BATALLA de Ad Decimum y Tricamerón: historias de batallas

“Bizancio, espada de la fe”

Por Tomás Marini

 

 

“Ser católico siempre ha sido y

será un desafío a nuestro coraje.

No es católico quien es cobarde”

San Agustín de Hipona.

 

Fecha: 15 de diciembre del 533

Campo de batalla: Ad Decimum y Tricamerón, cerca de Cartago, actual Túnez.

Resultado: Victoria del Imperio romano de Oriente y derrota de los vándalos arrianos.

Beligerantes: Imperio romano de Oriente (católico) vs. reino vándalo (arriano).

Personajes protagonistas: Justiniano I; Belisario; Juan el armenio; Gelimer; Ammatas; Tzazón y Gibamundus.

 

En el silencio de su celda, mientras el estruendo de la batalla y los lamentos de la ciudad sitiada llegan como ecos distantes, el obispo Agustín cierra lentamente los ojos. La luz titilante de una vela proyecta una danza de sombras sobre las páginas desgastadas de los pergaminos que lo rodean. Sus manos, envejecidas, descansan sobre su pecho sosteniendo una pequeña cruz dorada.

Agustín eleva su oración final. Sus labios se mueven en un susurro apenas audible recitando los salmos penitenciales en un diálogo íntimo con la divinidad. El obispo de Hipona ofrece sus últimos momentos de vida por la liberación de su amada ciudad del asedio y del azote de los herejes vándalos arrianos.

Su rostro entonces se transforma y adquiere una paz profunda. Entrega su alma y entra en la eternidad. Su corazón inquieto finalmente descansa en Dios.[1]

Han pasado cien años de la muerte del santo. A solo unos kilómetros de Hipona el ejército bizantino a las órdenes del general Flavio Belisario se encuentra en formación de batalla frente al numeroso ejército vándalo. Los escudos llevan grabado el nombre de Cristo, el crismón. El general desciende de su caballo. Las armaduras centellean bajo el sol ardiente del norte de África. Belisario eleva un momento sus ojos al cielo y se arrodilla en el suelo árido. Toma una cruz dorada y sencilla que cuelga de su pecho. El patriarca Epifanio se la entregó antes de partir de Constantinopla. Es la cruz que el santo obispo de Hipona tuvo en sus manos al morir. El Patriarca se la dio diciendo que, llegado el momento definitivo, invocara al obispo Agustín. Este era ese momento, la batalla que recuperaría esas tierras africanas para Roma y para Cristo. Belisario besa la cruz, se incorpora con determinación y monta en su caballo. Desenvaina su espada con un destello plateado y se persigna con ella. Da la orden de cargar.[2] 

En el año 406 los barbaros vándalos atravesaron la frontera del cada vez más debilitado Imperio romano de Occidente, cruzaron el congelado río Rin e invadieron la Galia. Los ejércitos romanos y sus aliados, aunque agotados y en decadencia, lograron expulsarlos hacia Hispania, a la península ibérica, donde se instalaron durante unos años. En el 429, unos 80.000 vándalos entre hombres, mujeres y niños pasaron el estrecho de Gibraltar al sur de España y, dirigidos por Genserico, crearon un reino en el norte de África, arrebatando esas tierras al Imperio. En el 430, durante su avance hacia Cartago, pusieron sitio a Hipona,[3] donde era obispo el ya anciano san Agustín, Padre y Doctor de la Iglesia. Durante este sitio, el santo falleció.

Los vándalos, de origen germánico oriental, eran todo menos gente pacífica.[4] A diferencia de muchos otros pueblos que se asentaron en territorio romano sin violencia y adoptando hasta cierto punto las costumbres romanas, los vándalos, enemigos del orden romano, avanzaron a sangre y fuego, asesinando, incendiando, saqueando y sembrando el terror en los lugares que iban conquistando.[5]

Los vándalos no eran paganos, sino arrianos, herejes que negaban la divinidad de Cristo. Su rey Genserico llevó adelante una de las persecuciones contra la Iglesia Católica más grandes de la antigüedad.[6] Se profanaron los templos católicos, se desterraron a cientos de fieles, sacerdotes y obispos, muriendo muchos de ellos por los maltratos y mutilaciones, y hubo numerosos mártires. En los territorios ocupados por los vándalos, el catolicismo volvió a prohibirse como en los tiempos preconstantinianos y a practicarse de forma clandestina. 

