La Batalla del Puente Milvio

Presentamos aquí, de Tomás Marini, autor del excelente libro «Historia de héroes para jóvenes» que reseñáramos aquí: https://www.quenotelacuenten.org/2022/12/16/historia-de-heroes-para-jovenes-lanzamiento-editorial/) una de las batallas más importantes de la historia que lograron cambiar la historia de occidente para,

Que no te la cuenten

P. Javier Olivera Ravasi, SE 


 

“Si mi fe se interpreta como miedo,

Que mañana me coloquen sin armas delante de las avanzadas.

En el nombre del Señor y con el signo de la Cruz por toda defensa

Atravesaré sin temor los batallones enemigos”

San Martin de Tours

 

La Batalla del Puente Milvio

Por Tomás Marini

 

Fecha: 28 de octubre de 312

Campo de batalla: Puente Milvio en el rio Tíber, Roma

Resultado: Victoria decisiva de Constantino I, quien pasa a controlar el Imperio Romano occidental y un año más tarde promulga el “Edicto de Milán” que permite la religión cristiana en el imperio.

Beligerantes: Ejercito romano de Constantino I vs. Ejercito romano de Majencio.

Personajes protagonistas: Constantino I y Majencio.

Las tropas de Majencio acampadas junto al rio Tíber se forman para la batalla. Frente a ellos, se prepara también un ejército romano, pero este lleva pintado en sus águilas, estandartes y escudos un signo cristiano. Constantino monta en un caballo negro rodeado de sus oficiales, frente a él se forman sus legiones, el metal de sus armas, cascos y armaduras brillan bajo el sol. El joven general sabe que ha pedido mucho a sus hombres haciéndolos marchar a la batalla bajo el signo del Dios de una secta perseguida, de una religión considerada por muchos como enemiga del imperio. Pero no duda de la revelación divina que ha tenido y sabe que ese día el Dios de su madre Elena le dará la victoria. Lo que no sabe es que está a punto de librar una batalla trascendental que cambiara el mundo para siempre.

Para entender cómo se llega a dos ejércitos romanos enfrentados a las mismísimas puertas de la ciudad de Roma debemos primero hacer un repaso un poco complejo de la enredada política del Imperio romano a fines del siglo tercero y principios del cuarto. Desde el año 293 d. C, el Imperio romano estaba dividido en dos mitades. Tan grande era su extensión que hubo que repartir el poder entre cuatro hombres, es decir que el imperio era gobernado por una Tetrarquía. Cada parte era gobernada por un augusto junto con un césar. Constancio Cloro y Severo II como augusto y cesar de occidente y Galerio y Maximino Daya como augusto y cesar de oriente.

En el 306 Constancio Cloro falleció en lo que hoy es Inglaterra y en ese entonces era una provincia romana llamada Britania. Constantino, su hijo, fue nombrado augusto por las tropas de su padre. Porque como decía el sacerdote argentino Leonardo Castellani “los legionarios, en aquel tiempo, eran los que hacían los emperadores, no los caudillejos políticos, como entre nosotros. Los votos no eran las que elegían los emperadores, eran las armas; era un imperio militar y no civil”. El augusto de Oriente, Galerio, reconoció a Constantino, pero no como augusto sino como césar, y apoyó al césar Severo II para que asuma el lugar del augusto fallecido, que era lo que establecía la ley. Constantino aceptó permitiendo que Severo asumiese como augusto de occidente y quedando el cómo cesar.

Parcia que se había llegado a un entendimiento evitando el derramamiento de sangre y la guerra civil. Pero el panorama se complica cuando entra en escena otro personaje: Marco Aurelio Valerio Majencio. Majencio era hijo de Maximiano, el augusto antecesor de Constancio Cloro que había renunciado a su puesto y era además cuñado de Constantino, ya que este estaba casado con su hermana Fausta. Majencio se proclamó en Italia augusto de occidente con el apoyo del pueblo y las legiones de Italia y se dio el título de princeps llamando a su padre Maximiano para que gobernara con él.

