Disputas sobre la independencia

Por Agustín de Beitía

Fuente: Diario La Prensa

Cada año, el 9 de julio asistimos a la equívoca celebración oficial de nuestro proceso de independencia como un grito de libertad. Como si hubiésemos vivido hasta entonces bajo un yugo. El espíritu que anima esa clase de festejo es el mismo que subraya el carácter revolucionario del 25 de Mayo, entendido en clave liberal e ilustrada. Es la emancipación como alegre ruptura con España y, en sentido amplio, con la tradición. El mismo himno nacional canta a la «nueva y gloriosa nación» que se levanta a la faz de la tierra y que tiene «a su planta rendido un León», en alusión a la Madre Patria. El problema con este tipo de exaltación es que poco tiene que ver con lo que se decidió en aquellas fechas.

A quienes cubren de gloria inmarcesible aquel proceso, pero también a quienes desde España rebajan nuestra independencia a una mera traición que habría causado la ruptura del Imperio Hispano Católico, viene a corregir el doctor Antonio Caponnetto en su nuevo libro, Respuestas sobre la Independencia (Bella Vista Ediciones), una obra indispensable, que tiene la inusual pretensión de examinar el pasado a la luz de lo sobrenatural. Un ensayo que invita a abandonar simplismos y a adentrarse en las aguas profundas de la historia, la filosofía y la teología.

Enfrentado a los liberales, que creen que la patria nació hace 200 años, y sobre todo a los tradicionalistas españoles, que toman la fecha de la independencia como su fecha de defunción, Caponnetto avanza «entre estos dos fuegos» la tesis de que el proceso de autonomía sin desarraigo, que fue un programa y un curso de acción explicitado, fue doloroso pero legítimo, aunque se haya echado a perder por obra de los ideólogos del liberalismo y la masonería, bajo la tutela británica.

Las reflexiones aquí contenidas son el fruto de una larga meditación sobre el tema, a tal punto que no parece desproporcionado decir que es toda una vida intelectual la que fecunda este trabajo. El autor, que es doctor en Filosofía y profesor de Historia, presenta estas reflexiones como «una prolongación natural» de un volumen suyo anterior, Independencia y Nacionalismo (Katejon, 2016), publicado con ocasión del bicentenario de nuestra independencia. Y a ambos títulos, como una derivación de Los críticos del revisionismo histórico. Tanto es así que en este tercer volumen admite que quiso «levantar» todas las objeciones que la historiografía españolista plantea a esa escuela de la revisión histórica.

El libro tiene una forma dialogal, idea que le inspiró la muy buena entrevista que le realizara el periodista español Javier Navascués tras la aparición de Independencia y Nacionalismo. Una entrevista pensada para el mundo digital y que fue publicada en forma parcial en el sitio Adelante la Fe.
Las preguntas incisivas le hicieron ver a Caponnetto, según confiesa, que muchas objeciones y cuestiones disputadas quedaban aún sin respuesta. Pero también lo llevaron a pensar que el método socrático permitiría adentrarse mejor en el tema, ampliando el panorama conforme se avanzaba con las inquietudes.

TRES PARTES

Tres partes componen la obra. Una primera, donde se transcribe esa breve entrevista de Navascués y que aborda la cuestión de la independencia. Una segunda, más extensa, con las preguntas autoformuladas, y una tercera dedicada a la cuestión del católico y la patria, que como bien anticipa el autor se va asomando de a poco desde el mismo comienzo. De lo que esta tercera parte trata es de la «compatibilidad entre catolicismo y patriotismo», entre nacionalidad o atadura a la propia tierra y la cosmovisión espiritual del cristiano, entre nacionalismo y práctica de la fe.

Este último aspecto va asomando de a poco porque la cuestión de fondo con que lidia Caponnetto es de raíz teológica: no ya la impugnación del independentismo, sino del derecho a la existencia de las naciones hispanoamericanas, de la idea misma de patria, del concepto de nación. Una impugnación hecha en nombre del catolicismo y de sus fuentes más tradicionales. Esta objeción, de procedencia carlista, pretende según el autor alcanzar a todo aquel que ose, sino reivindicar el proceso autonomizante, al menos cohonestar sus causas.

