Historia de héroes para jóvenes. «Centauros criollos»

Por Tomás Marini

 “El bravo Escuadrón de Ganaderos, que se había adelantado,

se halló solo al frente de toda la caballería española,

y tuvo la elegante osadía de cargarlos y dispersarlos

 con una intrepidez de que habrá raros ejemplos”

Parte de campaña enviado por el general Sucre a Simón Bolívar

 

San Martín para 1822 se había retirado a Chile luego de “fundar la independencia del Perú”, dejando el mando supremo al general Simón Bolívar[1] y cediéndole la gloria de terminar el proceso de la Independencia americana con los valerosos ejércitos de la Argentina, Chile y Perú. Noventa y seis granaderos del primer escuadrón de los Granaderos a Caballo, a las órdenes del sargento mayor Juan Lavalle, quedan en el Perú para combatir junto a las tropas del general Sucre.

Juan Lavalle fue uno de tantos guerreros de la Independencia, que más tarde pelearían en el bando equivocado cuando de la organización nacional se trató. “Espada sin cabeza” lo llamarían[2]. Pero no nos adelantemos, ni nos amarguemos todavía en guerras y crímenes que aún no habían sucedido, y conozcamos a este joven y valiente sargento de granaderos, tan querido por el general San Martín que, a miles de kilómetros de su patria, aún no sabe nada de unitarios y federales y solo desenvaina su sable para servir a la causa americana.

Lavalle y sus noventa y seis granaderos, viejos soldados de rostros curtidos, cubiertos de cicatrices y con un aro en la oreja derecha que los identificaba como granaderos de San Martín,[3] marchaban a la vanguardia del ejército. Habiéndose adelantado del cuerpo principal, formaban en orden de batalla detrás de una colina baja cerca de la villa de Riobamba. Montados, con su característico uniforme de un azul descolorido por los años de guerra, una mano en la empuñadura de sus sables, y con la otra sosteniendo las riendas de sus caballos, observaban en silencio el avance de las tropas realistas sobre la villa de Riobamba. La infanteria ya habia atravezado la villa y detrás los seguía, cubriendo la retaguardia, la poderosa caballería española: cuatro escuadrones, cuatrocientos jinetes muy bien montados, armados con lanzas, sables y carabinas..

Desde donde se encontraban escuchaban claramente el golpeteo de los cientos de cascos entrando al trote por las angostas calles de la villa. El sargento mayor Lavalle observaba afirmado sobre los estribos de su montura. Por su mente pasó su primer encuentro con San Martin, cuando se unió a los granaderos con quince años y la última despedida cuando el general partió para Chile. Ese dia, cuando el libertador le entregó el mando de sus hombres,  él le había prometido portarse como un verdadero oficial de granaderos. El momento de cumplir la promesa había finalmente llegado.

Cuando el último jinete enemigo entró entre los estrechos callejones de la villa, el bravo oficial argentino decidió aprovechar la torpe maniobra de los españoles y sin esperar refuerzos ordenó desenvainar los sables. La orden se trasmitió por toda la línea y se oyó el ruido áspero de las hojas al salir de las vainas. Lavalle alzó su espada de acero que refulgió al sol ecuatoriano y señalando al enemigo, ordenó cargar. Los noventa y seis granaderos espolearon sus monturas al sonido de la corneta y cargaron sobre los realistas ordenadamente, como si estuvieran haciendo instrucción en el Retiro.[4]

Los españoles los vieron venir y una sonrisa arrogante se dibujó en sus rostros al ver la osadía de los argentinos. Veteranos de mil batallas contra los temibles ejércitos napoleónicos, no iban a retroceder por la carga de unos cuantos jinetes americanos. A pesar de que se encontraban en una muy mala posición, confiaban plenamente en su superioridad numérica y se prepararon para recibir a los patriotas desenvainando las hojas plateadas de sus sables. Olvidaban los realistas que cuando ellos combatieron con tanto valor y arrojo a los franceses, lo hicieron en defensa de su tierra y su libertad, ahora era justamente al revés.

Los argentinos pusieron sus monturas a galope tendido para recorrer los últimos metros que los separaban del enemigo y sobre el ruido de la carga y de las herraduras de los cascos contra el suelo se dejó oír nuevamente la voz del comandante.

—¡Granaderos… a degüello!…[5]

Los patriotas se estrellaron contra los caballos españoles entablándose un combate a sable limpio. Las hojas hendían el aire a diestro y siniestro alcanzando la carne y el hueso. Los soldados arremetían y se enzarzaban en duelos individuales a tajos y estocadas, resonando en el aire el rechino metálico de las hojas que entrechocaban. Quiso Dios que cayeran muertos algunos valientes españoles en ese primer encuentro y que sus camaradas viéndolos, decidieran huir y buscar la protección de su infantería y de la artillería, fuera de los estrechos callejones de la villa, que se habían transformado en una trampa mortal. Dejaban atrás varios muertos sin poder cobrarse ninguna víctima de la caballería argentina que había quedado dueña de la villa.

