Historia de héroes para jóvenes. La cueva de la Señora

Aquí yace el señor rey don Pelayo, electo

el año de 716. Que en esta milagrosa cueva

comenzó la restauración de España

vencidos los moros”

Inscripción en la tumba de Pelayo en Covadonga

 

Por Tomás Marini

Corría el año 711 de la era cristiana, cuando las fanáticas hordas musulmanas, seguidoras del falsario Mahoma, invadieron y se derramaron como un huracán de sangre y odio por toda la Península ibérica.[1]

Pero, paremos el carro un momento… Se estarán preguntado quién es ese tal Mahoma y los fanáticos musulmanes, ¿Qué pasó con el famoso Imperio romano? ¿Europa terminó por convertirse al cristianismo? Bueno, vayamos por partes. Primero pasó que el Imperio romano ya no existía, al menos el que más nos interesa que es el de Occidente. Había caído en el año 476 d.C. Los historiadores tratan de definir cuáles fueron las causas, y algunos despistados no se cansan de repetir que fue culpa del cristianismo. Nada más lejos de la realidad. Es más, sería en los monasterios cristianos donde se conservaría toda la riqueza de Roma y la Antigüedad, y donde comenzaría a florecer la nueva cultura occidental.[2] Entre otras muchas razones Roma cayó por la invasión de los pueblos bárbaros. Estos pueblos terminaron por convertirse al cristianismo gracias a la incansable predicación y celo misionero de los monjes. En España, Recaredo, rey de los Godos, se bautizó y llevo a su pueblo a la verdadera fe en el año 587.

Lejos, muy lejos de la Península española, unos años antes[3], nacía en Arabia un personaje llamado Mahoma. Este comerciante árabe iba a fundar una falsa religión, una herejía, mezcla de judaísmo, cristianismo y… otras cosas, llamada islam. Esta herejía prendió rápidamente en toda la región, porque era de una moral bastante cómoda y una doctrina muy, muy sencilla.[4] Los seguidores de Mahoma convencidos de que el islam debía dominar el mundo, y esto por medio de las armas, se lanzaron a conquistarlo. Solo algunas décadas mas tarde ya se habían expandido por gran parte de Asia, conquistado el norte de África y a comienzos del siglo octavo llegan finalmente a España.

El reino cristiano de los visigodos de España, para esa época débil y dividido, fue rápidamente derrotado por los musulmanes y su rey cayó muerto en la desastrosa batalla del Guadalete.[5] Al principio solo un pequeño grupo de norteños, con pocos medios pero con sobrado valor y fe, se opusieron a las hordas de Mahoma desde sus refugios en las montañas Astures en el norte. Eran dirigidos por un noble godo, descendiente de reyes y capitán de la guardia pretoriana que había sobrevivido a la derrota. Un hombre decidido a dar hasta la última gota de su sangre en defensa de la Cruz y no descansar hasta expulsar al último de los sarracenos y a su falso dios, Alá, de la tierra de sus padres. Su nombre era Pelayo y así comienza su historia…

El general bereber Alqamá cabalgaba en un elegante tordo plateado de raza árabe, regalo del mismísimo emir de Córdoba. Vestía más para un desfile que para la batalla, con ricos y coloridos vestidos, preciosos brazaletes y anillos y un turbante rojo coronado con una gran pluma azul. De su cintura colgaba un alfanje ricamente enjoyado que centelleaba al sol. Era un militar experimentado y muy seguro de sí. Había tenido un papel importante en la campaña por el norte de África donde rápidamente ahogaron en sangre y fuego las florecientes comunidades cristianas. Luego, con solo unos pocos miles de hombres, de un solo golpe, habían asestado una puñalada de muerte al pecho de la católica España destrozando a los ejércitos cristianos en el Guadalete. De eso ya habían pasado once años y desde esa batalla nunca los ejércitos de Alá habían sido derrotados en tierra española.

Alqamá avanzaba absolutamente confiado en la victoria, seguido por más de veinte mil de sus mejores tropas, entrenadas y disciplinadas, un bosque de lanzas y estandartes en movimiento, el ejército más poderoso de su época, más que suficientes para aplastar rápidamente a los pocos rebeldes de Pelayo, “asnos salvajes” como los llaman las crónicas árabes de la época, que no pasaban de trecientos hombres.

Sabiendo que jamás podría vencer a una fuerza tan superior en campo abierto, Pelayo se refugió con sus hombres en las montañas, entre escarpadas peñas y riscos. Su fuerza estaba formada por unos trescientos montañeses, bravos y rudos pastores de las montañas Astures, de poblada barba y manos encallecidas. Católicos fieles. Alegres y bondadosos pero tan temibles en la batalla que iban sin más protección que su propia espada o su hacha. Los acompañaron en la huida no pocas mujeres y niños.