Caponnetto deja clara su postura: no comparte la alegría de quienes celebran la independencia porque disfrutan la desmembración del Imperio Hispano Católico, ni comparte las acusaciones de traición que lanzan ciertos católicos españoles. Frente al error de unos y la injusticia interpretativa de los otros, recuerda que realistas eran todos, incluso los masones perseguidores de los católicos como Rivadavia. Y expone luego los ejemplos de fidelismo, de arraigo, de conservación del patrimonio cristiano y español heredado que demostraron «los mejores de los nuestros», que ocuparon puestos destacados en la lucha, entre los que menciona a San Martín, Saavedra, Sarratea y otros.

Ejemplos de celo católico como para castigar la blasfemia (San Martín), enarbolar divisas de «Religión o muerte» (Quiroga) o practicar actos públicos de piedad religiosa (Belgrano), que cuesta encontrar en el bando opuesto.

El meollo de la controversia, y en ella se entra rápido, es que hubo en estas costas un deseo de un gobierno propio, una emancipación efectiva y guerras que se libraron para sostenerla. Eso es lo que quiere dejar en evidencia la impugnación carlista, que dicha rápidamente podría resumirse en que «somos hijos de la Revolución». Una observación mortificante para quienes son católicos en estas tierras. Pero una mortificación que, a juzgar por los resultados, pareciera tener un fundamento.

Para levantar esa objeción, Caponnetto propone un hilo de razonamiento que sigue un mismo método: abrir la lente para abarcar un cuadro mayor, iluminando lo que antes quedaba en la sombra. Y el resultado no solo es esclarecedor, sino que hasta por momentos cambian las tornas.

DOBLE DERROTA

Lo primero que queda expuesto es que no es lo mismo la independencia que pretendían los ideólogos iluministas como Moreno, Castelli y Paso, que la autonomía gubernativa de quienes querían conservar no solo las formas monárquicas sino también la prosapia cultural hispana. Es decir, que no se debe confundir el anhelo de emancipación (iluminista) con el de una autodeterminación que era fruto del ius resistendi frente a una monarquía devenida en tiranía, invadida por una potencia extranjera.

Que los ideólogos del «descastamiento» hayan terminado por imponerse es otra cuestión, que el propio Caponnetto admite y deplora. Con la salvedad de que esas ideas representaban solo a un grupo, y no precisamente el más numeroso, pero que se vio favorecido por la ceguera y el iluminismo furioso de un Fernando VII que al volver del exilio se volcó a una violencia rencorosa que ahogó la unidad del imperio en la sangre de una inmensa guerra civil. El autor, de hecho, habla de una doble derrota en el proceso autonomista, política e historiográfica, razón por la cual hoy se nos imponen efemérides laicas y masonas. Pero para ver eso insiste en que hay que ir bastante más lejos que 1810-1816, hasta la derrota nacional de Caseros.

Aunque Caponnetto dice que nunca considerará «auspicioso» el inicio del camino independentista, porque no se engaña sobre sus fogoneros e instigadores, sí cree que la autonomía resultó «legítima» y «dolorosa». Legítima porque revistió las formas de una clásica resistencia contra una tiranía que ponía en riesgo la existencia misma de la sociedad política. Dolorosa, porque nunca es grato tener que llegar al límite de poner en práctica el ius resistendi.

Mucho más contundente es que, por el procedimiento de contemplar lo sucedido con una lente más abierta, el autor desvela que había partidarios del «descastamiento» en el mal llamado bando realista. Pone así sobre la mesa los intentos de ruptura del Imperio Hispano Católico procedentes de la propia península, que son -en sus palabras- muy anteriores a 1810 y más graves.

Por eso la acusación de perjurio la toma como indignante. Porque ve en ella la intención de convertir a la víctima en victimario. En este sentido, recuerda lo que venía sucediendo en España, y cómo en la sucesión dinástica entre Carlos III, Carlos IV y Fernando VII, el iluminismo no había dejado ruindad sin cometer. Como sucedió en 1807, cuando la soberanía española quedó ultrajada por franceses e ingleses con la anuencia de la corona española, se inauguraron las persecuciones a la Iglesia y el Estado regalista reemplazó la noción de Cristiandad por el Equilibrio Europeo.

PARADOJAS

Para ilustrar su argumento, Caponnetto recorre las paradojas y contradicciones que se esconden en esta historia, desvela las tergiversaciones y ocultamientos que hicieron escarnio de unos y enalteceron a otros. Así expone la falacia de la presunta anglofilia de San Martín y la confronta con el muy real y documentado, pero también ocultado, ejercicio de la corona española de promocionar a los ingleses.

