Héctor Hernández. Un apóstol infatigable. In memoriam

Queridos amigos de Que no te la cuenten:

Dos meses casi han pasado de la vuelta a la casa del Padre de Héctor Hernández, abogado, profesor universitario, conferencista, amigo de sus amigos y patriota del Cielo y de la tierra.

Como un lector nos comentaba hace poco -y con razón- deberíamos haberle hecho un homenaje mucho antes en este sitio. Y no hay excusas. El tiempo fue pasando y las malditas actividades, fagocitándonos. Estuvimos en el día de su entierro; dimos el correspondiente responso, seguimos celebrando misas por él, pero no bastaba. No bastaba para un hombre que, si cabe decirlo, era un apóstol infatigable. Esas son las palabras que se nos vienen a la mente: «apóstol» e «infatigable». Exactamente.

Quien esto escribe conoció al Dr. Hernández allá por el año 2006 en Mar del Plata, en un Congreso en el colegio de FASTA; éramos por entonces, tanto el hoy padre Federico Highton como yo, dos jóvenes seminaristas que, además de ello, habíamos conseguido el título de abogados en la Universidad Nacional de Buenos Aires y debíamos hablar allí. Recuerdo que, el tema que nos tocó dar fue acerca de Rousseau y los derechos humanos. No conocía a Hernández más que de nombre.

Al terminar la mini-charla, se me acercó y con gran caridad y humildad, me hizo un par de correcciones pedagógicas que, hasta el día de hoy, nos han servido de mucho (una era que no hablara tanto de la vida de la persona sino más bien de su pensamiento; la otra, ya ni la recuerdo). Desde allí comenzó una hermosa relación que no se apagó: conversaciones, conferencias, entrevistas, reuniones y hasta ayudas económicas. 

Porque Héctor era así: transparente como el que más, desinteresado y amigo de sus amigos.

Con el fin de publicar algo más acerca de este gran hombre que ha tenido nuestro país es que ahora reproducimos un in memoriam que nos hiciera llegar su propia hermana, Graciela Hernández de Lamas, aparecida en estos días en el sitio de La Academia del Plata.

Héctor Hernández, ¡presente!

Resquiescat in pace

Amén.

P. Javier Olivera Ravasi, SE

PS: varios son los artículos de Héctor publicados en este sitio. Aquí dejamos sólo dos de las entrevistas que le hicimos: AQUÍ, y AQUÍ


Héctor Humberto Hernández (h), mi hermano

Por Graciela Hernández de Lamas

 

«Si con mi vida o mi muerte

puedo protegerte, lo haré».

JRRTolkien

La noticia de la partida de Héctor, mi hermano mayor, me provocó un ovillo de sentimientos y emociones difícilmente discernibles. Más arduo aún fue poner nombre a lo que viví. De lo que estoy segura, más allá de la sorpresa, es de una cierta alegría y paz. ¿Por qué? Héctor había hecho “su obra”. ¿Para qué más? Sentí que un hermano es un regalo; de esos regalos que no los quita ni la hermana muerte.

Es nuestro hermano mayor (me cuesta poner era). Como tal encarnó apasionadamente los valores que nos transmitió nuestro padre, lo que constituyó una herencia recibida como algo muy preciado, portadora de mucho gozo, que supo enriquecer.

Fue un referente para todos, hasta para nuestros padres. En su adolescencia, por ejemplo, recibió la noticia de un nuevo modo de ver la historia. Y a partir de ese momento, leyó cuanto encontró, se asesoró y propagó inmediatamente lo nuevo que había conocido y veía como verdadero. Toda la familia revisó la historia aprendida en el colegio. Creo que esta característica suya lo y nos acompañó toda su vida. Que hoy parece breve, pero ¡tan rica!

Hijo muy fiel. Era quien recogía detenidamente las palabras de nuestros padres, y nos las trasmitía. Fue como un intermediario entre ellos y el resto de los hijos. Y siempre hasta el final de la vida de ambos, su apoyo.