Detrás del monte Auseba y cruzando un valle profundo, se hallaba la gruta llamada “Cova Dominica”, la cueva de la Señora o Covadonga, un sitio perfecto para ocultarse o resistir el asalto de muchos hombres. La cueva había sido consagrada a la Santísima Virgen por los norteños, devotísimos de la madre de Dios que estando todavía en carne mortal había visitado esas tierras[6] y a la que ya desde esas épocas llamaban “Inmaculada”,[7] antes que así fuera nombrada en cualquier iglesia de Europa. En el interior de la cueva, habían entronizado una pequeña y sencilla talla de madera representándola. Hacia allí fue este grupo de cristianos perseguidos dirigidos por Pelayo a ponerse bajo su protección.

Don Pelayo dispersó a dos tercios de sus hombres por todos los lugares cercanos a la guarida, mientras que con el resto de los guerreros, mujeres y niños, se quedó en la misma cueva, esperando a las tropas musulmanas, sedientas de sangre cristiana, que no tardarían en llegar.

El rostro del noble godo, hermoso y varonil, estaba sellado por la preocupación y no le faltaban razones: conocía el valor de sus hombres y confiaba en Dios y su Santísima Madre, pero le preocupaba gravemente el número de enemigos (estamos hablando de una diferencia de casi setenta hombres a uno). Parecido a, como siglos antes, el rey Leónidas y sus trecientos espartanos contra los persas,[8] ¡pero hasta ellos habían tenido algunos miles de griegos ayudándolos! Y si somos estrictamente históricos, la verdad es que todos los espartanos terminaron muertos. Pelayo elevó los ojos al cielo en oración: o Dios obraba un milagro o hasta el último palmo de España, el feudo de Cristo, se perdería en manos de los enemigos de la Cruz para siempre.

La mayoría de sus hombres dormían o al menos lo intentaban y otros hacían guardia por los alrededores. Amanecía un día de nubes bajas y oscuras que ocultaban el sol y prometían tormenta. Envuelto en su capa de piel de lobo sujeta al hombro derecho y con la mano tensa en la empuñadura de su espada, el noble Pelayo se paseaba por la entrada de la cueva oteando el horizonte, esperando ver de un momento a otro las columnas de los infieles. Entonces sopló un viento fuerte que le arrancó la capa que le cubría los hombros, las nubes oscuras se rasgaron y allí, entre vivísimos resplandores apareció el antiguo estandarte de los godos, perdido en la derrota del Guadalete, brillante como el sol. Don Pelayo cayó de rodillas. El cielo se cubrió nuevamente con espesos nubarrones y comenzó a caer una fina lluvia. La esperanza renació en el corazón del godo, bajó de la cueva hacia un bosquecillo de robles y de uno de los árboles, cortó con su espada dos palos y los ató formando con ellos una cruz. No estaban solos, Dios y Su Santísima Madre pelearían con ellos.

No tardó en llegar el ejército omeya a las estribaciones de las posiciones cristianas. Alqamá desenvainó la alfanje y ordenó a sus hombres que se internaran por un paso estrecho y angosto cercano a la Cova Dominica confiando en su superioridad numérica. De inmediato Pelayo, que había dispuesto a sus hombres en los lugares altos, dio una orden, levantando la cruz de roble y cayó sobre los musulmanes una lluvia de piedras, troncos y flechas, que lanzaron con precisión los valientes cristianos. Los infieles intentaron responder con flechas y hondas, pero fue inútil. Sus propias flechas y piedras como hechizadas (así lo creyeron ellos) rebotaban en las rocas y herían a su propia tropa. Los hombres de Pelayo conocían el terreno como la palma de su mano y se ocultaban de forma que era casi imposible saber desde dónde atacaban.

Los musulmanes cayeron como moscas en los primeros minutos, y diezmada su vanguardia, reinó el caos. Demasiados hombres en un espacio muy pequeño. Chocaban y se estorbaban entre ellos. Los cadáveres enemigos comenzaron a amontonarse en el barro que la lluvia había formado. Los caballos relinchaban de terror y tiraban a sus jinetes pisoteándolos con sus cascos. Alqamá, el orgulloso seguidor de Mahoma, ya no estaba tan seguro de su victoria y dando grandes voces trataba de organizar a sus aterradas tropas que ya no respondían al ataque español y solo buscaban escapar de esa trampa mortal. Una flecha alcanzó en el anca a la montura del general que se encabritó y lo arrojó al suelo, perdiendo en la caída el sable. Su turbante y sus coloridos vestidos quedaron manchados con el barro y la sangre de sus hombres. Sonaron cuernos y el sonido, multiplicado en las laderas, llenó todo el valle, a lo que siguió los gritos de los montañeses que saliendo de sus escondites, invocando a San Miguel, cayeron con todo sobre los desconcertados enemigos, dispuestos a dar su vida por la Fe y la libertad. Parecía que toda España se arrojaba contra los enemigos de la Cruz.

Alqamá, aturdido, se arrastraba en cuatro patas por el lodo y los cuerpos muertos de sus soldados buscando el alfanje. Cuando lo encontró fue solo para levantar la vista y ver a un enorme asturiano abalanzarse sobre él con una pesada francisca que le abrió la cabeza en dos. Sus hombres, al ver caer a su jefe, terminaron de acobardarse y huyeron en desbandada atropellándose entre ellos. Pero las desgracias aún no habían terminado para los adoradores de Alá. La llovizna había dado paso a una tormenta de una violencia inusitada, se rompieron las cataratas del cielo y, mientras huían, hubo un desprendimiento de rocas que aplastó y sepultó a buena parte de los musulmanes. De los veinte mil que habían entrado en las montañas solo unos cinco mil salieron de ellas con vida.