De ese breve estudio biográfico de San Martín y su época, extrae la evidencia de que el Imperio Español había prácticamente desaparecido para 1808, y no sólo el Imperio, sino la mera soberanía de la Metrópoli, tironeada por franceses e ingleses que se repartían el dominio como dos cuervos un cadavérico botín, algo que amenazaba con arrastrar a América.

Aclarada, por estas razones, su adhesión a la patria independiente, que considera una reacción ante Napoleón Bonaparte y sus aliados, explica por qué esta postura no es contradictoria con manifestarse fiel a España. Y para eso señala que, en la cosmovisión católica, la patria es un don de Dios y su primer bien es el patrimonio recibido en herencia. Un patrimonio que no es un gobierno ni un costumbrismo, sino un espíritu, un alma, que es eso que llamamos Hispanidad.

De allí que la pregunta por la patria, su origen y su nombre, va cobrando una creciente significación. El autor, que prefiere referirse al «drama independentista», dice que ese drama no puede entenderse sin categorías teológicas.

Con una sutileza exquisita, aclara entonces que hay un modo sacramental de entender el pasado. Por eso sostiene que la fecha inaugural de nuestra patria no es la independencia sino el bautismo que recibimos el 12 de octubre de 1492, y más específicamente el 1 de abril de 1520, fecha de la primera celebración eucarística en el territorio argentino.

No, viene a decirnos Caponnetto. La Argentina no nació del cañón de La Bastilla. Nació de la Cruz y de la Espada portadas por el Conquistador y el Misionero, según célebre metáfora de Vicente Sierra. Y para demostrar que su origen se sitúa en los albores del siglo XVI, recorre la bibliografía histórica y nos lleva de la mano por registros de cartógrafos, poetas y cronistas.

El último capítulo, titulado El católico y la patria, depara páginas muy provechosas. Frente a quienes sostienen que en la Tradición de la Iglesia el concepto de patria no resulta valorado, ofrece un esclarecedor itinerario por el pensamiento de los Padres de la Iglesia, en el que encadena una reflexión sobre si está o no en los planes de Dios la existencia de las patrias y las naciones, y la relación entre la patria terrena y la celestial.

Como hizo antes contra los simplismos hermenéuticos e inequidades, contra los maníacos obsesivos de la injerencia británica, contra el insano complejo de culpa y de inferioridad por ser argentinos, contra la tesis carnalista de Federico Rivanera Carlés, pero también contra «los Felipe Pigna y sus traspolaciones presentistas y ucrónicas» o las «naderías» de Loris Zanatta, Caponnetto sigue el mismo procedimiento de abrir la lente, señalar inconsistencias y preguntar a los críticos si a La Argentina, hija legítima y orgullosa de la España Imperial, la están descubriendo, amando y sirviendo tal como fue y queremos que sea.

Respuestas sobre la independencia es un precioso libro. De lectura ágil, pero meditación lenta. Polémico y controversial, como es Caponnetto, pero también honesto hasta el dolor, como es también este profesor al que dice gustarle «el sol dando de pleno en la cara».

Un libro que no duda en rescatar con brío la figura de Saavedra, pero reconocer que en un momento se hizo un flan. Un libro que llama a no caer tampoco en el simplismo de considerar que la Revolución fue católica porque en el Cabildo o la Casa de Tucumán merodearan sacerdotes y sotanas, cuando en muchos casos se trataba de un clero liberal y confundido. Un libro, en fin, con categorías disonantes para los oídos vulgares.

No extraña en absoluto que sea ignorado por el periodismo, que no es muy afecto a las sutilezas. Menos aun cuando esas sutilezas vienen a aguar la fiesta de los «descastados».

El mayor dolor que expresan estas páginas es ver cómo nos han inventado una patria en la cual ya no queda lo esencial de la «terra patrum», que es la Hispanidad. El esfuerzo por la hispanofiliación es claro en la prédica de Caponnetto y en esta obra en particular.

Un esfuerzo que quiere revertir muchos males que hoy padecemos y que son en parte, como dice el autor, la consecuencia directa de que prevaleciera aquella emancipación kantiana, rousseauniana, iluminista, masónica. Admite, con acierto, que otros males son pura responsabilidad nuestra. Y de hecho el vaciamiento espiritual de ayer continúa hoy y no parece tener fin.

