha convertido en el criterio central de la distinción entre la verdadera y falsa teología.

    ¿Por qué digo todo esto? Creo que es posible comprender la verdadera esencia de la esperanza cristiana y revivirla, únicamente si se mira a la cara a las imitaciones deformadoras que intentan insinuarse por todas partes. La grandeza y la razón de la esperanza cristiana vienen a la luz sólo cuando nos liberamos del falso esplendor de sus imitaciones profanas.

  • el enero 23, 2019 a las 1:28 pm
    Permalink

    – Persona bautizada.
    – Puede incluso asistir a Misa y frecuentar los sacramentos, pero que a su vez cree en la soberanía del pueblo, el sufragio universal, la legalidad de la norma como su fundamento último y la constitución nacional como ley superior
    – Vota siempre el mal menor.
    – Considera de igual valor cualquier documento pontificio
    – Es indiferente a los abusos litúrgicos
    – Coloca la autoridad por encima de la verdad.
    – Tiene a la vida y a la libertad como valor supremo
    – Repite la historia “oficial”.
    – No lucha por la cristiandad.
    – Es ecumenista, dialoguista, pacifista.
    – No admite la legitimidad de la guerra justa.
    – Busca la cantidad.

    Todos estos puntos, algunos más otros menos, me traen a la mente muchitos de los consagrados y Sacerdotes -hasta doctorados al cubo algunos- que conozco…mejor ni hablar la casta que van estelando.

    Clericalistas NO son! no pueden autoexigirse santidad, ni moralidad.

  • el enero 23, 2019 a las 2:19 pm
    Permalink

    Una característica que faltó mencionar es que los católicos liberales, no toleran al que denuncia al error, pero tienen una extrema tolerancia hacia el error.

  • el enero 27, 2019 a las 11:46 pm
    Permalink

    Nicolas Marquez .liberal contumaz y seguido por tantos católicos engañados con el drama del aborto.

  • el enero 29, 2019 a las 2:11 am
    Permalink

    1: Clericalista? Y eso? pregunto
    2: El liberalismo es pecado.
    3: ¿Que no se supone que la autoridad Católica tiene la verdad?. Si no tiene la verdad, ¿entonces que?.

Comentarios cerrados.

Page generated in 0,508 seconds. Stats plugin by www.blog.ca