Quodvultdeus, obispo de Cartago, que sostuvo y organizó durante su episcopado la resistencia antiarriana y antivándala, escribió sobre los horrores que cometieron estos herejes contra el pueblo de Dios: barrios y plazas manchados por la sangre, cadáveres sin sepultar, madres y familias enteras capturadas y esclavizadas, mujeres encintas asesinadas, lactantes arrancados de los brazos de sus madres y abandonados medio muertos por las calles. Los reyes vándalos que siguieron también persiguieron a la Iglesia en mayor o menor medida.

En el año 527 ascendió al trono del Imperio bizantino Justiniano, luego llamado “el Grande”, que llegó a ser uno de los emperadores más importantes del Imperio romano de Oriente.[7] Por sus obras y conquistas se conoce al siglo VI como “el siglo de Bizancio”. Hace ya un siglo y medio el emperador Teodosio había promulgado el Edicto de Tesalónica, mediante el cual el cristianismo se había convertido en la religión oficial del Imperio romano. Hacía medio siglo que había desaparecido el Imperio romano de Occidente, derrumbado por las invasiones de los vándalos, ostrogodos y visigodos. 

Justiniano, durante su reinado, buscó la restauración del perdido Imperio de Occidente, la supresión de la herejía arriana y la expansión de la verdadera fe católica. Sus guerras fueron, en gran medida, motivadas por lo que llamaríamos hoy un “espíritu de cruzada” que buscaba la recuperación de los antiguos territorios romanos para la fe de Cristo. Por ello puso su mirada en las tierras del norte de África que sufrían hace años el yugo de los vándalos.

El rey vándalo Hilderico, que ascendió al trono en el 523, mantuvo buenas relaciones con el Imperio bizantino y con los católicos; permitiendo el regreso de los obispos católicos a su reino y la reapertura de templos. Pero este acercamiento a romanos y católicos desagradó profundamente a los integrantes de la nobleza vándala, por lo que un grupo de conspiradores tomó el poder por la fuerza en el 530, encarcelando a Hilderico y coronando rey de los vándalos a Gelimer, siguiente príncipe vándalo en la línea sucesoria.

Con la llegada al poder de Gelimer, fanático arriano a la cabeza de los nobles vándalos más virulentamente anticatólicos, las persecuciones se reanudaron. En el verano de 533 el emperador Justiniano ordenó iniciar la campaña militar para conquistar el reino vándalo, desterrar la herejía y liberar a la Iglesia.

Justiniano tenía por entonces unos 45 años, llevaba apenas 5 años sentado en el trono bizantino y acababa de terminar una guerra contra los sasánidas. Para la campaña que se preparaba, el ejército bizantino contaba con el mando del brillante magister militum Flavio Belisario, que llegaría a ser el general más famoso del Imperio bizantino en toda su historia.[8]

Tras un largo viaje a través del Mediterráneo bajo un sol abrasador en el que murieron unos quinientos hombres por el alimento y el agua en mal estado, en otoño de 533 Belisario atracó sus naves en Sicilia, donde tuvo noticia de que, lejos de esperar un ataque, el usurpador Gelimer estaba en el sur del país, en la ciudad de Hermione, a cuatro días de marcha de la costa y, por tanto, de la capital vándala de Cartago. También supo que las fuerzas del enemigo estaban divididas, ya que Gelimer se había visto obligado a enviar 5.000 de sus mejores soldados y 120 navíos al mando de su hermano Tzazón para reprimir una revuelta en Cerdeña, una gran isla en el Mediterráneo, que era parte del reino vándalo. Animado por la noticia de que podía desembarcar en territorio enemigo de forma segura, Belisario ordenó a sus tropas que reembarcasen y puso rumbo a las costas de África.

