Historia de batallas. La Batalla del Frígido

Por TOMÁS MARINI

“La cobardía y la duda son contrarias a la salvación del individuo y

a la seguridad del Bien Común, y provechosas únicamente

para los enemigos del cristianismo, porque la cobardía de los buenos

fomenta la audacia de los malos. El cristiano ha nacido para la lucha.”

León XIII

 

Fecha: 5 o 6 de septiembre del 394

Campo de batalla: río Frígido (actual río Vipava en Eslovenia).

Resultado: Victoria decisiva de Teodosio el Grande.

Beligerantes: Ejército romano de Oriente vs. Ejército romano de Occidente.

Personajes protagonistas: Teodosio el Grande, Eugenio; Arbogastes y Alarico.

—¡Favete Linguis!

Se hizo el silencio mientras el majestuoso animal era llevado frente al anciano sacerdote vestido de blanco que echó sobre el lomo del toro una mezcla de harina y sal y una copa de vino tibio. La estatua de Júpiter dominaba la escena levantando en alto sus rayos en la mano derecha. El emperador Eugenio comenzó una plegaria para obtener la victoria en la próxima batalla. El sacerdote sosteniendo ahora una enorme masa de piedra se dirigió al emperador:

—¿Agone?

Agone —respondió Eugenio.

La masa se desplomó sobre la cabeza del toro.

El cultarius[1] tomó un cuchillo afilado y, luego de cortar el cuello y el vientre, los sacerdotes, entonces, examinaron las entrañas. El olor dulce de la sangre se mezcló con el incienso que se quemaba en unos braseros a los costados del altar.

Los augurios eran favorables. Eugenio elevó una plegaria de acción de gracias a Júpiter. Pero los ojos vacíos de mármol del dios no podían ver el sacrificio que le ofrecían, estaban fríos y sin vida como los del toro y sus oídos de piedra no escuchaban las plegarias que le dirigían.

En el año 330 Constantino el Grande, siendo para esa época el único emperador del Imperio, trasladó la capital desde Roma a la recién fundada ciudad de Constantinopla[2] en la parte oriental del Imperio, en la actual Turquía.

Siete años más tarde, al morir Constantino, sus tres hijos dividieron nuevamente el Imperio. Muertos dos de ellos, quedó como único emperador el segundo hijo mayor, Constancio, quien, a pesar de ser bautizado como su padre y promulgar leyes contra el paganismo, cayó en el arrianismo, una herejía que negaba la divinidad de Cristo.[3] Esta herejía fue una de las más importantes de los primeros siglos y llegó a difundirse tanto en aquella época, que el padre de la Iglesia san Jerónimo[4] llegó a decir que “gimió el orbe entero y quedó sorprendido al verse arriano”.[5]

Constancio murió sin hijos y lo sucedió su primo Juliano en el año 361. Juliano conocido más tarde como “el Apóstata” abandonó por completo el cristianismo y quiso reflotar en el Imperio el culto a los antiguos dioses. Reorganizó la religión romana y, tomando muchos elementos del cristianismo, como la caridad con los pobres, intentó hacerla más atractiva. El lábaro de Constantino, signo cristiano, fue reemplazado una vez más por las insignias paganas y los cristianos fueron perseguidos de diversas maneras, aunque no de forma tan violenta como en las primeras persecuciones imperiales. Su reinado no duró mucho, ya que tres años después murió en batalla contra los persas.[6] Este reinado es presentado muchas veces como el último asalto del paganismo contra el cristianismo, pero esto no es exacto. Aún faltaba librarse una batalla más por el alma de Roma y en defensa de la naciente cristiandad.

A Juliano le siguió en el trono Valentiniano I, que era cristiano y que nuevamente dividió el Imperio en dos, dejando para sí Occidente y para su hermano Valente el Imperio de Oriente. Valentiniano I murió en el año 375 y fue sucedido en Occidente por sus dos hijos Graciano y Valentiniano II, siendo este último aún un niño. En Oriente continuó gobernando Valente.