La victoria fue total. La primera derrota de los moros, la primera victoria cristiana. En poco tiempo Pelayo vio sus ejércitos engrosados con miles de voluntarios de todos los rincones de la Península. Nació así el reino de Asturias y comenzó la epopeya que se conoce como la Reconquista de España, que, prolongándose por casi ocho siglos, terminaría con la victoria de los cristianos en 1492 bajo los reyes católicos Fernando e Isabel al recuperar el último bastión moro en la Península, la ciudad de Granada, el mismo año[9] que un desconocido almirante genovés, al servicio de España, llamado Cristóbal Colón, se lanzaba a la aventura de llegar a las Indias navegando por nuevas rutas y en su camino se topó con nada menos que un nuevo continente, que el mundo conoció más tarde como América.

Tomás Marini


VOCABULARIO:

Hordas: grupo de salvajes que actúa con violencia.

Mahoma: falso profeta del siglo VI-VII, inventor de la religión islámica.

Península ibérica: España.

Visigodos: rama del pueblo godo que fundó un reino en España a principios del siglo V hasta el 722 a.C.

Astures: de Asturias, antigua región del norte de España, cuya capital era Astúrica, hoy Astorga.

Guardia pretoriana: denominación que tomaron los godos de la antigua guardia del emperador romano para designar a la guardia del rey godo.

Sarracenos: mahometano, musulmán.

Bereber: natural de Berbería, región del norte de África.

Tordo plateado: pelo de caballo vivo y luciente del color de la plata.

Emir: príncipe o caudillo árabe.

Alfanje: especie de sable, corto y corvo, con filo solamente por un lado, y por los dos en la punta.

Hasta el último palmo: hasta lo más pequeño.

Feudo de Cristo: expresión medieval. Tierra propiedad de Cristo y sus habitantes vasallos de Él.

Omeya: integrante de la dinastía que rigió en Damasco el primer califato árabe y posteriormente el emirato y califato de Córdoba, España.

Diezmar: sacar de diez, uno. Matar a muchos.

Relinchar: voz del caballo.

Francisca: hacha grande de dos filos utilizada por los godos.

Bastión: baluarte, obra de fortificación.


[1] Ciudades como Sevilla fueron pasadas a sangre y fuego. Córdoba se rindió y los musulmanes asesinaron a toda la población. En Toledo los nobles fueron decapitados en masa. Zaragoza resistió pero terminó cayendo y sus hombres fueron crucificados, degollados los niños y esclavizadas las mujeres. Así fue el avance de los hijos de Mahoma por toda España.

[2] Los monjes fueron durante siglos los mejores médicos, académicos, agricultores e inventores. San Benito fue reconocido por Pío XII como Padre de Europa, en atención a que los Monasterios que se formaron gracias a su impronta, habían contribuido decisivamente al fomento de la vida espiritual y cultural europea. Por su influencia en la civilización europea, el Papa Pablo VI lo nombró Patrono de Europa en 1964. 

[3] 571 d.c.

[4] Un misionero decía: “Se necesitan tres días para hacer un musulmán. Se necesitan tres años de catecumenado para preparar a un pagano al bautismo cristiano”.

[5] Grandes responsables de esta derrota fueron algunos traidores cristianos que se pasaron al enemigo en el momento más crítico de la batalla y principalmente los judíos en España que conspiraron desde el principio a favor del invasor y que luego no dudaron en abrir las puertas de las ciudades cristianas al bárbaro africano para poder conservar sus riquezas, destruir el estado cristiano y al cristianismo.

[6] La advocación de la Virgen del Pilar: La Virgen en vida, antes de ser asunta a los Cielos, se apareció sobre un pilar –que aún hoy se conserva– al apóstol Santiago que evangelizaba a los bárbaros que en el siglo I ocupaban la Península ibérica.

[7] La Inmaculada Concepción de la Virgen se celebraba en España desde mediados del siglo VII. El dogma recién lo proclamaría el papa Pío IX en el año 1854.

[8] Batalla de las Termópilas 480 a.C: el rey Leónidas detuvo por tiempo suficiente con trescientos espartanos y algunos miles de auxiliares griegos el avance de cientos de miles de persas que invadían Grecia, muriendo todos los defensores. Permitieron así que el resto de las polis griegas se organizaran para la defensa y los vencieran en la batalla de Platea. Sin su sacrificio hubiera desaparecido la cultura griega que tan importante fue para formar el alma del Occidente cristiano.

[9] Colón llega a América el 12 de octubre de 1492.

 


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2 comentarios sobre “Historia de héroes para jóvenes. La cueva de la Señora

  • el diciembre 3, 2021 a las 12:20 pm
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    Todos los días aprendo algo nuevo. Y cuando es bueno resulta muy importante. Muchas gracias.

Comentarios cerrados.

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