La flota que transportaba al ejército bizantino atracó en la costa norteafricana. No era un ejército muy grande para la tarea que se le había encomendado: 10.000 infantes imperiales y 4.000 jinetes,[9] tanto bizantinos como aliados, los Foederati.[10] Incluía también a 400 hérulos[11] y 600 hunos, habilidosos jinetes capaces de disparar sus arcos a gran velocidad desde sus monturas.[12] Belisario desconocía el número exacto de tropas enemigas, pero calculaba que Gelimer podía reunir un ejército de unos 30.000 hombres.

 Tras el desembarco, Belisario luego de reunirse con sus generales decidió avanzar directamente hacia Cartago, la capital enemiga. El historiador contemporáneo Procopio de Cesarea[13] nos trasmite algunas de sus palabras:

 “No ignoráis, creo yo, que son los hombres los que luchan por cada uno de los dos bandos, pero que es Dios el que decide el resultado según su criterio y el que otorga la victoria en la guerra. Por lo tanto, dado que esto es así, es conveniente considerar el vigor corporal, la práctica de las armas y todos los demás preparativos para la guerra como de menor importancia que la justicia y todo aquello que corresponde a Dios.”

 Para la marcha colocó al frente a 300 jinetes al mando de Juan el armenio, con instrucciones de explorar el camino e informar de cualquier actividad enemiga. Los 600 hunos a caballo[14] debían guarecer el flanco izquierdo mientras que al derecho estaría la flota desplazándose por el mar. Belisario se colocó en retaguardia con el resto de sus bucellarii y comitatus, su guardia personal, por si se producía un ataque de Gelimer por la espalda, mientras el resto del ejército marchaba en el centro de la formación.

Cuando Gelimer tuvo noticia de que Belisario había desembarcado, reaccionó con rapidez. Ordenó a su hermano Ammatus, que se encontraba en Cartago, que ejecutara al rey Hilderico y que reuniese tropas para emboscar a los bizantinos en el paso de Ad Decimum, donde el camino atravesaba un desfiladero angosto entre empinadas colinas. Por su parte ordenó a su ejército marchas forzadas en dos columnas hacia el norte para encontrarse con su hermano y aniquilar a los bizantinos en la emboscada. La columna más numerosa, de unos diez mil hombres, estaría mandada por el mismo rey, y la otra, de unos dos mil hombres, por su sobrino Gibamundus.

El ejército bizantino avanzó hacia Cartago, siendo recibido por las poblaciones de mayoría católica como libertadores. Finalmente llegaron a la ciudad de Grase. Belisario era consciente de que los vándalos estarían cerca, pero su fuerza y posición le eran desconocidas. Y mientras el ejército se preparaba para acampar en Grase, un destacamento de la retaguardia bizantina chocó con algunas tropas adelantadas de vándalos. Tras una breve escaramuza, ambas partes se retiraron a sus campamentos. Belisario sabía ahora que el enemigo se hallaba cerca y que la batalla era inminente.

 Al abandonar Grase, Belisario se vio obligado a tomar una ruta que lo alejaba de la costa, por lo que sus barcos no podían ya apoyar directamente al ejército. Avanzó hacia el estrecho de Ad Decimum, sin saber que allí le esperaba la emboscada planificada por Gelimer.

El plan del usurpador vándalo era sencillo: Su hermano Ammatus debía salir de Cartago y bloquear la salida norte del desfiladero, posición desde la que podría atacar a la vanguardia de la columna bizantina cuando ésta intentara salir. Esperaba que esto causara confusión y desorden, con los bizantinos obligados a defenderse en un espacio estrecho, mientras él avanzaría desde el sur para atacar la retaguardia. Desorganizados y atacados desde dos direcciones, el ejército de Belisario sería destruido. El plan de Gelimer era sencillo, pero tenía un inconveniente que lo complicaba todo: dependía de que ambos ataques coincidiesen en el tiempo y no sería nada fácil coordinarlos.