En el 378 el emperador Valente fue derrotado y muerto en la batalla de Adrianópolis[7] junto con gran parte de su ejército, dejando a esa parte del Imperio indefensa ante el avance de los bárbaros godos.[8] Graciano solicitó entonces a un general hispano llamado Teodosio que marchara a Oriente y se hiciera cargo de esa parte del Imperio. Es así como hace aparición en la historia una de las figuras más importantes del cristianismo de los primeros siglos.

Teodosio logró vencer a los godos y hacerlos sus aliados. El nuevo emperador de Oriente era un católico convencido y se oponía a la herejía arriana que, desde hace décadas, dividía a la Iglesia. Convocó un concilio de obispos en Constantinopla en 381 que confirmó la doctrina católica sobre las dos naturalezas de Cristo, divina y humana, y condenó el arrianismo.[9]

Tanto en Occidente con Graciano, como en Oriente con Teodosio, el cristianismo comenzó a difundirse como nunca en la sociedad romana, se prohibieron las últimas ceremonias paganas que aún se celebraban. Los sacerdotes y sacerdotisas paganas perdieron sus privilegios y se retiraron los signos paganos de los edificios públicos como el altar de la victoria del senado romano. El 27 de febrero del 380, una de las fechas más importantes de la historia de la fe cristiana, el emperador Teodosio promulgó el Edicto de Tesalónica, mediante el cual el cristianismo se convirtió en la única y oficial religión del Imperio.

Durante los primeros años de su reinado, Teodosio gobernó las provincias orientales, mientras que el oeste fue gobernado por los hermanos Graciano y Valentiniano II. Teodosio se casó con Flavia Gala, la hermana de ellos. Graciano reinó hasta el año 383, año en el que fue derrotado y asesinado por el general Magno Máximo. En el 388 Máximo fue a su vez derrotado por Teodosio y ejecutado, reafirmando a Valentiniano II como emperador de Occidente.

En el año 392 d.C. llegó a Constantinopla la noticia de la prematura muerte de Valentiniano II con solo 17 años. Según el Magister Militum, Arbogastes, un general de origen franco[10] y el hombre más poderoso del Imperio de Occidente después del emperador, el joven Valentiniano II se había suicidado ahorcándose. Sin embargo, había muchas sospechas de asesinato pues Valentiniano II era cristiano al igual que lo había sido su hermano y tenía muchos enemigos entre los senadores paganos de Roma.

El 22 de agosto de ese año, Arbogastes nombró a Flavio Eugenio como emperador de Occidente. Su ascensión fue apoyada por muchos de los miembros paganos del senado romano lo que aumentó las sospechas de asesinato del joven Valentiniano.

Después de su elevación a emperador, Eugenio ubicó a varios senadores paganos importantes en los puestos clave del gobierno occidental y, a pesar de decirse cristiano, apoyó un resurgimiento del antiguo culto pagano, concediéndole reconocimiento oficial a la falsa religión y restaurando importantes monumentos y templos, como el Altar de la Victoria y el Templo de Venus. El paganismo romano, que parecía haber sido vencido con la muerte de Juliano, buscaba resurgir de las cenizas. Estas acciones fueron condenadas por el futuro obispo santo Ambrosio,[11] muy cercano a Teodosio, y empeoraron las relaciones entre las dos partes del Imperio.

Teodosio no pensaba permitir el renacimiento pagano que ocurría bajo el reinado de Eugenio. Además, la causa de la muerte de Valentiniano aún no había sido dilucidada. Por si fuera poco, Eugenio había quitado a todos los oficiales civiles designados por Teodosio cuando él había dado la mitad occidental del Imperio a Valentiniano II, de modo que había perdido cualquier control sobre Imperio romano de Occidente.

En enero del 339 Teodosio declaró a su hijo de dos años, Honorio, como el emperador legítimo de Occidente lo que implicaba una declaración de guerra a Eugenio y Arbogastes. Teodosio preparó sus ejércitos para marchar contra los usurpadores y poner a su hijo en el trono.