Ahora, en el recuerdo, me cuesta distinguirlo de Héctor padre. Admiraba y veía el coraje cívico de él que hizo suyo.

Como hermano siempre daba más de lo que esperábamos. Y muy amigo de cada uno. Nos señaló amablemente el camino a todos. Necesitábamos su aprobación. Antes de que acudiéramos a él, nos tenía presentes, nos miraba, nos ayudaba con respeto.

Como alumno fue una pesadilla, en algún sentido, para sus profesores. Sólo les pedía coherencia. No cejaba hasta tener un testimonio de algún logro.

Fue muy amigo de sus amigos. Siempre estaba pendiente de quien se había quedado sin trabajo, de quien necesitaba esto o aquello y nos involucraba a todos.

Lo que me llamaba también la atención era su obrar en pos de que los hijos y hasta los nietos de sus amigos continuaran con una formación verdadera, católica. Y eso me consta que lo persiguió hasta el final y con una constancia tenaz buscaba y regalaba los libros que creía podían ayudar en esto. Otro testimonio público de la amistad fuerte hacia sus amigos es la prédica y propagación, sin descanso ni paradas, con ocasión y sin ella, de la vida y obra de su gran amigo, Carlos Sacheri.

Lo que llegaba a conocer, trataba de estudiarlo a fondo y transmitirlo. Su propósito era educar a todos; hay infinitas anécdotas de su ser educador, como quien vive la educación como la forma más alta de buscar a Dios, parafraseando a Gabriela Mistral.

Creo que si hay una virtud que persiguió tenazmente es la justicia. Y al darse cuenta de la gravedad de la laxitud de ciertas propuestas ideológicamente manipuladas acerca de la pena, cuando todavía daba miedo hablar de ello, lo hizo sin tapujos, sin respetos humanos, sin temor a las opiniones corrientes, con un espíritu realmente macabaico. Creo que tenía “un anhelo doliente de justicia”, según palabras que él escribió de Héctor padre. Fue muy prolífico, y le urgía escribir aquello que descubría como verdadero y bueno, para transmitirlo lo antes posible. Y nos urgía a todos para que lo hiciéramos.

Como argentino le atormentaba fuertemente la patria. Fue realmente un apasionado por las verdaderas historias y por difundir los hechos tal como habían sucedido. Creía en la grandeza de la Argentina y se enojaba incluso, cuando hablaban despectivamente de ella, de sus orígenes o su destino. 

Como católico fue testimonio permanente de su adhesión y amor a la Iglesia y a su doctrina. Su ayuda y atención a cuanto sacerdote necesitaba algo, es un testimonio público. Pero su propaganda de la cultura católica y el testimonio de su fe, es lo que unifica sus actos tan prolíficos. Y creo que es lo que él querría que quedara de su paso ligero por la ciudad terrestre.

En síntesis, creo que se le pueden aplicar a él lo que dijo de su padre: “Predicó con las palabras, con las obras, con la pluma, con los silencios, con su sonrisa, con su mirada, con su vida”.

La tristeza de la pérdida se ve mitigada por la certeza de que luchó el buen combate, hasta el final. Cada día fue vivido y batallado al máximo. Con energía y pasión. Ante todo, luchó con él mismo. Hoy puede jactarse de que nos dejó el testimonio de su coherencia: hacía lo que decía, decía lo que pensaba y amaba, y procuraba pensar y amar lo verdadero y bueno.

Su muerte nos hace pensar. Nos hace agradecer ¡tanto! Y nos hace seguir y seguir hasta el nuevo nacimiento, gracias al cual nos reuniremos otra vez para jugar nuestros juegos y entonar nuestra última canción, sin fin.

Graciela Beatriz Hernández de Lamas

Dra. en Ciencias de la Educación. UCA.

17 de noviembre de 2021

 


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