Historia de héroes para jóvenes. Una de comandos. Pérez del Pulgar

Por Tomás Marini

“Tal debe el hombre ser, como quiere aparecer”

Lema de Pérez del Pulgar

 

Viajemos a Granada, a finales del siglo XV, 1490 para ser específicos, último bastión del poder musulmán en España.[1] Los reyes católicos Fernando de Aragón e Isabel de Castilla[2], sabiendo que Granada era inexpugnable, prepararon un largo asedio para rendir de hambre la ciudad. Para eso instalaron un campamento que, hacia el final de la guerra, se había convertido prácticamente en una auténtica ciudad. Los españoles la quisieron llamar “Isabela” en honor a su soberana, pero la reina le puso el nombre de “Santa Fe”. Era por esa fe católica y por España que peleaban, sangraban y morían aquellos hombres.

Fue Granada el escenario de increíbles hazañas por parte de los cristianos, y por qué no decirlo, también de los moros, pero pocas como la que realizó un pequeño grupo de cristianos la noche del 17 de diciembre de 1490. ¿Quiénes fueron los protagonistas? Quince soldados de Castilla, dirigidos por un manchego, famoso por sus proezas en aquella guerra, ¿cuál era el nombre de este capitán? Hernán Pérez del Pulgar. ¿Su misión?: asestar un golpe de mano en el mismísimo corazón de la ciudad enemiga, lo que hoy llamaríamos una misión comando

Es de noche, hace frío y por ahora no hay luz de luna, oculta por espesos nubarrones. En el campamento de Santa Fe, un caballero cristiano sale de su tienda persignándose, viste ligero y de negro, no lleva armadura, pero de su cintura cuelga una espada “cruzada” y una daga.[3] En su mano lleva una cartera de cuero, que guarda en su pecho junto a una pequeña cruz plateada que cuelga de su cuello. La luz de una fogata ilumina por un momento su rostro apuesto, moreno y curtido, cruzado por algunas cicatrices. Atado al palenque, lo espera su caballo de guerra, un zaino oscuro, de raza andaluza, que levanta y baja la cabeza escarceando al reconocer a su dueño. El caballero lo desata, toma las riendas y las crines con la mano izquierda y boleando la pierna se sube al animal que no está ensillado más que con una matra. De entre las sombras de las demás tiendas, donde duerme tranquilamente el ejército católico, aparecen quince figuras a caballo. Sus hombres están listos y lo esperan. El silencio es casi absoluto, roto únicamente por la voz de algún centinela que combate el sueño tarareando una cancioncilla o el relincho de un caballo. Los jinetes, envueltos en las sombras, salen al trote del campamento.

Visten todos de negro y, al igual que su jefe, no llevan ningún tipo de armadura o protección. También montan en pelo caballos de pelo oscuro. Las espadas las llevan envueltas en trapos para que no reflejen la luz de la luna, si esta llegara a hacer su aparición repentina de entre las nubes. ¿Quiénes son estos misteriosos soldados que parecen más desertores huyendo en lo secreto de la noche que otra cosa?

Son soldados de la Cruz[4] y no están huyendo sino que se dirigen directamente a las fauces de la bestia islámica, hacia la ciudad enemiga de Granada. Es por esta razón que no llevan armadura, armas descubiertas, ni arreos para que ningún inoportuno reflejo pueda delatarlos.

Los caballos obedeciendo a su instinto apenas rozan el suelo con sus cascos, cubiertos con trapos, haciendo el mínimo de ruido. Uno de ellos es un moro nazarí ganado para la causa de la Cruz que conoce la ciudad y sus alrededores como la palma de su mano y conduce al grupo hasta las murallas evitando las patrullas enemigas. Llegan al río Darro, que corre por debajo de las murallas de la ciudad. Del Pulgar manda a nueve de sus hombres quedarse, ocultarse con los caballos y cubrir la huida. Si no vuelven antes de que el sol asome por detrás de las montañas, tienen la orden de regresar sin ellos.

