Explicando la Misa tradicional: desde el lavatorio de las manos hasta el Sanctus

Publico aquí un post que faltó publicar sobre la explicación de la Misa tradicional. 

Los posts completos están aquí:

1) El latín en la Misa

2) Misa «ad orientem» o de cara a Dios

3) Desde el introito hasta la oración colecta

4) Desde las lecturas hasta el lavatorio de manos

5) Desde el lavatorio de manos hasta el Sanctus

6) Desde el Sanctus hasta el final

P. Javier Olivera Ravasi

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Hemos visto anteriormente la explicación de la Santa Misa hasta el momento del lavatorio de las manos; llega ahora el momento de analizar lo que sucede hasta el canon de la Misa.

Una vez que el sacerdote, humildemente se hubo purificado, dirá inclinado y humildemente:

Suscipe…

Recibe, oh Trinidad santa, esta oblación que te ofrecemos en memoria de la pasión, resurrección y ascensión de Jesucristo, nuestro Señor; y en honor de la bienaventurada siempre Virgen María, y de San Juan Bautista y de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, y de éstos santos –y besará el altar- cuyas reliquias están en esta ara y de todos los santos; para que a ellos les sirva de honra y a nosotros nos aproveche para la salvación: y se dignen interceder por nosotros en el cielo aquellos cuya memoria veneramos en la tierra. Por el mismo Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

 La Iglesia ofrece la oblación eucarística a la Santísima Trinidad porque recuerda y obra el misterio de la Redención al cual cooperan las tres Personas divinas. La Misa recuerda la Pasión o inmolación de Jesús y, renovándola sacramentalmente, evoca también su Resurrección y su Ascensión; porque sabemos que, efectivamente, es Jesucristo glorioso quien está presente bajo las Santas especies. La Iglesia cita luego el nombre de algunos Santos, aquellos mismos del Confiteor, es decir, la bienaventurada Virgen María, San Juan Bautista, los Apóstoles San Pedro y San Pablo, los Santos cuyas reliquias descansan en el ara y todos los santos, haciéndolos desempeñar con Cristo el oficio de mediadores en la aplicación de sus misterios en nuestras almas. Su intercesión a la cual recurrimos, apoyados como ellos, en los méritos de Cristo es el oficio que desempeñan para con nosotros.

Terminada la invocación, después del Dominus vobiscum, el sacerdote invitará al pueblo fiel, dándose vuelta, a rezar con él:

Orate, fratres…

“Orad, hermanos: para que este sacrificio mío y vuestro, sea agradable a Dios, Padre todopoderoso”.

A lo que se responderá:

Suscipiat…

“El Señor reciba de tus manos este sacrificio en alabanza y gloria de Su nombre, y también para utilidad nuestra y de toda su Santa Iglesia”.

Todos los cristianos somos hermanos en Jesucristo, de allí que se nos llame “fratres”. En el Santo sacrificio es donde más se confirma esta unión fraternal y filial, porque nacida en el Calvario, nada la fortifica como el mismo Calvario continuado en el altar.

El Orate, fratres muestra de este modo cómo en el altar el sacerdote es un mediador y no un protagonista de un show, de allí que los fieles deban unirse a su sacrificio, que también es de ellos, (“meum ac vestrum sacrificium”), pues lo ofrecen por su intermedio, “manibus meis”, que es el ministro de Cristo y de su Iglesia.

La Iglesia señala esta mediación depositando ―es el oficio del sacerdote— en el altar las ofrendas que nos representan. Es por las manos del sacerdote que se eleva la patena, como ofreciéndonos a nosotros mismos.

La oración “secreta”, que es una fórmula de oblación, concluye los ritos del ofertorio. Diciendo de todo corazón el Amén final nos apropiamos así todo el rito del Ofertorio.

El prefacio

 En el Prefacio, la Iglesia, imitando a Jesucristo en la Cena, hace una oración de acción de gracias seguida de oraciones de súplica. El fin de esta oblación eucarística es la unión de todos los miembros de Cristo que están en la tierra con la oblación que ofreció su Cabeza en el Cenáculo y en el Calvario y que consuma gloriosamente en los cielos con los Ángeles, y Santos, según estas palabras:

“Os declaro que no beberé ya más desde ahora de este fruto de la vid, hasta el día en que lo beba con vosotros de nuevo en el reino de mi Padre”. (Mat. XXVI, 29).

Por eso la Iglesia eleva nuestras almas hacia las alturas:

Dominus vobiscum: El Señor sea con vosotros.Y con tu espíritu.Sursum corda: Elevad vuestros corazones.Los tenemos ya elevados al Señor.Gratias agamus: Demos gracias a Dios, nuestro Señor.Digno y justo es.

Y el Prefacio termina mostrando cómo todos los Ángeles forman parte del cuerpo místico de Cristo y alaban a Dios en unión con su Cabeza:

 

Per quem laudant Ángeli: por el cual los Ángeles alaban a tu Majestad, las Dominaciones la adoran, las Potestades la temen; los Cielos y las Virtudes de los cielos y los bienaventurados Serafines la celebran con recíproca alegría”.

El origen del Prefacio, remonta al banquete pascual ordenado por Moisés y celebrado cada año por los judíos en el día aniversario de la salida del cautiverio de Egipto, comiendo el cordero figurativo, el jefe de familia exaltaba el poder, la sabiduría y la bondad de Dios manifestado por sus beneficios a su pueblo. Agradecía a Dios por la creación, la salvación concedida a Noé, la vocación de Abraham, el tránsito por el Mar Rojo, la revelación del Sinaí y la conquista de Canaán.

Estas glorias de la Antigua Alianza simbolizaban los grandes misterios redentores cuyo héroe fue Jesucristo. Luego, después de haber comido el cordero pascual con sus Apóstoles en el Cenáculo, Jesucristo inauguró la nueva Alianza inmolando y comiendo el Cordero de Dios con un nuevo cántico de acción de gracias: «Accepto pane gratias egit» (Luc. XXII, 19), «accipiens calicem gratias egit» (Mat. XXVI. 27). Y esta nueva oración eucarística reemplazó la antigua acción de gracias.

“El sacerdote”, decía San Justino en el siglo II, “glorifica al Padre del universo en nombre del Hijo y del Espíritu Santo; luego hace una larga eucaristía por todos los favores que de Él hemos recibido. Y todos cantan: Amén”.

P. Javier Olivera Ravasi

 

 

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