Los ejércitos orientales se encontraban muy debilitados desde la muerte del emperador Valente y la mayor parte de sus hombres en la batalla de Adrianópolis, y correspondió a los generales Estilicón y Timasio volver a implantar la disciplina al resto de las legiones romanas y reunir fuerzas entre las reservas y reclutamientos. Se reunió un ejército de algunos romanos, fuertemente apoyados por visigodos, ostrogodos, hunos, alanos, armenios, íberos e isaurios. Lejos quedaba la época cuando solo los ciudadanos romanos podían combatir en el ejército. Las fuerzas godas eran muy numerosas y las mandaba el joven rey de los godos Alarico I.[12] Arbogastes también tenía un número significativo de soldados no romanos en su ejército: francos, lamanes, burgundios, suevos y vándalos y, quizás, algunos ostrogodos, alanos y hunos.

Haciendo gala de su paganismo, y con el fin de que sus tropas sintiesen que contaban con la ayuda divina para lograr la victoria, Arbogastes realizó sacrificios a los dioses y mandó instalar en su campamento diversas estatuas del dios Júpiter en su tradicional representación con un rayo en la mano.

Gracias a la estrategia de Arbogastes de mantener una sola fuerza para defender Italia misma, el ejército teodosiano logró pasar sin pérdidas a través de los Alpes y descendió desde las alturas hasta el valle del río Frígido cercano a Aquilea, en la actual Eslovenia donde lo esperaba el ejército enemigo con el río a sus espaldas. Era el 5 de septiembre del año 394.

Teodosio I atacó casi inmediatamente. Al frente de sus tropas iba la cruz. Confió a sus aliados godos la primera acción. El combate fue terrible y se prolongó durante horas. Los godos de Teodosio no lograron romper las líneas de Arbogastes y al anochecer se retiraron dejando miles de hombres muertos en el campo de batalla. Tantas fueron las bajas, que Eugenio estaba ya seguro de la victoria, mientras que los generales le aconsejaban a Teodosio que se retirara de la batalla.

Para asegurar la victoria, Arbogastes orquestó durante esa noche un movimiento astuto, enviando destacamentos a los pasos de las montañas detrás de las fuerzas de Teodosio para rodearlos y aniquilarlos por la mañana.

Teodosio pasó la noche de rodillas, velando y en oración dentro de su tienda. Cuentan las crónicas que el emperador tuvo una visión del evangelista san Juan y el apóstol san Felipe, vestidos de blanco y montando corceles blancos, prometiendo combatir a su lado y alcanzar la victoria contra los enemigos de la fe cristiana.

Al amanecer le comunicaron la increíble noticia de que los hombres que Arbogastes había enviado para rodearlo habían traicionado a su enemigo y se habían unido a sus propias filas. Reforzados con estas nuevas tropas Teodosio ordenó un nuevo ataque, pero, a pesar de la imprevista ayuda, en medio de feroces combates, la victoria era aún incierta, hasta que comenzó a soplar un viento huracanado desde las montañas conocido como “Bora”. Este viento sopló directamente a través del campo de batalla contra la línea de Arbogastes, cegando a sus hombres con polvo, dificultando el uso de los escudos y desviando los proyectiles. La tropa enemiga se desorganizó por completo y se quebró la defensa, siendo luego arrollada por las fuerzas de Teodosio que alcanzaron la victoria “más con la oración que por la fuerza de las armas” como afirmó san Agustín. “Por lo cual, también el poeta Claudiano, aunque enemigo del nombre de Cristo, con todo, en honra y alabanza suya (de Teodosio), dijo: “¡Oh, sobremanera regalado y querido de Dios, por quien el cielo y los vientos conjurados al son de las trompetas acuden en su favor!” (San Agustín, La Ciudad de Dios).