 Los otros seis lo siguen hasta el río y se sumergen en las aguas heladas de diciembre. Nadan despacio, protegidos por la oscuridad. Más adelante ven la guardia de la puerta que buscan, cinco moros conversando tranquilamente apoyados en sus lanzas alrededor de un fuego buscando algo de calor. De repente la Luna aparece entre las nubes iluminándolo todo. Los cristianos quedan expuestos en medio del agua; si los ven, los moros no tienen más que tomar sus arcos y disparar. Se sumergen rápidamente. Uno de los centinelas se extraña del movimiento en el agua y se aleja de sus compañeros acercándose al río, clava la mirada en el lugar donde solo unos momentos antes estaban don Hernán y sus hombres. Pasan los segundos, los cristianos no pueden aguantar mucho más la respiración. Afortunadamente para los “comandos”, uno de los guardias llama al compañero de la orilla y este, después de un último vistazo, vuelve junto a los demás pensando que debió haber sido su imaginación y, tratándose de convencer, dice para sus adentros que el enemigo nunca podría llegar tan cerca de la ciudad. Las nubes vuelven a cubrir la Luna y todo queda nuevamente a oscuras. Los caballeros sin más aire en sus pulmones salen justo cuando el moro les da la espalda. La hazaña estuvo muy cerca de terminar temprano y muy mal para nuestros protagonistas.

Llegan a la orilla y se arrastran por el barro fuera del agua. Una ráfaga de aire frío de la noche golpea sus cuerpos helados. En un momento están de pie y desenvainan sus espadas que resplandecen a la luz de la luna. Se lanzan rápidamente como un solo hombre sobre la guardia que no tiene tiempo para reaccionar ni dar la alarma. Nada pueden hacer los musulmanes armados de lanzas contra las espadas cristianas a corta distancia. Mueren todos. La puerta ya es de ellos. Los soldados de la reina Isabel han entrado en la ciudad enemiga.

Los cristianos envainan sus espadas y se lanzan por sus calles en busca de la mezquita mayor.[5] Llegan hasta la puerta del templo, nadie los ha visto. De entre su ropa empapada don Hernán saca el pergamino que cubierto por el cuero no fue dañado por el agua. Toma su daga y clava el mensaje escrito en la puerta. ¿Qué dice este mensaje por el que pusieron en riesgo su vida estos hombres y por el que todavía están en riesgo de perderla? Es el “Ave María”. Los hombres se persignan y su capitán exclama ante sus hombres:

– “Sed testigos de la toma de posesión que realizo en nombre de los Reyes y del compromiso que contraigo de venir a rescatar a la Virgen María a quien dejo prisionera entre los infieles”.

Los quince caballeros se arrodillan, rezan una jaculatoria a la Virgen y luego se lanzan calle abajo. La misión está cumplida, pero aún deben llegar a la puerta, a los caballos y huir hacia el campamento de Santa Fe. Todavía estaban a unos cientos de metros de la puerta principal de la ciudad, cuando una “sombra” se cruza en su camino y la derriban por tierra: la sombra era un centinela que da la voz de alarma antes de que uno de los hombres lo degüelle. Los cristianos han sido descubiertos y todavía les falta un trecho, que ahora parece “eterno”, hasta poder salir de la ciudad. Aparecen luces en las ventanas, se suceden los gritos de alarma. Toda Granada despierta y el grupo corre a oscuras buscando la puerta de la muralla para escapar.

Aparecen dos, cinco, ocho moros que responden al grito de alarma y cortan el camino de los fugitivos. Los cristianos se detienen. Deberán abrirse paso al filo de sus espadas. Los musulmanes están desconcertados. ¿Qué hacen estos cristianos dentro de la ciudad? Los guerreros de la Cruz aprovechan y se arrojan sobre ellos. Son bravos soldados viejos, veteranos de cien batallas, las hojas de sus espadas no tardan en teñirse de sangre morisca y siembran con los cadáveres de los infieles las calles de Granada. El Capitán corre detrás de sus hombres cubriendo la retirada.