Severo, en un intento de ocupar su lugar como legitimo augusto marchó contra Majencio, pero fue derrotado en batalla y asesinado. En su reemplazo fue nombrado por Galerio un oficial de su confianza de nombre Licinio que no hizo nada por reclamar su lugar y dejó a Majencio gobernar en occidente.

En el 308 Maximiano traicionó a su hijo e intentó deponerlo, pero fracasó y tuvo que huir a la corte de Constantino en la Galia, la actual Francia, al que dos años más tarde también intentó traicionar, pero fue descubierto y forzado a suicidarse. Al año siguiente, Majencio, clamando venganza por la muerte de su padre, declaró la guerra a Constantino, quien, con sus veteranas tropas de Galia y de Britania avanzó sobre Italia.

Después del sitio de Segusio, Constantino consiguió la victoria en la batalla de Turín y continuó hacia Mediolanum, actual Milán, ciudad que le abrió las puertas y lo acogió hasta mediados del verano cuando reanudó la marcha. Constantino consiguió derrotar rápidamente a las fuerzas de Majencio en Brixia, y prosiguió su campaña hasta Verona. Luego de dos enfrentamientos a las afueras de la ciudad, Verona se rindió. La siguieron Aquilea, Mutina y Ravena. Las tropas de Constantino se vieron incrementadas por voluntarios y desertores de las legiones de Majencio.

Luego de una dura campaña de casi dos años de duración, Constantino y sus fieles veteranos finalmente llegaron a la ciudad eterna donde Majencio se refugiaba protegido por miles de hombres. Entre ellos la poderosa guardia pretoriana. [1]

El obispo e historiador contemporáneo de Constantino, Eusebio de Cesarea, cuenta que es en este momento cuando Constantino marchando junto a sus hombres levantó la vista y observó que, por encima del Sol, se alzaba como una Χ atravesada por una Ρ o ☧, las letras griegas  ji (X) y la ro (P): el crismón o monograma de Jesucristo, que representaba las dos primeras letras griegas de la palabra Cristo (Christos). Debajo se leian las palabras «Εν Τούτῳ Νίκα», cuya traducción al latín es in hoc signo vinces y al español es «con este signo, vencerás». En ese momento, Constantino no tenía claro cuál era el mensaje que trataba de transmitirle esta revelación, aunque no ignoraba el signo de los cristianos ya que su madre Helena era bautizada y hoy es venerada como santa de la iglesia católica[2]. Cuenta Eusebio que esa noche se le apareció Cristo en sueños a Constantino y le dijo que debía emplear ese signo en la batalla y que con el triunfaría sobre sus enemigos[3].

 

Constantino mandó poner el signo de la visión en las águilas, los estandartes de las legiones y en los escudos de sus legionarios. Recordemos que a principios del siglo IV el cristianismo todavía era una religión perseguida en todo el imperio. En un comienzo perseguida por los judíos y luego por los diferentes emperadores que instigados por estos últimos encarcelaron, torturaron y condenaron a las muertes más horrorosas a miles de hombres, mujeres y niños por confesar la fe verdadera.[4] Fueron los gloriosos primeros mártires de la Iglesia. Ahora y por primera vez en la historia un ejército marchaba a la batalla bajo el estandarte del Dios de aquellos a quienes hasta ese momento se había perseguido como enemigos de Roma y de sus dioses.[5]

Majencio permaneció en Roma y se preparó para resistir un asedio. Todavía controlaba a la Guardia Pretoriana en la ciudad, estaba bien abastecido y confiaba en las impenetrables murallas aurelianas. Ordenó cortar todos los puentes del río Tíber, abandonando a su suerte a las ciudades de Italia central. Al verse abandonadas estas ciudades se aliaron rápidamente con Constantino.