No tenemos cifras de las tropas de Gelimer y Ammatus. El total del ejército vándalo debió rondar los 15.000 hombres,[15] debido a las pérdidas de anteriores guerras y a que 5.000 de sus mejores hombres estaban con su hermano Tzazón en la isla de Cerdeña, al que envió mensajeros mandándole regresar con la flota y sus hombres lo antes posible. Aun así, era más numeroso que el ejército bizantino. El rey Gelimer confiaba en el poder de su caballería pesada y que la carga de esa avalancha de bestias y hierro aplastaría al enemigo como lo había hecho en el pasado con otros que se atrevieron a enfrentar el poder vándalo.[16]

Según las instrucciones de Gelimer, en la mañana del cuarto día desde la invasión, Ammatus ordenó a sus hombres abandonar Cartago y marchar hacia el paso, yendo él mismo a la cabeza para explorar la zona y decidir el despliegue para la emboscada.

Ammatus llegó a Ad Decidum en torno al mediodía, demasiado pronto y con pocos hombres. El grueso de su ejército lo seguía detrás y todavía lejos. Los hombres que lo acompañaban ni siquiera eran guerreros muy experimentados. Allí se encontró con la avanzada vanguardia bizantina de Juan el armenio y sus 300 bucelarios enviada por Belisario a reconocer el paso mientras el resto del ejército acampaba. Ammatus cargó contra los romanos, pero estos eran más numerosos y no solo rechazaron la carga, sino que lograron infligir grandes pérdidas a los vándalos. Ammatus era valiente y un experimentado soldado y consiguió dar muerte a doce hombres de Juan, pero cayó finalmente bajo el filo de las espadas bizantinas.

Los vándalos supervivientes huyeron a toda velocidad hacia Cartago. El resto del ejército que avanzaba detrás sin orden ni formación de combate, sino en grupos de veinte o treinta hombres, al ver huir a los vándalos de Ammatus creyeron que todo el ejército bizantino se lanzaba sobre ellos por lo que dieron la vuelta y se unieron a ellos en su huida.

Juan y sus hombres los persiguieron, dando muerte a los vándalos que huían aterrados hasta llegar a las mismas puertas de Cartago.

Hacia el mediodía Gibamundus y sus 2.000 hombres, adelantado al cuerpo principal al mando de Gelimer, se encontró con los 600 hunos que guardaban el flanco izquierdo del ejército bizantino, cerca de Pedion Halon, a siete kilómetros de Ad Decimum. Aunque superaban en número a los hunos, los vándalos se detuvieron cuando, según su costumbre, un único guerrero huno se adelantó cabalgando para hacer frente a los vándalos. Los vándalos no conocían esta costumbre y el desafío de este solitario jinete los llenó de temor temiendo una trampa. Cuando el resto de los hunos cargaron, los herejes huyeron sin presentar batalla, pero fueron alcanzados por los diestros arqueros hunos y sus pequeños, pero rápidos caballos. Gibamundus cayó muerto y sus hombres fueron aniquilados.

El general Belisario decidió enviar 2.000 foederati desde el campamento para apoyar a las tropas de Juan en el reconocimiento del paso sin saber que tanto Juan en su vanguardia como los hunos a su izquierda ya habían chocado con el enemigo y la batalla estaba en curso. Cuando estas tropas llegaron a Ad Decimum encontraron los restos de la batalla, multitud de cadáveres de caballos y hombres. Los inexpertos comandantes de las fuerzas aliadas no sabían qué hacer ante este descubrimiento y discutían entre ellos, cuando una gran nube de polvo se levantó desde el sur. Llegaban las tropas de Gelimer.