Pero el autor señala que el estado de descomposición de la actual España no permite tampoco abrigar muchas esperanzas de que nuestra suerte hubiera sido mucho mejor sin la independencia. Porque, en definitiva, es la civilización cristiana toda la que está amenazada de muerte. Y en esto no hay lado del Atlántico que se salve.

Por Agustín de Beitía

 


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2 comentarios sobre “Disputas sobre la independencia

  • el julio 9, 2021 a las 2:15 pm
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    Es difícil ser objetivo cuando estan en juego los mitos fundacionales de la nación (mitos que no se permitirá usar en otros territorios del mismo pais, como la presunta «nación Mapuche»)

    Partiendo de donde se está, hay que ver los errores y repararlos en lo que se pueda

    No se debe participar en comedias falsas y anticatólicas, porque eso solo tiene 3 funciones:
    Engañar al Pueblo, descatolizar el pais para dejar las manos libres a los corruptos políticos.

    Es ridículo caer en las mismas mentiras de la masonería y es ridículo que tengan que ser los extranjeros los que vean lo que nosotros no queremos ver, por ejemplo la unidad de lengua y cultura (en otro momento diríamos «religión» si no fuera por el Concilio) o por los estudios sobre cultura de los virreinatos en Canadá o Michigan.

    Hay un problema que no había con los virreinatos, y es que hoy la economía nacional exige ser protegida para que se desarrolle. Pero esa unión económica que impulsa Estados Unidos para, como nación mas fuerte y rica, colonizar el Sur (su «patio trasero»), puede servir también de estimulo para recuperar cierta unidad pérdida, dejar de ser siervos y volver a ser señores.

    Hay que tener mucho cuidado con el «regimen republicano» porque es así como la masonería francesa utilizando unos presuntos «principios republicanos» antidemocráticos y el «laicismo» anticatólico (pero no antiprotestante, antimusulmán o antijudío) persigue a la población nativa, que es católica y ha llenado el pais de inmigrantes musulmanes que no se integran y viven de las ayudas sociales de los católicos.

    Respecto a España, el «todos contra Franco» porque era una dictadura (y esto lo decían todos, desde los estalinistas del Partido Comunista de España y el Partido Socialista, que son marxistas y procuran la «dictadura», hasta la Iglesia Católica, pasando por la Democracia Cristiana ) solo ha servido para desprestigiar todo el sistema (paternalismo católico autoritario) y sus logros (industrialización de España, creación de la clase media y creación del Estado del Bienestar de tipo europeo ) e imponer el socialismo (como en Francia, muy unido a la masonería) que ha minado el catolicismo y fomentado la invasión masiva musulmana. Si ha tenido mucha más influencia de la que debía ha sido porque el partido de la oposición -la Derecha- ha continuado con la misma farsa.

    Como han desindustrializado el pais, tarde o temprano sus tonterías les pasará factura, porque de donde no hay, no se puede sacar. Esa será la hora de los católicos.

    Queda el principal responsable (junto con la siniestra masonería secreta):

    La Iglesia Católica.

    El Concilio ha destruido esta religión con la buena intención de la unidad con los protestantes y del socialismo (vivir del trabajo del vecino = justicia social = socialismo ).

    Posiblemente es la única religión en la Historia de la Humanidad que se ha suicidado. Y eso siendo la religión que más éxito ha tenido y la que ha dado la civilización que más éxito ha habido.

    Como los virreinatos, se ha desintegrado porque sus responsables se creyeron las mentiras y los dogmas masonicos, perdiendo además la confianza en su propia religión.

    Parece que querían ser «ilustrados» de pacotilla.

  • el julio 11, 2021 a las 9:08 am
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    El compromiso con el mal jamás servirá para alcanzar un bien verdadero. Basta leer los documentos de la Primera Junta y considerar sus actos para darse cuenta que de esta bolsa de gatos sólo podía salir lo que salió. Todo estaba viciado desde el principio, todo marchó torcido desde el vamos y todo acabó como había comenzado: vergonzosamente. Si realmente había intención de preservar la Hispanidad, pelearon la guerra equivocada. El enemigo estaba dentro. Y se aliaron con él. Y le dieron el triunfo.

Comentarios cerrados.

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