El día de la batalla Majencio acudió a los sacerdotes paganos para que le dieran consejo. Estos profetizaron que aquel día moriría «el enemigo de los romanos». Confiando en que esa profecía se refería sin duda alguna a su enemigo y en la superioridad numérica de sus tropas, decidió hacer frente a Constantino y abandonó con sus tropas la ciudad de Roma, organizó un campamento frente al puente Milvio que conectaba la vía Flaminia con Roma, previamente semiderruido para impedir el paso de numerosas tropas enemigas, y ordenó la construcción de un puente de barcas sobre el Tíber para cruzar sus propias tropas y ser destruido rápidamente en caso de verse obligado a retirarse a la ciudad.

Majencio organizó a sus hombres, que según las fuentes doblaban en número a los de Constantino. Formaron en largas filas de cara al campo de batalla, dejando el rio a sus espaldas, un error que sería fatal más tarde como veremos. La Guardia Pretoriana, ocupaba el ala derecha. Miles de jinetes de caballería pesada protegidos por una armadura de escamas y la caballería ligera mauri y númida del norte de África se encontraban posicionados en las alas exteriores.

El ejército de Constantino, que llegó al campo de batalla llevando el signo cristiano sobre sus estandartes y escudos, se dispuso a lo largo de toda la línea enemiga. Entre los hombres de Constantino marchaba muchos cristianos, que hasta ese momento habían tenido que ocultar su fe, ahora marchaban a la batalla llevando el signo del salvador del mundo como si de cruzados medievales se tratara.       

Los legionarios romanos del siglo IV iban armados y vestían de modo muy diferente a sus antecesores del alto imperio y de la república romana que es como los representa comúnmente el cine y la televisión. Aún se seguía utilizando el famoso venablo arrojadizo, el pilum, pero muchos ya habían adoptado un arma nueva, el spiculum, más pequeño y ligero o la hasta, más grande y más apropiada para hacer frente a grandes contingentes de caballería pesada, como la de los catafractos[6] en Oriente. La espada corta, el gladius, había desaparecido definitivamente del ejército romano reemplazado por lo que hasta entonces había sido la espada de la caballería romana, mucho más larga, conocida como spatha. Los escudos también habían abandonado su clásica forma rectangular y habían sido reemplazados por escudos circulares o con forma oval. Las armaduras segmentadas del alto imperio se habían abandonado por ser demasiado costosas y reemplazado por armaduras de escamas de hierro o bronce o cotas de malla, aunque para esta época muchos cuerpos del ejercito ni siquiera llevaban protección metálica.

Constantino sabía que estaba lanzando a sus soldados contra una fuerza muy superior y arriesgándolo todo para conquistar la única ciudad que ningún invasor extranjero, ni siquiera el gran Aníbal Barca[7], había conquistado. Se encomendó al Dios de su madre y ordenó atacar primero a su caballería. Sonaron los cuernos y las trompetas, mientras miles de jinetes galopaban contra el enemigo dando gritos de guerra. Constantino ignorando el consejo de sus oficiales de mantenerse fuera de peligro, lideró personalmente la carga de su caballería. El enemigo resistió en un primer momento y causó graves bajas en la caballería constantiniana pero luego de un tiempo de combate comenzó a ceder terreno. Al percatarse de esto, Constantino ordenó avanzar a la infantería. Los soldados avanzaron tras los escudos marcados con la señal divina. El suelo tembló bajo las caligae de los legionarios que marcharon en formación compacta, formando una imponente pared de hombres y escudos. Ya cerca del enemigo, las primeras filas de legionarios lanzaron una mortífera lluvia de jabalinas. Luego desenvainaron las espadas y se entabló el combate cuerpo a cuerpo. El sonido del acero chocando con el acero, mezclado con los gritos de dolor y la desesperación de los heridos y moribundos llenó el campo de batalla y el olor a sudor y sangre impregnó el aire.