El usurpador vándalo, al mando de 10.000 hombres, no vio a los foederati hasta último momento porque marchaba entre colinas bajas que le impedían la visión. Pero, al encontrarlos y notar que no se trataba de todo el ejército bizantino, ordenó cargar de inmediato. El combate fue breve y los vándalos pusieron en fuga a los aliados que huyeron de vuelta hacia el campamento.

De haber iniciado la persecución, la victoria vándala hubiese sido total. Podría haber ido en persecución de los foederati y destruir una importante parte del ejército bizantino o haberse dirigido a Cartago, donde podría haber destruido a la caballería de Juan el armenio, que se encontraba dispersa y recorriendo la llanura en pequeños grupos después de haber aniquilado a los hombres de Ammatus. Pero no hizo ninguna de las dos cosas. Gelimer encontró entre los caídos el cuerpo sin vida de su hermano, Ammatus, y, abrumado por la pena, detuvo las operaciones hasta haber dado entierro a su hermano y realizado las ceremonias fúnebres.

Belisario, al conocer de los encuentros con las fuerzas vándalas aprovechó el inesperado tiempo dado por Gelimer, reagrupó a los foederati y marchó con todo su ejército contra Gelimer que parecía haber perdido la cordura por la muerte de su hermano y dirigía las ceremonias funerarias sin atender a las súplicas de sus capitanes que le pedían que organizara la persecución o preparara una defensa. Muchos vándalos observaban nerviosos el horizonte esperando el contrataque bizantino, pero muchos otros desmontaron y se dedicaron a saquear los cadáveres de los caídos. El ejército había perdido la formación.

Poco antes de la caída de la noche, Belisario cayó sobre los arrianos con fuerza devastadora. El enemigo, desorganizado, opuso una débil resistencia, pero demasiados cayeron muertos ante la carga bizantina y rápidamente el resto del ejercito huyó hacia Numidia.[17] Dos mil guerreros vándalos quedaron sin vida en el campo de batalla.

Al anochecer, los bucelarios de Juan el Armenio y los hunos se unieron al contingente principal de Belisario en Ad Decimun, donde acamparon esa noche festejando la victoria. Pero la guerra estaba lejos de haber terminado. Gelimer había huido con la mayor parte de su ejército y esperaba los refuerzos de su hermano Tzazón.

Al día siguiente, los bizantinos llegaron a las puertas de Cartago. La guarnición vándala había huido para unirse a Gelimer, y los habitantes católicos de la ciudad abrieron las puertas de par en par a los libertadores.

Entretanto, Gelimer se había retirado a Bulla Regia en Numidia, donde finalmente, luego de algunas semanas recibió el refuerzo de su hermano Tzazón procedente de Cerdeña que llegaba con sus mejores guerreros. Se unieron también a él contingentes de guerreros moros, con lo que formó un ejército que superaba enormemente al de Belisario. Trató de conseguir que los hunos se pasaran a sus filas, pero no lo consiguió. Con esta formidable fuerza avanzó sobre Cartago para recuperar el trono. Se detuvo a unos kilometros de la ciudad en la localidad de Tricamerón donde levantó un campamento fortificado.

Belisario no pensaba esperar a que Gelimer llegara a los pies de las murallas y abandonó la ciudad para enfrentarlo. Envió a casi toda su caballería y a sus bucellarii, unos 4.500 hombres, al mando de Juan el armenio contra el campamento vándalo. Juan tenía órdenes de observar, pero evitar el enfrentamiento. A la mañana siguiente, Belisario lo siguió con la caballería restante, unos 500 hombres y la infantería, luego de recibir la bendición de los sacerdotes y dirigirse a sus tropas:

“Que ninguno de vosotros tome en consideración la importancia de las tropas de los vándalos, pues no es por la cantidad de efectivos ni por la estatura que tengan, sino por la bravura de sus corazones por lo que suele decidirse el resultado de la guerra”.[18] 

Gelimer volvió a desperdiciar la oportunidad de aplastar a la solitaria caballería de Juan y no hizo nada hasta la llegada de nueva caballería bizantina al mando de Belisario. La infantería todavía no había llegado, cuando Gelimer decidió sacar a sus tropas del campamento desplegando en el centro a su hermano Tzazón al frente de sus veteranos y en los flancos a los quiliarcas vándalos con el resto del ejército. Detrás del centro vándalo se encontraba la fuerza de aliados moros, pero desplegados a una distancia desde la que debían observar los acontecimientos y esperar a que el resultado de la batalla estuviese claro antes de entrar en acción.