Después de perseguirlos un corto trecho, poniéndose a dos disparos de fusil de la infantería enemiga, Lavalle ordenó hacer alto, la corneta de los granaderos tocó a reunión y volvieron a organizarse, comenzando el regreso a la villa y dando la espalda al ejército enemigo como si la batalla ya estuviese concluida.

Pero los españoles rápidamente se reorganizaron para cargar sobre los bravos centauros criollos que ahora les daban la espalda como si no valiera ya la pena combatirlos. Esto enfureció tanto a los realistas que incluso algunos oficiales de infantería montaron a caballo deseando dar una lección a esa banda de insolentes que se atrevían a enfrentar con tan pocos hombres a la caballería del Rey y después darle arrogantemente la espalda.

El general Sucre y toda la división patriota observaban los acontecimientos desde una loma, al otro lado de la villa. La situación era desesperada. Lavalle y sus hombres ahora estaban a la defensiva y retrocedían insólitamente al trote hacia la villa, dando la espalda al enemigo. El coronel Ibarra, sobrino de Simón Bolívar, suplicó a Sucre que lo dejara ir a apoyar a los argentinos con sus dragones[6] colombianos. El general dudó. Para Sucre los argentinos ya estaban perdidos. Parecía que Lavalle, buscando gloria y laureles personales, había guiado a sus hombres al desastre. No había forma de que resistieran ahora una nueva carga organizada de cuatrocientos jinetes godos. Ibarra insistió prometiendo responder de la victoria y Sucre terminó cediendo:

—¡Vaya usted, coronel, y ojalá llegue a tiempo!

Lavalle iba al frente de sus hombres y no volvía la vista atrás. Sostenía el sable apoyándolo sobre su hombro, el filo goteaba sangre sobre su uniforme. Los españoles cargaron y el batir de los cascos hizo temblar el suelo debajo de ellos, pero ninguno de los patriotas volvió la vista atrás y continuaron trotando como si de un paseo se tratase. En ese momento llegaron los cuarenta dragones colombianos con el coronel Ibarra a la cabeza y se les unieron en la retirada hacia la villa.

Pero cuando Lavalle calculó que el enemigo no debía estar a más de cien pasos, tiró de las riendas y volvió su caballo seguido por todo su escuadrón y los cuarenta dragones, y sin necesidad de ordenar la carga se lanzaron sorpresivamente sobre los españoles lanzando un gran grito de guerra sediento de gloria. Los sables patriotas brillaron nuevamente, y tiñéndose con la sangre de los realistas se abrieron paso hacia la victoria.

Los criollos parecían invulnerables al acero español y, en cambio, ellos caían a montones siendo pisoteados por los caballos de sus propios camaradas. Finalmente al ver que dos de sus más bravos capitanes caían heridos de muerte volvieron a huir, perseguidos por los granaderos y el pelotón de dragones. La caballería española, de cuatrocientos soldados profesionales, mejor pertrechados y mejor montados, huyó aterrorizada, por segunda vez, dejando en el campo cincuenta y dos muertos, entre los que había tres oficiales, y se llevaban más de cuarenta heridos. No intentaron una tercera carga.

Ese día las fuerzas patriotas solo perdieron dos hombres. Si los hermanos del norte todavía guardaban alguna sombra de duda sobre el valor de los criollos del sur, nuestros audaces granaderos, se encargaron con creces de eliminarla.[7]

Por Tomás Marini

 

 


[1] Luego de una entrevista ocurrida en dos fechas continuas, el 26 y 27 de julio de 1822, en la ciudad de Guayaquil, actual Ecuador.

[2] “Todo estaba en su mano y lo ha perdido / Lavalle, es una espada sin cabeza. / Sobre nosotros, entretanto, pesa / su prestigio fatal, y obrando inerte / nos lleva a la derrota y a la muerte! / Lavalle, el precursor de las derrotas. / Oh, Lavalle! Lavalle, muy chico era / para echar sobre sí cosas tan grandes”. Esteban Echeverría, Avellaneda (poema)

[3] Los granaderos de San Martín usaban aros en sus orejas, que eran imposibles de quitar. Era una forma de identificarse como tales, pero también de evitar deserciones. Quien tuviera un agujero en la oreja y no portara un aro, evidentemente, era un desertor.