El enemigo comenzó a retroceder incapaz de resistir el ímpetu y la fuerza de la infantería de Constantino, que avanzó sin piedad. Finalmente, el enemigo se desmoronó por completo. Sus filas se dispersaron, su resistencia se quebró y fueron empujados hacia el Tíber, donde muchos, desesperados, se ahogaron hundidos por el peso de sus armas al arrojarse al rio intentando huir nadando. Los caballeros de la guardia imperial y los pretorianos de Majencio, mucho más experimentados, mantuvieron sus posiciones, pero su formación se rompió a causa de una nueva carga de la caballería de Constantino, los estandartes pretorianos con sus escorpiones bordados cayeron al suelo y fueron pisoteados. Nunca volverían a levantarse y ondear en batalla. Este fue el último combate de la guardia pretoriana.

El ejercito entero de Majencio huyó derrotado intentando cruzar los puentes o por el río. El peso de tantos hombres destruyó el puente de barcas y muchos de los que cayeron al agua se ahogaron. Majencio trató de cruzar el rio sobre su caballo, pero fue arrastrado por la corriente y se hundió muriendo ahogado. La victoria de Constantino fue total.

El cuerpo de Majencio fue encontrado en la orilla y luego de decapitarlo se clavó su cabeza en una lanza y se la mostró por las calles de Roma. El nuevo e indiscutido augusto de occidente entró en Roma el 29 de octubre en desfile triunfal.

Licinio, el único augusto de Oriente tras la muerte de Maximino Daya, reconoció a Constantino al año siguiente.

La batalla marcó el comienzo de la conversión de Constantino y con él la del imperio al cristianismo[8]. En el año 313 promulgó junto a Licinio “El Edicto de Milán” (en latín, Edictum Mediolanensis), conocido también como La tolerancia del cristianismo, fue promulgado en Milán y en él se establecía la libertad de religión en el Imperio romano, dando fin a tres siglos de persecuciones dirigidas por las autoridades contra los cristianos. [9]

En el momento de la promulgación del edicto, existían en el Imperio cerca de 1500 sedes episcopales y al menos de cinco a siete millones de habitantes de los cincuenta que componían el imperio ya eran bautizados. Como años antes había escrito Tertuliano, la sangre de los mártires, semilla de nuevos cristianos, estaba dando su fruto. Fruto que llegó a su madurez sesenta y siete años más tarde, en el 380, cuando el emperador romano y católico Teodosio[10] mediante el edicto de Tesalónica convirtió a la religión católica en la religión oficial del Imperio romano poniendo los cimientos del edificio glorioso de la cristiandad y cambiando la historia de nuestro mundo para siempre.

 

TOMÁS MARINI

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Bibliografía consultada

– Lactancio (S. III-IV). “Sobre la muerte de los perseguidores”. Editorial Gredos (1982)

– Odahl, Charles Matson, “Constantine and the Christian Empire”. Routledge (2004).

– Eusebio de Cesarea (S. III-IV). “Vida de Constantino”. Editorial Gredos (1994)

– Zósimo (S. V-VI) “Nueva historia”. Editorial Gredos (1992)

– Padre Alfredo Saenz, “La nave y las tempestades, tomo I”. Ediciones Gladius (2005)

– Tucker, Spencer, “Battles that changed history: an encyclopedia of world conflict” ABC-CLIO (2011)

– Llorca, Garcia Villoslada, Montalban, “Historia de la Iglesia Católica I, edad antigua”, BAC (1964)

– Simon Baker, “Roma, auge y caida de un imperio”, Ariel (2007)

– Stephen Dando-Collins, “Legiones de Roma: La historia definitiva de todas las legiones imperiales romanas” La esfera de los libros (2018)


[1] La Guardia Pretoriana a​ era un cuerpo militar de elite que servía de escolta y protección a los emperadores romanos y que más de una vez intervino para cambiar la historia del imperio. Es una de las fuerzas militares más famosas de la historia antigua. Fue creada por el primer emperador Augusto y suprimida por Constantino luego de la batalla del puente Milvio luego de casi trescientos años de existencia.