Belisario formó a sus hombres colocando en el flanco izquierdo una parte de los arqueros montados, reforzados por los foederati, unos 3.500 hombres. En el derecho dispuso el resto de la caballería, otros 4.000 jinetes, y en el centro los bucellarii y el estandarte del ejército. Los bizantinos llevaban un skouton redondo de madera y forrado de cuero con el crismón constantiniano pintado, junto con una victoria alada y un Cristo Pantocrátor.[19]

Los hunos, que habían recibido propuestas de Gelimer para traicionar a Belisario, como los moros, se desplegaron separados del ejército bizantino, lo que les permitiría escoger bando cuando vieran por quién se decantaba la batalla.

Juan el armenio fue el primero que se lanzó al ataque contra el centro mandado por Tzazón, siendo obligado a replegarse. Lo intentó una segunda vez, pero fue nuevamente rechazado por los veteranos de Tzazón. Lo intentó por tercera vez, esta vez reforzado con los soldados de la guardia y arqueros, logrando finalmente hacer retroceder el centro y entablándose un feroz combate cuerpo a cuerpo hasta que el hermano del rey cayó atravesado por una lanza, lo que provocó que el centro vándalo se partiera y perdieran terreno rápidamente.

Fue entonces cuando Belisario ordenó un ataque total. El centro vándalo terminó por colapsar y en la huida contagió su pánico a las alas: en unos momentos el gran ejército vándalo se desbandaba aterrorizado perseguido por la caballería bizantina y los hunos que se unieron a la persecución al darse cuenta de que la victoria sería de Bizancio. Los moros abandonaron a Gelimer sin entrar en combate. La batalla que decidió el destino del reino vándalo duró apenas una hora desde el principio al fin y en ella Belisario solo perdió cincuenta hombres, y los vándalos ochocientos.

Los vándalos, con Gelimer a la cabeza, pudieron regresar a su campamento, fortificado por carromatos cubiertos, protegidos por una frágil empalizada. Pero, a última hora de la tarde, llegó finalmente la infantería bizantina y Belisario la hizo avanzar hacia el campamento vándalo. Gelimer montó en su caballo y huyó del campamento abandonando a sus hombres y a las mujeres y niños que los acompañaban, provocando el desconcierto y el pánico entre sus soldados que comenzaron a huir en todas direcciones. El campamento fue fácilmente tomado y saqueado. Belisario ordenó que, aunque la tradición militar daba a los vencedores de una batalla derecho a despojar el campo enemigo, colgaría o empalaría a cualquier hombre a quien hallara culpable de violación, que era una ofensa grave contra Dios. Al día siguiente, Juan el armenio, con su caballería, emprendió una persecución del usurpador fugitivo, durante la cual Juan fue alcanzado por una flecha en el cuello muriendo poco después, por lo que Gelimer logró escapar.

Gelimer se refugió en las montañas, y poco después, tras serle asegurada su seguridad, se rindió, y la resistencia vándala colapsó por completo.[20] En solo unos meses Belisario había derrotado a los vándalos, ganando la antigua provincia de África para Justiniano y liberado a la Iglesia de la herejía arriana. Desaparecidos los vándalos, la herejía arriana perdió a sus más virulentos defensores. El norte de África pasó a denominarse el Exarcado de África con su capital en Cartago, siendo una región en paz y próspera hasta el año 642 en que fue invadida y comenzó la conquista musulmana de todo el norte de África.