[4] Cuando el Regimiento de Granaderos a Caballo fue creado por San Martín se instaló en el Retiro de la ciudad de Buenos Aires, hoy Plaza San Martín.

[5] El toque a degüello fue, originariamente, un despiadado toque de tambor y/o corneta que ordenaba a las tropas propias la lucha sin cuartel, sin hacer prisioneros, cortándosele el cuello de «oreja a oreja» a todo enemigo que se rindiera.

[6] Los dragones eran soldados que, desde mediados del siglo XVI hasta principios del XIX, combatían como caballería (generalmente al ataque) e infantería (a la defensiva normalmente).

[7] Desde aquel memorable combate, el Sargento Mayor Juan Lavalle será conocido como «El león de Riobamba”.

 


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6 comentarios sobre “Historia de héroes para jóvenes. «Centauros criollos»

  • el febrero 11, 2022 a las 11:11 am
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    ¡Eriza la piel la valentía de los Granaderos del Padre de la Patria!

    Si bien, en la guerra, es regla que el mayor número vence al menor, siempre es habilidad del conductor revertir esto, y un claro ejemplo es el descripto.

    El espíritu los hizo diferentes, la formación Sanmartiniana vive en la esencia de nuestros soldados.

    ¡Gloria a nuestros Granaderos!

  • el febrero 11, 2022 a las 11:50 am
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    Ave María Purísima Padre Javier
    ¿José de San Martín fue católico? Gracias

      • el febrero 24, 2022 a las 3:24 pm
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        Ave María Purísima
        ¿Cómo es que he ido a escuela pública toda la primaria y nunca leí nada de esto tan precioso sobre el General San Martín? Las paredes llenas de pinturas de nuestros Próceres y ni una sola cruz, ni imágenes religiosas… Jamás nos enseñaron nada acerca de la religiosidad de San Martín ni de Manuel Belgrano … ¡Qué fuerte! Gracias, Dios os lo pague, rezaré por sus almas y si alcanzaron el Cielo, que intercedan por nosotros.

  • el febrero 11, 2022 a las 12:18 pm
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    Hay algunos detalles del artículo de Tomás Marini que querría aclarar: la expresión «bando equivocado» aludiendo al que adhirió Lavalle en las guerras civiles, simplifica las cosas. Los unitarios -al menos los de provincias- tenían una noción más acendrada y clara del verdadero federalismo que la de Rosas, netamente centralista y porteña. Además, y lo digo con conocimiento del asunto, muchos de los hombres de la Liga del Norte (hablo de Marco Manuel de Avellaneda concretamente) no eran logistas ni masones, ni antirreligiosos. Avellaneda, mi chozno, murió bárbaramente degollado por un oficial de Oribe después de la batalla de Famaillá, y ni siquiera hubo la parodia de un juicio previo, siendo que se lo acusaba falsamente de haber sido cómplice de la muerte de Alejandro Heredia. Pero eso es harina de otro costal.
    En cuanto a la carga de los granaderos que definió el combate de Río Bamba cuando la suerte ya parecía echada a favor de los realistas, Patricia Pasquali, la biógrafa de Lavalle, dice que la reacción de éste cuando ya estaban perdidos, se debió a que un granadero atinó a gritar «¡¡Aquí un Necochea!!», sabiendo que la puja de coraje entre ambos oficiales bastaría para enardecer el ánimo de Lavalle. Y así fue. Cordiales saludos.

  • el febrero 11, 2022 a las 11:19 pm
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    Si bien la prosa del Sr Marini da entrañable belleza al relato, ya somos suficientemente adultos para conocer la realidad de lo acontecido. El identifica realistas con «españoles» y del lado revolucionario ve «argentinos». Esa forma de narrar es típica de la historiografía de corte mitrista liberal y fue lo enseñado en las escuelas. En realidad, tanto en la batalla de Riobamba como en Pichincha, la inmensa mayoría de la caballería realista estaba constituida por indigenas, por tanto el uso del término «españoles» genera confusión para la comprensión del lector de hoy en día. Del lado revolucionario estaba la LEGION BRITANICA, cuerpo militar reclutado en Londres, compuesto por británicos y protestantes en gran parte, y a las órdenes de Bolivar. Del lado realista también había «argentinos» por así decirlo, caso por ejemplo de Pascual Alvarez Thomas, -hermano de Ignacio- criollo porteño y Mariscal de Campo del Ejército del Rey. O Juan Bautista Altolaguirre, criollo, porteño y comandante realista en el Alto Peru., o también Jose Melchor Lavin, criollo entrerriano o Guillermo Marquiegui, criollo jujeño, todos ellos comprometidos con la causa realista. El uso de términos actuales para referirse a hechos de 200 años atrás no ayuda a comprender lo sucedido.

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