[2] Escritores antiguos como Rufino, Zozemeno, San Crisóstomo y San Ambrosio, cuentan que Santa Elena pidió permiso a su hijo Constantino para ir a buscar en Jerusalén la cruz de Cristo. La encontró junto con otras dos y luego de una curación milagrosa se conoció cual fue la de Jesús. Por muchos siglos se ha celebrado en Jerusalén y en muchísimos sitios del mundo entero, la fiesta del hallazgo de la Santa Cruz, el día 3 de Mayo.

[3] Aún no era cristiano, pero era tolerante con la nueva fe y en Britania y la Galia anuló en el 306 el edicto de Diocleciano sobre la destrucción de las iglesias y devolvió a los cristianos la libertad de culto.

[4] “Me amenazas con un fuego que dura una hora, y luego se apaga y te olvidas del juicio venidero y del fuego eterno, en el que arderán para siempre los impíos. ¿Pero a qué tantas palabras? Ejecuta pronto en mi tu voluntad, y si hallas un nuevo género de suplicio, estrénalo en mi”. Así respondía el mártir san Policarpo a las amenazas de sus verdugos en el siglo II d.C.

[5] Luego de la victoria y de la proclamación del Edicto de Milán, mandó poner el mismo signo en las monedas romanas.

[6] Los catafractos era una unidad de caballería pesada en la que tanto el jinete como el caballo portaban armadura. Si bien es cierto que su poder de choque era más que significativo y su invulnerabilidad casi total, adolecía de defectos notorios: tanto el jinete como el caballo se cansaban pronto, se movían más lentamente que otras caballerías y eran poco aptos para una lucha prolongada en el desierto. Tras su uso regular por parte de los persas, los catafractos fueron adoptados (ya en la etapa bajo imperial) como tropas de élite romanas, siendo el germen de la caballería pesada del tiempo de la Cristiandad.

[7] Aníbal Barca fue un general cartaginés nacido alrededor del 247 a.C. y fallecido alrededor del 183 a.C. Es conocido por ser uno de los comandantes militares más destacados de la antigüedad.

Aníbal es famoso por liderar las fuerzas cartaginesas en la Segunda Guerra Púnica (218-201 a.C.) contra la República Romana. Su hazaña más destacada fue su travesía a través de los Alpes en el año 218 a.C., llevando a su ejército, incluyendo elefantes de guerra, desde Hispania hasta Italia, sorprendiendo a Roma y ganando varias batallas, como la Batalla de Cannae en el 216 a.C., donde infligió una derrota devastadora a los romanos.

Aníbal es conocido por su genialidad estratégica y táctica en el campo de batalla. Sin embargo, no logró tomar Roma y, eventualmente, fue derrotado por las fuerzas romanas lideradas por Escipión el Africano en la Batalla de Zama en el 202 a.C., lo que marcó el declive del poder cartaginés.

[8] Sería el primer emperador en bautizarse, aunque lo haría al final de su vida. Es falsa la leyenda que supone fue bautizado luego de la batalla por el papa Silvestre después de ser curado de la lepra.

[9] Especialmente violentas fueron las persecuciones de los emperadores Nerón, Domiciano, Adriano y Diocleciano. En 324 el emperador Constantino hizo construir la basílica de San Pedro en Roma, sobre la tumba del primer papa y apóstol Pedro. Tumba que fue redescubierta justo debajo del altar mayor en excavaciones realizadas en 1949 por orden de Pio XII luego de que se pusiera en duda su existencia. Esta basílica sería el principal templo de la cristiandad hasta el año 1505 cuando se demolería para construir la actual basílica.

[10] “Teodosio” significa Don de Dios en lengua griega.

 


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Un comentario sobre “La Batalla del Puente Milvio

  • el noviembre 5, 2023 a las 11:06 pm
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    Exelente relato histórico de tan trascendental batalla.

Comentarios cerrados.

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