En reconocimiento por el logro de su campaña contra los vándalos, Belisario recibió un triunfo,[21] el último que fue otorgado en la historia del Imperio romano y el primero en quinientos años que se otorgaba a alguien que no fuera el emperador. En el desfile que se llevó a cabo en la celebración se mostraron los despojos del Templo de Jerusalén, que estaban en poder de los vándalos y que se habían recuperado de su capital.

Esta victoria fue un paso importante en el camino hacia la reunificación de las dos mitades del Imperio romano y la derrota definitiva de los reinos arrianos. Con el control sobre el norte de África, Justiniano pudo utilizar esa región como base para operaciones contra el reino ostrogodo en Italia, también arriano. Esa campaña comenzó en 535, y una vez más Belisario fue victorioso. La guerra contra los ostrogodos duró hasta la victoria bizantina en Taginae en el 552.

Justiniano, con sus victorias, devolvió al Imperio romano a su posición como dueño del Mediterráneo, pero por poco tiempo. Sus gobernadores en Italia eran tan corruptos y el campo estaba tan devastado por la guerra que la población dio la bienvenida a otro invasor, los lombardos, y luego a los francos, aunque estos dos pueblos eran ya católicos. A pesar de perderse gran parte de los logros, Justiniano, derrotando a los ostrogodos, eliminó la única población de cristianos arrianos serios que se resistían a abandonar la herejia.[22] Así llegó el fin del arrianismo.

Tomás Marini


Bibliografía consultada

·      Hughes, Ian Belisarius: the last Roman general, Westholme (2009)

·      Procopio de Cesarea Historia de las Guerras 2. Libros III IV. Guerra Vándala, Editorial Gredos (2000)

·      Alfredo Sáenz, La nave y las tempestades, tomo I. Ediciones Gladius (2005)

·      J.C Martins, Belisario 505-565 a.C., las campañas de Belisario, batallas de la historia 29, Ediciones Prado (1994)

·      J.F Fuller, Batallas decisivas del mundo occidental, Vol I, Luis de Caralt (1964)

·      Paul K. Davis, 100 Decisive Battles from Ancient Times to the Present: The World’s Major Battles and How They Shaped History, Oxford University Press (1999)

 

 



[1]Nos hiciste para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” San Agustín de Hipona.

[2] El nombre del patriarca es histórico pero el detalle de la cruz de san Agustín es novelado por el autor.

[3] Hoy en día es la ciudad argelina de Annaba.

[4] Genserico invadió Italia y saqueó Roma en el 455. Aprovechando que el emperador Valentiniano III había sido asesinado y que la ciudad estaba sumida en el caos, el vándalo se presentó en la ciudad tras remontar el Tíber con cien barcos.

[5] De aquí que al español haya pasado la palabra “vándalo” como una persona que comete acciones propias de gente salvaje y destructiva.

[6] Durante este reinado es martirizado, entre muchísimos otros, el obispo Valeriano, de 90 años, al que Genserico ordenó que entregara los vasos sagrados. Cuando el santo obispo se negó, el rey vándalo lo expulsó de la ciudad y prohibió que se le diera alojamiento o alimento. San Valeriano estuvo en el desierto hasta que alcanzó la palma del martirio por las privaciones y sufrimientos. Ya quisiéramos que todos nuestros obispos y sacerdotes tuvieran este celo por las cosas del culto divino.

[7] Dos años después en el 529 san Benito de Nursia funda el monasterio de Monte Casino en Italia.

[8] Al morir, con sus conquistas militares, había incrementado el tamaño del Imperio un 45%.

[9]   “los jinetes de la época actual van a la batalla protegidos por coseletes y equipados con glebas que les protegen hasta la rodilla. En el lado derecho del caballo llevan el carcaj para guardar arco y flechas, y a la izquierda llevan la espada. Aquellos que también usan una lanza la llevan a la espalda, y un escudo pequeño para proteger la cara y el cuello.