El camino está libre otra vez, pero un gran griterío les advierte que vienen refuerzos. Se lanzan como un rayo hacia la puerta. ¿La habrán cerrado? No, gracias a Dios sigue abierta. La cruzan y se arrojan nuevamente al agua. Las flechas comienzan a caer a su alrededor desde las murallas, pero ninguna da en el blanco: la Virgen y la oscuridad de la noche los protegen. Llegan a donde están los demás con los caballos y en un momento están todos montados y galopando hacia el campamento cristiano. En la puerta de la mezquita de Granada queda el pergamino escrito con estas palabras: Ave María, gratia plena…[6]

Hernán Pérez del Pulgar, conocido como “el de las hazañas”, cumplirá su promesa de rescatar a la Virgen María el 3 de enero de 1492, poco más de un año después, cuando luego de la rendición de la ciudad, entre en Granada al frente de sus hombres y del ejército católico.[7]

Tomás Marini

 


VOCABULARIO:

Manchego: natural de la Mancha, España.

Comando: pequeño grupo de tropas de choque, destinado a hacer incursiones ofensivas en terreno enemigo.

Zaino oscuro: pelo de caballo de un color entre el marrón oscuro y el negro.

Matra: manta burda de lana o algodón que se coloca encima de la sudadera o la reemplaza. Se coloca sobre el lomo del caballo al ensillarlo.

Montan en pelo o “a pelo”: no usar montura o silla de montar. No ensillar al animal que se ha de montar.

Moro: caballo de cabeza color negra, cabos, crin, cola y extremidades también negras, el resto del cuerpo es plateado o grisáceo oscuro o cenizo.

Nazarí: se dice de los descendientes de Yúsuf ben Názar, fundador de la dinastía musulmana que reinó en Granada desde el siglo XIII al XV.

Arreos: conjunto de piezas que se le ponen a un caballo para poder conducirlo más fácilmente.


[1] Después de la gran victoria cristiana en las Navas de Tolosa en 1212, la lucha contra el islam se concentró en el sur de la Península en la frontera granadina.

[2] La Causa de Beatificación de la reina Isabel I de Castilla, la Católica, se inició en 1958.

[3] Llamada también “quitapenas” o “misericordia” por los soldados, porque se utilizaba para ultimar al enemigo herido.

[4] ¿Cómo eran estos soldados que en los siglos siguientes harán de España la primera potencia de Europa? Marcos de Isaba, que estuvo cuarenta años en la filas y combatió en Lepanto, resume el espíritu de estos hombres en cinco puntos: 1º El más alto precepto de la milicia es la obediencia. 2º El oficio de las armas es el más honroso. 3º Se debe guardar y conservar la Cristiandad heredada. 4º El soldado debe defender la fe católica y guardar sus preceptos. 5º El soldado debe guardar y conservar los reinos y provincias de su rey.

[5] Hoy Catedral de Granada.

[6] Esta acción le valió a don Hernán el derecho a ser enterrado en la catedral de Granada junto a los Reyes católicos. Murió de viejo a los ochenta años de edad habiendo peleado hasta los setenta y tres.

[7] Aixa, la madre de Boabdil, el rey moro de Granada, le dirá: “Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre”.


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2 comentarios sobre “Historia de héroes para jóvenes. Una de comandos. Pérez del Pulgar

  • el diciembre 23, 2021 a las 12:09 pm
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    He leído toda la serie, me fascinan estás historias. La valentía, la fortaleza y todas las virtudes que poseen estos héroes inspiran grandemente a aplicarlas en nuestros tiempo. Saludos y que El Señor bendiga al Sr. Tomás y a todos los que hacen posible la transmisión de estás historias

  • el diciembre 23, 2021 a las 4:52 pm
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    Hay un error numérico en el siguiente párrafo; ya que intramuros sólo entraron 7, quedando 9 afuera según el relato:
    «… Los quince caballeros se arrodillan, rezan una jaculatoria a la Virgen y luego se lanzan calle abajo. La misión está cumplida, pero aún deben llegar a la puerta, a los caballos y huir hacia el campamento de Santa Fe…»

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