Después de la batalla, Eugenio fue apresado y ejecutado. Arbogastes escapó de la derrota y huyó a las montañas, pero después de algunos días, tomó la decisión de quitarse la vida.

Luego de la derrota de Eugenio y de Arbogastes, las provincias occidentales se sometieron rápidamente a Teodosio convirtiéndolo en el último emperador de un imperio unificado. Al entrar en Roma Teodosio ordenó que se celebrara una misa solemne en acción de gracias por la victoria.

La victoria de esta batalla es comparable a la del puente Milvio y debe contarse entre las grandes victorias de la cristiandad. Junto a las aguas heladas del rio Frígido, el paganismo romano exhaló su último aliento.

TOMÁS MARINI

 

Bibliografía consultada

– Alan Cameron, The Last Pagans of Rome, Oxford University Press (2013).

– Llorca, García Villoslada, Montalbán, Historia de la Iglesia Católica I, Edad Antigua, BAC (1964).

– Alfredo Sáenz, La nave y las tempestades, tomo I. Ediciones Gladius (2005).

– Stephen Williams, Theodosius: the empire at bay, Yale University Press (1995).

– Norman H. Baynes, Cambridge Medieval History, Vol. I, Cambridge (1911).

– San Agustín, La Ciudad de Dios, Biblioteca de autores cristianos (2019).


[1] Persona que se encargaba de cortar el cuello de un animal durante un sacrificio en la Antigua Roma.

[2] Constantinopla, luego llamada Bizancio, es la actual capital de Turquía con el nombre de Estambul.

[3] Condenada en el Concilio de Nicea en el 325.

[4] San Jerónimo (342-420), Padre y Doctor de la Iglesia.

[5] Incansable defensor de la ortodoxia católica en contra de esta herejía fue el obispo san Atanasio de Alejandría cinco veces desterrado y perseguido a muerte en muchas ocasiones. “Columna de la Iglesia” lo llamaría Gregorio de Nacianzo.

[6] La tradición le atribuye la frase “¡Venciste Galileo!”, antes de morir.

[7] La batalla de Adrianópolis se libró el 9 de agosto de 378 d.C. en las llanuras al noroeste de la ciudad romana de Adrianópolis. En ella se enfrentaron las fuerzas de Fritigerno, jefe de los godos tervingios, y el ejército del Imperio romano de Oriente comandado por el propio emperador Flavio Julio Valente (328-378), quien murió en la batalla y cuyo ejército fue aniquilado. Fue el último combate en el que los romanos emplearon sus clásicas legiones, pues, a partir de entonces, los ejércitos comenzaron a poner más énfasis en la caballería y las pequeñas divisiones armadas, como los comitatenses.

La derrota romana en Adrianópolis es comparable a desastres como Cannas (216 a.C.), Arausio (105 a.C.), Carras (53 a.C.), Teutoburgo (9 d.C.), Aquileya (170) y Edesa (259 o 260).

[8] El pueblo godo fue un pueblo germánico oriental, dos de cuyas ramas, los visigodos y los ostrogodos, tuvieron pocos años después un importante papel en la caída del Imperio romano de Occidente.

[9] En este concilio se redactó, ampliando el credo del Concilio de Nicea (325), el Credo o símbolo niceno-constantinopolitano, conocido vulgarmente como el “Credo largo”.

[10] Los francos eran un pueblo germánico originario del bajo Rin. El Imperio Romano de Occidente los asentó originalmente en Bélgica y a lo largo del Rin, pero terminaron conquistando la Galia y expandieron su influencia hasta abarcar gran parte de Europa occidental y central.

[11] San Ambrosio (340-397), Padre y doctor de la Iglesia.

[12] Flavio Alarico (370-410) fue un caudillo militar visigodo de la tribu de los tervingios. Es considerado el primer rey histórico de los visigodos. Su reinado se sitúa entre 395 y 410. Es conocido sobre todo por su saqueo de Roma en 410, que supuso un evento decisivo en la caída del Imperio romano de Occidente.

 


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