Son jinetes expertos y son capaces de disparar hacia ambos lados mientras cabalgan a toda velocidad. Llevan la cuerda del arco hasta la frente, cerca de la oreja derecha, soltando así la flecha con tal ímpetu que son capaces de atravesar la cota de malla del enemigo”. (Strategikon, manual militar escrito en el siglo VI por el emperador bizantino Mauricio I).

[10] Originalmente este término se refería a los bárbaros que formaban parte del ejército romano, pero a partir del siglo VI se refería básicamente a los integrantes de la caballería pesada, estilo catafracto persa, con el caballo y el jinete prácticamente acorazados.

[11] Tribu germánica.

[12] Los hunos introdujeron el uso del estribo para montar, revolucionando el modo de combatir a caballo en Occidente. Lo introdujeron en Persia en el siglo IV y en Europa hacia mediados del siglo V, aunque no hay noticias de su adopción por la caballería imperial romana hasta aproximadamente un siglo más tarde. A su vez, los árabes lo tomarían de los persas y los bizantinos.

[13] Procopio de Cesarea (500-560) fue un destacado historiador bizantino del siglo VI, cuyas obras constituyen la principal fuente escrita de información sobre el reinado de Justiniano.

[14] Parece que este pueblo tenía algún tipo de «adoración al caballo», al que dotaban de características divinas en su cultura. Las fuentes romanas suelen referirse a ellos como individuos subhumanos carentes de cualquier clase de dios y moral, sin creencia en otra vida, aparte de la terrenal.

[15] “Las tribus vándalas dan gran valor a la libertad, son audaces e intrépidas en la batalla, consideran cualquier vacilación o la más mínima retirada como una desgracia, y desprecian la muerte mientras luchan violentamente en el combate mano a mano, como si fueran las únicas personas en el mundo que no fueran cobardes”. Strategikon de Marcelo.

[16] El Strategikon describe cómo se realizaban esas cargas: “Los jinetes vándalos se inclinan sobre sus caballos, cubriendo su cabeza con el escudo y sosteniendo la lanza a la altura del hombro, al igual que los guerreros de la Germania. Cabalgan en buen orden, no demasiado rápido sino al trote, para evitar que el ímpetu de la carga rompa la formación antes de llegar a tomar contacto con el enemigo”.

[17] Numidia fue un antiguo reino bereber africano, ahora extinto. Se extendía en lo que hoy es Argelia y parte de Túnez (norte de África).

[18] Procopio de Cesarea “Historia de las Guerras 2. Libros III IV. Guerra Vandala

[19] Pantocrátor, “todopoderoso” es una representación de Dios Todopoderoso típica del arte bizantino y románico. Aparece mayestático, con la mano derecha levantada para impartir la bendición y portando en la izquierda los Evangelios.

[20] Vivió hasta su muerte en Constantinopla. Se ignora la fecha de su muerte.

[21] El triunfo era una ceremonia civil y un rito religioso de la antigua Roma, que se llevaba a cabo para celebrar y consagrar públicamente el éxito de un comandante militar que había conducido a las fuerzas romanas a una victoria. Cuando el general desfilaba victorioso, tras él un siervo se encargaba de decirle la frase: «Respice post te! Hominem te esse memento!” (Mira tras de ti, recuerda que eres un hombre), con el fin de impedir que incurriese en la soberbia y pretendiese usar su poder contra el Estado.

[22] En el 587 se convertiría a la fe católica el rey visigodo Recaredo en la actual España desapareciendo el arrianismo definitivamente.

 


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2 comentarios sobre “BATALLA de Ad Decimum y Tricamerón: historias de batallas

  • el enero 25, 2024 a las 12:35 pm
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    Hermoso y valiente recuerdo/homenaje al General Belisario y al emperador Justiniano defensor de nuestra cristiandad.

  • el febrero 6, 2024 a las 10:34 am
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    Belisario, un héroe de la cristiandad.

Comentarios cerrados.

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